ANIMALES DESPIERTOS
David
Pujante
Animales
despiertos
Col. Calle
del aire, 116,
Renacimiento,
Sevilla, 2013
1.
Hay
poéticas (y poetas) que tienen fecha de caducidad. Quizá toda
poética concreta y todo poeta lo tengan, salvo lo clásico y
los clásicos. Pero hay distintas formas de caducidad
temporal, y esto es lo que distingue, en sus respectivos valores, a
poéticas y poetas. La caducidad concurre bien por no tomarse en
serio el poeta la relación de su poesía con el tiempo -aquí
también de dos maneras: por excesiva complacencia con la moda o
momento, en fin, por superficialidad (esto suele ser la adaptación a
lo fácil de un movimiento poético grande, con voz propia,
extranjero o nacional), o bien porque, de forma también alegre,
no tematizada, ingenua, el poema prescinde de lo temporal, y de lo
histórico y lo intrahistórico social, y se sitúa o pretende
situarse en una confesión virginal de la experiencia del yo
solipsista. Por último, hay, sí, una poesía que abraza lo
temporal, e incluso, en ocasiones, lucha con el marco temporal en que
necesariamente se inscribe su sentido -sea ese marco de significados
el Zeitgeist, o una lectura
personal del tiempo y de la tradición poética. La fecha de
caducidad, aunque la tiene, es, en este último caso, lo propio de
algo que ha sido real en el tiempo, que ha dejado huella, por tanto;
no diría que es mayor el límite de caducidad que en los otros casos
referidos, por la sencilla razón de que en esos ni siquiera hay
huella real y sus signos desaparecen, al poco, como no sidos.
Para mojarme y referirme con ellos a las tres formas de poesía con fecha de caducidad que distingo, diré que, dentro del primer grupo, un ejemplo de la primera forma fue la fracción de la poesía de la experiencia denominada poesía urbana; de la segunda, el realismo sucio.
Y en el segundo grupo, entre las poéticas que sucumben a la caducidad dejando huella, se encuentra, en mi opinión, el culturalismo. Esta es un poética que, como la hidra, renace aun después de dársela por muerta cien veces, no solo en un poeta nuevo sino en aquellos poetas que en su formación la siguieron paradigmáticamente y la abandonaron al madurar. Tal vez, la clave del vigor del fantasma del culturalismo se encuentra en aquel gesto suyo de lucha con el marco temporal, en su pretensión de labrarse un horizonte autónomo de significado, ajeno a la coyunda temporaria, al aire de época que tiene toda poesía desde su ser concreto histórico. El culturalismo encierra, no obstante, en su mismo empuje y pretensión un límite, una debilidad, en su relación con lo temporal.
Huyendo del presente chato, dando mayor realce al pasado de una tradición, desatiende el futuro, es decir, la más pura esencia de lo temporal. Por eso, sucumbe también. Aunque en su pecado está su penitencia -rearguye la hidra; y por su nueva cabeza, los nuevos culturalistas. No está mal (y es una ocasión mejor para darse una poesía excelente) asumir errores y avanzar superando una limitación. Por contra, la poesía que no ha vivido su fracaso -que se ha montado ab initio en la complacencia de saberse con su tiempo- no suele dar ningún fruto, ni maduro ni podrido. Algunos poetas, que actualmente transitan errantes, por tierra poética de nadie, comprendieron esto; una moda tribal les lanzó - e incluso, les sepultó en la fama, pero ellos han renegado a tiempo de su remoquete, con igual alegría que tuvieron cuando aquella moda superficial les hizo ganar premios y atenciones.
Para mojarme y referirme con ellos a las tres formas de poesía con fecha de caducidad que distingo, diré que, dentro del primer grupo, un ejemplo de la primera forma fue la fracción de la poesía de la experiencia denominada poesía urbana; de la segunda, el realismo sucio.
Y en el segundo grupo, entre las poéticas que sucumben a la caducidad dejando huella, se encuentra, en mi opinión, el culturalismo. Esta es un poética que, como la hidra, renace aun después de dársela por muerta cien veces, no solo en un poeta nuevo sino en aquellos poetas que en su formación la siguieron paradigmáticamente y la abandonaron al madurar. Tal vez, la clave del vigor del fantasma del culturalismo se encuentra en aquel gesto suyo de lucha con el marco temporal, en su pretensión de labrarse un horizonte autónomo de significado, ajeno a la coyunda temporaria, al aire de época que tiene toda poesía desde su ser concreto histórico. El culturalismo encierra, no obstante, en su mismo empuje y pretensión un límite, una debilidad, en su relación con lo temporal.
Huyendo del presente chato, dando mayor realce al pasado de una tradición, desatiende el futuro, es decir, la más pura esencia de lo temporal. Por eso, sucumbe también. Aunque en su pecado está su penitencia -rearguye la hidra; y por su nueva cabeza, los nuevos culturalistas. No está mal (y es una ocasión mejor para darse una poesía excelente) asumir errores y avanzar superando una limitación. Por contra, la poesía que no ha vivido su fracaso -que se ha montado ab initio en la complacencia de saberse con su tiempo- no suele dar ningún fruto, ni maduro ni podrido. Algunos poetas, que actualmente transitan errantes, por tierra poética de nadie, comprendieron esto; una moda tribal les lanzó - e incluso, les sepultó en la fama, pero ellos han renegado a tiempo de su remoquete, con igual alegría que tuvieron cuando aquella moda superficial les hizo ganar premios y atenciones.
2.
Desde luego, la poesía de David
Pujante (Cartagena,
1953) no se halla en
ese dubitadero ni le asola esa cuita que padecen algunos poetas
fallidos en busca de una moda poética. David Pujante es un poeta que
en 2013, con Animales despiertos,
su reciente obra publicada en Renacimiento, comienza a ser
reconocido. Su repertorio poético se remonta a un primer libro de
1986, La propia vida; un
libro que conocí en su momento, editado por la extinta Editora
Regional de Murcia, que se abría ya con una cita de
Ungaretti: poesia / è il mondo l'umanità /la
propia vita. En esta
declaración de intenciones están las claves de la poesía posterior
de David Pujante. Aquel libro estaba impregnado, solidariamente, de
vitalismo y de culturalismo, y por qué no decir, de narcisismo (como
todo primer libro); pero, con el paso del tiempo, prometían frutos
aquellas potencialidades que se revelaban ya en la poética de su
primer libro: en su querer abrazar términos múltiples, a veces
contradictorios. En el caso de David Pujante, un viento de superación
le ha llevado a alcanzar y dominar una voz propia que, sin ser ajena
del todo al culturalismo, reasume de este lo que tiene de más
válido, el simbolismo, a lo que une una voluntad de verdad, de
meditación, que en algunos poemas del nuevo libro Animales
despiertos adquiere aliento de
clásico, forma de clasicismo meditativo.
Tuvo
David Pujante que escribir, entre medias, al menos tres libros que
nosotros conozcamos: Con el cuerpo del deseo,
Estación marítima y
La isla (este último,
publicado por Pre-textos, en 2002, y del cual avanzamos algunos
textos en la revista Ágora).
El erotismo es la clara aportación de estos libros a ese diálogo
con la vida y el mundo, y con la propia vida; en el cual se fue
forjando la poesía del poeta David Pujante. Entre medias, también,
un continuado estudio de la poesía, y la publicación de ensayos y
libros por parte del profesor de Literatura que es, también, David
Pujante, actualmente en la Universidad de Valladolid.
Once
años trascurrieron desde La Isla hasta
la publicación de este nuevo libro que comentamos.
Animales
despiertos es un curioso libro
de poemas en el que, a poco de zambullirnos en su lectura, sentimos
el parentesco espiritual del autor con el gran poeta Hölderlin,
el poeta filosófico, por excelencia, casi el poeta,
para Martin Heidegger,
por el cual habla el ser clásico en trance a la modernidad. Por
tanto, el poeta donde se da el pattern,
la forma de la modernidad. Quizá leído a través de Cernuda
o de Aleixandre,
Hölderlin ha estado y está presente en la poesía española
contemporánea. Fue quizá Luis Cernuda quien mejor captó el lado
meditativo filosófico del poeta, y Aleixandre su poética del
entusiasmo.
Porque
Hölderlin tiene muchas lecturas, incluso, hoy, una lectura social y
democrática, que está por hacer: "También a nosotros poetas
del pueblo, / nos gusta mezclarnos con lo vivo, con el gentío
amistoso..." (¡Que haya en España medusos poetas a los que le
tiemble la voz por llamarse poetas del pueblo, por estar incluidos
entre gentes trabajadoras, ¡cómo!,
su querido yo!).
Hay
una lectura filosófica del Hölderlin -cualquier dictum en
el poema expresa la experiencia, ante el ser, de un hombre
consciente, de una sensibilidad descontenta con su época desde su
situación en ella. Una lectura culturalista, si se puede llamar así:
que se basa en su nostalgia griega, en su pasión por el arte y la
intemporalidad clásica; y una lectura del entusiasmo, pagana,
ontológica y panteísta -como hay otra lectura alemana,
nacionalista.
¿En
cuál de ellas situar el parentesco hölderliano del libro Animales
despiertos? ¿O con que lectura
española de Hölderlin: con Cernuda, quizá; o mejor con el
Aleixandre de Sombra del
paraíso? Yo diría
que claramente con ninguna de estas.
Si
vamos al libro, constatamos la originalidad de este al abrirse con
una sección primera, "Duda previa". El libro arranca, por
tanto, de modo escéptico, autoconsciente, con cierto ascetismo (nota
que predominará en el libro luego), con un aviso de conciencia
puesta ante una "experiencia" interior (y de escritura) de
cambio. Nada de un arranque entusiástico, panteísta, hölderliano.
Y
por otra parte, el libro arranca, desde su primer poema, desde una
situación muy concreta. Dos versos (de la primera estrofa de ese
primer poema "Necesidad bastarda") apuntan acertadamente a
reunir ambas notas: reflexividad y situación del poeta, que a su vez
sugieren ya todos los matices que encontraremos.
(Una escritura nueva,
aquí, en Valladolid, donde lento transcurre el tórrido verano).
En la segunda estrofa, encontramos ya la palabra "tiempo"; cuando el poeta se extrañe de lo ajeno que le resulta lo vivido hasta "aquí", desde este no land, desde esta marca del "verano" en que habla la voz que se apropia de otra conciencia:
Y aún no hace tanto tiempo
de aquellos versos, con el trazo húmedo: (...)
Queda el sentido de la escritura abierto, y por tanto, la posibilidad de decir de nuevo, y de otros poemas (los que en el libro se darán). Esa posibilidad es ganada desde ese previo anular el tiempo vivido, y desanclarlo a una escritura ya pasada.
De paso, en este poema inicial, que, como vemos, sitúa el discurso del libro, se afianza la consanguinidad entre escritura y experiencia. Gana "el derecho a la escritura" cualquier experiencia que mantenga el foco abierto. Ninguna sensación, o ningún espejo-poema que la dibuje, es definitiva. En este aire filosófico se arma la poesía de Animales despiertos. Parece un aire seco, pero ya intuye el lector la semilla de entusiasmo que contiene -ahora, apuntada en esa provisionalidad de toda experiencia. Veremos cómo en el libro se inyecta el entusiasmo hölderliano.
3.
Animales despiertos se desarrolla, tras aquel poema previo, en
cuatro partes: El mito y el misterio. El hombre en
su límite. El sueño. El nudo, y una Nota
aclaratoria, en prosa, final.
La primera parte incluye un poema en cuatro momentos, con el subtítulo de Varaciones del mito edénico. ("La mañana de luz"). Es en este poema donde se halla la mayor proximidad a Sombra del paraíso, a la poesía alexaindrina (injustamente hoy menos valorada que ayer). Pero, aquí,apunta David Pujante su extrema orignalidad: el paraíso es el cuerpo animal. El foco en el cuerpo emparenta a Pujante con Gil de Biedma, pero sin el narcisismo y malditismo innatos a la poesía del autor de Las personas del Verbo; y con Luis Cernuda, sin el apogeo sensual, militante y en cierto modo, reprimido, o contenido en la dramática de dos sentidos: el tacto y la vista, este con su goce, aquel con su deseo. David Pujante traspasa esos antecedentes, en busca de su tema, meditativo, que no es otro -entendemos- que la decadencia de la "inocencia compartida".
La segunda parte introduce de lleno la figura humana, como centro ya del decir poético. El hombre en su límite, significará saberse poseedor, el hombre, de un "leve don" (la palabra, pero, sobre todo, la comunicación). La posibilidad de comunicarnos no solo con palabras, con manos, con "la suave mano que pide la caricia", es la esencia de ese don -que da título a uno de los mejores poemas del libro y que plantan esta poesía en el tema actual de la comunicación. Aquí, necesariamente ya, el otro importa. El yo pasa a ser un ansia de un tú o un nosotros. La poesía, por tanto, ha de abrazar el tiempo en que fluye el nosotros y el tú. (Hablábamos arriba, a propósito de culturalismo, de cómo aceptar un límite de forma positiva puede dar frutos más ciertos; aquí, otro ejemplo).
Quizá sea la tercera parte del libro, titulada El sueño, la que en su conjunto encontremos más interesante, más compacta y llena de voz propia. Entre algunos poemas (como "Nueva eternidad"), donde aparece el poema breve en prosa, abandonando el versículo o la silva (de endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos) de otras secciones, se encuentra un poema: "Variaciones Goldberg" -que en parte sigue esa prosodia ya tradicional- que nos interesa especialmente: en él la reflexión sobre el tiempo se materializa; se logra hacer, en el poema, y se comunica al lector con inusitada inmediatez.
Curiosamente, el poema usa el recurso culturalista (lo cual demuestra aquello que veníamos diciendo arriba sobre el culturalismo). Otros poemas, en esta sección y en esta línea sabia en servirse del culturalismo para una poesía moral, son también magníficos; pero destacaría "El viejo relojero". El poema hace presente al Emperador Carlos, en su soberbio arranque: "El príncipe de Yuste, con sus manos de artrítico / sigue uniendo las piezas con inútil dolor". ¿Qué piezas une esa Grande que ha tenido en sus manos el orbe? "¡Se obsesiona y no acierta, pese a su dignidad de persona!" (Fijémonos en el juego de este matiz: su dignidad de persona sería una simpleza interpretarla como signo de poder: El poema se refiera a ti, a cualquiera de nosotros; alude a una obsesión que obsede nuestra dignidad humana, o nuestra creencia en el valor como humanos, ¿por encima de qué?, o ¿pese a qué?).
Introduce este poema una reflexión sobre lo religioso, como experiencia humana (tema tan falto en la poesía española de hoy). De ahí que el poema nos parezca un summum en esta poética moral de David Pujante que asume en "el viejo relojero" una condición humana. Ya el poema culturalista no quiere significar un retrato de un personaje, ni algo que era, en el fondo, un guiño narcisista de identificación del yo del autor a través de esa pseudo-objetivación cultural.
"El que fue emperador de todo el mundo (...)
( ...) al comenzar los rezos matutinos en la nave del templo,
se duerme reclinado, extenuado
tras tanta obstinación (...)
Esta sección del libro, la más compleja, se cierra con el tema del sueño (tema barroco, motivo ascético donde los haya; y que aquí, en la poesía de Pujante, se desarrolla -también con cierta originalidad- al presentarse como el otro lado de aquella búsqueda racional del orden y la armonía de las piezas del mundo, de aquella obsesión por la exactitud de los relojes. Es una ascética del intelecto lo que aporta el tema del sueño, en la poesía de Animales despiertos. Y se trata, ambiguamente, de un cierto consuelo gozoso y de una cierta renuncia a seguir la manía "impertinente" de la conciencia ante la aporía a que le reta el tiempo. Gozo porque deposita el sueño en la posibilidad de una nueva experiencia, porque de algún modo puede el sueño desencajar lo cerrado de la manía; abre, pues, a una aceptación ante el misterio:
Mi cuerpo junto al cuerpo que descansa.
Me fundo junto al cuerpo que reposa,
sin saber nada al fin. Todo está oscuro.
("Las aguas del dormido", V)
La primera parte incluye un poema en cuatro momentos, con el subtítulo de Varaciones del mito edénico. ("La mañana de luz"). Es en este poema donde se halla la mayor proximidad a Sombra del paraíso, a la poesía alexaindrina (injustamente hoy menos valorada que ayer). Pero, aquí,apunta David Pujante su extrema orignalidad: el paraíso es el cuerpo animal. El foco en el cuerpo emparenta a Pujante con Gil de Biedma, pero sin el narcisismo y malditismo innatos a la poesía del autor de Las personas del Verbo; y con Luis Cernuda, sin el apogeo sensual, militante y en cierto modo, reprimido, o contenido en la dramática de dos sentidos: el tacto y la vista, este con su goce, aquel con su deseo. David Pujante traspasa esos antecedentes, en busca de su tema, meditativo, que no es otro -entendemos- que la decadencia de la "inocencia compartida".
La segunda parte introduce de lleno la figura humana, como centro ya del decir poético. El hombre en su límite, significará saberse poseedor, el hombre, de un "leve don" (la palabra, pero, sobre todo, la comunicación). La posibilidad de comunicarnos no solo con palabras, con manos, con "la suave mano que pide la caricia", es la esencia de ese don -que da título a uno de los mejores poemas del libro y que plantan esta poesía en el tema actual de la comunicación. Aquí, necesariamente ya, el otro importa. El yo pasa a ser un ansia de un tú o un nosotros. La poesía, por tanto, ha de abrazar el tiempo en que fluye el nosotros y el tú. (Hablábamos arriba, a propósito de culturalismo, de cómo aceptar un límite de forma positiva puede dar frutos más ciertos; aquí, otro ejemplo).
Quizá sea la tercera parte del libro, titulada El sueño, la que en su conjunto encontremos más interesante, más compacta y llena de voz propia. Entre algunos poemas (como "Nueva eternidad"), donde aparece el poema breve en prosa, abandonando el versículo o la silva (de endecasílabos, heptasílabos, alejandrinos) de otras secciones, se encuentra un poema: "Variaciones Goldberg" -que en parte sigue esa prosodia ya tradicional- que nos interesa especialmente: en él la reflexión sobre el tiempo se materializa; se logra hacer, en el poema, y se comunica al lector con inusitada inmediatez.
Curiosamente, el poema usa el recurso culturalista (lo cual demuestra aquello que veníamos diciendo arriba sobre el culturalismo). Otros poemas, en esta sección y en esta línea sabia en servirse del culturalismo para una poesía moral, son también magníficos; pero destacaría "El viejo relojero". El poema hace presente al Emperador Carlos, en su soberbio arranque: "El príncipe de Yuste, con sus manos de artrítico / sigue uniendo las piezas con inútil dolor". ¿Qué piezas une esa Grande que ha tenido en sus manos el orbe? "¡Se obsesiona y no acierta, pese a su dignidad de persona!" (Fijémonos en el juego de este matiz: su dignidad de persona sería una simpleza interpretarla como signo de poder: El poema se refiera a ti, a cualquiera de nosotros; alude a una obsesión que obsede nuestra dignidad humana, o nuestra creencia en el valor como humanos, ¿por encima de qué?, o ¿pese a qué?).
Introduce este poema una reflexión sobre lo religioso, como experiencia humana (tema tan falto en la poesía española de hoy). De ahí que el poema nos parezca un summum en esta poética moral de David Pujante que asume en "el viejo relojero" una condición humana. Ya el poema culturalista no quiere significar un retrato de un personaje, ni algo que era, en el fondo, un guiño narcisista de identificación del yo del autor a través de esa pseudo-objetivación cultural.
"El que fue emperador de todo el mundo (...)
( ...) al comenzar los rezos matutinos en la nave del templo,
se duerme reclinado, extenuado
tras tanta obstinación (...)
Esta sección del libro, la más compleja, se cierra con el tema del sueño (tema barroco, motivo ascético donde los haya; y que aquí, en la poesía de Pujante, se desarrolla -también con cierta originalidad- al presentarse como el otro lado de aquella búsqueda racional del orden y la armonía de las piezas del mundo, de aquella obsesión por la exactitud de los relojes. Es una ascética del intelecto lo que aporta el tema del sueño, en la poesía de Animales despiertos. Y se trata, ambiguamente, de un cierto consuelo gozoso y de una cierta renuncia a seguir la manía "impertinente" de la conciencia ante la aporía a que le reta el tiempo. Gozo porque deposita el sueño en la posibilidad de una nueva experiencia, porque de algún modo puede el sueño desencajar lo cerrado de la manía; abre, pues, a una aceptación ante el misterio:
Mi cuerpo junto al cuerpo que descansa.
Me fundo junto al cuerpo que reposa,
sin saber nada al fin. Todo está oscuro.
("Las aguas del dormido", V)
Observemos, sin embargo, que el ojo se mantiene despierto, contemplativo del sueño. Es, pues, el tema de la contemplación del sueño - de otro (de otro cuerpo que reposa al lado) lo que sugiere alguna serenidad en la aceptación y le sirve, indirectamente, a la conciencia propia de ejemplo ascético -moral y natural. Ver la entrega del semejante a la verdad del sueño, de la vida, serena de las propias ansias. El tema del sueño, en sus variaciones, y del insomnio (y el despertar "necesario" y no siempre presentado en el libro como deseable) cabalgan los poemas de Animales despiertos.
"El nudo", cuarta parte de la obra, contiene un único poema, sin título, donde se constata la perplejidad ante lo vivido (¿real?, ¿irreal?), pero donde se saca la conclusión de un saber, al fin.
Sabemos de este fuerte nudo que nos ata,
del gozo y la desdicha del amarre a la vida (...)
Fulgencio
Martínez
Revista
Ágora digital
(12
de julio 2013)
ÁGORA DIGITAL JULIO 2013
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