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lunes, 10 de noviembre de 2025

Entre el hombre-masa. 70 años después de la muerte del filósofo José Ortega y Gasset. Por Gastón Segura

 


 

Entre el hombre-masa *

 

70 años después de la muerte del filósofo José Ortega y Gasset

 

Por Gastón Segura

 

                                                             José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883-Madrid, 18 de octubre de 1955)

 

El pasado dieciocho de octubre se cumplió el septuagésimo aniversario del fallecimiento de José Ortega y Gasset en su último domicilio madrileño de la calle Monte Esquinza. Lo supe por una «tercera» de Andreu Jaume en ABC, mientras ningún otro de los grandes diarios de la capital daba la menor cuenta del mismo; ¿y acaso no hubiese merecido, al menos, un par de páginas, si no ya una conmemoración institucional, o aunque fuese una mención o una pequeña nota; no sé… Algo? Por descontado; pues para calibrar lo desidioso de este olvido, basta con un vistazo a su portentosa labor como editor, donde sobresalen las todavía vivas Espasa-Calpe o Revista de Occidente, sin olvidar otras muy estimables cabeceras fenecidas, como el semanario España o el diario El Sol y sus continuadores durante la II República, Crisol y Luz; puñado de publicaciones donde Ortega y Gasset cobró una envergadura social y política señera en aquella España del primer tercio del siglo pasado. 

 

                                                                        Ortega y Gasset
 

          Su empeño por europeizar —o sea, por modernizar e higienizar— las mentalidades nacionales comenzó sobre 1907, apenas vuelto de Alemania y en compañía de Gabriel Maura, con un intento por reformar el esclerotizado liberalismo del momento hacia una nueva concepción donde cupiesen algunas notables reivindicaciones —hoy incorporadas a nuestro acontecer— de la socialdemocracia alemana. No hubo manera; y don José hasta rompió con el diario de su familia, este mismo Imparcial —el más importante del país en aquellos días—, y acometió sucesivamente las ya mencionadas iniciativas editoriales —algunas con el sólido apoyo del empresario papelero Nicolás María de Urgoiti—, a la par que también empresas de un sesgo declaradamente didáctico —según los postulados de la Institución Libre de Enseñanza de la que era tan deudor—, como su pródiga participación en la recién nacida Residencia de Estudiantes o la fundación, en 1913, de la Liga de Educación Política Española, donde se integraron personajes decisivos en el inmediato discurrir del país, como Manuel Azaña, o Luis Araquistáin, o Fernando de los Ríos... En cuanto a su paso por la política activa, tras una distinguida adscripción al Partido Reformista, de Melquiades Álvarez, cobrará todo su empuje con la Asociación al Servicio de la República, que le procuró un escaño durante las cortes constituyentes de 1931 y también un inmediato y amargo desengaño, como testimonia su celebre artículo «Un aldabonazo», de 9 septiembre de 1931, en las páginas de Crisol. Y aunque nunca abandonase su defensa del régimen republicano, desde febrero de 1932 se abstuvo de cualquier intervención hasta la guerra, cuando emprendió un temprano y cauteloso exilio, con la consiguiente animadversión de ambos bandos, y cuyo agrio resultado fue la postergación de todo reconocimiento oficial y aun de cualquier empleo estatal a su regreso, durante el verano de 1945.

 

                                                             María Zambrano
 

          Entre tanto, desde su cátedra de Metafísica había forjado la llamada Escuela de Madrid de filosofía (María Zambrano, Xavier Zubiri, Manuel García Morente, José Gaos…) y, sobre todo, un impulso admirable: refundar esta disciplina, raquitizada desde el Renacimiento, en el solar y en la lengua hispana. 

 

                                                                                    Zubiri

 


 

 

 

 

 

                                                                                           

  García Morente 

                                             

                                                                     José Gaos

                                                                                                                                                                                                                            

Lo prodigioso —y en parte disipador— es que no lo hizo solo desde las aulas de la Central, sino también y constantemente desde esas mismas publicaciones mencionadas antes y con un decir distante del críptico academicismo, pues trasladó su lectura de la fenomenología —conocida durante su viaje de 1911 a Alemania— a un español llano, salpicado de iluminadoras metáforas y, solo en ocasiones, remontado por cultismos y casticismos oportunos. Es decir; don José impartía la más reciente y radical gnoseología al alcance de cualquier entendimiento; de ahí que su recordadísimo «yo soy yo y mis circunstancias» no sea sino una atinada anticipación —con las precisiones oportunas— del cáustico dasein heideggeriano.

          Pero si hay parcelas de su pensamiento de una vigencia, a mi parecer, indudable, son su indagación sobre la técnica y su concepto de hombre-masa, que en esta era digital, como en su obra, se nos presentan indiscerniblemente ligadas. ¿O acaso no estamos rodeados de ese hombre-masa —o casi abocados a serlo—; de ese «niño mimado» ansioso de todo y «con derecho a todo», inconsciente de que su «circunstancia» es el producto de un esfuerzo técnico milenario para vencer la necesidad? Ese desfachatado olvido incubaría una brutalidad, por su molicie y su avaricia, finiquitadora de nuestra civilización. Pensamiento expuesto primero en La rebelión de las masas (1930) y completado en su curso «Meditación de la técnica» (1933), donde Ortega, desde la anterior conclusión, tacha también a la técnica de déspota ignorante de su origen: la perseverancia científica; ese anhelo de «verdad».

 

                                                                             Martin Heidegger

           

Y aunque Ortega afirmase lo distante que se hallaba del pensador de la Selva Negra durante las conferencias de Darmstadt, de agosto de 1951, estas conjeturas nos suscitan demasiado a la «existencia inauténtica» y a la «consumación de la metafísica en la tecnología», de Martin Heidegger; empero, por la sencillez orteguiana nos desvelan hoy y más nítidamente nuestra subyugación a este presente digital, que no es solo una vacua y cambiante representación del mundo, sino también una clausura del ingenio donde aquel hombre-egregio, que reclamaba don José como reacción al hombre-masa, exige de un extenuante esfuerzo heroico; en fin, de un vivir alejado de los «páramos del mundo», como señaló Heidegger en sus últimas obras.

          ¿Y no merecía quién apuntó, hace casi un siglo, reflexiones tan palpitantes, al menos un recuerdo, cuando se cumplió el septuagésimo aniversario de su fallecimiento? Claro que pudiera suceder que tan desmerecido silencio solo indicase nuestra definitiva inmersión entre el hombre-masa.

 

 

   Gastón Segura

 

* El artículo se publica en Ágora por gentileza de su autor. Fue publicado con leves diferencias en El imparcial el domingo 26 de octubre de 2025. cf:

 https://www.elimparcial.es/noticia/289376/opinion/entre-el-hombre-masa.html

 

 

Gastón Segura Valero, escritor, articulista y editor. Ha publicado recientemente la novela Saga nostra, editada por Drácena.  

Nació en Villena (Alicante), en 1961. Se licenció en Filosofía por la Universidad de Valencia. En febrero de 1990 se instaló en Madrid con el propósito de ser escritor. También ha publicado, entre otros libros, el ensayo Gaudí o el clamor de la piedra, 2011; y las novelas Stopper, 2008; Las cuentas pendientes, 2015; Un crimen de Estado, 2017; Las calicatas por la Santa Librada, 2018; Los invertebrados, 2021; además de la compilación del blog Los cuadernos de un amante ocioso, 2013. 

Escribe habitualmente en El Imparcial.

domingo, 9 de noviembre de 2025

El dilema de Europa ante su cultura. A propósito del reciente atentado contra la música en París. Diario político y literario de FM / 5 / T 2025-2026 / Ágora digital


 

El dilema de Europa ante su cultura. A propósito del reciente atentado contra la música en París

 

El periódico Le Monde de hoy, domingo 9 de noviembre de 2025, destaca a grandes titulares en su página de Cultura: "A Paris, le concert de l' Orchestre philarmonique d'Israël perturbé" ("En París, perturbado el concierto de la Orquesta filarmónica de Israel"). El titular se refiere a un concierto y unos hechos ocurridos con anterioridad, el jueves 6 de noviembre. Durante la interpretación del concierto "Emperador" de Beethoven (el concierto nº 5 para piano del genio de Bonn) tres saboteadores interrumpieron la música profiriendo gritos contra Israel y a favor de Hamás. La Organización Palestine Action ha reivindicado en las redes sociales el atentado contra el arte.

    Podría entenderse este hecho como una continuación de una estúpida moda, secundada en los últimos años por asociaciones con fines diversos (medioambientales, animales o indigenistas) de atentar contra el arte, sea emporcando con pintura un cuadro célebre en un Museo o derribando la estatua de Colón o de algún otro personaje. Pero esos atentados antiartísticos son la espuma que sale en los medios de comunicación, y por ello tienen más eco. Media España está llena de grafitis, frases groseras, gamberras o simplemente idiotas, que unos zafios (adolescentes o mayores de edad) inscriben en los muros de iglesias románicas, en edificios civiles y edificaciones con valor histórico incalculable (en mi tierra murciana, chimeneas de antiguas fábricas con enorme valor etnográfico, casas urbanas o de campo de principios o mediados de siglo XX), y por supuesto, también en el mobiliario urbano de cualquiera de nuestras ciudades y pueblos (señales, indicaciones, letreros y rótulos de calles con información histórica): todo es susceptible de vandalizarse, porque además sale gratis al agresor.

    Si embargo, los atentados y actos contra el arte, la música, en este caso interpretada por una orquesta judía, no tienen esa filiación ni ese carácter, y por tanto su responsabilidad civil y penal no puede ni debe ser la misma. En esos actos, como los que refiere Le Monde, hay un odio antisemita evidente, disfrazado de una supuesta lucha por una causa pacifista propalestina.


    Merecerían, por tanto, una censura pública, intelectual y moral, sin restricciones. Y por otro lado, un castigo legal serio, pues implican doblemente odio y racismo, de los cuales han padecido muchas víctimas en el siglo XX en Europa pero también el arte, la música y la literatura. El odio y el racismo que atravesó los regímenes nazi y comunista, en Alemania y en la Unión Soviética y en otros países europeos a los que impuso Stalin su disciplina, invariablemente tienen como fatal consecuencia la persecución del arte y la belleza. Europa, aún en sus últimas bocanadas, no debería permitirse otro atentado contra el arte en su propia casa. Si lo hace, demostrará, ante sus insidiosos adversarios, que nada le importa ya la supervivencia de su presente y de su legado artístico, y que definitivamente ha muerto su cultura.

     Ya no se trata de una formación deficiente paliable con mejor educación,  como en los otros atentados contra el arte de los que hemos dado algunos ejemplos; sino de un plan y una estrategia que con habilidad disfraza sus fines: y esos son, a la postre, la dominación, como lo son siempre en las ideologías totalitarias. Por cierto, los medios y expresiones condenables por nosotros (odio, racismo, manipulación del arte con fines propagandísticos) son, para estos sujetos, medios neutros, nada reprochables, sino más bien al contrario, útiles, "buenos". Igual lo eran para los Hitler y para Stalin, los campos de concentración, el Gulag. La perspectiva depende del observador. No debemos, por tanto, eliminarnos previamente como observadores los europeos.

 

Fulgencio Martínez

9-11-2025 

sábado, 8 de noviembre de 2025

"Sendas de invierno", de Fulgencio Martínez, ed. Ars poetica, Oviedo, 2025. Comentario de José Luis Martínez Valero / Bibliotheca Grammatica / Poesía / Avance de Ágora N. 35 Nueva Col.

 


 

 

                                               SENDAS DE INVIERNO

 

                             COMENTARIO DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO

 

 

 

Sendas de invierno

Fulgencio Martínez

Ed. Ars poética

Oviedo, octubre de 2025

 

 

Fulgencio Martínez ha escrito este libro: Sendas de invierno, como si la historia de la tierra que pisa y la sombra de los que sobre ella han pasado constituyesen una unidad, no para exaltar la patria chica, describir el paisaje o contar diversos estados de ánimo, sino para encontrar quién es el que escribe, como si se tratase de alguien lejano y próximo.

Cada poema de Fulgencio es un diálogo consigo mismo, mantiene la constante de una voz que, a veces, duda si es la suya. Así lo han confirmado sus sucesivos alter egos con los que ha firmado libros anteriores. ¿Qué persigue este diálogo? Contrariamente a lo que podría esperar, no se refiere a abarcar mundos distintos, obra de sus diferentes yos. Cada yo es más idéntico al anterior y significa que estamos sujetos al tiempo.

El tiempo no es algo que pasa, que se va de aquí para allá y distrae al ser que somos. Como si fuese uno de esos pescadores de caña que, como excusa para contemplar el mar, lanza una y otra vez, por si los peces lo reconociesen. Claro que, dado que suponemos carecen de memoria, el pez sólo distingue el sabor de la carnada.

¿Qué ha sido de los Acedos y sus compañeros? Todos empeñados en componer ese largo poema cuya voz será reconocida, coro, sin duda, voz nunca estable, sino que sujeta a variaciones, busca en la ruleta del poema el acierto que la convierta en parte de este mundo, fragmento representativo, pieza valiosa.

Para recorrer esta senda, Fulgencio se ha buscado un interlocutor. El camino es más ligero si se hace en compañía, sobre todo si es más experimentada su voz, si su pensar y escribir coinciden, de modo que todas sus palabras aspiran a estar llenas. Fulgencio ha emprendido esta peregrinación con Dionisia García a la que con toda propiedad titula “poeta de la memoria”, cuyo paso cada vez es más sabio. Sabiduría es un decir cuya palabra, como la granada, multiplica sus significados, no para confundir o entretener, sino para delimitar, poner la sintaxis en su punto.

Puede ocurrir que el Bachiller, persona formada en las aulas, le dé cuenta a D. Quijote del estado de sus lectores, momento mágico en el que la fantasía del uno y la declaración del otro, limitan con lo real, tal como si desde la cumbre, los miles de árboles se confirmasen como bosque.

Sendas de invierno forma parte de una serie que corresponde a “Exposición temporal 3” (2022-2023), especie de diario poético que en este último se mantiene a dos voces. El texto inicial, obra de Fulgencio y las anotaciones que, Dionisia García, ha hecho, no con intención de imponer su criterio, sino para orientar a los caminantes. Todo camino presenta sus dificultades, los pasos que se dan con las palabras a menudo tienden a dispersarse, Dionisia se diría que actúa como quien, tras haberlo recorrido, advierte situaciones sintácticas, palabras innecesarias, que podrían desorientar al lector, así como confundir.

Ya se ha dicho lo que pretende este primer lector. Veamos algunas de sus anotaciones. En el texto: “Numancia en invierno”, el verso que cierra el poema decía: “hasta el delirio, a un hijo de España.”. Numancia es uno de esos mitos que se transmitía a los escolares como fundamento del ser que conforma nuestra historia. Refiere la defensa de la ciudad celtíbera frente al cerco de los romanos, tras meses de asedio, prefieren el suicidio antes que sobrevivir a la derrota. Para situar este episodio, sin duda, es más apropiada la sustitución de España por Hispania.

Las notas resultan muy interesantes para mostrar el proceso de escritura. Recordad que Juan Ramón nunca daba por terminada sus obras, de tal modo que lo publicado, podía convertirse en sujeto inicial, fuente de inspiración e iniciar otros textos, sin que por ello se pierda la emoción primera, el instante en sí equivale al punto de partida.

Esta manera de concebir la poesía resulta más amplia, exposición que, siempre puede ser ampliada, modificada. La obra, confirma que autor y lector son dos disposiciones que se dan en uno mismo. Ya advertía Cervantes que el niño, el muchacho, el hombre no leen lo mismo, aunque el yo titular   si lo sea. El diálogo entre Fulgencio y Dionisia enriquece nuestra lectura, asistimos a dos versiones, que no se contradicen, sino que se complementan. Finalmente, siempre será el lector quien elija. 

“Vencedor sobre los días”, refiere la emoción de la lectura, el poema se convierte en un objeto que convoca múltiples intuiciones. Bajo la traducción de texto, hay una nota que dice: “Poema profano, escrito en árabe clásico, en el siglo XV, decorando la mezquita de Tórtoles (una pedanía y antigua aljama de Tarazona”. El poema comienza:

 

                                     I

                    

       Intento encontrar en el vacío

                   un rostro para ponerlo

                   a un nombre que ignoro.

 

                   Siento al leerlos –y debería bastarme-,

                   la emoción, más acá de las palabras,

                   la felicidad más allá del tiempo,

                   que inspiró estos versos tan hermosos,

                   y tan melancólicos, como aquello

                   que no muere y sigue expresando

                   el gozo vencedor sobre los días…

 

Corrección de Dionisia: “como aquello / que no muere…”  En la primera versión: “como todo / lo que no muere…” Esta versión primera, obra de Fulgencio, se refiere al todo, impreciso; mientras que, la segunda, con “aquello” concreta, indica algo que, autor y lector, conocen.

El libro conserva al Fulgencio que duda, esencial filósofo, aunque, ahora su interlocutor de carne y hueso, primer lector, tiene respuestas. Este paso que forma parte del camino que conduce al conocimiento, está siempre presente. Conocer es alumbrar.

Amigos lectores, disfrutad con estos diálogos, porque este mundo no es mudo y, constante, espera la voz de vuestra compañía.  

 

 

                                                                              José Luis Martínez Valero
 

 

José Luis Martínez Valero (Águilas, Murcia) es poeta, narrador, ensayista y pintor. Catedrático emérito de Literatura.  Ha publicado el ensayo Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía, 2024), también libros de poemas como La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Puerto de Sombra (2017), y de libros en prosa como Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. Es colaborador y asesor de la revista Ágora-Papeles de Arte Gramático desde su fundación, en 1998.

 

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Más información sobre el libro Sendas de invierno. Exposición temporal 3 (2022-2023), en la página web de la editorial Ars poetica:

 https://www.arspoetica.es/libro/sendas-de-invierno_166300/