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martes, 25 de noviembre de 2025

NICHITA DANILOV. SIETE POEMAS (original en rumano y traducción al español) / ȘAPTE POEME DE NICHITA DANILOV / ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO N. 35. NUEVA COL. DICIEMBRE 2025 / ANTOLOGÍA DE POESÍA ACTUAL EN LENGUA RUMANA / TEXTOS MAGISTRALES

 

 


              

                    NICHITA DANILOV. SIETE POEMAS

                             original en rumano y traducción al español

                                   ȘAPTE POEME DE NICHITA DANILOV

                        

Los poemas pertenecen al libro de Nichita Danilov:

Por encima de las cosas, la nada / Deasupra lucrurilor, neantul                                                                               (2024, Ed. Junimea. Iași, Rumanía).

 

Traducción de los poemas al español: Simona Leonti.

Prefacio de Bogdan Crețu. (Traducción del prefacio: Felix Nicolau).  

Al cuidado de la edición del libro: Simona Modreanu y Lucian Vasiliu.

         Más información sobre el libro en editorial Junimea:                         

  https://editurajunimea.ro/produs/deasupra-lucrurilor-neantul-por-encima-de-las-cosas-la-nada/?srsltid=AfmBOooXWIF5WcoFNTtg5n7bfY8F8PPFovsAfOZGJIpBC98ZD1ayCKcj

 

 


 

        PRESENTACIÓN

                                 

Por encima de las cosas, la nada” es una antología bilingüe en rumano y en español, de poemas de Nichita Danilov. Fue publicada por la editorial Junimea el pasado año, 2024, bajo los auspicios de la directora editorial Simona Modreanu. Las traducciones al español son de Simona Leonti, para los poemas, y del profesor Felix Nicolau para el texto del prefacio. Un lúcido texto prologal de Bogdan Crețu nos introduce en la obra y en la poética de Nikita Danilov.

Tuve el honor de conocer a Nichita Danilov y de escuchar sus poemas, primero en Bucarest y este año 2025 en Iași. Su persona es de aquellas que transmiten el sentir hondo de la poesía, y para ello basta solo con escucharle una sola palabra cualquiera en conversación, o incluso basta con observarlo en silencio, en ese silencio profundo que le envuelve como si llegara de otro mundo y tuviera prisa por volver a él. Cioran se autodefinía finalmente, en París, como un “exiliado metafísico”. Hay poetas -como es el caso de Danilov- que también nos producen, con su obra o con su figura humana, o con ambas, la inquietud y a la vez el goce sereno de encontrarnos ante unos raros y hermosos especímenes, unos exiliados metafísicos, vivan donde vivan, en su país o en tierra foránea.

Acierta a revelar Crețu (en unas palabras que extraemos del prólogo del libro, traducidas del rumano por mi amigo el profesor de la Universidad de Granada, Felix Nicolau) dos claves de la poética de Nikita Danilov. Las reproduzco por separado, abreviadas:

 

Desde su primer volumen, Fântâni carteziene (Pozos cartesianos), destaca su voz personalísima (…) La poesía de Nichita Danilov descubre una vena vigorosa en la exploración de una ansiedad, a veces recargada y teatral, de la aproximación de la divinidad por parte del ser humano; lo que no significa que ésta adquiera rasgos visionarios, místicos o de otra naturaleza, como superficialmente se ha observado a veces: su lirismo reside, de hecho, en la febrilidad de la búsqueda, del tanteo. La única certeza es el presentimiento de lo que la ausencia de lo trascendente significaría. «... Solos frente a la noche / ¡terriblemente solos / no nacemos, ni morimos!». No hay nada más angustioso que esta continua vacilación, que este estado incierto, sin solución posible.

                                               (“El castigo”, de Nichita Danilov, p.9. op. cit.)

 

El pulso hacia lo trascendente es un componente esencial en los poemas de Danilov. Pero también lo es el sufrimiento y la memoria histórica, testimoniada personalmente. Hemos elegido (ya que el autor nos ha dado licencia para hacerlo) unos primeros poemas breves alusivos al primer asunto. Poemas sencillos, puros, se diría, pero de una contenida desesperación. Y los dos últimos, en nuestra selección, versan sobre el segundo motivo apuntado: “Azul” y “Réquiem por un país perdido”. Sencillamente, deslumbrantes, aun dolorosos, terribles. A pesar de su extensión, hemos creído que el lector español no podía dejar de encontrarse con estos poemas, si no los ha conocido hasta ahora.

Concluimos la presentación con unas palabras de nuevo de Bogdan Crețu:

La poesía de Nichita Danilov no es de ninguna forma explícita, ya que todo recae en los escenarios, que cultivan una ambigüedad seria, sin ser oscura (…)

Al preguntarse en un ensayo «¿Cuánta ficción existe en un texto poético?», el escritor llega a la conclusión, rigurosamente argumentada, de que el material que moldea no es de ningún modo un material neutro: «las palabras se rebelan en contra del que las emitió». «Al acercarte a la poesía, añade, tienes que tener el cuerpo y el alma limpios». ¿Será ingenuidad creer en el potencial mágico de la palabra? ¿Tendrá el lenguaje no solo la capacidad de nombrar el mundo, de describirlo, sino la de influenciarlo? Nichita Danilov cree definitivamente que sí: «Las palabras guardan adentro latencias ocultas y, mediante una determinada forma de enlazarlas, mediante un orden que el poeta intuye, pueden traer el bien o el mal». ¡Ojo! Se trata solamente de la palabra esencial, de la poesía auténtica. No sirve aquí el escepticismo: lo real se deja moldear por el texto y el poeta se convierte en una especie de taumaturgo. Se da aquí el signo de una religión de la poesía, de una creencia en el don propio, que ya no se deja explicar por el azar, sino que se convierte en una deuda que hay que respetar con máxima seriedad. Quien no lo crea no es poeta de verdad, sino un ingeniero concienzudo del texto, un artesano, un artífice que confecciona fríamente un objeto desprovisto de espiritualidad. No es el caso de Nichita Danilov, que afirma, en paz consigo mismo, que «no se puede alcanzar la esencia de las cosas sin sufrir el castigo»

                                               (“El castigo”, de Nichita Danilov, pp. 11.12. op. cit.)

 

 

                                                selección y presentación de Fulgencio Martínez para la revista Ágora

 

 

  POEMAS DE NICHITA DANILOV

 

                         

                                                [1]

 

        SIGLO XX

 

He muerto cuando Dios

aún no había nacido

y he nacido cuando Dios

¡ya estaba muerto!

 

El siglo XX se estaba acabando.

Márquez había escrito Cien años de soledad,

Nietzsche – Así habló Zaratustra.

El hombre había pisado la luna.

¡Desde el cielo se derrumbaban

los ángeles muertos!

 

En el horizonte asomaba

una tercera guerra mundial.

Einstein había fallecido

¡y Dios ya estaba muerto!

 

Era el fin del fin de un mundo

y el inicio del inicio de un hombre

en el que ya nadie creía.

En la calle soplaba un viento cada vez más oscuro,

en el cielo las águilas daban vueltas

cada vez más inquietantes.

Cada vez más fúnebre una campanada

pregonaba un nuevo comienzo.

¡Aleluya!

 

 

 

        SECOLUL XX

 

Am murit când Dumnezeu

nu se născuse încă

şi m-am născut când Dumnezeu

era deja mort!

 

Secolul XX era pe sfârşite.

Marquez scrisese Un veac de singurătate,

Nietzsche – Aşa grăit-a Zarathustra.

Omul pusese pasul pe lună.

Din cer se prăbuşeau

îngerii morţi!

 

La orizont se vestea

un al treilea război mondial.

Einstein murise

şi Dumnezeu era deja mort!

 

Se sfârşea sfârşitul unei lumi

şi începea începutul unui om

în care nu mai credea nimeni.

Pe străzi bătea un vânt tot mai negru,

pe cer vulturii se roteau

tot mai neliniştitor.

Un dangăt tot mai funebru

vestea un nou început.

Alleluia!

 

 

 

                                     [2]

 

          SOMBRA

 

Mi rostro no podrás

ver jamás turbio como el agua,

tú que me llamas desde adentro

¡y me convidas hacia adentro!

Suaves vapores flotarán

como signo de interrogación

y en vez de respuesta

se esparcirá en el lago

una extraña bandada de cisnes por la tarde

enturbiándome el atardecer y el agua,

pero no el rostro. Pues mi rostro

¡jamás lo podrás enturbiar!

 

 

 

 

        UMBRĂ

 

Chipul meu nu-l vei putea

vedea niciodată tulburat ca o apă,

tu cel care mă strigi din adâncuri

şi mă chemi în adâncuri!

Aburi uşori vor pluti

în semn de întrebare

şi în loc de răspuns

se va risipi peste lac

un stol ciudat de lebede seara

tulburându-mi amurgul şi apa,

nu chipul. Căci chipul meu

nu-l vei putea tulbura niciodată!

 

 

 

                                                     [3]

 

            ESTACIÓN

 

Esta sagrada tristeza de las nubes

pintada en la ventana.

¡Este fin de siglo

salpicado en las paredes!

Espesa como un agua se derrite por las calles la tarde...

 

... ¿Quién nos abrió en la frente estas ventanas,

quién nos alzó en el pecho

estas menudas puertas?

Vagando por mí mismo voy como por una enfermiza estación.

Oigo la voz de mi madre tras la oscura muralla:

¿A qué viniste aquí,

por qué regresas?

Vete, sal mientras te quede tiempo aún.

 

Oigo la voz de mi hermano apagada, como a través del agua:

¡Sal cuanto antes de esta luz

y déjame a solas

a respirar en mi penumbra...!

 

¿De quién son los rostros que se guardan aquí,

en esta pútrida luz de la tarde?

Las mil cabezas cercenadas

¿qué estación aguardan?

¿Los brazos de quién se sembrarán en el campo,

los dientes de quién brotarán de la hierba?

 

Deambulando voy por mí mismo como por una extraña

estación.

Entre manos el cráneo de Yorick, me pregunto:

Si he segado

¿dónde y qué he segado?

Y si aúno, ¿cuándo y a quién aúno?

 

 

        ANOTIMP

 

Această tristeţe sacră a norilor

zugrăvită pe fereastră.

Acest sfârşit de secol

împroşcat pe pereţi!

Ca o apă grea se scurge pe străzi seara...

 

... Cine ne-a deschis în frunte aceste ferestre,

cine ne-a zidit în piept

aceste scunde uşi?

Prin mine umblu ca printr-un anotimp bolnav.

Glasul mamei îl aud prin zidul întunecat:

De ce ai venit aici,

pentru ce te-ai întors?

Pleacă, ieşi cât mai ai timp.

 

Glasul fratelui îl aud stins, ca prin apă:

Ieşi cât mai repede din această lumină

şi lasă-mă singur

să respir în umbra mea...

 

Feţele cui se păstrează aici,

în această putredă lumină de seară?

O mie de capete retezate

aşteaptă ce anotimp?

Braţele cui vor fi semănate pe câmp,

dinţii cui vor răsări din iarbă?

 

Prin mine trec ca printr-un ciudat anotimp.

Cu ţeasta lui Yorick în mâini, mă întreb:

Dacă am secerat

unde şi ce am secerat?

Şi dacă adun, când şi pe cine adun?

 

 

                                              [4]

 

        PAISAJE CON MANOS Y ALAS

 

Detrás de cada hombre

vigila un ángel. El ángel

que hay detrás de mí ha caído

y sin embargo ¿cúyas son estas manos,

estas manos suaves como alas

que tan nostálgica, tan nostálgicamente

cubren mis ojos?

 

 

 

          PEISAJ CU MÂINI ŞI ARIPI

  

În spatele fiecărui om

stă de veghe un înger. Îngerul

din spatele meu a căzut

şi totuşi ale cui sunt mâinile astea,

aceste mâini fine ca nişte aripi

ce atât de nostalgic, atât de nostalgic

îmi acoperă ochii.

 

 

 

                                                                        [5]

 

        POR ENCIMA DE LAS COSAS

 

 

No veréis mi cara, pues la mía

os es en demasía adelantada. El bien y el mal,

la parte y el todo, la luz y la oscuridad

y este infinito camino

que acaba en todo.

 

Y no veréis mi cara ni sentiréis mi sombra

ya que mi sombra está constantemente debajo de la vuestra:

el bien y el mal, la parte y el todo,

la luz y la oscuridad

y este infinito camino

 

que acaba en todo.

 

 

 

 

          DEASUPRA LUCRURILOR

 

 

Nu-mi veţi vedea faţa, căci faţa mea

e mult prea-n faţa voastră. Binele şi răul,

partea şi întregul, lumina şi întunericul

şi acest drum nesfârşit

ce se sfârşeşte în toate.

 

Nu-mi veţi vedea faţa şi umbra nu-mi veţi simţi

căci umbra mea e permanent în umbra voastră:

binele şi răul, partea şi întregul,

lumina şi întunericul

şi acest drum nesfârşit

 

ce se sfârşeşte în toate...

 

 

 

 

                                                    [6]

 

          AZUL

 

La moral de nuestras tropas dejaba mucho que desear:

cada soldado llenaba su cantimplora

del río que fluía a sus pies

la fortaleza que habíamos asediado no se

dejaba conquistar en vano

habíamos traído con nosotros máquinas de guerra

escalinatas torres de madera catapultas

subíamos dando gritos, llevando pendones en las murallas

nadie podía subir más de la mitad

de la muralla: el perfecto silencio de los de dentro

nos desanimaba más

y las risas y la bárbara alegría que reinaba entre nosotros

nos hacían rabiar simplemente

rabiar

impotentes impotentes agitábamos

los puños en el aire frente a las puertas grandes

frente a las murallas extremadamente blancas

que no podían macular

ni la sangre ni la piedra ni el plomo fundido

ni el alquitrán ardiente:

seguían estando igualmente blancas

más blancas que la primera nieve caída

más puras que la primera nevada de cerezos de mayo.

 

Impotentes frente a las murallas

nos preguntábamos qué fortaleza asediábamos y de quién

jugábamos al dado bajo sus puertas

¿qué fortaleza es esta y de quién?

gritábamos y nos quedaba el grito colgando en las manos

y la furia frente a las blancas murallas

extremadamente blancas y frente a las grandes puertas

inmaculadas

detrás de las cuales reinaba el silencio absoluto

y el grito ciego que no podíamos escuchar

estábamos aquí desde ya años

desde hace ya siglos: los soldados habían traído

a sus mujeres y habían empezado a construir

casas, a cuidar del ganado y a cultivar la tierra alrededor

elevaron altos palacios y altas ciudades fortificadas

y solo nosotros –dos, tres– permanecíamos frente a las

murallas

antiguas: por la noche caíamos de rodillas

nos postrábamos junto a las puertas grandes

frente a las inmaculadas e increíblemente

blancas murallas plenamente redondas

a las que no podías dar la vuelta

en toda una vida.

 

– Abrid las puertas

dejadnos entrar, gritábamos

no como vencedores, sino

como esclavos,

como vencidos.

Queremos ver con quién hemos combatido

y qué queríamos conquistar.

 

Adentro reinaba no obstante el mismo silencio inmutable

y solo por la noche el relinchar de los caballos

y el goteo del agua en el estanque o el ruido de alguien

arrastrando los pies

nos hacían sospechar que tal vez

allí dentro pasaban cosas extrañas:

nuestros viejos soldados ya se encargaban

del comercio de trigo;

se habían labrado casas grandes

fincas hermosas. La nueva ciudad fortificada

era cada vez más floreciente

cada vez más próspera

y solamente nosotros –dos, tres–

llenos de polvo y de sangre en los hombros

seguíamos frente a las puertas de la vieja Ciudad Fortificada

de la que apenas, vagamente,

si se acordaba alguien de vez en cuando

y la Ciudad disminuía, se encogía sobre sí misma

cada año: empequeñecía como un

viejecito pasado ya del último tramo de la vida

se hacía cada vez más nimia, más diminuta

llegando a ser como un huevo de paloma, casi nada, un grano

de arena

pero del cual surgía ahora una enorme algarabía:

el estertor de los caballos moribundos

y la tos de otoño

y unos dedos ennegrecidos o algún ojo

todavía vivo que el viento

depositaba a nuestros pies

nos hacía sospechar el haber asediado

un hospital o una ciudad devastada por la lepra…

 

 

 

 

        AZUR

 

Moralul trupelor noastre lăsa de dorit:

fiecare soldat îşi umplea plosca

din râul ce curgea la picioarele lui

cetatea pe care o asediasem nu se

lăsa cucerită zadarnic

adusesem cu noi maşini de război

scări turnuri de lemn catapulte

ne căţăram cu urale şi steaguri pe ziduri

nimeni nu putea urca mai mult de jumătate

de zid: tăcerea desăvârşită a celor dinăuntru

ne descuraja şi mai mult

iar râsetele şi veselia barbară ce domneau printre noi

ne făceau să turbăm pur şi simplu

să turbăm de furie

neputincioşi neputincioşi agitam

pumnii în aer în faţa porţilor mari

în faţa zidurilor albe extrem de albe

pe care nu le puteau macula nici

sângele nici piatra nici plumbul topit

nici smoala fierbinte:

rămâneau la fel de albe

mai albe decât prima zăpadă

mai pure decât prima ninsoare de vişini în luna mai.

 

Nepuntincioşi în faţa zidurilor

ne întrebam ce cetate asediem şi a cui

jucam zaruri sub porţile ei

ce fel de cetate e asta şi-a cui?

strigam şi rămâneam cu strigătu-n mâini

şi cu furia în faţa zidurilor albe

extrem de albe şi în faţa porţilor mari imaculate

 

în spatele cărora domneau tăcerea desăvârşită

şi strigătul orb pe care nu-l puteam auzi

stăteam aici de câţiva ani buni

de câteva secole: soldaţii îşi aduseseră

cu ei nevestele se apucară să înalţe

case să crească vite şi să cultive pământul din jur

clădiră palate înalte şi alte cetăţi

şi doar noi – doi-trei – mai rămăsesem în faţa zidurilor

 

vechi: seara cădeam în genunchi

ne prosternam lângă porţile mari

în faţa zidurilor imaculate şi de neînchipuit

ziduri albe şi perfect circulare

pe care nu le puteai înconjura

nici într-o viaţă de om.

 

– Deschideţi-ne porţile

primiţi-ne înăuntru, strigam

nu ca pe nişte învingători, ci

ca pe nişte sclavi,

ca pe nişte învinşi.

Vrem să vedem cu cine-am luptat

şi ce am vrut să cucerim.

 

Înăuntru domnea însă aceeaşi tăcere desăvârşită

şi doar noaptea nechezatul de cai

şi picurul apei dintr-un havuz şi târşâitul unor paşi

 

ne făceau să bănuim că totuşi

acolo înăuntru se petrec lucruri ciudate:

ostaşii noştri bătrâni se ocupau

acum cu negoţul de grâne –

îşi clădiră case mari

vile frumoase. Cetatea cea nouă

devenea tot mai înfloritoare

din ce în ce mai prosperă

şi doar noi – doi-trei –

plini de praf şi de sânge pe umeri

mai stăteam în faţa porţilor vechii Cetăţi

de care vag foarte vag

îşi mai aducea câte unul aminte

şi care se micşora se strângea în ea însăşi

în fiecare an: se împuţina ca un

om bătrân trecut de mult de ultima vârstă

devenea tot mai mică tot mai măruntă

ajungând cât un ou de hulub aproape nimic, un fir de nisip

dar din care răzbătea acum o larmă îngrozitoare:

horcăitul de cai muribunzi

şi tusea de toamnă

şi nişte degete înnegrite sau câte un ochi

încă viu pe care vântul

ni le aduceau la picioare

ne făcea să bănuim c-am asediat

un spital sau o cetate cuprinsă de lepră...

 

 

 

                                                     [7]


        RÉQUIEM POR EL PAÍS PERDIDO

 

Cargábamos puños de tierra de un país a otro,

los vertíamos en terrones más grandes o más chicos

en la plaza pública.

Con la mirada fija en el cielo, rezábamos frente a las banderas

siempre a media asta

que nuestros muertos perdidos en el cielo

bajen de nuevo a la tierra,

santificando la tierra que depositamos a sus pies.

 

Hurgábamos siempre bajo los troncos de los árboles

abetos blancos y rojos, y robles con el ramaje encendido:

palpábamos con la yema de los dedos sus raíces

como sogas, como arterias

(o como cuerdas de arpa en las que había que tocar)

aguzando el oído para captar el crujido de las hojas

y el canto de los pájaros escondidos en el ramaje;

mirábamos la luna y los signos del zodiaco,

la Vía Láctea incrustada

en nuestras manos encallecidas de tanto trabajo;

 

junto con la tierra traíamos

las briznas de hierba surgidas en el campo,

desplazábamos las nubes de un lado al otro, y el viento también

lo contábamos todo – cada puño de tierra

trasladado de un lado al otro de la frontera

lo apuntábamos escribiendo nítidamente en los renglones de un registro  

abierto en una página muerta.

 

Los aduaneros nos miraban de paso

apuntando en sus registros

los sacos de tierra que cargábamos minuciosamente.

Columnas de cifras surgían en los registros

haciendo fila como soldados antes de la batalla;

perros adormecidos en el campo arado alzaban su hocico

husmeando desde lejos nuestra sombra,

un ladrido corto y lúgubre,

luego otra vez se dejaban ganar por el sueño

que parecía no tener ni principio ni fin.

 

Junto con la tierra cargábamos también las briznas de hierba,

pelos y colillas recogidos en la calle,

llevábamos de un lado al otro

las tumbas de nuestros muertos

para que bendigan nuestra tierra,

llevábamos las aguas y el viento también,

embaucábamos las nubes del cielo

y los pájaros que revoloteaban sus alas

por encima del alambre de púas;

adiestrábamos las palomas mensajeras para recorrer el camino

hasta allí y dar vuelta atrás; atábamos bajo sus alas la ceniza

de los ancestros recogida en urnas todavía humeando;

atábamos en sus garras pedazos de pendones y cruces

y las enviábamos como mensajeros,

como arcángeles resplandecientes

al país extranjero para luego hacerlas tornar.

 

Cargando los sacos de tierra de un lado

para el otro, rehacíamos nuestro país soñado,

nuestro país perdido, que nuestros enemigos

invisibles nos habían arrebatado de debajo de los pies

como si fuera una alfombra, convirtiendo nuestras espaldas

en trapo, en fregona para quitar lo soez y el polvo;

cargando tierra en sacos y entre las palmas

enseñábamos a nuestros hijos

a los nacidos y a los que estaban por nacer

el camino recto que lleva hacia la luz;

armados de fe y de paciencia

avanzando un paso, dando dos hacia atrás,

luego avanzando de nuevo,

habíamos logrado ablandar poco a poco

a nuestros enemigos

que se dejaban sentir en la penumbra...

 

Los únicos enemigos restantes éramos nosotros mismos,

pues lo que construíamos de día

de noche rompíamos, sonámbulos despiadados,

pisoteábamos la tierra minuciosamente cargada,

en los puños y en sacos al otro lado de la frontera,

recogiéndolo entre las palmas lo llevábamos atrás,

escurriendo nuestras sombras por el alambre de púas,

arrastrándonos, de rodillas,

siguiendo los rastros de nuestros antepasados cuya

tierra quitábamos, sin percatarnos,

tierra humeando debajo de los cráneos,

para llevarla al país extranjero

y depositarla frente a las banderas a media asta.

 

Venerando ídolos ajenos con pies de barro,

los llevábamos hacia atrás, bajo las miradas llenas de odio

de los perros que

vigilaban adormecidos el campo arado.

 

Los jóvenes se arrodillaban

frente a las urnas; sus rótulas palpitaban

como lámparas iluminadas por la luz

de la luna: alejándonos en la noche

les decíamos: «Para vosotros hemos traído

esta tierra, para vosotros hemos tragado

la humillación y el frío de una vida sin sentido,

para que tengáis una vida mejor...»

Y ellos, renunciando por un instante a los placeres,

a su juventud alborotada,

pensaban en nosotros, en las adversidades

que tuvimos que aguantar,

y rezaban por nosotros, por nuestra paz,

por la alegría que íbamos a sentir

antes que los granos de arena de la vida

se escurran del reloj de arena dibujado en las palmas;

su pelo, sus ojos iluminaban

como luces LED en la noche.

 

Cargábamos la tierra en los puños, llevándola de un país al otro

hallábamos algún brazo en alguna parte,

en otra, una clavícula encharretada

o una pierna con su galón;

en alguna parte encontrábamos una espada,

en otra, un cañón o un fusil;

las metíamos todas en sacos de rafia

que arrastrábamos al pasar la frontera

siguiendo el rastro de los caballos muertos

iluminados por los fríos rayos de la luna

que alargaba nuestras sombras

proyectándolas sobre el campo recientemente arado.

El tiempo parecía haberse detenido,

y el espacio se había derramado, escurriéndose

sigilosamente de un lado al otro del reloj de arena;

nos hallábamos aquí y allá,

partiendo permanecíamos en el mismo sitio;

volviendo, encontrábamos nuestras figuras

en cuclillas alrededor de los fuegos

parpadeando, silenciosas, en la plaza:

todo lo de aquí estaba también allí

en cierta medida alterado.

 

¿Quiénes somos? nos preguntábamos

y la pregunta quedaba

flotando en las palmas que nos cubrían

los rostros trastocados por el miedo.

 

Los anuncios publicitarios parpadeaban tímidamente

alumbrando la multitud, sus cabezas arrodilladas.

Con relucientes prendas

los ídolos con pies de barro

alzaban sus rostros de la ceniza.

 

Nos arrastrábamos aullando como perros

a sus pies envueltos

en banderas humeantes,

olvidando a nuestro buen Dios

desconociéndonos y olvidando el país,

mientras que la tierra cargada

se convertía en mugre pegajosa

con la que untábamos nuestros cuerpos

iniciando un baile alrededor

de los ídolos que velaban la fosa…

 

Al volver a cruzar con los puños cerrados

el borde, llegaban los buenos aduaneros

y desataban nuestros talegos,

hurgaban como perros la tierra

que llevábamos atrás (aquí y allá

era nuestra tierra prometida; aquí una mitad del paraíso,

allá la otra mitad)

llevada por las balanzas de una suerte

que no quería inclinarse

ni a izquierda, ni a derecha,

y el río como un brazo, como una balanza

destellaba bajo la serena luz de la luna

sacudiendo las cubas vacías;

desatábamos los sacos, los bolsos, las talegas ennegrecidas

y las alforjas repletas,

de huesos y los puños llenos de tierra.

Nos preguntaban qué llevábamos con nosotros,

y nosotros, balbuceando, respondíamos nada,

pero no se dejaban convencer fácilmente

y al deshacer nuestros apretados puños

hallaban algún ojo muerto, helado,

alguna oreja ensuciada, con rastros de cal o de tierra…

 

 

Oigan, decían,

con una risita siniestra,

¿por qué mentís?

Y mientras nosotros, tropezando, balbuceábamos algo

algún sinsentido, buscando una respuesta creíble

en silencio volvían a cerrar nuestros puños,

y junto al ojo muerto añadían uno de vidrio.

Id por vuestro camino, nos aconsejaban,

seguid forcejeando entre tinieblas,

pues el país que buscáis en ninguna parte lo encontraréis

no hallaréis vuestro país soñado, vuestro país eterno,

sin importar a donde iréis

en todas partes no habrá más que tinieblas...

Entre los ojos ciegos que aferrábamos entre manos

escondíamos también algún dado,

algún ojo que podía cambiar nuestro destino.

Agitábamos los dados en el hueco de las manos

y los tirábamos a los pies de los ídolos falsos,

a los pies de los maniquíes

agobiados por los anuncios publicitarios

renovando cada vez las esperanzas de que

del hueco de nuestras palmas

ruede el ojo ganador,

el ojo destinado a iluminar nuestra suerte;

sin embargo, cada vez, del hueco de las manos

rodaban con un sordo zumbido

los ojos ciegos, inmóviles, cubiertos por una película

blanquecina y opaca,

que nos miraban sin ver,

dentro de los cuales nuestro mundo patas arriba

se proyectaba en el mundo;

vivíamos una eterna y dulce ilusión.

Sin percatarnos

ignorábamos nuestro destino,

cargando tierra de un país a otro,

cavando de un lado

y del otro lado del río la fosa...

 

Los anuncios publicitarios parpadeaban tímidamente

alumbrando la multitud, sus cabezas arrodilladas.

Con relucientes prendas

los ídolos con pies de barro

alzaban sus rostros de la ceniza.

Nos arrastrábamos aullando como perros

a sus pies envueltos

en banderas humeantes,

olvidando a nuestro buen Dios

desconociéndonos y olvidando el país,

mientras que la tierra cargada

se convertía en mugre pegajosa

con la que untábamos nuestros cuerpos

iniciando un baile alrededor

los ídolos que velaban entre tinieblas.

Sin percatarnos

ignorábamos nuestro destino,

cargando tierra de un país a otro,

cavando de un lado

y del otro lado del río la fosa.

 

 

 

 

 

RECVIEM PENTRU ȚARA PIERDUTĂ

 

 

Căram pumni de pământ dintr-o țară în alta,

le vărsam în grămăjoare mai mari și mai mici în piața publică.

 

Cu ochii ațitiți la cer, ne rugam în fața steagurilor

mereu coborâte în bernă

la morții noștri rătăciți în cer

să coboare din nou pe pământ,

sfințind țărâna pe care le-o așterneam la picioare.

 

Scormoneam mereu sub trunchiurile copacilor,

brazi și molizi, și stejari cu coroana arzândă:

le pipăiam cu buricul degetelor rădăcinile

ca pe niște frânghii, ca pe niște artere

(sau ca pe niște corzi de harfă la care trebuia să cântăm)

stăteam cu urechea ciulită la foșnetul frunzelor

și la cântecul păsărilor pitulate printre crengi;

priveam luna și semnele zodiacale,

Calea lactee încrustată

în palmele noastre bătătorite de muncă;

 

odată cu pământul aduceam

și firele de iarbă răsărite pe câmp,

norii îi mutam dintr-un loc în altul, și vântul;

număram totul – fiecare pumn de pământ

trecut dintr-o parte în alta a graniței

îl consemnam aliniindu-l frumos în coloanele unui catastif

 

deschis la o pagină moartă.

 

Vameșii ne priveau în treacăt

consemnând în registrele lor

sacii de pământ cărați cu migală.

Coloane de cifre răsăreau în registre,

aliniindu-se ca niște soldați înainte de luptă;

câinii adormiți pe fâșia arată își ridicau botul

adulmecându-ne de departe umbra,

lătrau scurt și lugubru,

după care se cufundau din nou într-un somn

ce nu avea parcă nici început și nici sfârșit.

 

Odată cu pământul căram și firele de iarbă,

firele de păr și mucurile de țigări adunate de pe străzi,

duceam într-o parte și alta

mormintele morților noștri

ca să ne binecuvânteze țărâna,

duceam și apele, și vântul,

momeam norii de pe cer

și păsările ce-și fâlfâiau aripile

deasupra sârmei ghimpate;

dresam porumbeii călători să facă drumul

acolo și îndărăt; le legam sub aripi cenușa

străbunilor adunată în urne ce fumegau încă,

le legam de gheare bucăți de prapuri și cruci

și le trimiteam ca pe niște soli,

ca pe niște arhangheli luminosi

în țara străină și apoi îi chemam înapoi.

 

Cărând saci de pământ dintr-o parte

în alta, refăceam țara noastră din vis,

țara noastră pierdută, pe care dușmanii noștri

nevăzuți ne-o traseră de sub picioare

ca pe un preș, transformând spinările noastre

în cârpe, în mopuri de șters murdăria și praful;

cărând pământ cu sacii și pumnii,

le arătam copiilor noștri,

celor născuți și celor nenăscuți încă,

calea cea drepată ce duce spre lumină;

înarmați cu credință și răbdare,

înaintând un pas și făcând doi îndărăt,

apoi iarăși înaintând,

reușisem să-i îmblânzim încetul cu încetul

pe dușmanii noștri

ce-și făceau simțită prezența în umbră…

 

Singurii dușmani rămăserăm noi înșine,

căci ceea ce clădeam ziua

noaptea distrugeam, ca niște somnambuli, fără milă,

călcam în picioare pământul cărat,

adus cu trudă în saci și în pumni peste graniță,

adunându-l în căuș îl duceam îndărăt,

strecurându-ne umbrele prin sârma ghimpată;

târându-ne în genuchi

pe urmele strămoșilor cărora le

luam, fără să ne dăm seama,

pământul fumegând de sub creștet,

pentru a-l duce în țară străină

și-a-l așeza în fața steagurilor coborâte în bernă.

 

Închinându-ne la idoli străini cu picioare de lut,

îl duceam îndărăt sub privirile pline de ură

ale câinilor ce-și făceau

somnul de veci tolăniți pe fâșia arată.

 

Tinerii se lăsau în genunchi

în fața urnelor; rotulele lor pâlpâiau

ca niște candele aprinse de lumina

lunii: îndepărtându-ne în noapte,

le spuneam: „Pentru voi am adus

pământul acesta, pentru voi am îndurat

umilința și frigul unor vieți fără rost,

ca să aveți parte de o viața mai bună…”

Iar ei, renunțând o clipă la plăceri, la tinerețea lor zbuciumată,

 

se gândeau la noi, la vitregiile sorții

pe care le-am avut de îndurat,

și se rugam pentru noi, pentru liniștea noastră,

pentru bucuria pe care trebuia s-o simțim

înainte ca firele de nisip ale vieții

să ni se scurgă din clepsidra desenată în palmă;

părul lor, ochii lor luminau

ca niște leduri în noapte.

 

Căram pumni de pământ dintr-o țară în alta,

găseam într-o parte câte un braț,

în alta o claviculă cu epoleți

sau o gambă cu tot cu vipușcă;

într-o parte găseam o sabie,

în alta un tun sau o pușcă;

pe toate le înghesuiam în saci împletiți din rafie

le luam cu noi peste graniță

plecând pe urmele cailor morți

luminați de razele reci ale lunii

ce ne lungea umbrele

proiectându-le pe fâșia proaspăt arată.

Timpul părea că se oprise în loc,

iar spațiul se revărsase scurgându-se

tăcut dintr-o parte a clepsidrei în alta;

eram aici și dincolo,

plecând rămâneam pe loc;

întorcându-ne, ne regăseam siluetele

ghemuite în jurul focurilor

pâlpâind tăcut în piața publică:

tot ce era aici, se afla și dincolo

schimbat într-o oarecare formă.

 

Cine suntem noi, ne întrebam

și rămânem cu întrebările

în palmele răsfirate peste

chipurile noastre contorsionate de teamă.

 

Reclamele luceau stins

luminând capete îngenuncheate ale mulțimii.

Îmbrăcați în veșminte strălucitoare,

idolii cu picioare de lut

își ridicau fața din cenușă.

 

Ne târam scheunând ca niște câini

la picioarele lor înfășurate

în steaguri fumegânde,

uitând de Dumnezeul nostru bun,

uitând de noi și de țară,

în timp ce pământul cărat

se transforma într-o mâzgă cleioasă,

ne ungeam trupul cu el,

încingând un dans în jurul

idolilor ce vegheau groapa comună…

 

Când treceam înapoi cu pumnii strânși

granița veneau vameșii buni

și ne dezlegau desăgile,

scormoneau ca niște câini în pământul

pe care-l duceam îndărăt (aici și acolo

ne era țara promisă; aici o jumătate de rai,

dincolo altă jumătate)

purtată de balanțele unei sorți

ce nu voia să se încline

nici la stânga, nici la dreapta,

și râul ca un braț, ca o cumpănă

albea în lumina calmă a lunii,

scuturându-și ciuturele goale;

ne desfăceam sacii, traistele, sacoșele murdare, tăgârțele pline

 

de oseminte și pumnii plini de pământ.

Ne întrebau ce ducem cu noi,

iar noi, bâlbâindu-ne, răspundeam că nimic,

ei însă nu se lăsau convinși

cu una cu două și desfăcându-ne pumnii

găseau câte un ochi mort, înghețat,

câte ureche murdară de var sau țărână.

 

Ei, vedeți, ne spuneau

rânjind pe sub mustăți,

de ce ne mințiți, de ce vreți să ne duceți în eroare?!

Și în timp ce noi, poticnindu-ne, bâguiam cuvinte

fără sens, căutând în minte un răspuns cât de cât plauzibil,

ei ne închideau în tăcere pumnii la loc,

și lângă ochiul mort îndesau și unul de sticlă.

Să mergeți pe drumul vostru, ne îndemnau,

orbecăiți în continuare prin beznă,

nicăieri nu veți găsi țara pe care o căutați,

țara voastră din vis, țara voastră eternă,

peste tot pe unde veți duce,

veți da numai de beznă…

Printre ochii orbi strânși în pumni

noi ascundeam și câte un zar,

câte un ochi care ne putea schimba destinul.

Băteam zarurile în palmă

și le aruncam la picioarele idolilor falși,

la picioarele manechinelor

potopite de reclame,

sperând de fiecare dată

ca din cupa palmelor noastre

să se rostololească ochiul câștigător,

 

ochiul menit să ne lumineze destinul;

de fiecare dată însă din căuș

se rostoleau zornăind surd

ochii orbi, ochii nemișcați, acoperiți de-o peliculă albă, opacă,

 

care ne priveau fără să ne vadă

și înlăuntrul cărora imaginea noastră răsturnată

se proiecta peste lume;

trăiam o nesfârșită și dulce iluzie.

Fără să ne dăm seama,

noi singuri ne ignoram soarta,

cărând pământ dintr-o țară în alta,

ne săpam și într-o parte

și în cealaltă parte a râului groapa comună…

 

Reclamele luceau stins

luminând capete îngenuncheate ale mulțimii.

Îmbrăcați în veșminte strălucitoare,

idolii cu picioare de lut

își ridicau fața din cenușă.

Ne târam scheunând ca niște câini

la picioarele lor înfășurate

în steaguri fumegânde,

uitând de Dumnezeul nostru bun,

uitând de noi și de țară,

în timp ce pământul cărat

se transforma într-o mâzgă cleioasă,

ne ungeam trupul cu el,

încingând un dans în jurul

idolilor ce vegheau în beznă.

Fără să ne dăm seama,

noi singuri ne ignoram soarta,

cărând pământ dintr-o țară în alta,

ne săpam și într-o parte

și în cealaltă parte a râului groapa comuna.

 

 

 

Nichita DANILOV

Deasupra lucrurilor, neantul

Por encima de las cosas, la nada

 

 ÍNDICE DE LOS POEMAS SELECCIONADOS PARA ÁGORA, CON SU NÚMERO DE PÁGINA CORRESPONDIENTE EN LA ANTOLOGÍA "POR ENCIMA DE LAS COSAS, LA NADA"/ Deasupra lucrurilor, neantul (Editura Junimea, Iasi, 2024)

Secolul XX ........................................................................................................22

Siglo XX            .................................................................................................23

Umbră ................................................................................................................16

Sombra ...............................................................................................................17

Anotimp..............................................................................................................18

Estación .............................................................................................................19

Peisaj cu mâini şi aripi .......................................................................................30

Paisaje con manos y alas ....................................................................................31

Deasupra lucrurilor..............................................................................................38

Por encima de las cosas ..............................................................................        39

Azur ...................................................................................................... .............224

Azul......................................................................................................................225

Recviem pentru țara pierdută ............................................................................. 260

Réquiem por el país perdido .............................................................................. 261

 

 

 

NOTA BIO-BIBLIOGRÁFICA SOBRE NICHITA DANILOV

 


 

Nichita Danilov nace el 7 de abril de 1952 en Climăuţi, Suceava. Licenciado en Economía por la Universidad de Iasi. Es miembro de la Unión de Escritores de Rumanía, miembro del PEN Club Europeo y colaborador permanente del diario Ziarul de Iași. En 2004 fue condecorado con la Orden «Caballero de las Artes» Clase A, otorgada por la Presidencia de Rumanía. Ha sido incluido en numerosas antologías de poesía rumana y en revistas y publicaciones fuera de su país.

Entre sus obras publicadas se encuentran: Fântâni carteziene (1980, Premio USR); Arlechini la marginea câmpului (1984); Poezii, Junimea, 1987 (Premiul Asociaţiei Scriitorilor din Iaşi); Deasupra lucrurilor, neantul, poeme, Cartea Românească, 1990 (Premiul Asociaţiei Scriitorilor din Iaşi; Premiul revistei Cronica, Premiul revistei Poesis); Mirele orb (1995, Premio de Poesía de la USR, Premio de la Asociación de Escritores de Iași, Premio de la Unión de Escritores de la República de Moldavia); Centura de castitate (2007, Gran Premio de Poesía «Nichita Stănescu», Premio a la Excelencia de la Asociación de Escritores de Iași, Premio de la USR); Imagini de pe strada Kanta (2011, Premio de la revista Observator cultural); Retratos sin marco (2012, Premio al mejor libro del año otorgado por ARIEL); Réquiem por la patria perdida (2016, Premio de la USR Filial de Iași); De Caragiale a Urmuz o la realidad en forma de conserva (2020). Del mismo autor, en la editorial Polirom: Nueve variaciones para órgano (1999, Premio de la Unión de Escritores de la República de Moldavia); Tălpi. Novela (2004, Premio de prosa de la Asociación de Escritores de Iași); La locomotora Noimann (2008, Gran Premio de la revista Poesis, Premio de Prosa de la revista Argeș, Premio de la Asociación de Escritores de Iași); El embajador invisible (2010, 2018); Omul din eprubetă / El hombre del tubo de ensayo. Novela (2021, Premio de Prosa de la revista Ateneu, Polirom, 2021); Peisaj cu îngeri la fereastră (Junimea, 2022) y Atelierele de pe Armeană (Junimea, 2024).

 

 

Fuentes: Editorial Polirom. Editorial JUNIMEA.


https://polirom.ro/autori/3-nichita-danilov

 

 https://editurajunimea.ro/produs/atelierele-de-pe-armeana/?srsltid=AfmBOoox6S9uyvKWnmyAuFQfuvjKYCeZa5bMWTRHBhf8-Zk3IO6F2nE5#

 

Más recientes libros de Danilov:

 

Atelierele de pe Armeană