APROXIMACIÓN A LÍNEA CONTINUA, DE ADA SORIANO
(Comentario de Fulgencio Martínez)
Ada Soriano
Línea continua
ed. Ars poetica
Colección Carpe
Diem
27 de marzo,
2023
Oviedo.
Para adquirir el libro:
https://www.arspoetica.es/libro/linea-continua_147314
Ada Soriano es una
escritora española que viene realizando una obra propia muy interesante desde hace más
de tres décadas. Sin embargo, es en los últimos seis o siete años cuando su
poesía comienza a tener el reconocimiento merecido. Con libros como Cruzar
el cielo (Celesta, 2016), Dondequiera que vague el día (Ars
poética, 2018) y el más reciente, al que dedico este artículo: Línea
continua, publicado en marzo de 2023 en la misma editorial ovetense.
En 2019 y 2022, Ada Soriano sacó dos
magníficos volúmenes de conversaciones con poetas y escritores de su generación:
No dejemos de hablar, I, II (editorial Polibea).
En 2021 también la poeta reconstruyó
un libro suyo anterior, titulado Principio y fin de la soledad (editado
en 2011 por la Universidad de Alicante) donde se encuentran algunas claves y
tonos esenciales de la escritora oriolana. Además, merece citarse su libro de
1993, Luna esplendente o sol que no se oculta, por encontrarse ya en ese
poemario el simbolismo doble, lunar y solar, y por ser publicación de la que
fue revista y editorial luego Empireuma, en cuya creación participó la
autora.
Dos libros anteriores: Como
abrir una puerta que da al mar (2000) y Poemas de amor (2010, que recupera
algunas de sus primeros poemas publicados en Anúteba, de 1987, junto a
otros poemas firmados por José Luis Zerón Huguet) van a dar a un tercer
libro, el ya citado Principio y fin de la soledad (2011, reconstruido en
2021), que, en opinión de José Lupiáñez, buen conocedor de la poesía de
Ada Soriano, constituye “un libro maduro, plural, en el que se
observa una mayor variedad de temas y motivos y, por otra parte, ante un
conjunto en el que se nos muestra cómo van consolidándose a través de sus
páginas obsesiones antes señaladas como la soledad, la indefensión o el dolor,
que propician un ejercicio de introspección y un vuelo imaginativo con el que
la autora apresa instantes de lo cotidiano y los transmuta en momentos de una
fulgurante lucidez e intensidad líricos. La casa se convierte en observatorio,
y dentro de ella, el vaivén de la mecedora se acompasa con el ensueño de
horizontes distantes y enclaves oníricos. La ciudad ofrece un paisaje de
calzadas borrosas, de árboles entrelazados, de luces difusas, pero también de
“hombres solos / vagabundos y solos, / entregados al desamparo / de las
aceras”. Su sensibilidad no deja de hermanarse con los que sufren, como esa
“Niña de Somalia”, o las mujeres violentadas en “Monólogo de una mujer”. Cruzan
gatos, vuelan palomas o asoman mirlos de “negro plumaje / y la luna comienza a
desperezarse, / a renacer de su propia materia”.
La intuición creadora de Ada Soriano
volvió acertadamente sobre aquella primera versión publicada diez años atrás,
porque, sin duda, en ella vio la autora cristalizada su primera cosmovisión poética;
de modo que, en retrospectiva, se puede decir que Principio y fin de la
soledad cierra la primera cosecha madura de la trayectoria poética de Ada
Soriano. Aunque, retengamos algunas características de esta etapa, que se
incorporarán en lo sucesivo a esa “línea continua” (ajustándonos al título magistral
de su reciente poemario) que forma el devenir de la sensibilidad y la originalidad
de esta poeta. Así, el doble simbolismo lunar y solar, que en algunos sentidos
compararíamos con el de los poemas últimos de Miguel Hernández; vertido, muchas
veces, en el dualismo noche/día; y los temas, tonos e inquietudes constantes,
bien señalados por José Lupiáñez: la mirada introspectiva, el mundo doméstico,
la casa, la mecedora, como metáfora del yo, la sensibilidad hacia los otros
seres humanos, en especial, hacia los seres solitarios que sufren, y el acento solidario con algunas mujeres víctimas del dolor, la incomprensión y la injusticia.
Dondequiera que vague el día (2018) le pareció a este lector
una segunda pieza maestra en la obra de Ada Soriano. Otra segunda cosecha de
madurez. En este libro la novedad es, según lo veo, un cierto tono celebratorio y de
serena afirmación. Además de corroborar el dominio ya mostrado en la etapa
anterior sobre el ritmo poético, y dar una clave que será ya definitiva en la
poesía de Ada Soriano: el tono de verdad. Es esta una cualidad a veces
tan diáfana y en apariencia no pretendida por el poeta, que resulta, por
experiencia de lector lo digo, rara en un poemario. Hay que conocer algo en
profundidad a un autor o autora de poemas, al menos a lo largo de varias obras,
para ser ganado de golpe por ese tono de verdad que se revela en un libro de
poemas. La grandeza de un poemario, en mi opinión lectora, comienza ahí:
cuando creemos que el autor ha encontrado algo para nosotros, los lectores; es
decir, cuando no solo leemos frases testimoniales, vagos barruntos, dejes más o
menos alegres o tristes, fragmentos de búsquedas; sino cuando vemos que el
poeta da en el clavo de un sentir, de una verdad sentida (como es la poesía), y
que, además, oh milagro, consigue que la entendamos y la compartamos (las dos
cosas, a nuestro modo), como si esa verdad hubiera estado esperándonos a cada
uno en el poema para entenderla allí precisamente y no en ningún
otro lugar. Una verdad sentida en conexión con ese lugar único del poema es lo
que, ciertamente, convierte a la poesía en una experiencia; poesía de la
experiencia, hablando desde la perspectiva del lector, de cada lector, que
es lo que importa. Pero no aquel libro, Dondequiera que vague el día,
que prefigura el actual, Línea continua, no era solo un libro donde la
poeta comunicaba su verdad y conseguía el acierto de transmitirla con autenticidad,
frescura verbal y un tono directo a veces, o velado, misterioso, otras; el
poemario, como una joya, se exponía también a una luz más compleja,
simbolista-hermética, cuando alguno de sus contenidos lo requería (como en el
poema dedicado a la madre-luna). La primera parte del libro, y dominando
en cierto modo este como leitmotiv, se encontraba la palabra sol,
que aparece repetida a principio y final de esa parte, a veces dentro de una
expresión coloquial, tan bella como una pizca de sol. Por otro lado, las
referencias cultas (como la pintura del surrealista ruso Vladimir Kush),
encajan con las citadas alusiones cosmogónicas, telúricas, y el mismo
simbolismo dual que implican, refuerza (no desfigura) la voz muy personal de
la poeta. Pues un poeta no es otra cosa que una mujer o un hombre individual. Y
un artista individual.
En todos los libros de Ana Soriano,
debemos prestar mucha atención al ritmo. En ese poemario de 2018, el ritmo, presentaba
una tendencia al decasílabo y a veces al endecasílabo, con rupturas rítmicas
muy medidas y precisas, cosas así como de pronto encontrarte esto:
Me abandono a esta noche
donde una nube se abre
y parte mi dolor con arma blanca...
El cuidado del ritmo realza esta voz
original de Ada Soriano, hasta el punto de que, incluso en aquellos poemas no
celebratorios, sino de cierta tristeza y desarraigo, la música verbal, tan
limpia y mesurada, produce un bálsamo de belleza. Pero, en definitiva, en Dondequiera
que vague el día (con ese acierto en el subjuntivo “vague”, que nos
transmite ambigüedad de sentimientos: anhelo, esperanza, desarraigo, encierro,
extrañeza) resaltaríamos el tono celebratorio y afirmativo, y el mérito del
decir los sentimientos más hondos y personales, de transmitir lo esencial del propio
poeta individual (condición sine qua non para hablar de poesía) sin caer
en el exhibicionismo del autosufrimiento, en la autoparodia narcisista o en la
insustancialidad, hoy camuflada con falsas voces que hablan en nombre de valores
que cotizan al alza o de algún colectivo a favor de la ola.
Y llegamos al comentario de Línea
continua. El poemario, siguiendo también una nota del presentador del
libro, José Lupiáñez, presenta, entre otras diferencias respecto a la obra
anterior de la autora, la de ser un texto escrito casi de un tirón. Comenta
José Lupiáñez, sobre el trabajo de la poeta en la escritura de este libro: “Línea
continua, el texto le surgió espontáneo, y avanzó sin grandes
dificultades, porque las palabras, los versos, le fluían con desenvoltura, con
naturalidad, como si todo ese proceso alumbrador se hubiera llevando a cabo en
una suerte de estado de gracia. De ahí que los retoques o los cambios
definitivos, una vez concluido el poemario, hayan sido muy contados y apenas si
se trata de pequeños matices y mínimas variantes las que pueden indicarse como
fruto de esa labor de revisión y relectura”.
Ese
trabajo constante es, sin embargo, la parte externa. La interna la recoge muy
bien, en estas palabras, la prologuista del libro María Antonia Ortega: “Este
libro parece una tarde de lluvia con sol, una adivinanza en el mar, sin paisaje
pero con el sonido de las olas. Todo se expande y al mismo tiempo vuelve a su
origen y recupera su centro”.
No se puede decir mejor, ni más
poéticamente, la esencia interna de un libro.
De modo que Línea continua, ya
en su mismo título, consigue transmitirnos dos procesos:
1. El externo, de la escritura, casi a
modo de improvisación jazzística o de sesión continua, de rapto o reverie o
ensueño continuado (todas estas referencias cultas, poético-musicales son
importantes y buscadas por la poeta, así como su marco simbolista,
impresionista), a lo que no es ajena la estructura y presentación de los poemas,
como una suite, sin frontera de títulos de poemas, ni de capítulos; y el
refuerzo, además, de sintagmas recurrentes al inicio de algunos poemas que se
corresponden con otros: “Sentada en mi
mecedora”, “Soy…”, “Me..”, “Yo…” Algunas
de estas estructuras casi diríamos mnemotécnicas, si estuviéramos en un canto de
rapsoda improvisado, al modo lírico o épico-homérico, se repiten tres o más
veces, dentro de los 59 fragmentos (incluyendo el último, Los ojos del cazador,
único al que encabeza un título).
2. El interno. Donde la autora nos
revela el círculo de su intimidad, el tempo y la vocación poética profunda, continuada,
que la ha movido como ser humano y como artista y creadora de palabras. Al
mismo tiempo, que una reivindicación del espacio íntimo, de una mujer en este
caso; ahora que la actualidad mueve más a reivindicar la presencia pública. Sin
renunciar al papel moderno, pleno, de la mujer, y realzando la valentía, el
poder generador y lunar de la mujer, tanto como su capacidad de ensueño y de custodia
de un tiempo íntimo más lento. Esto concuerda con la presencia mítica de Selene
y de Penélope en este poemario. Si la Luna, Selene, es símbolo de ese tiempo
interno, más aún, íntimo, impredecible incluso para la propia poeta (pues no
hay nada menos previsible que los sentimientos íntimos, a diferencia del mundo
estándar externo). La figura de Penélope requiere, para entenderla, una mayor
agudeza, no en la primera ni en la segunda lectura este lector la ha
descubierto.
La autora nació en Orihuela el 30 de
diciembre de 1963. El libro Línea continua lo escribió Ada Soriano 2019 en
una primera versión, según información muy valiosa recogida también en el
texto de José Lupiáñez para la presentación del libro: “Aunque
escrito en el 2019, he asistido con interés a ese último devenir creativo suyo,
en el que la autora ha ido repasando o corrigiendo con serenidad, con
morosidad, este y otros títulos anteriores de su producción poética, si bien en
lo que respecta a Línea
continua, el texto le surgió espontáneo, y avanzó sin grandes dificultades,
porque las palabras, los versos, le fluían con desenvoltura, con naturalidad”
(remito a la cita recogida más arriba).
Línea continua es, en efecto,
una suite de poemas (por tanto, nada más lejos de algo anárquico),
formalmente trufada con continuidad y variación significativa, pues recorre,
creo, dos circuitos, el de la edad biográfica y el de los cuatro elementos de
la naturaleza.
Más o menos los 58-59 poemas-fragmento
se corresponden con la conciencia de la autora de atravesar la cincuentena cuando
redacta el libro. No es banal esta referencia temporal, este punto poético,
para entender el discurso del libro. Su secuencia se inicia -en referencia al
mar, al elemento agua- con un sentir casi prenatal. Pasa a la infancia y
adolescencia. A la juventud luego, llena de pasión por la poesía y la vida
(formó la autora joven en el grupo empireumático, cofundadora que fue de la
revista Empireuma, palabra que transmite ecos de Empíreo, aire, y de espíritu,
Empédocles y fuego).
Del libro, aunque éste forma un todo,
destacaría algunos poemas, con el fin de destacar mediante su ejemplo lo que
creo la voz propia de Ada Soriano, siempre desde mi subjetividad que está lejos
de ser infalible y de excluir otras lecturas.
Me ha gustado especialmente el poema
que comienza: “Soy una mujer valiente”.
Soy una mujer valiente.
Parí a mis hijos
sin llantos ni gritos.
Mis puertas se abrieron
y fueron profanadas,
pero ya se cerraron.
También las puertas de
la catedral
se cierran y preservan
entre cordones rojos
y varitas de oro
a una Virgen blanca y
bella
que sostiene entre sus
brazos
a su único hijo,
un hombre que le dobla la
edad.
En este
otro fragmento, el poema habla del alma, de su
condición tan leve que nos hace casi soñar con su inmaterialidad e
inmortalidad. Si el poema anterior me parece el más personal y más misterioso
del libro (quizá el poema más logrado y antológico de toda la obra de Ada
Soriano hasta hoy), este otro me parece, personalmente, el mejor, el más
delicado y filosófico (sin pedantería). Ambos son paradigmas de una verdad
sentida, de un sentir poético que sale a nuestro encuentro en un poema grande,
y que forma en adelante nuestra experiencia. La auténtica poesía de la
experiencia (del lector o lectora), poesía de la comunicación, hecha de palabras
sencillas y profundas y tan bien concertadas en música. Y ese sonido “a” sostenido,
en elevación.
Anoche
el cielo estaba
poblado
de estrellas.
Ah, el cielo.
¿Cuánto
medirá?
¿A toda
muerte aguarda?
¿A cuántos de
nosotros
acogerá en su
seno?
¿Todo lo que
fue está ahí?
¿Ascendemos?
Ah, el alma,
el leve peso
del aliento.
En este otro poema, el elemento fuego
asociado con la vida y el amor:
Amigo,
tú que
probaste el agua
de mi arroyo
y fuiste en
mi bosque
danza de
esporas,
dime,
para
reconciliarnos plenamente,
que no fue banal
el vuelco de
tu fuego
en mi fuego.
Sencillo y grandioso poema de amor. Ausencia
de retórica y de grandes o alambicadas metáforas innecesarias en un poema de
amor. Apenas términos metaforizados casi de sentido diáfano, como fuego (un
poco menos el de “danza de esporas”).
Esta economía de elementos con los que
la poeta consigue un gran poema de amor me hizo, como lector, plantearme otros
usos metafóricos de términos en el libro, especialmente los nombres propios,
como el de Penélope. Espero que otros lectores completen mi visión del papel de
Penélope en este libro. No creo, simplemente, que la poeta la traiga a colación
como símbolo de la espera, si acaso, sí como símbolo de la espera del alma en
esta existencia que nos cierra en sus límites.
También destacaría las citas de poemas
y poetas introducidas en el discurso o monólogo poético interior de Línea
continua. Están introducidas de forma original (al menos, a mí me ha
sorprendido verlas así, incrustadas en el texto -me recuerda, si acaso, a lo
que hace Juan Ramón Jiménez, en "Espacio", uno de los poemas
clave de la poesía del siglo XX).
Enhorabuena a la poeta por un libro
que expone un mundo íntimo en el lienzo pintado por una artista tan musical,
terrenal y celeste como Ada Soriano. Y enhorabuena también a sus lectores que podrán
disfrutar una edición tan cuidada y digna como el texto editado por Ars poetica.
Sencillamente, un lujo, el libro, en su conjunto: desde el título y la portada,
el prólogo de María Antonia Ortega, las ilustraciones interiores de Javier
Rojo, los hermosos versos, hasta el papel, de agradable tacto, y la tipografía,
de vista relajante.
FULGENCIO MARTÍNEZ LÓPEZ