HERNANDO DE ACUÑA, MÁS QUE UN POETA PETRARQUISTA
I
SONETOS Y SEMBLANZA DE HERNANDO DE ACUÑA
Al Rey nuestro Señor
Ya se
acerca, señor, o es ya llegada
la edad gloriosa en que promete el cielo
una grey y un pastor solo en el suelo,
por suerte a vuestros tiempos reservada.
Ya tan alto principio, en tal jornada,
os muestra el fin de vuestro santo celo
y anuncia al mundo, para más consuelo,
un monarca, un imperio y una espada.
Ya el orbe de la tierra siente en parte,
y espera en todo, vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra:
que a quien ha dado Cristo su estandarte
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.
Hernando de Acuña
El vallisoletano Hernando de Acuña y Zúñiga fue
más que un poeta petrarquista, dejó en sus poemas la vibración de un individuo
en conflicto. De formación latina, diplomático, a la vez que militar (dato no
anecdótico para leer los sonetos), siguió la tradición de su familia -de
estatus noble, afincada en Castilla desde Portugal-, y combatió al servicio de
la monarquía española y austriaca: de Carlos I de España y de Felipe
II. El poeta llegó a encontrarse en la célebre batalla de San Quintín donde
los Tercios se impusieron al ejército francés que ambicionaba los mismos
territorios europeos. (Tuvo lugar la batalla un 10 de agosto de 1557,
festividad de san Lorenzo, y el emperador Felipe II, en carta a su padre, por
entonces retirado en Yuste, lamentó no haber estado personalmente en el campo
de batalla, aunque conmemoraría después la victoria mandando construir el Real
Monasterio de San Lorenzo de El Escorial).
Fue el quinto de siete hermanos
(cuatro varones y tres mujeres). Hermanos suyos mayores fueron Pedro,
que murió combatiendo contra los franceses, y otro poeta, Diego, famoso
por sus coplas satíricas (Coplas del Provincial segundo). Nació Hernando de Acuña
en Valladolid hacia 1520 y murió en Granada en 1580. Sesenta años dedicados
intensamente a la poesía, al amor, y a la guerra. Aunque las más veces su
misión en la misma era diplomática, al servicio del embajador español.
Pero no estaba nunca lejos del riesgo. Una vez, fue hecho prisionero en el
sitio de Niza (agosto de 1543), por los ejércitos franceses, que le mandaron a
la cárcel de Narbona, en la cual, para honor de la poesía, escribió los sonetos
dedicados a una dama que se conocen con el título de Sonetos en prisión de
franceses. Liberado, tras pagar su propio rescate, continuó con su carrera
militar y poética. En Bruselas, adonde acompañó al emperador Carlos I, le
entregó un cancionero dedicado a su Majestad, y el propio monarca le haría el
encargo de poner en verso la versión en prosa que el mismo Emperador había
compuesto del poema alegórico El caballero determinado, de Olivier de
la Marche. Lo hizo en quintillas dobles. El texto está en la biblioteca
digital de la Nacional.
Sonetos en
prisión de franceses
1
Como el
poderos ver, señora mía,
me
sustentaba sin usar de otra arte,
cuando en
segura y reposada parte
Fortuna tanto
bien me concedía;
así, después
que por contraria vía
volvió su
rueda, y con el fiero Marte,
sin que cese
su furia ni se aparte
de mí, los
dos me dañan a porfía,
ni su poder
ni la prisión francesa,
do por nuevo
camino me han traído,
privarán de
su bien mi pensamiento;
con que no
sólo ningún mal me pesa,
mas aun,
señora, viéndome perdido,
conozco que
lo estoy, y no lo siento.
2
Lo que es
mortal padece esta prisión,
que lo inmortal,
señora, está en la vuestra;
ésta tiene
de mí sola la muestra,
la vuestra
tiene el alma y corazón.
Por donde yo
no hallo por razón
que a
Fortuna llamar deba siniestra,
pues ella me
guió con mano diestra
a veros y a sufrir por vos pasión.
Así de todo
el mal en que me ha puesto,
cuando
pienso este bien en que me puso,
no sólo le
perdono su mudanza,
pero aun no
estando satisfecha desto,
de cualquier
otro mal también la excuso,
salvándose
de veros mi esperanza.
3
Cuando contemplo
el triste estado mío
y se me
acuerda mi dichoso estado,
hallo mi ser
en todo tan trocado,
que pensar
tuve bien es desvarío.
Con mi
memoria por mi mal porfío,
pues, si no
es esperanza en bien pasado,
y en ella
con razón fui confiado,
con muy
mayor agora desconfío.
Ausencia, de
pasiones madre y fuente
junta con el
temor de vuestro olvido,
del cual aun
en presencia me temía,
hacen con
fuerza del dolor presente
parecerme,
según ya estoy perdido,
que ni fue
ni vi entonces lo que vía.
II
COMENTARIO DEL SONETO AL REY NUESTRO SEÑOR
Es, sin duda, el dedicado “Al Rey nuestro Señor” el
soneto de Hernando de Acuña más conocido entre los lectores. Pero
quisiera también reparar en estos otros poemas de amor, y en presentar estos
después de aquel soneto “cortesano”, auténtica obra maestra.
Vamos, pues, a comentar, primero, el
“soneto al Rey nuestro señor”. Es un ejemplo del placer del texto. Su lectura
fluye con naturalidad, como si fuera una corriente de agua, una fuente, pero,
mejor, uno de esos pregones que antiguamente cantaba un pregonero popular
dejando a los oyentes literalmente embobados. “El pregonero (recojo esta cita
de Wikipedia) era antiguamente en España y los virreinatos hispanos, el oficial
público que en alta voz daba difusión a los pregones, para hacer público y
notorio todo lo que se quería hacer saber a la población. Los pregoneros
oficiales o públicos tienen su precedente en los praecones romanos”.
Pues bien, parte de la maravilla que
a muchos lectores les ha parecido este poema, que se entiende tan bien, que te
habla con palabras sencillas, siendo puro arte, se debe al cauce de
comunicación poética que ha elegido el poeta: el pregón, de pasadas y presentes
resonancias en nuestras orejas.
El poeta, en cada poema, elige un
cauce de comunicación entre una gama de cauces similares y adapta incluso ese
cauce a la singularidad e intención de su obra, concretándolo en una figura. El
cauce de comunicación elegido (el pregón o anuncio), en este soneto de Hernando
de Acuña es adaptado por el poeta a la figura de un pregonero áulico, privado,
cortesano. Se dirige desde el primer verso a su señor. Pero no con la
oficialidad de un “mensajero” ni con palabras distantes, poco familiares a su
señor y convencionales desde la distancia social -tampoco son las palabras enigmáticas,
hieráticas, de un adivino o profeta; otras figuras posibles. (Aunque, enriqueciendo el subtexto del poema, planee en suspenso sobre él el cauce del “mensajero” y su posible
figura, más cerca o menos de un ángel o de un mensajero de corte, según el
poeta hubiera definido la presentación de este vehículo de comunicación).
El poeta se transmuta en pregonero de
palacio sin perder el aire de pregonero popular, con las hermosas anáforas de
“ya”. Con “Ya se acerca… o es ya llegada”, “Ya tan alto principio…”, “ya el
orbe” anuncia algo inminente, crea un clímax de expectación.
Advierto que la introducción de la
“o”, además de presentar una gradación de intensidad y de temporalidad, puede
sugerir ya una duda. Se adivina un anticlímax, y como el envés del tejido
verbal, donde entre las apariencias de pregón y proclama, el poeta introduce un
pensamiento propio (sin el cual no habría genio) quizá anticipando su posterior
escepticismo tras la muerte de Carlos I, a quien parece ser que va dedicado el
texto, y el paso a la España de Felipe II.
La proclama de una monarquía
universal, católica, providencialista, acorde con esa especie de primera
Globalización o Mundialización que fue el Renacimiento, especialmente, el
católico y español, se refleja en el verso paradigmático: “Un monarca, un
imperio y una espada.”. Palabras rotundas, ritmo maravilloso, pero que
contrastan, y son tamizadas, como ensordecidas a posteriori por otras que retiene
el oído, humildes palabras: consuelo (verso anterior) y espera
(segundo verso del primer terceto). Contraste de sensaciones y de sentimientos,
sabiamente escanciados en un pregón donde “se anuncia al mundo” nada menos que una nueva era, una paz universal bajo una monarquía justa, católica.
El poema (dejemos el tema un
momento) es una obra maestra de sonidos, sonidos con significado, esto es,
palabras y ritmo poéticos, que llegan antes a la sensibilidad que a la razón
ideológica. Sonidos que se matizan entre sí y como que se dejan llevar por una
corriente de entusiasmo, pero sin perder un punto de escepticismo, que allega
suma luz de poesía.
Hay contrastes no solo en las
palabras, en el tono, en los tiempos de subida y bajada del ritmo, en la
sucesión de clímax-antíclimax, en la gradación de la intensidad semántica;
también en las estructuras, tanto las lógicas como las formales. También dicha
alternancia se da prácticamente en cada verso, así como en el desarrollo del
discurso y las partes lógicas y formales del soneto.
Los dos tercetos finales constituyen
un enfrentamiento paralelístico. En el primer terceto, se hace más evidente el
anticlímax, avisado ya por el primer verso del poema con la disyuntiva / sonido “o” que, si por un lado presentaba una aceleración de la entonación, por otro sugería
una pausa, con una precisión, un matiz quizá necesario para el poeta, pero ralentizador del
desarrollo del “mensaje”.
Es un terceto complejo, para oírlo
atentamente, dice:
Ya el orbe de la tierra siente en parte,
y espera en todo, vuestra monarquía,
conquistada por vos en justa guerra:
Entre primer y segundo verso hay un
contraste de estructuras lógico-discursivas: en parte… en todo…. Contraste, o antítesis, acentuado
por un semiquiasmo (“siente en parte, / espera en todo), en encabalgamiento
versal.
Y de pronto, en final de segundo
verso: vuestra monarquía. Encontramos un contraste brusco en el tono,
cambia el cauce de comunicación, resonando a la vez el discurso
y las pautas generales enunciativas del poema: pasa del pregón o anuncio al
consejo o advertencia a príncipes... (Tránsito facilitado por las posibilidades de la figura
del pregonero privado, de palacio, al que se le ha concedido cierta familiaridad). No se enuncia sino se amonesta, con la
humildad del verbo “espera”. A la vez manteniendo la etiqueta y la diplomacia,
en el tercer verso. Etiqueta con la que se dirige a su señor, la cual (hemos de presuponer, sin entrar a fondo en el tema, solo siguiendo la
norma hermenéutica de no prejuzgar contra el escritor) no es hipócrita, ni
externa o insincera, y que, cuando asienta el derecho real en la “justa
guerra”, es coherente, pues se refiere con la palabra "justa" al
hecho de haber expuesto el monarca español más “razones” en el campo de batalla
y más razones en la mesa diplomática que otro monarca combatiente y rival. Nada
se refiere a la justicia de los pueblos sometidos. La guerra era aún un torneo
medieval, y lo es, en el fondo, para este poeta pregonero, convertido, como de
extranjis, en consejero del rey. Cambia de estatus, también: de un tipo del
pueblo, introducido en palacio, a un tipo de corte y ley. Este
cambio armonizaría con la cosmovisión incipiente de la época que conserva un
pensamiento sobre lo mudable de Fortuna y de las cosas humanas y la cercanía en
que de pronto pueden encontrarse un pregonero popular (o un bufón, en el teatro
de escenario medieval) y un rey.
que a quien ha dado Cristo su estandarte
dará el segundo más dichoso día
en que, vencido el mar, venza la tierra.
El segundo terceto es sentencioso,
profético, y pone una alta misión a “vuestra monarquía”. (“que a quien ha dado
Cristo su estandarte”). La justificación teológico-moral enlentece el tono de
jubileo, de entusiasmo que en algún momento tiene el poema; más que en el
primer terceto, se ahonda en el anticlímax, pero, con toques precisos, avanza y
retrocede, hasta darnos un final tenso e intenso; tenso:
marcado por las pausas internas en el último verso, e intenso, en cuanto a su significación
("en que, vencido el mar, venza la tierra"). El primer verso del
terceto comienza con una cacofonía buscada (que a quien), un cierto
prosaísmo, e imágenes poéticas irrelevantes, no sorpresivas, cierta expresión
tópica y prosaica: “ha dado Cristo su estandarte”. Pero sutilmente la
repetición de verbo, la derivación: “ha dado”, “dará”, con cambios de tiempos
verbales, pasado y futuro, y sobre todo, el adjetivo “dichoso” eleva la poesía,
el tono, hasta culminar en el apoteósico y misterioso verso de cierre:
“en que, vencido el mar, venza la
tierra”.
Un verso como éste encierra, como
todos los versos infinitos, un mundo de significados, dentro y fuera de su
marco, el soneto.
Esta capacidad de darnos
versos-cápsulas, infinitos, para leer dentro y fuera de su marco, es una
característica de los genios poéticos, y lo es también de Hernando de Acuña,
como veremos más adelante, en los poemas “de amor”.
No olvidaré, por último, mencionar
el misterioso sintagma, en el segundo verso del segundo terceto: “el segundo”.
¿Se refiere proféticamente a Felipe II? No, no es nada probable. Pero el lector
de hoy puede interpretarlo, sin olvidar el marco. La lectura de un “segundo”
día “más dichoso”, en que “vencido el mar”, esto es, la extensión del mundo,
“venza la tierra”, es decir, el pecado, el mal, y en el cual un feliz gobierno
conlleve un gobierno de Cristo, del Bien y la luz, no es descartable. Pero, un
poema no es mejor por sus sentidos ocultos, a los que tal vez solo llegue el
intérprete o erudito sagaz, sino por sus emociones comunicadas consciente y/o
inconscientemente al lector.
Más que un consejo de teólogo, el
poeta enuncia una profecía cumplida, o en parte cumplida y en parte no: aún
pendiente de una voluntad, un propósito universalizador encarnado en un individuo.
Si la doctrina agustiniana de la Providencia está de fondo (el providencialismo
asimila el nuevo poder de las monarquías modernas con un nuevo despliegue del
plan divino para el mundo) es la figura del Monarca, del César, individual,
quien ha de tener su parte de protagonismo. El individuo renacentista está en
sus mejores horas.
El soneto pudo escribirlo el poeta
aún en su juventud, antes de cumplir los treinta, o en su madurez. Se especula
si a raíz de la victoria del emperador Carlos en Mühlberg, en 1547, o más
tarde, tras la victoria de Lepanto, en 1571, con Felipe II. Si va dirigido a
uno u otro monarca influiría en la interpretación del texto, porque también
marcaría la fecha de su escritura y el temple y edad del poeta cuando lo
escribió. Puede que hubiera correcciones o variantes por la mano del mismo
autor en tiempos diferentes de su vida.
Como otros grandes poetas de su
tiempo, no vio libro suyo publicado. En 1591, transcurrida más de una década de
su muerte, su viuda y prima, Juana de Zúñiga, publicó el conjunto de su
obra poética con el título de Varias poesías compuestas por don Hernando de
Acuña.
Había casado en 1560 con Juana de
Zúñiga, una mujer muy joven, que aún siendo familia cercana (prima hermana) no
había aparecido en la vida de Hernando de Acuña hasta un año antes, cuando el
poeta cuarentón dejó el servicio de armas y regresó a su ciudad natal,
Valladolid. Una situación que propició el romanticismo del matrimonio en los
primeros tiempos. La vida posterior de Acuña está marcada en parte por la
decepción. Redactó en esos años su Memorial, donde expuso sus méritos
militares y los perjuicios económicos que le acarrearon sus años de servicio.
La petición a Felipe II de retribución económica o cargo que mejorara su
situación no llegó ni siquiera a la católica Majestad. Sus últimos años los
pasó en Granada, a partir de 1569; y en esa ciudad anduvo más de una década
pleiteando para que le reconocieran el condado de Buendía, al que aspiraba por
ascendencia familiar. Es reclamado para alguna misión diplomática pero, aún, en
1571, el año de la batalla de Lepanto, solicita un puesto vacante en el juzgado
de los ejecutores de Sevilla, que no le es concedido. De cierto se sabe que
pasó sus últimos años en Granada, donde otorgó testamento y murió en 1580.
III
COMENTARIO DE SONETOS EN PRISIÓN DE FRANCESES
Como el
poderos ver, señora mía,
me
sustentaba sin usar de otra arte,
cuando en
segura y reposada parte
Fortuna
tanto bien me concedía;
Este primer soneto comienza alabando la memoria,
fuente de consuelo y dicha, “el poderos ver”. Nos recuerda aquel verso curioso
de Miguel Hernández, “No hay cárcel para el hombre”, escrito en prisión
también como este de Hernando de Acuña, y donde el amor viene a rescate y ayuda
de la libertad. No hay cárcel para quien ama y recuerda su amor. El sentido
interior del “poderos ver” es un arma de resistencia y liberación. No es solo
un poder ver vacío, o formal, sino un poderos ver, donde el objeto del
amor y de la vista va anexo con la facultad interior, en una intuición
inmediata. Una evidencia racional que diría Descartes, si se tratara de números
y extensión pensada. Aquí, en poesía, diríamos que es una evidencia emocional.
Y existencial, claro. Porque la situación no puede ser más una
situación-límite, la circunstancia de estar preso y a merced del que quiera
disponer de tu vida, no deja de presentarse con angustia; como lo testimonia el
resto del poema; y eso a pesar y por contraste con esta presentación placentera,
en el primer cuarteto.
Destaca, como ya señalamos, el
cierre del soneto, con el terceto donde se establece una lucha y síntesis de
sentimientos:
con que no
sólo ningún mal me pesa,
mas aun,
señora, viéndome perdido,
conozco que lo estoy, y no lo siento.
El genio del poeta se da en este
contraste y giro final, donde introduce inopinadamente el tema del preso de
amor; tal es la sugestión y gozo del poderos ver que ha transmutado la cárcel
real, la circunstancia estrecha y pobre, por una cárcel de amor ancha y tan
colorida como dolorosa (pues el recuerdo lleva a la frustración de no ver
realizarse la presencia amorosa): “viéndome perdido, / conozco que lo estoy, y
no lo siento”.
La autognosis (“conozco que lo
estoy”) es una sincera declaración, que al lector le produce compasión por ser
manifestación ingenua de un error de juicio evidente: el yo que narra está en
la cárcel de franceses, no en otra parte. Aunque el lector ha ido viendo la
gradación del discurso de sugestión expresado en el poema, y al hacerse
partícipe y cómplice, entiende y compadece ipso facto, sin conceptos. La
metáfora de la cárcel de amor quizá estaba ya desde el principio, y el aparente
giro y la aparente sorpresa el lector la esperaba, y no por ello no la disfruta
y se compadece de sí y del “poeta” narrador.
La frase final (“y no lo siento”)
refuerza, por su doble sentido, el significado del poema. Habla de la cárcel
real y de la cárcel de amor: en ambos casos el “y no lo siento” tiene su propio
sentido.
Lo que es mortal padece esta prisión
El segundo
soneto recupera la metáfora de la cárcel de amor, incide más en la antítesis de
lo real y lo metafórico, casi convirtiendo ya esta situación metafórica, de
cárcel de amor, en la situación o contexto presupuesto. Pues ambos sonetos son
parte de una sola comunicación o diálogo con un tú, o un vos, la amada, un
diálogo imaginario, al que asistimos también imaginariamente. El poeta nos ha
introducido en su cárcel de amor, y ahí le seguimos hasta saber, por su
confesión, de una “mudanza” (primer terceto, tercer verso) que ha sido el
origen de su “mal” (lo cual que hubo antes un paraíso, del que se descendió),
un mal del que no se queja, pues teológica, poética, sentimentalmente, va unido
ello a la esperanza. Ese linaje de mal tuvo un bien de inicio y por tanto puede
tener remedio, de ahí la esperanza, teológica, cristiana. (No entenderíamos
esta y otras poesías sin estos presupuestos. Pero no hay que recurrir a
sentidos ocultos, ni a zahoríes comentaristas. Sabemos que el poeta ha bebido
de una determinada tradición, poética y cultural; pero cualquier lector
-entiéndase bien, lector- puede llegar por sus sentidos naturales a comprender
la emoción, el misterio de la poesía, solo con su sensibilidad e inteligencia).
Así
de todo el mal en que me ha puesto,
cuando
pienso este bien en que me puso,
no sólo le
perdono su mudanza,
pero aun no
estando satisfecha desto,
de cualquier
otro mal también la excuso,
salvándose de veros mi esperanza.
Recordemos que el soneto comienza
así:
Lo que es
mortal padece esta prisión,
que lo
inmortal, señora, está en la vuestra;
ésta tiene
de mí sola la muestra,
A la lectura cristiana se añade otra neoplatónica, en
la que, finalmente, la cárcel de amor es un vehículo de liberación de la
prisión mortal; una especie de estructura cristalina que preserva lo inmortal
del espíritu de las negatividades del mundo. La cárcel de amor así entendida,
se convierte en seguro refugio. Mientras la parte mortal padece esta prisión.
Hay un juego de contraste y
confusión entre dos prisiones: esta prisión del mal del mundo, de la
existencia, y otra prisión, señora, la vuestra, la del amor, que
apresa la parte inmortal del poeta; de la que se siente desterrado y unido,
contradictoriamente.
Al final, el lector entiende, sin
necesitar un apunte, que el poeta juega a excusar el mal que le produjo su
amada, a perdonar su mudanza, recreándose en el bien que tuvo y en la esperanza
de volver a tenerla. La cárcel es en parte una negarse a ver lo real, y
proyectar el poder veros a un bien deseado, perdido e improbable de recuperar
si no es manteniendo el deseo, del que no se quiere salir. Habría esta otra lectura,
inquietante, donde la cárcel es circular, psicológica; y otra, aún, más
sencilla, en la que el poeta rechazado adula al objeto de su amor tendiéndole
una flecha irresistible.
El tercer soneto empieza con este acento de Garcilaso:
Cuando
contemplo el triste estado mío
y se me
acuerda mi dichoso estado,
pero pronto
gira del lamento a la desesperación diría que trágica. El soneto es de un gran
contenido dramático: expresa una lucha del alma con la desesperanza. No es
quizá de los tres poemas, mi favorito; pero es el más desgarrador.
Un tono a lo Blas de Otero recorre, saltando
atrás los siglos, el poema. La lucha acaba en la derrota, en la desconfianza, y
aun en el poner en confusión y entredicho lo esperado, el bien que vio y gozó
antes de perdido. Aquí no se salva la esperanza.
parecerme,
según ya estoy perdido,
que ni fue
ni vi entonces lo que vía.
Fulgencio Martínez
editor de Ágora-Papeles
de Arte Gramático.
REVISTA ÁGORA DIGITAL
/ ARTÍCULOS LITERARIOS/ ENERO 2023