ÁGORA. ULTIMOS NUMEROS DISPONIBLES EN DIGITAL

martes, 27 de junio de 2023

"Loas" de Antonio Oliver. Por José Luis Martínez Valero. Ágora N. 19. Artículos literarios. Nueva col. Verano 2023

 

                                                           Antonio Oliver Belmás. Fuente La Verdad

 

 

 ARTÍCULOS LITERARIOS

 

 

            LOAS DE ANTONIO OLIVER

 

 

                      Por José Luis Martínez Valero

 

 

 

 

El libro de las Loas de Antonio Oliver es otra víctima colateral de aquella guerra. Desde su exilio interior, en los primeros meses, comienza a producir unos textos de exaltación y descubrimiento de realidades que, estando ahí, en nuestro espacio cotidiano, habían sido rechazados como objeto de poema. En carta desde Lorca, ocho de septiembre del cuarenta y tres, dirigida a José Ballester dice: trabajo en esta obra desde el año 1939, como sabes, no de una manera continua. Esta carta constituye una declaración completa sobre el proceso que sigue en la composición de las loas, comenta: Estos motivos se me incorporan al corazón amorosos y cuando ya están dentro de mí los acaricio con el verso.

            Más importante, en cuanto al giro poético que supone este libro, por lo que podría implicar de desviación, son estás palabras en las que claramente manifiestan una crítica negativa por parte de Carmen Conde y de Juan Guerrero: pero a pesar de lo que las critican Juan y Constanza, yo sé a dónde he ido y por donde voy. ¿Quién tendrá razón? El tiempo es el que podrá, principalmente decirlo.

    Otra cosa, sin duda, sería referir los beneficios formales que esta elección temática le pudo reportar, más el abandono de las preocupaciones propias del vencido, a las que habría que agregar los posibles deslices ideológicos que de otros objetos poéticos pudieran derivarse. Así elimina a las personas y coloca las cosas en primer plano. 

    Quizá sea posible poner en paralelo esta dedicación con la que declara Ricardo Molina, del grupo Cántico, en El Río de los Ángeles, 1945, poema que titula A la vida que es gracia:

            Mi alma balbucea como un niño los nombres de las cosas y se embriaga…

            Canta un canto sencillo,

            haz el largo poema de las cosas,

            canta el himno ingenuo y eterno de las cosas,

            y sea tu voz un murmullo

            en el que todo cante,

            como el torrente que arranca acentos a las márgenes,…

 

No me refiero al tratamiento que, en el poema sería esencial, sino a la elección del objeto temático, todo lo que puebla nuestra realidad. Aquello a lo que llamamos cosa, porque ignoramos su nombre o lo hemos olvidado o no procede su utilización.

 

          Las frutas, oficios, utensilios, montañas, ríos o pueblos, formarían eso que Ortega llama creencias, cosas que somos, que nos sostienen, y no pertenecen al mundo de las ideas u ocurrencias. La vuelta a una intrahistoria que las precarias circunstancias habían puesto en un primer plano.

          Recuerdo que en Caprés de Arriba, pequeña pedanía de Fortuna, con abundantes molinos argáricos entre sus restos arqueológicos, me dijeron que, durante los años de la guerra, para evitar dar cuenta de la harina que se consumía o para obtener beneficio con la no declarada, se volvieron a utilizar. Lo que es indicio de que en los años que siguieron quizá pudo mantenerse esta manufactura.

          En la soledad de los primeros años tras la guerra, en su aislamiento,  la separación de Carmen o Constanza, dará lugar a que Antonio o Andrés Caballero, su alter ego, dialoguen y se acumulen loas, que a veces convierte en adivinanzas, en las que puede más el ingenio que la emoción, quizá porque en su soledad, la atención a las palabras sólo puede hacerla desde esa perspectiva, quizá porque derivar hacia otras relaciones, sociales, estructurales, podrían acarrearle complicaciones que no harían otra cosa que aumentar su angustia, el miedo a la diferencia, que despertaría en los archivos documentos comprometedores.

          Cuando empecé a oír hablar de su poesía, casi todos se referían a la loa del higo. Nada de considerar sus obras primeras de carácter vanguardista, su labor en la Universidad popular, ni la situación por la que había atravesado. Todo lo anterior había quedado reducido a una humorística relación con ese fruto humilde, a veces postre, a veces comida, de aquellos años del hambre.

                           

                                        EL HIGO

                                                         (A modo de adivinanza)

 

                                  Logra pan, aunque no es trigo.

                                  Muestra pezón, y no es seno.

                                  Y si a veces es verdal,

                                  otras muchas es moreno.

 

                                  Viste pámpano y no es uva;

                                  derrama leche y no es cabra.

                                  Y si no existe en Noruega

                                  abunda en Lorca y en Adra.

 

                                   Tiene madre paridera:

                                   en bulto de pera,

                                   hermana.

                                   Y es encanto

                                   comerlo muy de mañana.

                               

                                   En el verano es frescor;

                                   en el invierno, calor.

 

                                   Sin ser caña, suma azúcar;

                                   Luce pellejo y no es vieja:

                                   crece miel y no es abeja.

 

                                   Adivínelo el amigo.

                                   a buen juez, mejor testigo 

 

¡Vamos!, se oía decir, ¡ha descubierto el higo!, como si no lo comiésemos todos los días. Esta caricatura nada piadosa, ni tan siquiera reconocía el poema que, en sí mismo es digno, bien construido, ingenioso, en un tiempo tan necesitado de estímulos para sobrellevar aquel presente injusto, asentado en nuevas leyes que pretendían representar la España eterna y ocultaba un pasado inmediato, expuesto a una condena civil y teológica. Antonio Oliver se distanciaba de aquellas valoraciones y recuperaba el concepto de intrahistoria, en donde la visión era, por supuesto, más piadosa con el vencido.

          Al leer por primera vez estas loas, me pareció estar ante un diccionario, en el que su autor hubiese pretendido redefinir en un tiempo de crisis, la realidad del entorno. Como Anteo, reconocía la necesidad de recuperar la tierra, tocándola en esos términos elementales, invisibles de puro vistos, para aproximarlos a la realidad verdadera, rompiendo con la farsa de los medios, de ese modo volverían las aguas a su cauce. La retórica del régimen transmutaba la vida cotidiana poblándola de hipérboles que muy pronto perderían el aire y caerían a tierra, o en otros casos permanecerían poblando el cielo como globos cautivos.

          Pero la historia no perdona, el rechazo de su publicación, que documenta una carta, fechada el 7 de noviembre de 1945, dirigida a José Ballester, cinco días después de haber entregado una selección de loas para Adonáis, solicitada por Juan Guerrero, pone al descubierto que esta poesía ha quedado relegada, que ha envejecido, es obsoleta. Elijo este fragmento:

            Te escribo para decirte que la colección “Adonáis” ha rechazado mi selección de Loas; según Juan me dijo anoche  por teléfono y luego de ser él quien me las pidió, el comité de    jóvenes ha dicho que esa Poesía no va con “Adonáis” y jocosamente, despectivamente, se han reído de la loa del  “higo” en lectura que le dio Juan el domingo. Para estos niños   eso no es poesía. Comprenderás lo desagradable que esto es para mí, pero, sin embargo, no desmayo y si tú y Valbuena os habéis puesto de acuerdo, os ruego ahora más que nunca  esas líneas de prólogo para “Alhambra” o “Aguilar” o para    alguna editorial que surgiese y que he de buscar (¿”Austral”?). Comprenderás que mi fe en las loas, no ha decaído por ello,   pero molesta ser juzgado por esos poetas nuevecillos que no han vivido la vida y no pueden  comprender todas las cuerdas de las loas; la ironía, la socarronería, el dolor, el lirismo y la religiosidad juntos.

 

Sin duda, estos jóvenes poetas tenían razón, no correspondía a su estilo; pero también la tenía Oliver. Ya he dicho antes que las circunstancias van a eliminar al poeta. Ha perdido la disposición admirativa que le llevó a componer Mástil o Tiempo cenital. Su vanguardismo optimista se verá ahora como un atrevimiento juvenil. El gusto por la frase que descubre relaciones sintácticas insospechadas, con raíces en Juan Ramón, Gabriel Miró o Gómez de la Serna, dejará de interesar. La prosa reflexiva de Ortega, la inquietud unamuniana, también se verán dañadas. Ahora se impone una fe ciega, nada de sembrar dudas, contradicciones que rompan la armonía entre los términos. Aunque por otra parte la poesía, impregnada de sentimientos religiosos, muy acordes con los tiempos apocalípticos que se viven, deriva en un testimonio existencial que también se aleja de las loas. Textos que conservan ese optimismo vital en el que se forjó su vocación poética.

 

          Aunque en las cartas a veces hace alusión a sus condiciones de vida, a la soledad en la que se encuentra, en una Lorca triste, donde apenas tiene relación con los pocos intelectuales que no han tenido contacto con la causa republicana, J. Espín Rael, mientras, el poeta Eliodoro Puche, permanece encarcelado y muchos otros se encuentran lejos, en el exilio, exterior o interior.  Sus Loas, no obstante, verán la luz en ediciones que fragmentan el proyecto inicial.

          Así la primera ocurre en 1946, Libro de las loas, “Cuadernos de literatura Contemporánea” CSIC. Madrid. La segunda, con el mismo título, Colección “Mensajes”, Madrid, 1947, retrato de Planes, viñetas de Molina Sánchez, García Ochoa, Luis Garay, Andrés Conejo y prólogo de Ángel Valbuena, fue premio Polo de Medina de la Diputación de Murcia, constaba de trescientos ejemplares numerados. En 1951 aparecen las Loas arquitectónicas, volumen primero de la colección Palma, Madrid, con ilustraciones de Juan Arturo Guerrero, hijo de Juan Guerrero. Años después, Athenas Ediciones, Cartagena (Murcia) edita en 1968 Loas de oficios. Para finalmente aparecer completas en 1971, en la edición de las Obras Completas, por Biblioteca Nueva, Madrid, titulado Libro de loas (1941-1960).

 

José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario