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lunes, 5 de junio de 2023

Entrevista a Javier Puig. Por José Luis Zerón Huguet. Conversaciones con... Avance del n. 20 de Ágora-Papeles de Arte Gramático. Nueva Col. (II Parte Verano 2023) / Junio 2023

 

                                                             Javier Puig, autor de En la mirada (2023, Sapere aude)
 

CONVERSACIONES CON...

 

ENTREVISTA A JAVIER PUIG

       

     POR JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET

 

 

Javier Puig: «Para mí, la poesía es detenimiento, y ese detenimiento invita a desarrollar una mirada clara, profunda, sutil, que vaya más allá de lo obvio».

 

Javier Puig, reconocido como crítico literario y cinéfilo, ha publicado numerosos artículos y reseñas en periódicos, blogs y revistas, siendo autor, además, de tres libros de crítica. Pero es menos conocida su faceta de narrador y poeta. Pareciera que se quiso poeta en 2020 cuando publicó en ediciones Frutos del tiempo una extensa plaquette titulada Estancias en la finitud, pero lo cierto es que su reciente incursión en la poesía no fue un capricho tardío, sino el resultado de una vocación callada y discreta que nuestro autor ha cultivado desde su juventud, de hecho, dio a conocer algunos de sus primeros poemas en la revista Empireuma hace más de dos décadas. Ahora ve la luz en la editorial asturiana Sapere Aude, colección Ad versum, su primer libro de poemas, titulado En la mirada.

 

 

 

Este volumen tiene mucho que ver, sin duda, con las otras inquietudes literarias y artísticas de su autor, pues la primera parte, titulada «Palabras para el dolor», está dedicada a una galería de nombres propios reales y otros nacidos de la imaginación de sus creadores, todos ellos procedentes del mundo de la literatura, la poesía, el cine, la música y la pintura, entre otros Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Luis Cernuda, Camille Claudel, Marilyn Monroe, Dersu Uzala, Charlot y Josef K. Sin ser este un libro estrictamente culturalista se aprecia una impronta culta en la mayoría de los poemas que lo componen. Y es que toda la actividad literaria de Javier Puig está interconectada y es de una coherencia sin fisuras. Sobre todo, hay una complicidad compasiva y una compleja sencillez afín, en mi opinión, al pensamiento de la filósofa Simone Weil. Los poemas de esta primera parte poseen un mismo tono entre melancólico y optimista sustentado en la belleza, a pesar de la crueldad, la incomprensión y la muerte trágica que padecen la mayoría de los personajes a los se dirige el autor, conciliando en un tono meditativo y serenamente incandescente el lado más sombrío de la existencia con una esperanzada estética vital.

La segunda parte, «Los espejos de la mirada», está bien trabada en torno a dos núcleos temáticos: la proximidad de los seres queridos y la interpelación a la otredad desde un constante autoanálisis. Hallamos aquí altas dosis de autobiografía cotidiana elevada a un estado superior de trascendencia, desde el diálogo elegíaco del autor con sus difuntos padre y hermano hasta los momentos epifánicos con las nietas y la esposa. Y es que una de las características más perceptibles de este libro es la mezcla de sucesos íntimos con acontecimientos históricos relacionados con el arte y la cultura sin recurrir a artificios banales, creando una geografía de la verdad y la lucidez reflexiva que no desdeña el impulso intuitivo y el fervor sensorial. 

Se podría decir que estos poemas dilatados en una discursiva y efusiva complejidad (la mayoría se acercan al centenar de versos) rezuman una suerte de mensaje alegre y trágico a la vez, potenciado por una mirada omnipresente que no elude el conflicto y penetra tanto en asuntos grandes como pequeños. 

Javier Puig encuentra un fulgor distinto tanto en la multiculturalidad como en el microcosmos cotidiano, a través de un lenguaje que oscila entre el lirismo reflexivo y el apunte informativo, entre la connotación y la denotación. La escritura poética de nuestro autor es de una modestia elegante; nunca desciende a una ferocidad pedestre ni recurre a recursos efectistas para potenciar la emotividad. Hay en ella una indudable pericia para encarar el contacto y el impacto del otro, de lo otro, pero también para abarcar la propia intimidad. Por tanto, asistimos en este libro a una conjunción de interioridad y alteridad con todas las pérdidas y hallazgos. Las intensidades y angustias ajenas conviven con las incertidumbres y las revelaciones propias

        Pocas cosas dependen más de la mirada atenta e íntegra que la poesía. Javier Puig observa con perspicacia, pero salvo contadas excepciones, no juzga a los demás, ni sucumbe al rodillo simplificador de la costumbre, pues reencanta el mundo y cataliza la convergencia entre memoria e imaginación, realidad y deseo. Aunque a veces transite por territorios aristados y en penumbra, su noble mirada nos proporciona cobijo procurándonos gratitud y alzamiento.

 

- ¿Cómo es el camino que te lleva a la primera publicación de un libro de poemas?

Javier Puig: El camino hasta la publicación de mi primer poemario, en 2020, Estancias en la finitud, ha sido muy largo. Se inició cuando el 23 de marzo de 1981 escribí mi primer poema y ha transcurrido por muy diferentes fases. Descubrí las posibilidades que me ofrecía la poesía a través de mi amigo Carlos y entré de lleno en ese ámbito cuando, hasta ese momento, había leído a muy pocos poetas. Empecé escribiendo mucho pero de forma privada, con un solo lector fijo, mi amigo, y algunos pocos ocasionales. Al cabo de siete u ocho años, me sentí saturado y experimenté la necesidad de ir abriendo a otros géneros el abanico de mis disfrutes literarios. La frecuencia de la escritura de mis poemas descendió drásticamente en algunos periodos. Pero, en estos años, he recibido tres importantes espaldarazos. Los dos primeros tuyos, José Luis, que tan decisivo has sido para que yo esté aquí en este momento al apoyar siempre mi trayectoria. El primero, cuando te conocí e incluiste tres poemas míos en Empireuma. El segundo cuando, sorpresivamente para mí, me invitaste a participar en uno de los primeros «Encuentros con la Poesía» que tan bien has dirigido estos años en Orihuela. Casi que me ruboricé por ser considerado como poeta, apelativo al que le tengo tanto respeto. Me sentí como un intruso, pues en aquel entonces escribía muy pocos versos. Pero, en aquella feliz tarde de abril de 2018, junto a mi amiga y excelente poeta María Engracia Sigüenza, obtuve una cálida respuesta del público que me animó a insistir por esa senda. El estímulo definitivo fue la invitación de mi amigo ilicitano, Javier Cebrián, de Frutos del Tiempo, a participar en su preciosa colección de plaquettes Lunara Poesía. Y hasta este libro. Espero seguir por esta senda. 

 

- Como acertadamente indica el título, destaca en tu poemario una reflexión lúcida sobre la materia misma de la mirada. La mirada como extraña definición temporal, como nexo o vínculo generoso y acto de fe que mezcla lo racional con lo irracional, lo voluntario con lo involuntario, el azar y lo premeditado. La mirada está presente prácticamente en todos los poemas de la primera parte. De hecho, en uno de los poemas dices: «solo te salva creer / en una mirada magnánima, / la que tú no supiste prodigar».

Para mí, la poesía es detenimiento, y ese detenimiento invita a desarrollar una mirada clara, profunda, sutil, que vaya más allá de lo obvio. Una mirada que es algo más que el mero sentido de la vista, que incluye también la escucha; en definitiva, la atención. Yo he tratado de que este libro estuviera compuesto de miradas penetrantes, empáticas o compasivas. En cuanto a esos versos que citas corresponden al poema que le dedico a Cernuda, el que fuera mi poeta favorito, pero cuyo carácter hosco, su patente resentimiento, siempre me impactaron. Creo que le faltó practicar la mirada generosa, comprensiva, magnánima, en la que todos nos deberíamos esforzar. Aunque, en aquel momento, no me parecía del todo mal esa pelea suya con el mundo, pues yo era muy crítico con todo lo que me rodeaba, y seguramente me afirmaba en algo que luego le oiría decir a Krishnamurti: que no es síntoma de buena salud mental el estar adaptado a una sociedad enferma. Sin embargo, después he juzgado la actitud de Cernuda como altivez, resentimiento; y aprecio más a los seres que se adaptan al mundo críticamente, transformándolo.

 

-Tu poemario está repleto de referencias a la literatura y el pensamiento, el cine, la música y la pintura. Esta interculturalidad también destaca en tu cuaderno de poemas Estancias en la finitud editado por Frutos del tiempo; ¿hasta qué punto tu labor de crítico literario y cinéfilo ha influido en la composición de tus poemas?

Creo que los cerca de quinientos artículos que he escrito me han ayudado a educar mi mirada, a lograr ver más y a saber describirlo. Aquí, en algunos poemas, como los de Clarice Lispector o Alejandro Pizarnik, me ha servido el haber indagado sobre sus vidas y escrito sendos artículos biográficos. Pero, en el poema, el tratamiento es completamente distinto, tanto desde un punto de vista técnico como de enfoque. En él busco mi descubrimiento, la intimidad y la emoción. En cuanto a mi afición al cine, esta se impone a veces incluso sobre lo literario. La novela de Kafka, El proceso, protagonizada por Josef K., la he leído dos veces, pero tal vez las imágenes que he tenido más presentes, a la hora de escribir el poema, son las de la sensacional adaptación de Orson Welles. Con Camille Claudel también me pasa que el impacto de una película se impone a lo más fidedignamente biográfico.

Esa película, Camille Claudel 1915, protagonizada por Juliette Binoche, me conmocionó. Se centraba en un momento del larguísimo periodo en el que la escultora francesa estuvo interna en un sanatorio mental. Si, en lugar de esta, hubiera visto otra película —nada mala pero que no me emocionó apenas— como La pasión de Camille Claudel, nunca hubiera escrito el poema.


-En la primera parte del libro te sitúas con una conciencia compasiva ante personajes reales del mundo de la cultura y otros nacidos de la imaginación de sus creadores. Muchos de los personajes escogidos sufrieron dolor y una vida de zozobras; otros son inocentes, de una nobleza casi angelical, y algunos de ellos son víctimas de su pureza, ¿cuánto de ti hay en ellos?

Efectivamente, describo un amplio abanico en el que cada pliegue corresponde a un tipo de dolor que es diferente y, según el personaje, son distintas las gradaciones de su intensidad. Hay los casos más graves como el de Alejandra Pizarnik, que tuvo pensamientos suicidas desde muy joven, o Clarice Lispector que padeció numerosas depresiones, o Camille Claudel que cayó en la locura. Pero, junto a estos, también otros casos más leves —aunque también hirientes—, más producto de la intrínseca composición de nuestra mente, o de una hipersensibilidad al dolor de los demás, como es el caso de Noriko, el personaje de Ozu. En cuanto a si hay en mí algo de esos sufrimientos que describo, pienso que no, que me llamaron la atención precisamente porque eran casos diferentes. Cuando estoy viendo una película con mi mujer —un drama—, ella siempre me comenta: «¡Cuántas distintas maneras hay de sufrir!» Y, efectivamente, así es. A cada uno le toca la suya y ha de dar gracias si es leve.


-En cambio, en la segunda parte te centras en tus seres más queridos y les rindes un íntimo homenaje. Hay una búsqueda de la armonía familiar y los poemas se convierten en un elogio de la serenidad, el equilibrio, la fraternidad. Son escenas familiares repletas de epifanías y también teñidas de nostalgia

Sí, esta parte es más diversa en los enfoques. Sigue habiendo poemas dedicados, pero a personas que conozco o he conocido personalmente, estando unidas a ellas por el afecto. Así, los poemas a mis maravillosas nietas Helena y Gadea, el dedicado a mi hermano Alberto (ya el tercero), que padecía una grave enfermedad mental y murió en 2003; o el de Teodomiro Soriano, fallecido repentinamente el pasado 12 de abril a los cuarenta y nueve años, una excelente persona que pintaba unos cuadros muy singulares, que me dolían pues eran un «espejo de la mirada» que reflejaba un interior caótico, proceloso, debido a su enfermedad  Y sí, hay en mí un anhelo de ver entre las personas una mayor armonía, una superación de esas heridas causadas principalmente por la sumisión al propio ego, por la ofuscación, que la mayoría intenta sacudirse inútil y dañinamente mediante la hostilidad hacia los demás. En un grado superior de identificación, incluyo un poema, «Nosotros», en el que describo un atisbo de algo parecido a lo que Romain Rolland llamaba «el sentimiento oceánico», esa sensación unitaria sobre la que más tarde Raimon Panikkar se preguntaba si él era la gota del océano o el agua que componía esa gota, la sustancia que formaba parte de todo lo demás. Y es que se da la paradoja de que todos, en lo más hondo de nosotros mismos —salvo patologías graves cerebrales— podemos resultar previsibles, por estar constituidos de unos mismos resortes, y de que, al mismo, tiempo, cada uno de nosotros somos un ser único e irrepetible. 

 

-Hay En la mirada una veta discursiva, reflexiva y conceptual en la que también hay lugar para lo matérico, lo tangible, lo sensorial, «el habla sensual» de la que habló el místico Jacob Böhme… Digamos que conviven lo conceptual y lo lírico y también la interpelación de la otredad (el tú, el vosotros) y el ahondamiento interior.

Intento que cada poema —y cualquier texto que escriba—me lleve a una reflexión, que el hecho de escribir sea una provocación que, a través de la acción dilucidadora de la palabra, me conduzca a algún nuevo conocimiento, al menos a una significativa matización. Cuando no alcanzo ese objetivo, siento que he fracasado en una parte, en una importante posibilidad. Pero, ese objetivo, en la poesía, debe ir inextricablemente unido a lo lirico, a la emoción, al intento de obtención de alguna belleza a través de un léxico adecuado, de una expresión que, de algún modo, sugiera una nueva visión; de un ritmo, una música, que se acompasen al sentir. Por otra parte, en mi poesía suele estar presente una indagación de lo profundo del propio ser y del otro. Intento acercarme a la respuesta de preguntas esenciales como «¿quién soy yo?» o «¿quién eres tú?» Ese tú que nos cuesta ver tal cual es en sí, porque enturbiamos nuestra mirada con nuestros deseos, nuestros prejuicios, nuestras conveniencias.


-Asimismo, hay en este libro una preocupación por el misterio, por lo que está al otro lado de la razón, por la compleja palpitación de la vida presente siempre amenazada por el dolor y la caducidad.

Para mí, el misterio es uno de los elementos más importantes de la poesía. A veces puedo incluirlo de una forma más explícita y otras más tangencial, pero procuro que siempre esté presente. Yo, al menos, nunca me olvido de él. De ese misterio que no es el que tenemos que ir a buscar a los programas de Iker Jiménez, que es un misterio que no nos concierne, sino el que reside en nosotros mismos, en el simple hecho de ser una conciencia, en la continuidad de nuestro latido, en nuestra ignorancia primordial, en la incertidumbre que nos envuelve.


-Tus poemas también transmiten una continua reflexión interrogativa acerca del sentido último de la palabra y de la escritura, así como de la creación artística.

Eso es así, sobre todo, en tres de los poemas: «Escribo», «Ya es raro» y en «Este bello secreto que no cansa». Son poemas escritos frente a la página en blanco. Lo que intento es traspasar esa nada mediante el ejercicio de la palabra, y que, en el espejo que hay en el fondo, se vayan revelando manifestaciones de mi ser más oculto, aquel que está más adentro de mi personaje. A veces, visualizo cada palabra, cada verso, como si fuera un machetazo que me fuera abriendo camino, dándome acceso a una nueva claridad.


-Y para acabar, quisiera saber si estás trabajando en un nuevo libro de poemas y si tienes otros proyectos literarios.

Me gustaría seguir escribiendo poesía. Parece que, en los últimos años, me he instalado en ella, pero no hay nada seguro en cuanto a que me vaya a seguir sirviendo como un cauce apasionante para alcanzar mi más intensa expresión, aquella que siento como verdaderamente necesaria.

Escribo más frecuentemente, pero sin una gran regularidad, sino a golpes de periodos de un mes o mes y medio, en los que me siento más receptivo, más capaz de traducir a verso todos los estímulos que recibo, los que me impelen a reflejar mi mirada en el papel. Por otra parte, me propuse, para cuando me prejubilase, dos cosas: por un lado, ampliar un relato inédito hasta la extensión de una novela (mi mujer siempre me lo pedía y yo esperaba disponer de más tiempo para ello), y revisar los cuentos que he escrito en los últimos veinticinco años. Ambas tareas las he ejecutado, y veremos cuál podrá ser mi próxima publicación. Yo creo que un libro con mis cuentos. Y siempre está la posibilidad de reunir nuevas selecciones de mis artículos, que son textos que nunca quiero dejar de escribir. En cualquier caso, no desprecio ninguna ramificación de la literatura, y procuro practicarlas todas, pues me parecen complementarias, necesarias para poder desarrollar las diferentes vertientes de mi decir.

 

entrevista de José Luis Zerón Huguet

 

 

AGORA DE ARTE GRAMÁTICO / avance N. 20. Nueva Col. Verano 2023

 

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