LA INQUIETUD. COMENTARIO DE 21 ODAS DE INVIERNO, DE DAVID PUJANTE
David Pujante ha publicado este año 2023 un nuevo libro: 21 odas de invierno (en una bella presentación de la editorial leridana Milenio). Estamos, quizá, ante el libro más logrado de este poeta, nacido en Cartagena, que había dado ya una cosecha personal significada por la síntesis de la gracia (en la música de la palabra) con la hondura y la complejidad, fruto de un deseo de dilucidar en cada poema las preguntas esenciales del ser humano y de evitar el halago de la vulgaridad superficial. El tono de conversación cercana acompaña, en los versos de David Pujante, a la meditación poético-filosófica sobre el tiempo, sobre la condición humana, y sobre la misma escritura. Algunas veces, ese tono de conversación adopta el matiz de la confidencia (y el poema se nos vuelve carne y luz; como en los poemas donde se evoca a la familia, o en otros donde se pregunta por el ser del recuerdo y la dudosa permanencia de lo vivido; estos poemas puros e íntimos, son, en mi parecer, de lo mejor del libro, y en ellos consigue el poeta una singularidad de voz y una maestría verbal decantadas). Otros poemas dirigen la conversación por una suave lección de vida; oímos el embeleso de la palabra en consonancia con cierto tono de suave didáctica (muy de agradecer, empleado así como lo hace David Pujante, con naturalidad, incluso con una pizca de provocación traviesa hacia el lector que no sabe). Esa lección de vida, que sobre el asunto es el fin del poema, le permite al poeta jugar con clisés culturalistas, traer figuras de la Antología palatina, o recrear a su manera el pasaje de las sirenas y Ulises (por cierto, en una lectura muy original), incluso sugerir afinidades con el barroco, a través de un autor inicial Luis Carrillo y Sotomayor, a quien dedica un hermoso soneto y a quien imagina en Cartagena (adonde iría “el primer poeta cultista” como “cuatralbo de las galeras de España” y donde pudo tener un encuentro con el Licenciado Cascales, iniciador de la polémica anticulterana. Ver la “Nota final a algunos poemas”. pp. 71-72).
El libro se titula 21 Odas de invierno. Sorprende, a primera lectura, el uso del término “oda”, cuando el poso del libro es elegíaco en su mayor parte. Hay quizá en ello, no una contradicción, o sí (lo cual no sería demérito de la obra), sino una sugerencia al lector: para que el libro pueda ser leído como canto de alabanza y afirmación (de los propios motivos del vivir llamados a desvanecerse y a solo permanecer en el poema) y, como, por debajo ese canto, en sordina, el lamento que viene siempre unido al término pérdida.
Este lector ha encontrado un deleite grande en la lectura de 21 odas de invierno. Contiene el libro un gran grupo de poemas memorables; destacaría algunos:
El tema de Gabriel (julio de 2020), Homenaje a Ennio Morricone, Ausencias, La Casa (estos tres poemas, situados al inicio del libro, nos dan ya el tono confidencial, y esa especie de claridad o transparencia que tiene esta poesía de David Pujante, en cuya lectura y relecturas siguientes volvemos a encontrar al poeta en carne y luz; pensamos que esto mismo es un síntoma de la poesía que puede quedar: esa sensación de reencontrarnos en cualquier momento con el poeta y su voz clara, real, y presta para comunicarse con cada uno de nosotros).
Destacaría también los poemas Meditación del tiempo, La duda, y la estrofa final del poema Copa de bronce y vino espeso (que recuerda la figura del poeta Antímaco). En este grupo de poemas, y en otros, David Pujante maneja -como he indicado ya- con suma maestría y cierta ironía el registro culturalista (tiene el mérito de hacer que vuelvan a interesarnos tópicos ya establecidos en la poesía de los 70 u 80 del pasado siglo: la ironía consiste en que el asunto es solo un vehículo para transmitirnos su propia, original y muchas veces inesperada, interpretación de una tesela o fragmento de la cultura que se cruza con un fragmento de vida y experiencia personal). Interesante destacar un rasgo estructural, que es propio de este poeta (no solo en algunos de estos poemas de 21 odas de invierno, sino también en otros libros suyos como Animales despertos: el uso de los capítulos (con numeración romana) que escinden el poema y le dan una pausa y un tempo de reflexión, por un parte; pero también un distanciamiento metapoético: el lector se vuelve entonces cómplice y sigue ese juego de pasar por estancias, de abrir puertas, donde encontrará otro espacio con un matiz de reflexión nuevo o con un sorpresa emotiva. Otra característica de David Pujante es la preferencia por los poemas largos. (Yo estudié hace años esa forma de composición, el poema largo, basándome en su uso por Luis Cernuda; en Las Nubes, sobre todo). El poema estructurado en estrofas, donde se desarrolla un pensamiento poético (la poesía es también pensamiento poético, cordial), y donde cada estrofa ha de introducir una diferencia temática. Así en los poemas largos de David Pujante, como en Luis Cernuda, se lleva a la suma perfección ese arte de la adición y la diferencia que es el poema largo como obra de arte poética. Sin recargar el asunto con trivialidad ni renunciar a la continuidad del ritmo poético.
Me ha gustado, asimismo, otro tercer grupo de poemas que cantan lo cotidiano, lo hermoso conocido, como en el precioso poema dedicado a don Miguel de Unamuno, que nos trae de inmediato la imagen de los sonetos donde el gran poeta leía a Herodoto en la paz de su casa en Salamanca. El título es delicioso (además, es mi plato preferido). La felicidad de las lentejas (Estampa doméstica e invernal de Miguel de Unamuno).
Pero es en un conjunto de poemas del final de libro donde se encuentra lo más granado del mismo, aquella síntesis de gracia y vuelo profundo, donde el narrador (pues a veces adopta el poema la máscara de un narrador, ya distanciado irónicamente del poeta primero) da un giro a los poemas con figuras y asunto culto; a esos poemas, en el fondo, morales, donde se desprendía una lección de desapego de la vanitas del mundo y un canto al placer sencillo. Un giro que deshace la inmediatez de la interpretación y proyecta el poema hacia múltiples itinerarios y deja al lector de nuevo indeciso entre la oda y la elegía, y entre el saber y la ignorancia, o entre la conveniencia de uno u otra. Como toda gran poesía, esta de David Pujante inquieta. Poemas como Los anteojos rotos del profesor Fadigati (Beatus ille), El saber de las sirenas, El último heleno, y el impresionante, el que cierra el libro: Las rosas del silencio (Huyendo de las redes sociales).
De un gran poeta se ha de esperar también versos extraordinarios, limpios puñetazos o caricias. Así, un par de ejemplos:
“Nada de lo que escribes te sustenta.”
(“Meditación del tiempo”)
Y hay una barca al borde de la playa
que espera a que me suba e inicie mi camino.
En el viaje aquel de todos a la niebla.
(“La casa”)
Me encanta, sobre todo, el primer verso endecasílabo: “Y hay una barca al borde de la playa” (por su movimiento y por la perfecta síntesis de sonido y palabra, de símbolo trascendido, como “barca” -que en el libro de David Pujante significa “tiempo de viaje final y apertura”, desde la misma cita de inicio de Joan Margarit- suavizado por la proximidad de “playa”, donde se relaja la cadena oclusiva b-b-p en y).
Otros libros que recomiendo del poeta y catedrático en la Universidad de Valladolid David Pujante son: La isla (2022, Pre-textos), Animales despiertos (2013, Renacimiento), o los más recientes, El sueño de una sombra (Calambur, 2019), o Galería (Licenciado Vidriera, 2020).
Fulgencio Martínez
Tarazona, Moncayo, 11 de octubre 2023
ÁGORA DIGITAL / BIBLIOTHECA GRAMMATICA / poesía / Octubre 2023
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