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lunes, 30 de octubre de 2023

Pedro López Ávila: Perseguir la revelación (A propósito de "La negra del prostíbulo y otros poemas"). Por José Lupiáñez Barrionuevo. Ágora-Papeles de Arte Gramático (Bibliotheca Grammatica) N. 22 Otoño 2023 II Parte

 



 

Pedro López Ávila: Perseguir la revelación

(A propósito de La negra del prostíbulo y otros poemas)


 

 

     La lectura de La negra del prostíbulo y otros poemas, el último poemario de Pedro López Ávila, publicado recientemente por la Editorial Nazarí, en su colección Daraxa (Granada, 2023), me ha traído a la memoria las interesantes reflexiones de Adam Zagajewski sobre la creación, en su ensayo En defensa del fervor, que a mí me parece uno de sus textos más luminosos. Plantea el poeta ucraniano en el primero de los trece ensayos que lo componen y que da título al conjunto el problema de que la contemporaneidad nos obliga a un peregrinaje “eterno e interminable” y lo que mejor define ese peregrinaje es el término metaxú, que toma en préstamo de Platón, definiéndolo como un “estar entre, entre nuestra tierra, nuestro entorno harto conocido (así lo creemos), concreto y material, y la trascendencia, el misterio”. No podemos vivir enteramente instalados en la trascendencia, ni en lo sublime, en la belleza, en el ideal, porque nos volveríamos locos, ni tampoco permanecer aferrados únicamente al plano de lo cotidiano, de lo concreto, huérfanos de cualquier amago de grandeza, porque el hastío acabaría con nosotros.

   

  

              Pedro López Ávila

 

Pues bien, en esa confrontación de mundos, entre el fervor, el presentimiento, las epifanías, y la conciencia de lo real, se mueven, a mi entender, los versos de este libro de Pedro López Ávila, porque en ellos se dan cita los dos planos: la nostalgia de otra realidad, intuida, presentida, y el aquí y ahora de la escritura, contingente, neto, demoledor. Un vaivén “entre lo finito y lo infinito, entre el empirismo cuerdo y el embelesamiento por lo invisible, entre lo concreto de nuestra vida y la divinidad”, por decirlo con palabras del poeta de Lvov.

     Estructurado en cuatro partes La negra del prostíbulo y otros poemas viene precedido de un prólogo de calado del profesor Tomás Moreno Fernández, de imprescindible consulta, en donde acierta a ofrecernos claves identificadoras de ese itinerario vital que despliega el poeta a lo largo de su discurso lírico. La primera parte, “Más allá de lo que parece ser”, ejemplifica sobradamente cuanto se apunta más arriba y las citas que la anteceden de Hölderlin o Lorca corroboran el señalamiento de un territorio indefinido, paralelo al real, como se sugiere en los versos del autor alemán: “¡Paseáis allá arriba con la luz, / en blando suelo, oh venturosos genios!”. De realidad transfigurada habla Moreno Fernández, refiriéndose a este primer tramo de la obra y no sin razón, pues constata esa oposición de “la verdad y la apariencia, el ser y el parecer. En ella, el poeta desarrolla una dialéctica, propiamente filosófica, entre la ficción y lo real, el sueño y la vigilia, lo percibido sensorialmente y lo presentido intuitivamente” (pág. 12).

     Los diez poemas que componen esta suite inicial insisten en esa dualidad, en esos dos espacios, que el autor entrelaza, puesto que se sitúa en el confín de ambos, en medio de ambos, y sus versos conjugan la perplejidad de lo difuso con la conciencia de una realidad, alterada por las fuerzas de lo que se presiente, de lo que se vislumbra o se intuye. Son composiciones sencillas, despojadas de cualquier ornato, que sugieren, que insinúan, que no pretenden aseverar tajantemente, ni tampoco persiguen explicaciones minuciosas; son chispazos de revelación, sospechas de algo que le llega del otro lado... Insisto, si bien un hilo de narratividad que utiliza el imperfecto de indicativo como tiempo preferente, pudiera hacernos creer lo contrario, nos movemos en la órbita de lo intuitivo y de las sugerencias. Significativos a este respecto son la mayoría de los títulos que conforman este apartado: “Entre el sueño y la realidad”, “Seres de luz”, “La sombra”, “Nunca estuvo sola”, “Encantamiento”, “Presencias”, “Los que se fueron”, “Serafines y querubines”, etc. Todos ellos señalan regiones espirituales, lugares y presencias imantadas por lo misterioso, enigmas que interfieren en el cotidiano devenir de los días y apuntan hacia lo sagrado, o nos dan noticia de experiencias que se producen tan sólo cuando, en palabras de Kathleen Raine, “rebasamos nuestro yo habitual”. Así en “Nunca estuvo sola”: “Era el instante en que se iluminaba/ lo eterno, la hora oculta y poderosa/ que nadie ve en esta época agitada” (pág. 30). O “En los que se fueron”: “Los que no están se asoman a la vida / de un confuso presente atemporal/ en los aniversarios de las muertes”. (pág. 33).

    La segunda parte del poemario lleva por título “Desconsuelo y destino”, con lo que se nos anticipa el tono predominante del discurso que sigue: lamentación, derrota, ilusiones perdidas, paraísos derrochados... La componen ocho poemas en los que el desamparo existencial se abre camino en textos evocativos que hacen recuento de la vida vivida y aflora un sentimiento de desengaño, de cansancio, de vencimiento espiritual: “El presente eran huellas del vacío, / la amada, el origen de una pena/ y la vida una aventura sombría” (pág. 43). El tema de la muerte asoma en algunas composiciones, y el paso del tiempo, así como ciertos apuntes de naturaleza, impregnados del acento penumbroso del discurso poético, se decantan a modo de claves recurrentes, aunque se den composiciones que enlazan en lo temático con el apartado anterior, como en “Existencia incierta”, por ejemplo, en donde se abunda en ese platonismo que se despliega a lo largo de la serie precedente: “La realidad no eran las estrellas/ ni el propio sol, ni el agua ni el viento,/ ni el conocimiento, ni la palabra… // La realidad no era dar asiento / a lo que ya existía desvelado, / sino el reflejo de un secreto oculto/ de espalda a una vida, quizá, irreal” (pág. 41). La única esperanza posible se entrevé en el “Peregrinaje hacia la belleza”, o en “La palabra como redención”, por apropiarme de dos de los títulos que integran esta sección y que refiero a modo de ilustración o de justificación de cuanto digo, pero, claro está, “cuando la palabra es escalofrío, / fuego, tiempo, música y perfume” (pág. 48).

     La tercera sala de este poemario, “Iluminaciones adulteradas”, de sólo cinco poemas, nos remite a los caminos de la huida, a la evasión, a las vías de escape, que exploran los falsos laberintos del aturdimiento. El sujeto poético es un personaje en tercera persona, él o ella, indistintamente, que vive el extrañamiento en medio de un mundo sentido como ajeno y del que desea imperiosamente desprenderse. La carne, los tóxicos, los paraísos artificiales lo apresan ofreciéndole una efímera ilusión de plenitud, de la que es rehén y víctima. Desgarros visionarios y escenografías de pesadilla alimentan estos versos que se amparan en paratextos de Rimbaud y Baudelaire, para alertarnos de esa fragilidad que linda con la perturbación, la locura y la muerte. Tanto el léxico empleado, que recurre insistentemente a una realidad negativa, como la adjetivación descendente o devaluadora, nos transmiten ese raro mensaje de degradación y de extravío con el que el poeta experimenta su particular descenso a los infiernos.

     Y como continuidad de esta tercera etapa del libro y a modo de coda de todo el conjunto, a manera de cierre del mismo, el poema único de ciento treinta y seis versos que lo culmina y que da nombre al poemario, “La negra del prostíbulo”. Dispuesto en estrofas de cuatro versos, viene a ser paradigma de una injusticia demasiado cercana a todos nosotros en los tiempos que corren y, lamentablemente, demasiado conocida. Se nos presenta la particular huida de una mujer desde el continente africano al primer mundo, “al jardín del Edén”; se nos relata una dramática peripecia y digo bien, relata, porque el registro es eminentemente narrativo, con líricas exaltaciones y algún que otro asomo de resonancia épica. Metáfora del desamparo, el personaje encarna los cuatro estigmas de la mujer, como muy bien señala Tomás Moreno, en un entorno ajeno a la compasión y más que alejado de cualquier empatía: el de ser mujer, el de ser negra, el de ser emigrante, y el de ser prostituta, como única vía para sobrevivir. Homenaje apasionado a la mujer, “Hija perpetua de la esclavitud”, “alma en llamas”, “hija de la noche”, símbolo de una iniquidad que sólo una sociedad enferma puede consentir. De todo ello se duele el poeta, acentuando el patetismo y exaltando la figura de esta heroína condenada a ese otro aciago naufragio de cualquier sueño, de cualquier esperanza. ¿Qué mejor despedida para interpelar al lector, para implicarnos, que este rezo final, esta letanía emocionada que nos sume de lleno en la tragedia, en la desgracia que llama a nuestras puertas?

 

José Lupiáñez

 

 

JOSÉ LUPIÁÑEZ BARRIONUEVO. Poeta, crítico literario y profesor de Literatura, José Lupiáñez (La Línea, Cádiz, 1955) es autor de más de una veintena de libros, desde que se diera a conocer con Ladrón de fuego, en 1975. Impulsor de diferentes empresas culturales, revistas y colecciones literarias, su obra ha sido traducida a distintos idiomas, reconocida con importantes premios y recogida en numerosas antologías. Entre sus últimos títulos en poesía: Petra (2004), La edad ligera (2007), Pasiones y penumbras (2014) y, más recientemente, Las formas del enigma (2021). Desde el 2003 es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada, como también lo es de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras. En el 2012 se dio a conocer como narrador con El chico de la estrella y otros cuentos, que obtuvo el Premio de la Crítica Andaluza a la mejor opera prima en 2013. 

 

ÁGORA DIGITAL / BIBLIOTHECA GRAMMATICA / OCTUBRE 2023

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