OTOÑO EN BABEL, DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO. COMENTARIO DE JESÚS CÁNOVAS MARTÍNEZ
Les ofrecemos a los lectores de Ágora otra nueva lectura del libro de José Luis Martínez Valero, realizada por el poeta y novelista Jesús Cánovas Martínez, quien recientemente ha publicado la novela El baboso, comentada en este mismo blog.
OTOÑO EN BABEL
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO
Ed. La fea burguesía
https://lafeaburguesia.es/project/otono-en-babel/
Un joven, a la hora de la siesta, está echado en la cama. No duerme, piensa. Le aqueja cierta melancolía que apenas sabe definir. Una tela de araña, altamente imprecisa, neblinosa, se cierne sobre él. No entiende la trama de causas o motivos que han llevado a sus padres a tomar la decisión de pedir el traslado desde Lorca, donde la vida de la familia discurría plácida, hasta Babel, una ciudad apuntando policromía, a la orilla de la mar, que en aquel entonces dejaba entrever su futuro cosmopolitismo. Estamos en los primeros años de la década del 60 del siglo pasado. El joven enfrenta su segundo exilio. Y ese otoño, Otoño en Babel, quizá sea el más amargo de su existencia antes de que logre reconciliarse con Babel y consigo mismo.
El primer exilio fue cuando tuvo que dejar el micromundo de la localidad ribereña del mar Mediterráneo que le vio nacer. Aquel traslado le produjo dolor y tristeza y fue traumático, pero resultaba comprensible ya que era el único modo de que sus padres pudiesen ejercer en la misma localidad el cargo de Directores de Graduadas. Águilas quedaba atrás —el Castillo, el vuelo de las gaviotas a ras de las aguas, los balnearios que salpicaban la playa de Poniente, el yodo, la sal, el esparto, las tápenas, los scouts, la herencia de los ingleses, El Hornillo, el fútbol— y la infancia dejaba paso a la adolescencia: Lorca, ciudad guerrera y levítica, extendía sus brazos para recibir a la familia. El cambio fue traumático, de acuerdo, pero entendible, y el adolescente se adaptó a las nuevas circunstancias. Otro espacio, otro tiempo, nuevos amigos, personajes que pasan, paseos en bicicleta, Las Alamedas, la antigua Plaza de Colón con bancos de piedra. Es en Lorca donde el adolescente toma consciencia social, y no sin cierta ironía recuerda sus trabajos en El Barranquete. Había que dotar a aquellos casuchos donde convivían revueltos padres e hijos/as de tabiques que separaran habitáculos. A tal tarea incentivaba un joven profesor de Religión, auxiliar del párroco, que daba buena nota en la Congregación Mariana donde por motivos espurios había entrado nuestro adolescente. Una mañana la señora de la casa les dijo que trabajaran en silencio para que no despertaran al nene. Sobre las doce despertó la criatura, pero el nene resultó ser un muchacho de veinte años, fuerte, alto, que dedicó a los currantes un sonoro bostezo y luego pasó a supervisar el trabajo. Quien vive en la miseria absoluta, ¿es consciente de su miseria? Y, aún más: ¿quiere ser rescatado de ella? Laten estas preguntas en el fondo de la narración. Sin embargo, el adolescente sabe, todavía sin haber leído Tiempo de silencio de Martín-Santos, que algo debe cambiar.
Ahora es diferente. Este nuevo traslado, le ahoga en la perplejidad. Ya no es un niño, ni un adolescente. Es un hombre joven y se hace preguntas. Lo normal es que la pregunta en sí misma conlleve la respuesta, pero no es el caso. Sentimientos imprecisos de culpa le trastornan. Malos tiempos son los que corren para promover cambios sociales en ámbitos provincianos y no provincianos; el muchacho quería tan solo ayudar, pero alguien podría haber sospechado que esa bonhomía, esa bondad natural que incipientemente ha mostrado, pudiera derivar en compromiso político. Tal vez. Ya ha escrito un manojo de poemas aunque al poco los ha purificado en la pira de la gloria; y sí, también ha conocido a Eliodoro Puche, a quien presenta con la imagen de un dios caído. Pero, él, ¿no será el causante de este repentino traslado decidido por sus padres? ¿Por qué han dejado la adusta y levítica Lorca por este erial, las Puertas de Elche extramuros de Babel? ¿Qué motivos tenían? ¿Por qué…? La tela de araña es opresiva. Desde su ventana ve pasar, con vocación de tierra, a numerosos pieds-noirs venidos desde Argelia, y contempla el secarral infinito que se extiende hasta la playa de Benalúa, destino de tranvías cargados de chicas dispuestas para el baño. Aún no lo sabe, lo sabrá años después, entre el grupo que visitaba a Eliodoro había un infiltrado.
Piensa el joven y se pregunta, y al no encontrar respuestas claras, hace una proyección hacia el futuro, y esas mismas preguntas las formula ante el hombre maduro que será de ahí a muchos años. Una herida extraña en el alma le sangra, quiere comprender, saber los porqués, los motivos, indagar en esa tela de araña cernida sobre su vida. Sabe el adulto que cualquier circunstancia necesita espacio, tiempo; sin estos dos parámetros sería imposible. Ahora bien, si la circunstancia posibilita la vida y, de algún modo, es la vida, también hay que convenir que esta última queda delimitada por aquella. El espacio era una ciudad, Lorca; el tiempo un bloque sobre su cabeza, que especialmente sentía al pasear en bicicleta. Para comprender, sabe el adulto, y ya que en él aún sigue abierta la antigua herida, que ha de recuperar el pasado; por eso recoge el testigo, la inquietud del joven, para cauterizar el dolor. Si la herida sangra, solo hay un modo de restañarla: haciéndola presente por la escritura, indagando en el oscuro antaño, sumando matices, hilando, entretejiendo la trama de lo que fue o podría haber sido. Otoño en Babel, de este modo, es un libro eminentemente catártico y expiatorio de una suerte de culpa. Se establece un diálogo entre los dos hombres, el joven y el adulto, con la finalidad de comprender y restañar esa herida demasiado prolongada en el tiempo. Cierto es que los dos hombres andan por la misma calle, pero también es cierto que por aceras, aunque paralelas, opuestas, quizá beligerantemente contrarias. Difícil la comunicación, por eso el narrador (¿quién?, ¿el joven o el adulto?) necesita de un tercer dialogante, imaginario en este caso si los dos anteriores no lo fueron, para asaltar las páginas del libro con preguntas que intentan canalizar el ejercicio de clarificación. ¿Solo tres dialogantes? No, la misma forma de la escritura pondera que estos pueden ser infinitos. Otoño en Babel se multiplica en perspectivas: cada capítulo está introducido por un resumen, en prosa o verso, de aquello que el narrador quiere contar, pero el juego con la elipsis y el vacío permite a cada lector participar, según adónde le lleva su propia subjetividad, en la reconstrucción del puzzle propuesto. La tesela camina en busca del mosaico que le dará sentido, pero el mosaico es algo vivo, moviente, en todo punto una suma de perspectivas que no se anulan la una por la otra, y que, sin embargo, por ser multiplicativas harán crecer la profundidad de su sentido.
El autor de Otoño en Babel.
Otoño en Babel va más allá de la circunstancia de su autor, José Luis Martínez Valero. Cada lector queda invitado a la tarea de dotar de sentido a su propia vida, valga la anécdota que se nos propone, comprendiendo su circunstancia, aquella de la que no fue consciente pero lo condicionó, porque nuestra vida no es nada abstracto, sino que es algo que encarna en hechos concretos, demasiado rotundos en tantas ocasiones, aunque pudieran escapar a nuestra percepción del momento. El mosaico por siempre permanecerá inacabado, es cierto; pero, no obstante, enriquecido por la nueva mirada.
El hombre maduro a veces piensa que inventa su pasado, pero ¿acaso el joven no inventa su futuro? ¿Qué necesidad hay entonces de abrir esa extraña puerta donde pasado y futuro convergen en un punto de la memoria?
A un imposible sumas otro, ¿si, ahora, abriésemos la puerta del pasado, en esa oscuridad qué podríamos ver?
Es difícil averiguar lo que somos, ¿por qué pretendes hurgar en el pasado?
Con un aforismo, casi como un enigma o pregunta a resolver, así comienza Otoño en Babel de José Luis Martínez Valero, su última entrega, donde con una pericia ganada por el ejercicio de años de escritura conjuga los géneros, produciendo cierta mixtura alquímica (y digo mixtura, que no mixtificación) que trasciende cualquier tipo de encasillamiento. Otoño en Babel es un libro eminentemente autobiográfico que se podría encuadrar en el género de las Memorias, aunque el lector pronto se dará cuenta de que rebasa este calificativo, pues el autor no está por la labor de relatarnos unas memorias al uso. ¿Un libro testimonial? Sí. ¿Un libro con ribetes costumbristas? Sí. ¿Un libro de crítica social? Sí. ¿Un libro generacional? Sí. ¿Un libro que incide en el hecho de un cambio a las puertas de una sociedad? Sí. Pero, sobre todo, y desde mi punto de vista, un libro de creación, portador de una interesantísima indagación psicológica.
Me gustan los libros que te hacen confidente y te involucran en su trama, por sus páginas discurren a la par la calidez y cordialidad entre las confesiones de un autor que sientes muy cercano, pues se aproxima a ti como amigo, sin ánimo de condicionarte la mirada; quiere tan solo compartir contigo un diálogo íntimo. Emanan estos libros sinceridad, pues brotan del corazón más que de la cabeza, aunque rápidamente los intuyes dotados de una experiencia viva, donde el recuerdo (un recuerdo emotivo, fragmentario, dulcemente poético) enlaza con la memoria sentimental. Estos libros suelen hacer converger el tiempo futuro con el pasado en un presente cuasimítico que convoca lo que es, junto con lo que hubiera podido ser o será. La escritura, de este modo, es esencialmente rota, tal y como llegan los recuerdos, pero focalizada en un acontecimiento, un lugar, Babel, y un tiempo que convoca otros tiempos, el Otoño.
Jesús Cánovas Martínez
Ad astra per aspera.
REVISTA ÁGORA DIGITAL/ SEPTIEMBRE 2022/ BIBLIOTECA GRAMMATICA
No hay comentarios:
Publicar un comentario