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domingo, 21 de abril de 2013

Por gracia del mirar (Notas a propósito del libro de Eloy Sánchez Rosillo "Antes del nombre"). El cazadero de los libros. Cuaderno de crítica de Fulgencio Martínez/7


EL CAZADERO DE LOS LIBROS /7/ biblioteca grammatica/ poesía/ revista Ágora digital Abril 2013/ Ágora 1. Nueva colección.




Eloy Sánchez Rosillo 
ANTES DEL NOMBRE 
Tusquets editores
Col. Nuevos textos sagrados
Barcelona, marzo 2013


                           

                POR GRACIA DEL MIRAR 

(NOTAS A PROPÓSITO DEL LIBRO DE ELOY SÁNCHEZ ROSILLO ANTES DEL NOMBRE)



                       Cuántos bienes diversos, cuánta luz, 
                       están conmigo en la heredad del mundo 
                       por gracia, sobre todo, del mirar.
                              ("En la inmensa heredad", p. 83)


                     1   La poética de Eloy Sánchez Rosillo y la fe cronológica 

En marzo de 2011 publicó Eloy Sánchez Rosillo El sueño del origen, su anterior libro. En marzo de 2013 sale a luz, de nuevo en la editorial Tusquets, este otro: Antes del nombre, que recoge poemas escritos -según nota cronólogica del autor- entre el verano de 2009 y el verano de 2011, si bien la mayoría de ellos están fechados en 2010 y 2011.

Eloy Sánchez Rosillo, en todos sus libros, nos tiene acostumbrados a sus lectores a esa especie de "fe" temporal de los poemas, que incluye la fecha precisa detrás del título de cada composición (v.gr: "Cuando miras despacio": 12 de septiembre de 2010). Merecería, sin duda, un artículo propio el análisis de ese paratexto cronológico inseparable de todas las entregas poéticas del escritor murciano. Solo apuntaremos, aquí, rápidamente, algunas de las cualidades que comunica esa fe cronológica, la cual, lejos de ser una simple nota final al texto de los poemas, introduce y enmarca al libro que lo incluye, y aun revela la poética del autor.

En primer lugar, la fe temporal, la data de cada uno de los poemas del libro, nos da información -externa- sobre el tiempo de la composición de la obra. No es baladí ese dato si pensamos, -refiriéndonos ya al libro más reciente de Eloy Sánchez Rosillo, y en el que centraremos nuestro comentario- que buena parte de los poemas de este volumen de versos fueron escritos antes de la publicación del anterior libro: El sueño del origen (recordemos: marzo 2011, fecha de publicación: es decir, de dar conocimiento al público). En la "nota" que cierra Antes del nombre, hay un corto número de poemas fechados en verano de 2011 (los meses de julio, agosto, septiembre son especialmente asiduos en la fe temporal, así como el mes de enero). Lo primero que destacamos es ese solapamiento natural, la ininterrumpida cadencia entre libro y libro.

Ponemos aparte los cinco primeros libros de Eloy Sánchez Rosillo - desde Maneras de estar solo (1978) hasta La vida (1996)- recogidos en la recopilación Las cosas como fueron. Poesía completa. (1974-2003) (Tusquets, 2004), que reúne y cierra una etapa. De ahí, quizá, el subtítulo de poesía completa, que dio a la recopilación el mismo autor. Aquella etapa primera estuvo fundamentalmente marcada por la melancolía leopardiana, y por la constancia sólida de una voz y un tono propios, inconfundibles, dentro de la poesía española; lo que, con la perspectiva del tiempo, para muchos lectores, este que escribe incluido, convierten a Eloy Sánchez Rosillo en el mejor, si no el único poeta grande de la llamada poesía de la experencia.

La poesía de Eloy Sánchez Rosillo arrumbó el culturalismo retórico que aún estaba vigente, y sorprendió con la retórica sencilla de una voz verdadera, cotidiana, comunicativa; con sus rarezas a veces tristes y con su monotonía y egocentrismo, para algunos de sus lectores, irritante; pero también con sus grandezas, con poemas extraordinarios, y, sobre todo, auténticos, verdaderos, con voz propia: algo absolutamente novedoso y germinal. Germinal porque fue estímulo para otros muchos poetas que empezaron a buscarse a sí mismos, que dejaron aquellos cantos de sirena de los mediocres posculturalistas de los 80, como Luis Antonio de Villena, que, asentados en la posición dominante de la crítica y de los premios literarios, tanto hicieron para que un joven de Vallecas -hemos conocido este penoso ejemplo- se rompiese la cabeza para escribir un poema "culturalista" sobre Lohengrin o Bizancio, cuando su realidad humana, poética, social, la tenía delante de sus narices, sin verla. 

Eloy Sánchez Rosillo se apartó de ese camino de pámpanos, donde le hubiera llovido glorias de Loewe y otros aromas de colonia más o menos chic, efímeros, y siguió sendero y rumbo propios, sin despreciar a los verdaderos maestros de la generación culturalista, los que sí hicieron obra propia como Carnero o Gimferrer -con el que, por cierto, confluye Eloy Sánchez Rosillo en sus últimos libros, no solo en su preferencia por el mes de marzo, sino también en una afinidad panteísta de fondo y en la inclinación al canto, que irrumpe desde la pureza y no interrumpe el silencio; recuerden aquel verso del primer Gimferrer: "Si pierdo la memoria, qué pureza" ("Una sola nota musical para Hölderlin", de Arde el mar, 1966).
                                  


Volviendo a la trayectoria poética de nuestro autor y a definir el papel de la fe cronológica: Después de aquella recopilación publicada en 2004, inició Eloy Sánchez Rosillo una segunda etapa: más afirmativa; dada, en muchos momentos, a un tono de celebración (del mundo y del yo), celebración que exalta, aun con ciertos límites, la vida, lo sensible, el yo concreto humano, y que, sin llegar a saltar la barrera del pudor y la humildad que caracterizan a nuestro poeta, sintoniza, en el fondo, con el genial "Canto de mí mismo", de Walt Whitman ("yo me celebro, y yo me canto/ y lo que digo ahora de mí, también lo digo de ti"). La ingenuidad y la camaradería espontánea de Whitman están tamizadas en Rosillo a través de una complicada elaboración y llegada, al fin, al tú -como veremos luego, y ahora anticipamos al destacar ya el texto que nos parece iluminar finalmente la poética de esta segunda etapa de Eloy Sánchez Rosillo. "El amor sucesivo": 

Si solo fueran bellas en sí mismas,
o a cosas sólo hermosas remitieran,
no tendrían sentido mis palabras.
Lo alcanzarán tal vez porque su adentro
- hecho de luz y música -
descienda hasta mi alma y fructifique
en entender y amar.
No vienen hasta aquí desde su origen puro
a sostenerme en este que yo soy,
en mis propias razones: llegan para
desnudarme de mí y que en ellas hable
la verdadera voz de cada uno
- que es la misma de todos, mas sin muerte -,
y para proseguir su germinar en otros
como acicate y seña del amor sucesivo. 
                                 ("El amor sucesivo". p. 125)

Esta segunda etapa viene jalonada por la publicación de cuatro libros, incluido este último que comentamos: La certeza (2005, Premio nacional de la crítica), Oír la luz (2008), Sueño del origen (2011), Antes del nombre (2013). Las fechas de publicación se suceden a ritmo de 2/3 años, pero ya sabemos que esconden una composición sucesiva, que arranca de mucho más atrás siempre de la fecha de la publicación de los libros: casi podría decirse que la fecha de publicación de un libro encierra la clave de una obra compuesta antes de terminar el libro siguiente y que supone liberar al autor y a los poemas nuevos ya escritos y que esperan su momento. Como si el autor solo pariera hacia afuera cuando tiene ya muy avanzado un nuevo fruto dentro de sí.
No es insignificante conocer el ritmo interior de trabajo de un poeta a través de esos datos (de publicación de libros y de décalage -en el caso de Eloy Sánchez Rosillo- respecto a la composición temporal de los poemas). Los poemas escritos por el poeta entre 2012 y 2013 habremos de esperar para leerlos a un próximo libro, quizá, en 2015 o 2016.

Pero, más alla de lo externo (que ya nos ha dicho algo sobre la psicología del poeta), la fe temporal nos dice algo más: gracias a ella, los poemas aparecen, ante el lector del libro, casi como manuscritos, con ese gesto auténtico de comunicación al lector; se descuadran un tanto del aura de los textos publicados, para conseguir nuestra complicidad: son páginas de un diario, como aquel titulo del primer Eloy Sánchez Rosillo (Páginas de un diario, 1981). La fe temporal otorga una cualidad como de recién escritos a los textos del libro, los hace frescos. Curiosamente (y es la sutileza técnica del poeta lo que nos crea la paradoja), la data más que concluirlos y acabarlos, refresca los textos. Cuando leemos otro tipo de textos, la fecha que les puede acompañar nos da la sensación de que el mismo autor trata a sus textos como algo ya pasado, concluido, distante, y dejado ir a la mano del tiempo. En cambio, la data aquí, en los textos de Rosillo (como ocurre en un diario personal, que es un género literario inmediato) produce el efecto contrario. El autor no los suelta, o los suelta solo en nuestra complicidad: nos los confía, como quien escribe un diario y nos lo enseña en un gesto amistoso.

Por otro lado, la data de los poemas nos transmite directamente al centro del mundo poético y de la intuición estética de su autor: quietismo, abandono al ritmo de las estaciones, y anhelo. Una filosofía de la aceptación, análoga a la de Alberto Caeiro, el heterónimo de Fernando Pessoa; del que recogió nuestro poeta inspiración para el título de su primer libro: Maneras de estar solo.

La referencia cíclica a las estaciones del año en la cronología de la composición poemática remite, por tanto, a un fluir constante del poeta en los mismos temas de todos sus libros, desde el primero. La soledad como un don que hay que merecer, el silencio como la vida propia del alma, el corazón como lugar del dolor y el recuerdo elegíaco, y, en la estela del sensitivismo del mencionado Caeiro (que protagoniza algunos de los mejores poemas de Eloy Sánchez Rosillo, y principalmente del libro que comentamos) la mística del ojo, la gracia del mirar que convierte el poema en celebración.

                            

                                                                                                                                                                                     2   Alma, corazón y vida 

                                               Oye esta canción que lleva / Alma corazón y vida... 

Así se dice en una canción popular. Si tenemos en mente el título de la obra que cierra la etapa primera de Rosillo, La vida, y que de algún modo anuncia la segunda etapa, la de poesía de afirmación, en la cual se enmarca Antes del nombre, como cuarta entrega pública; y si pensamos que el corazón - con su tendencia a la elegía y con su receptibilidad extrema al dolor y al contento que nos producen por igual lazos inexcusables con la existencia-, está omnipresente en la obra del poeta; y por otro lado, el alma, como aquel barrunto de eternidad y serenidad, que se revela alguna vez en el silencio, pero que cada vez más el poeta logra atrapar y llevar al poema como si fuera el verdadero leitmotiv del mismo, a medida que la poesía de Eloy Sánchez Rosillo explora y desemboca en aquella mística aludida como en su destino natural; descubriremos en las obras de este poeta una metafísica del ser que es el hombre, más allá de que el poeta parezca siempre hablarnos de mismo, hasta hacer habitual en todos sus libros -también en este- la referencia a su nombre propio, Eloy. Quizá, esta referencia explícita al nombre propio -inquietante por demasiado explícita y reiterativa- engañe, y quiera mostrar realmente esta poesía como un discurso sobre el ser que es el hombre, un discurso situado en una circunstancia, en un vivir y en un nombre propio concretos, que coincide -solo por costumbre o nominalmente- con el nombre civil del autor.

Estamos explorando, tentativamente, otro vía para encuadrar el contenido del libro que comentamos -y, en general, la poética de Eloy Sánchez Rosillo.

Ya la fe cronológica nos sugirió algo como un lugar o un marco donde situar la voz que dice en los textos del poeta. Adrede, el poeta, mediante esa fe temporal, nos ofrece a sus lectores un topos cronológico, a modo de encuadre en donde podemos personalizar su voz. Porque resulta que el poeta es alguien que habla, se comunica con alguien, y la primera condición para que se pueda dar la comunicación humana es la personalización de la voz. Huyendo de "materializaciones" torpes, algún vate ha creído falsamente que puede dirigirse a alguien hablando desde una voz que viene del infinito, indeterminada y confusa. Otros han extremado su yo pero han olvidado personalizar al tú, al que supuestamente van dirigidos sus versos.

Sin embargo, este primer problema de comunicación poética no está del todo resuelto con la adhesión -compartida con el lector- a un tiempo cronológico, natural. Es una relación demasiado extemporánea. (¿Qué nos dice del tiempo histórico, real? Nada). No busquemos, por tanto, tras la fecha de escritura de los poemas de Antes del nombre, una mínima preocupación histórica, situada y que pueda, quizá, compartir el lector. Los años de los que deja constancia la nota cronológica, 2009, 2010, 2011, podrían ser cualesquiera otros. Entonces, ¿qué sentido tienen las fechas?

Solo tienen un sentido en el discurso de la autobiografía del poeta; lo que convertiría a los textos poéticos, en realidad, en un mero marco autobiográfico. Sin embargo, el poder de lo poético de los textos se salva si pensamos que esos años, meses y días, esas fechas como amorosamente caligrafiadas en la "nota" cronológica, no son solo cifras numéricas, como tales indiferentes para ti o para mí, en cuanto no aluden mínimamente a nada compartido; sino auténticas "cifras", signos, que, abstrayéndose de la vida del poeta, del cual conocemos su fecha de nacimiento, nos dan el pulso de una vida que ha consumido ya sus dos tercera partes, que está "más cerca hoy del final que del comienzo", como el propio poeta reconoce en uno de sus poemas. ("En el árbol del tiempo", p. 77). Pero, además, transmiten, como cifras-símbolos, en la alusión a los meses -casi siempre de verano, pero también de invierno, o de las otras estaciones del año y del hombre- unas sensaciones compartidas con el lector, y un bagaje existencial simbólico compartido.

Cobran ahora un nuevo sentido las cifras, la fe cronológica es sinónima de una cualidad de esta poesía: la de transmitirnos la conciencia -tanto de ser escrita, de ser palabras dichas a uno y alguien- como de ser un hilo de conciencia que reúne y resalta la constelación de una vida humana que va cargada ya de recorrido. En este sentido, todo el libro es una meditación sobre el vivir de un ser humano y, por debajo de su entusiasmo ocasional ante las realidades concretas (como ante la visión de unas manzanas, en el poema de la pág. 25, como al tomar conciencia del orden natural, sagrado, de las estaciones y del silencio del mundo) se escucha siempre el tono de meditación ontológica, una esencialización de la experiencia humana, de la que venía desde su primera etapa.

El lector, pues, más allá de las apariencias puede compartir esa meditación de lo humano. Por otra parte, especialmente en este libro de Eloy Sánchez Rosillo, la datación de los poemas (si tenemos en mente lo dicho anteriormente de esa datación como "cifra" simbólica, no numérica) hace plausible que en el libro adquiera pregnancia el término alma. Léase un poema clave: "Más allá" ( p. 111). 

El alma nada sabe del sollozo.
Lágrimas y gemidos son patrimonio triste
sólo del desvalido corazón. 
(...) 
Los dominios del alma empiezan más allá,
donde ya no se advierte el parpadeo
de las últimas luces del sentir. 

Compartimos también con el poeta ese deseo -nos falte o no la creencia- de espiritualidad, que es afirmación de independencia ("apártate del corazón, aléjate / de sus dictados taciturnos"...); de por un momento estar más allá del Dasein, del ser aquí situado. Compartimos una intuición de libertad, y apertura al silencio, al ser. Pero no es fácil, porque la realidad humana es da-sein, circunstancia (incluidos padres, familia, amores, vida, muerte, y tiempo histórico). Es creíble la apertura a lo místico -en el sentido de Wittgenstein-, al silencio, desde esta poesía de Eloy Sánchez Rosillo, porque ha sentado ella misma su propias bases para compartir lo que hay y encuentra. Porque el poeta no solo debe hacer el viaje de ida (eso solo no basta, y eso sería solo tarea del místico) sino también el viaje de vuelta: debe poner desde allí las bases para que pueda ser compartido -creíble, sea o no compartido en realidad- lo que escribe cuando se adentra él solo en "los predios del alma".

Viene a colación aquí la siguiente observación, que atañe a otro problema, el más difícil, de la comunicación poética, y cuya solución en el libro de Rosillo nos parece ejemplar.

En la lectura de Antes del nombre, tenemos la impresión de que los poemas acabaran de escribirse desde la voz de su autor mientras éste los piensa: transmiten en vivo ese diálogo silencioso (especie de conversación telepática) entre el autor- escribiéndolos, pensándolos, recordando en ellos un detalle vivido- y el lector a la escucha. El poeta tiene el inmenso acierto de saber agarrar e incorporar al lector como si este fuera su doble, o como un lector interno a la conciencia del propio "Eloy" que se piensa y se explica. 

Aunque no puedo precisarlo de otro modo mejor, diría que aquí el lector alterna en el papel de poeta con el mismo poeta que escribe sobre la vivencia de un individuo llamado "Eloy". Eloy Sánchez Rosillo es un caso donde la comunicación en poesía se resuelve de una manera muy sutil. Sin tematizar en su poesía dicha problemática de forma expresa (no le hace falta), pero tampoco sin dar por supuestos recursos retóricos ya invalidados, que funcionaban cuando había entre lector y autor un corpus de ideas preestablecidas en las que encontraba cauce a priori la comunicación - como aquello de que el poeta era un ser divino que traía un mensaje de arriba o que era portador de una sensibilidad especial; hoy vulgares lugares comunes, curiosamente vigentes aún para la pseudo-comunicación trivial de los media y de los sujetos difusos creados y alimentados en ellos; para esa pseudo-comunicación líquida que asedia y obsede la comunicación poética auténtica, tan simple y difícil esta, como todo lo inesperado y todo lo bello, que diría el Ión de Platón. Más difícil aún en estos tiempos, porque ha de traspasar la tela burda y fácil de muchos mensajes que pretenden nuestra atención y que solo supuestamente se dirigen a nosotros para comunicar algo, aunque, en realidad, solo pretenden que no pongamos en otra cosa la atención, y, por tanto, para nada buscan nuestra comunicación (para ello, habrían de interesarse por un motivo nuestro propio), sino continuar obsediéndonos con el suyo. 

Los poetas que dicen que escriben para sí...y consiguen seguir escribiendo sin problemas... luego, nada más terminar un verso, salen a la calle buscando a alguien (a un perro, si les viene a mano) para leerle lo bonito que han escrito (de sí, para sí). Esos narcisos autistas, igual que la publicidad, prevén nuestros gustos pues saben, en el fondo, aquello que profetizó para este tiempo Martin Heidegger: que se ocultaría el "sí mismo" del hombre, y que el "se" (el "man", lo tópico y aburrido de uno socializado) ocuparía todos los puntos del dial del lenguaje. Saben ellos "comunicar", no con nuestro motivo propio, sino con una pompa de jabón que vamos soplando entre todos, que nos va por dentro.

En fin, encontrar un libro de poesía como este de Eloy Sánchez Rosillo, es ya un motivo de celebración. Toda poesía lo es. Basta tener abiertos el canal auditivo y el otro, el canal de la admiración para advertir con júbilo el milagro, tan raro, de un libro de poesía, o sea, de una conversación poética mantenida, en doble dirección, lector y autor. Algo casi inverosímil. En la mayoría de los "poemarios" ni siquiera se da un atisbo de nada, y en otros, apenas un poema o dos logran interesarnos de verdad, bien porque el tono se pierde en la niebla del yo o porque el autor ni siquiera se ha molestado en bajar la voz cuando yo, lector, le estoy leyendo: y se produce entonces ese guirigay absurdo que es lo convencional, la pseudo-comunicación de dos que son legión. (Hace poco me sucedió la anécdota de que puse por título a una crítica de un libro de una poeta actual el título del libro comentado y un escueto subtítulo que rezaba así: "un libro de poesía". El editor al que le envié la crítica no consideró publicarlo en su prestigiosa revista, porque, entre otras cosas, el titular no decía nada al posible lector. Supongo que por estar prevenido contra lo mediocre, que necesita mucho aparato de títulos que lo acompañen, estaba el editor y crítico cerrado a lo admirable, que es simple y escaso).



                                          3   Tres pies para un gato 

                                                   No le busques tres pies al gato.

               A 
A manera de epílogo, en forma de tríptico que puede saltarse el lector sensato; vamos a apuntar algunas cuestiones formales que nos lleven a explorar otros encuadres del libro de Eloy Sánchez Rosillo. La unidad, de voz, tono y tema, no siempre está reñida con la variedad en un libro de poemas. No solo los textos de los poemas sino cualquier otro texto o paratexto, en prosa, ya sea la leve presencia de una dedicatoria: todo confluye en la intención comunicativa del libro. Cuando se trata de poesía, dado que existe el prejuicio de que el poeta no sabe, hay que matizar qué significa "intención" para que nadie reduzca ésta al absurdo de un programa o un argumento preconcebido al escribir los poemas. La intención es el acto poético que crea un libro de poemas; se produce, pues, en el intento del poeta de seleccionar, ordenar y presentar, para un acto comunicativo con un segundo lector, los poemas que ha escrito.

Sentado esto, es irrelevante ahora plantear si hay más unidad o variedad en la poesía de un poeta, como, por ejemplo, Eloy Sánchez Rosillo; ateniéndonos solo a los poemas tomados como unidades aisladas, aunque los poemas que presentamos a cotejo puedan estar sacados de libros diferentes del autor. Más aún, bajo este criterio estrechamente textual dos poemas del mismo libro, o de diferentes libros, nos pueden parecer repetición de un mismo tema, voz y tono, que se añade a qué, o en el mejor de los casos, profundiza o vuelve a decir mejor qué: ¿qué es ese qué original que los poemas igualmente repiten?

En la mente del crítico suele ser ese qué un poema ya canónico, una pieza maestra ya lograda por el autor. Si fuéramos nosotros por esa línea, diríamos que el poema "Casta diva" (del libro Autorretratos, de 1989) es la voz oriunda del poeta Eloy Sánchez Rosillo: una voz elegíaca en un magnífico "poema largo", de retrospección narrativa, con foco en el pasado, en un tiempo sin daño, y con ausencia total de un tiempo humano. Hablaríamos, entonces, de que el poeta tiene un mundo que repite, con variaciones más o menos afortunadas, en cada nuevo libro.

Más interés presenta, para nosotros, preguntarnos por la intención que crea un libro de poemas como un conjunto en un acto comunicativo. Ahí es donde creemos que se juega en serio.

Pues bien, a esta luz, no puede ser más móvil y cambiante la poesía de Eloy Sánchez Rosillo, y no cambiante como variación o separación de un fondo inamovible y perfilado -como petrificado ya en unos cuantos poemas o piezas maestras de libros anteriores. Todo gran poeta (Cernuda, Machado, Aleixandre, por referirme solo a poetas españoles) es un río que se autogenera por el descubrimiento de una nueva y cada vez otra intención de su obra. Aunque solo sea por el hecho de que los lectores a los que se dirige en comunicación son diversos y cambian, aunque solo sea por eso y supuesto que el poeta mismo no cambie, toda auténtica poesía -y la de Eloy Sánchez Rosillo lo es- disuelve el falso problema de unidad y variación, que solo tiene cabida en una mente escolástica. Nos atrevemos a decir que, incluso, si la obra del poeta permanece y trasciende a la muerte del autor, aquella sigue cambiando y desarrollando una intensión significativa a medida que ensaya otra intención en su encuentro con otros lectores.

Quiero dejar constancia de este aspecto que no es trivial, porque a veces se insiste demasiado en torno a un poeta (creo que esto pasa con Sánchez Rosillo) en su monotematismo. No porque este clisé sea falso o verdadero, sino porque es irrelevante, es por lo que hemos dicho lo anterior. Aún más: no tanto por salir en defensa del poeta, que creo que ni le hace falta y me temo que, incluso, él lo recoja como un elogio más que una reserva crítica, ese tópico de poeta aburrido y unitario. Lo anterior apunta, más bien, a una reivindicación del derecho de los lectores del poeta a descubrirlo en su zigzagueante intención. Un derecho de los lectores a no dejarse conducir por los tópicos y anteojeras de escuela de cierta crítica que prefiere rumiar lo fácil y cómodo de las valoraciones ya establecidas.
 
                  B 

Es cierto que, en los últimos libros de Eloy Sánchez Rosillo, y en este que comentamos aún más, escasean los poemas largos narrativos. Predomina el poema breve, monoestrófico, que lleva de principio a fin, en casi un solo movimiento, una impresión, un diálogo interno del poeta, evocado, (como hemos intentado anteriormente decir) en sintonía con el lector interno que escucha, porque, de una manera sutil, el lector participa en la misma tarea del poeta: de esencializar la vivencia hasta encontrar en ella un sentido; es por lo que dijimos, de manera provisional, que el lector alterna su papel con el del poeta. Sin que precise para ello compartir las conclusiones últimas a las que llega, en las que reposa y a las cuales le invita a asumir el propio poeta: La aceptación mística de un orden de cosas sacralizado.

Pero, antes de abordar esos últimos temas, reparemos en que, además del poema breve, predominante en el libro- y al que se inscribe, por ejemplo, la serie "En el árbol del tiempo", "En la inmensa heredad", "A la orilla del tiempo", "El silencio del árbol", "Todo"-, serie de aprendizaje ascético contemplativo, más que de invitación al gozo o a la celebración, y llave para la aceptación de la quietud última; hay en el libro la presencia de algunas canciones con estancias estróficas, como la serie formada por los poemas "La soledad", "Junto al mar", "La pesca milagrosa", en la que se juega incluso con la rima asonante, y sobre todo, la canción clave del libro: "En lo oscuro", donde se hace patente ya el tema de la aceptación. 

Que se alce de ti un canto 
en la hora hermosa y fúlgida.
Pero también que de tu adentro brote
en el trance terrible y más amargo (...) 

    Busca tu voz, entonces; 
búscala, y canta. (...) 

   Ése es el himno puro,
un canto que no es música,
que no tiene que ver con la alegría,
con el sollozo ni con la plegaria.
Vibra como un cristal delicadísimo
y es sólo aceptación.
                                ("En lo oscuro", p. 139)

Es en estos casos, y en especial, en este último poema, donde la voz del poeta ensaya el canto, como si más allá de la aceptación, recuperara amorosamente el mundo. Más acá de la aceptación, el tono del poeta se acompaña siempre de algo sombrío, como de un esfuerzo de autoconvencimiento y una rigidez por mantener la dirección en el vaciamiento de toda distracción. El poema "La soledad" es una de las más bellas canciones, dividido en cuatro mágicos tercetos.

Y hay, por último, en el libro algunos poemas epigramáticos, de cuatro versos, casi siempre, ("Patrimonio", "En la alta noche") y otros que tienden a ser apuntes de cinco, seis o siete versos. La función de estos poemas es recordar un emblema, un motivo poético, convocar a un tema de meditación.

Apuntamos -solo de paso- que la intención del autor -solo si profundizamos en este libro- es bastante menos monocorde de lo que pareciera.


                C 

Otro asunto de reflexión en el libro es la presencia de los cinco sentidos corporales. A primera vista -o a primer oído: valga aquí esta expresión- el libro se levanta sobre una palabra sensorial: creo que pocos poetas actuales son dueños de una música tan exquisita, tan poco estridente, como Eloy Sánchez Rosillo. (Si acaso, entre los poetas españoles vivos, sea Pere Gimferrer el mejor dotado musicalmente, y quien consigue una música verbal más extremada y sorprendente, aun asumiendo algunas estridencias, que nunca se hallan en Rosillo, más llano en comparación con el poeta de Arde el mar). 

Por otra parte, la presencia del sentido de la vista es evidente en casi todos los poemas. Hemos titulado este artículo "Por gracia del mirar" recogiendo parte de un verso del poeta. El sentido de la vista es, especialmente, un sentido intelectual, que enlaza con el poder de la evocación -y casi siempre en los poemas breves del libro se parte de una escena que es evocada, con la mirada interior; si bien la evocación es solo el preámbulo a la búsqueda de una verdad en el poema, que se desprende del pensamiento contemplativo y se da, en el texto, muy a menudo, en forma de emblema moral o de sentencia.

Pero la vista tiene, además de lo sensible e intelectual, una dimensión existencial ("Por estos ojos salgo yo a la vida" -"En la inmensa heredad") y espiritual en la poesía de Rosillo. Lo existencial viene señalado porque la luz abre el mundo al poeta, le hace nacer -y a ella regresa, como se verá. Lo espiritual, porque los colores -como en el magnifico poema de este título, de la p. 72- y la luz, perseguida y presente en la mayoría de los poemas, son objetos del alma, que llegan mediante la visión; como el silencio es el objeto del alma, que llega gracias a la voz y al oído. Curiosamente, de los objetos espirituales, los dos primeros (los de la vista) señalan presencias y estímulos de su particular sentido visual; pero aquel, el silencio supone, en principio, la cesación de todo estímulo auditivo, aunque, realmente, para el poeta no sea así. En el silencio cesa la voz pero sigue la escucha.

La luz es también el objeto último de la certeza mística que envuelve al poeta. En uno de los más misteriosos poemas del libro, que tiene por título "Digo como ocurrió" (y que significativamente precede al poema "En lo oscuro", donde vimos hacerse canto patente la aceptación), se dice, "evocando" los días que precedieron a la muerte del poeta y continuando el recorrido de la evocación, desde la casa propia ahora extraña, a los acontecimientos que consumaron sus últimos momentos de conciencia: 

Crucé luego una puerta que encontré en mi camino. 
Era de piedra, angosta. Y vine a dar
de pronto en esta luz que se abrió con dulzura
como rosa infinita de alegría y asombro
ante el dilema de mis titubeos.
En ella me perdí; 
quiero decir que supe entre sus pétalos.
                                      "Digo como ocurrió" (p. 138)

Disolverse en la luz, saber con ella en el cáliz de una rosa... Reparemos en este saber, que es lo más próximo a estar junto al mundo que llega a estar el poeta, en todo el libro; y que, sorprendentemente, solo es alcanzado cuando la carne se disuelve en la luz.

El otro sentido corporal que predomina en Antes del nombre es el oído: con su par, la voz, la palabra, la música. 

Para escuchar el canto del jilguero 
vine yo al mundo.
                           ("En el árbol del tiempo". p. 77)

También en el dominio de este sentido (como en el de la vista) tendríamos que matizar el predominio de lo sensitivo. Y ya hemos visto cómo los otros dos sentidos, el olfato y el gusto (mundo de olores y sabores: saberes) se concentran en lo espiritual: en el anhelo místico de fundirse en la luz, de saber con los pétalos de la rosa.

Quizá se eche en falta el sentido del tacto, que brilla por su ausencia, como se suele decir, en este libro -decididamente intelectual y espiritual frente a la materialidad e inmediatez mundana del tacto.

Pero también echaríamos a faltar, en el libro, la Historia, el tiempo de las vicisitudes humanas que transcurren como imágenes en el agua de la meditación ascética y metafísica que propone Antes del nombre. Y ya puestos, señalaríamos en el libro la total ausencia de Eros, de lucha con lo otro y el otro. El poeta asume su asunción en lo otro, sin aquella mística erótica a lo san Juan de la Cruz.

Eloy Sánchez Rosillo proviene de otra estirpe poética mística, árabe, de entrega y dexamiento en lo otro. Una mística inflamada de neoplatonismo -como la mística hispanoislámica, que ha esencializado ascéticamente los sentidos y purificado el deseo, a través de la contemplación extática y el desborde de la imaginación, que se conoce hasta sus más ciegas huellas, y que por tanto solo ha de lidiar con una última barrera: la aceptación.

Las imágenes que en Antes del nombre comparecen son, asimismo, poliédricas: imagen evocativa e imágenes que son prefiguraciones de la muerte del poeta (como en dos extraordinarios poemas del libro). Imágenes de cosas vivas reales (manzanas) e imágenes de cosas naturales (nubes, árboles, mar, alba...). Pero, sobre todo, ocurre en este libro la total ausencia de imágenes urbanas, salvo alguna alusión a "mi ciudad" -al contrario de lo que ocurría en otros libros de Rosillo-; y casi de imágenes humanas.

Por encima de todo, la imagen prevalente -y el encuadre de todas las demás: por tanto, algo así como el lugar de la voz de este libro, que hemos tanto perseguido- es, definitivamente, la de un hombre cualquiera, solo, ante el mar, como en cierto cuadro del primer Romanticismo, de Caspar Friedrich.
                             


                                                                             
                                                                            Fulgencio Martínez (21-4-2013)

REVISTA ÁGORA DIGITAL ABRIL 2013

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