CON
BUEN ÁNIMO, POR UN TRABAJO SEGURO
Artículo publicado en el periódico LA OPINIÓN el 2 de septiembre de 2020:
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2020/09/02/buen-animo-trabajo-seguro/1141780.html
La
sociedad tiene un problema con los profesores, con los profesores de
Bachillerato y con los profesores de Bachillerato en situación de riesgo por el
covid. Intentaré explicar las tres cosas.
Respecto
al colectivo de profesores (que incluye a maestros, profesores de Primaria y Secundaria),
el problema es que un profesor tiene una cualificación muy por encima de lo que
se le exige a un cuidador de guardería. Ello deriva en situaciones de incomprensión
mutua entre la sociedad y el profesor, al que se le supone una vocación
pedagógica que sistemáticamente es frustrada por la realidad de que los centros
escolares, desde los 6 hasta los 16 (o si se apura los 20 años) son
prioritariamente espacios donde se custodia a los niños mientras los padres
“concilian” o no. Así, las expectativas que los padres, la sociedad, la
dirección de los Centros y los responsables de las políticas de educación
tienen sobre la pedagogía chocan a menudo con la conciencia profesional y la
formación del profesorado. La pedagogía es lo que se hace en el tiempo de juego
mientras los niños y adolescentes tienen el privilegio de ser atendidos, gratis
o a un precio módico, por canguros de lujo, que son los maestros y profesores,
con titulación universitaria y años de másteres y oposición.
Con
los profesores de Bachillerato aparece un agravante del problema. El
Bachillerato, tanto el obligatorio como el superior o voluntario, es un tertium
non datur, una “tierra media”, una guardería que atiende a chicos y chicas,
y, sobre todo, a partir de 2º ciclo de ESO, pensada para adolescentes que no
quieren estudiar, simplemente. Mantener guarderías gratuitas para mayores de 14
años hasta a veces los 19 es prácticamente ruinoso para cualquier país; además
el objetivo de favorecer la conciliación laboral de los padres y las madres ya
no es tan perentorio como en el tramo de edad de los 0 a los 12 o 13 años; por
lo que estos niños viven una situación de tierra de nadie, de far west,
de anarquía, pese a lo cual algunos, muchos incluso pese a lo mal del medio,
salen adelante, con su esfuerzo, con suerte, con la neurosis de los profesores
que trabajan cada día sin renunciar a exigirles pese al ambiente de laisser
faire y de aprobado general de que se parte. Todos tienen que titular, ya
se sabe.
¿No va
siendo hora de replantearse los efectos secundarios negativos que tiene esa
concepción de la educación como guardería para facilitar la conciliación
gratuita, o sea, pagada con los impuestos de todos?.
Vestir
a un santo para desvestir a otro. Un país serio no puede permitirse destruir el
sistema educativo como se ha venido haciendo en España. Quien esto escribe
tiene más de 30 años de profesión, y bien lo sabe. Aunque a los profesores no
se nos pregunte nuestra opinión, que sepan que la tenemos, muchas veces solo por
experiencia podríamos decir algo. Curiosa esta paradoja: en la era informática
actual confiamos en algoritmos, en máquinas que deciden por nosotros
registrando numerosos datos y extrayendo una respuesta a un problema basándose
en reglas de experiencia. Sin embargo, en la educación, pero no solo en la
educación, la voz de la experiencia, la consulta a la huella que nos dejan los
años de profesión en la docencia o en cualquier faena o aspecto de la vida, es
relegada, apartada por mecanismos adanistas y políticas abstractas.
Y
finalmente, vengo a lo más concreto, en tiempos de covid (aún no estamos en la
posguerra, o en el poscovid como dicen aquellos que no reparan ya en la
semántica y normalizan una epidemia de tercermundismo semántico que ya se hizo
extensiva con el “confinamiento” y la “nueva normalidad”. Oí que muchos
estuvieron “confinados”, yo estuve en cuarentena en casa; no apartado en islas
o lugares remotos y exóticos, no tuve tal suerte. Y luego, no caí en la “nueva
normalidad” enamorado de la moda juvenil o en el postcovid).
¡Cuando
vamos a enterarnos de que estamos en medio del covid, no en el postcovid, y que
hemos de exigirnos y exigir a los gobiernos responsables el cumplimiento de medidas
que favorezcan la seguridad, mientras vamos en medio de un incendio! EPIs,
control de la temperatura, etc, las
empresas han de aportar las medidas y las empresas públicas, ejemplarmente, han
de aportarle a sus trabajadores los medios para que puedan cumplirlas.
Los
profesores de riesgo, a los cuales la Consejería de Educación y Cultura de la
Región de Murcia les ha reconocido con un informe de reconocimiento médico
laboral, no pueden tener menos protecciones, en caso de que hayan de ser
presencial su trabajo, que los médicos. Todos recordamos como a éstos se les
lanzó a una cacería, con bolsas de plástico, en vez de EPIs. Los profesores
tampoco son héroes, algunos son solo amigos de sabios o simplemente gente que
lee (más que la media, incluso en vacaciones), y que pueden instruir a otros porque
se instruyen a sí mismos.
La
Ministra delega en las Consejerías autonómicas, y estas en los Centros, el
implemento y seguimiento de las medidas. (Nadie ha hablado de cómo se
reflejarán en el régimen disciplinario de los mismos, y qué comportará su
incumplimiento irresponsable tanto por parte de la Administración, de los
alumnos y padres tanto como de los profesores y del conjunto del personal
laboral de un Centro).
La
preocupación por esos docentes y demás trabajadores especialmente sensibles en
contexto de covid, no debería ser olvidada por la sociedad. Ellos tienen una
huella de experiencia importante. Deberían aumentarse las precauciones para
protegerlos. Ya sé que la responsabilidad del Centro no es poner todas las
medidas (como EPIs, mascarillas, pantallas faciales, mamparas, toma de
temperatura, desinfección diaria del puesto de trabajo, test periódicos de
covid,etc ) sino de la Consejería de Educación (en este caso) que debe proteger
a sus trabajadores. No se está haciendo esto.
Con el mejor
ánimo, por un trabajo seguro.
Fulgencio
Martínez
Profesor de
Filosofía y escritor
Murcia, 1 de septiembre de 2020
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