EL CAZADERO DE LOS LIBROS/9
Revista Ágora
Miguel d'Ors
Átomos y Galaxias
Col. Calle del Aire
Renacimiento, Sevilla 2013
VIAJE POR ÁTOMOS Y GALAXIAS
Átomos y galaxias: un título
muy acertado el del nuevo libro del poeta gallego Miguel d'Ors.
A primer ojo, parece contener dicho sintagma un contraste, una
antítesis que remite casi al punto y al infinito en una geometría euclideana, y que en el plano poético produce una especie de metafonía de conceptos y fonemas contiguos que juega con aquella geometría. Sin embargo, a una lectura más atenta, y
trayéndonos el eco de la cultura clásica en cuyas fuentes ha bebido
la poesía de todos los tiempos modernos, y por tanto también la de
Miguel d'Ors (que enseña en la Universidad Literatura española),
"átomos y galaxias" nos evoca la analogía del microcosmos
y el macrocosmos: ese vínculo secreto analógico entre lo de arriba
y lo de abajo, la no contradicción y armonía de los contrarios de
Heráclito (el camino de arriba y el camino de abajo
es uno y el mismo camino). En ese vínculo radica el poder
secreto de la metáfora literaria, y de toda metafonía -o capacidad
del hablar humano para reunir -logos- lo disperso
aparentemente.
Si fue Pitágoras -como parece ser- el primero que habló de un "cosmos" y de una música de las esferas cósmicas, Heráclito el Oscuro -Heráclito el Luminoso- fue quien encontró la clave del Logos rastreando aquella semejanza entre mi razón-lenguaje y el orden del mundo. No puede mi lenguaje sino hablar en nombre del orden del mundo, porque forma parte del mismo vaso de agua, aire, tierra y fuego. Los cuatro elementos eternos cuyas combinaciones infinitas y variadísimas producen el gran concierto de las cosas y el vértigo de su silencio: las palabras no agotan nunca la frase impredecible, infinita, que está por componer en una nueva tirada de los dados de esos elementos. Aún más: esos elementos letras - cuerdas o espacios de sonido y silencio - se componen de huesecillos más pequeños, infinitamente pequeños y simples: átomos, que montarán la montaña rusa de las galaxias, ascendiendo y cayendo por ellas para regresar y surgir del mismo vaso madre. Esto llegó a saber, luego, Demócrito -avanzada aquella tradición de pensadores de Jonia, una región de la actual Turquía donde brotaban, por aquel entonces, genios con la misma facilidad y abundancia con que nacen las "flores de cuneta", "simples margaritas,/ collejas, corregüelas, malvas..." (a las que homenajea d'Ors en un poema de su libro; pp. 64-65).
Algunas de esas florecillas, comestibles: así las collejas, que en Murcia dan muy bien para el arroz con collejas, un plato exquisito del norte murciano que se acompaña con olivas de Cieza y tomate partido, aliñado solo con una pizca de sal y unas gotas de aceite oloroso.
Esas humildes luchadoras de frontera, esas florecillas que son "buenas vecinas de las lagartijas", y no se meten en líos, ni siquiera con sus revoltosas y murmuradoras vecinas; y que no aspiran a estar en un carmen, ni al adorno y título de flor ilustre - ni mucho menos a ser flor natural para vanidad de poetastros, cabildos y obispos en fiestas religiosas y certámenes de poesía. Esas flores anónimas, "que lucen, agrupadas como en constelaciones", tampoco están en los versos de grandes poetas, ay, como están los claveles, reyes de los colores sobre el botón tendiendo su belleza - que cantó el gran Pedro Espinosa -; ni asoman en los bodegones de los pinceles barrocos, ni saben nada de los "graves aligustres /que cantan los poeti laureati".
Leyendo este libro de Miguel d'Ors uno puede correr el riesgo de enamorarse -o de volver a enamorarse- de la poesía. Si alguno le perdió el amor, aquí se la nombra en prosa y en verso, de forma fácil difícil, sencilla compleja, con el poder amoroso de la dialéctica y la ironía; pues como dice la cita (de Gerardo Lobo, el capitán coplero) que cierra el libro Átomos y galaxias: "que escribo libros en prosa/ muchos amigos me dicen,/ como si el ponerlo fácil/ no fuera empeño difícil").
Este libro presenta al poeta en su mechinal, no más ancho que el boquete en el muro en donde cabe todo: la bolsa del bocadillo para el almuerzo del albañil; la niña "corredora" que trae con su recado de velocidad la sensación de la vida; el carballo y la lluvia gallega, ese leyenda de vivos y muertos antepasados que conforman la fe de vida del escritor, su tierra -su piel; y donde, también, cabe el "Stabat mater", el Miércoles de Ceniza, ese vagor (sic) nostálgico gallego que metaforiza, en la poesía de Miguel d'Ors, cierto sentimiento de dolor típico del hombre de más que mediana edad ante el paso del tiempo y la consiguiente pérdida de las ilusiones o ingenuidades pero también la vaga alegría ante el retorno inesperado, dulce, de una mirada compasiva, irónica y vagamente confortadora y amable, a los días de la infancia.
Esta poesía ama esos contrastes o, como ya dijimos, más bien encuentros, acordes, entre ironía y fe, dolor nostálgico y desmitificación del dolor y la nostalgia; canto de lo pequeño y lo grande de la vida; literatura exaltada como una palabra escrita con grandes caracteres y contrición ante esa misma palabra cuando se la pronuncia grandilocuente; como denuncia el magnífico poema "Taller de escritura creativa" (Qué demoniejo inventó esa cursilada de escritura creativa).
Esta poesía tiene querencia por los finales del día, por el atardecer ("Esta luz amarilla de la tarde... Qué raro / acorde la belleza y la melancolía."); por las "flores de cuneta", como en el poema "Homenaje", que hemos citado ya, y que nos parece uno de los mejores del libro.
Pero, sobre todo, si hay un símbolo, un tótem, en esta poesía de Miguel d'Ors, es la abeja. No la abeja de Ruiz Mateos, evidentemente; de ese loco, no. Son las abejas que revolotean en los poemas de Miguel d'Ors junto a las flores del tojo; las abejas que hacen miel de los recuerdos, de la vida de un hombre, y van dictando los versos al poeta - como los oía también al dictado Gonzalo de Berceo; al que, por cierto, le dedica d'Ors un excelente poema.
Ese hablar que es la poesía, ese "alabar a Dios en roman paladino, / en el cual suele el pueblo hablar con su vecino", se encuentra en el mester de Gonzalo de Berceo y en este nuevo mester de Miguel d'Ors. Hemos encontrado ahí nosotros, por fin, el aquel que nos deja enamorados de este libro y de la poesía: no es tan solo su mirar valioso de lo pequeño -grande junto a lo grande-, no es solo su aire de mester, y su adecuación perfecta entre el tono y el asunto del canto, es también, y principalmente, esas gotas de agua fresca del habla esparcidas aquí y allá en el libro de Miguel d'Ors.
Una Antología (no muy lejana en el tiempo) de los libros de poesía de Miguel d'Ors se titulaba: El misterio de la felicidad (selección de Ana Eire, Renacimiento, Sevilla, 2009). En la poesía de Miguel d'Ors la busca de la felicidad y el hallazgo de su misteriosa sencillez es un tema recurrente.
Quisiéramos cerrar esta crónica viajera de Átomos y galaxias dejándole al lector, en sus oídos, este soneto mágico, que dedica el poeta a ese árbol mitológico y real, fabuloso y a la vez tan doméstico y cercano para un niño gallego, como es el roble, el "carballo", el robusto Quercus casi como un antepasado autóctono de los gallegos, que protege aún a sus paisanos -mientras lo dejen tranquilo vivir- separando y reuniendo la espesura y el claro, la vida y la muerte, átomos y galaxias.
Si fue Pitágoras -como parece ser- el primero que habló de un "cosmos" y de una música de las esferas cósmicas, Heráclito el Oscuro -Heráclito el Luminoso- fue quien encontró la clave del Logos rastreando aquella semejanza entre mi razón-lenguaje y el orden del mundo. No puede mi lenguaje sino hablar en nombre del orden del mundo, porque forma parte del mismo vaso de agua, aire, tierra y fuego. Los cuatro elementos eternos cuyas combinaciones infinitas y variadísimas producen el gran concierto de las cosas y el vértigo de su silencio: las palabras no agotan nunca la frase impredecible, infinita, que está por componer en una nueva tirada de los dados de esos elementos. Aún más: esos elementos letras - cuerdas o espacios de sonido y silencio - se componen de huesecillos más pequeños, infinitamente pequeños y simples: átomos, que montarán la montaña rusa de las galaxias, ascendiendo y cayendo por ellas para regresar y surgir del mismo vaso madre. Esto llegó a saber, luego, Demócrito -avanzada aquella tradición de pensadores de Jonia, una región de la actual Turquía donde brotaban, por aquel entonces, genios con la misma facilidad y abundancia con que nacen las "flores de cuneta", "simples margaritas,/ collejas, corregüelas, malvas..." (a las que homenajea d'Ors en un poema de su libro; pp. 64-65).
Algunas de esas florecillas, comestibles: así las collejas, que en Murcia dan muy bien para el arroz con collejas, un plato exquisito del norte murciano que se acompaña con olivas de Cieza y tomate partido, aliñado solo con una pizca de sal y unas gotas de aceite oloroso.
Esas humildes luchadoras de frontera, esas florecillas que son "buenas vecinas de las lagartijas", y no se meten en líos, ni siquiera con sus revoltosas y murmuradoras vecinas; y que no aspiran a estar en un carmen, ni al adorno y título de flor ilustre - ni mucho menos a ser flor natural para vanidad de poetastros, cabildos y obispos en fiestas religiosas y certámenes de poesía. Esas flores anónimas, "que lucen, agrupadas como en constelaciones", tampoco están en los versos de grandes poetas, ay, como están los claveles, reyes de los colores sobre el botón tendiendo su belleza - que cantó el gran Pedro Espinosa -; ni asoman en los bodegones de los pinceles barrocos, ni saben nada de los "graves aligustres /que cantan los poeti laureati".
Leyendo este libro de Miguel d'Ors uno puede correr el riesgo de enamorarse -o de volver a enamorarse- de la poesía. Si alguno le perdió el amor, aquí se la nombra en prosa y en verso, de forma fácil difícil, sencilla compleja, con el poder amoroso de la dialéctica y la ironía; pues como dice la cita (de Gerardo Lobo, el capitán coplero) que cierra el libro Átomos y galaxias: "que escribo libros en prosa/ muchos amigos me dicen,/ como si el ponerlo fácil/ no fuera empeño difícil").
Este libro presenta al poeta en su mechinal, no más ancho que el boquete en el muro en donde cabe todo: la bolsa del bocadillo para el almuerzo del albañil; la niña "corredora" que trae con su recado de velocidad la sensación de la vida; el carballo y la lluvia gallega, ese leyenda de vivos y muertos antepasados que conforman la fe de vida del escritor, su tierra -su piel; y donde, también, cabe el "Stabat mater", el Miércoles de Ceniza, ese vagor (sic) nostálgico gallego que metaforiza, en la poesía de Miguel d'Ors, cierto sentimiento de dolor típico del hombre de más que mediana edad ante el paso del tiempo y la consiguiente pérdida de las ilusiones o ingenuidades pero también la vaga alegría ante el retorno inesperado, dulce, de una mirada compasiva, irónica y vagamente confortadora y amable, a los días de la infancia.
Esta poesía ama esos contrastes o, como ya dijimos, más bien encuentros, acordes, entre ironía y fe, dolor nostálgico y desmitificación del dolor y la nostalgia; canto de lo pequeño y lo grande de la vida; literatura exaltada como una palabra escrita con grandes caracteres y contrición ante esa misma palabra cuando se la pronuncia grandilocuente; como denuncia el magnífico poema "Taller de escritura creativa" (Qué demoniejo inventó esa cursilada de escritura creativa).
Esta poesía tiene querencia por los finales del día, por el atardecer ("Esta luz amarilla de la tarde... Qué raro / acorde la belleza y la melancolía."); por las "flores de cuneta", como en el poema "Homenaje", que hemos citado ya, y que nos parece uno de los mejores del libro.
Pero, sobre todo, si hay un símbolo, un tótem, en esta poesía de Miguel d'Ors, es la abeja. No la abeja de Ruiz Mateos, evidentemente; de ese loco, no. Son las abejas que revolotean en los poemas de Miguel d'Ors junto a las flores del tojo; las abejas que hacen miel de los recuerdos, de la vida de un hombre, y van dictando los versos al poeta - como los oía también al dictado Gonzalo de Berceo; al que, por cierto, le dedica d'Ors un excelente poema.
Ese hablar que es la poesía, ese "alabar a Dios en roman paladino, / en el cual suele el pueblo hablar con su vecino", se encuentra en el mester de Gonzalo de Berceo y en este nuevo mester de Miguel d'Ors. Hemos encontrado ahí nosotros, por fin, el aquel que nos deja enamorados de este libro y de la poesía: no es tan solo su mirar valioso de lo pequeño -grande junto a lo grande-, no es solo su aire de mester, y su adecuación perfecta entre el tono y el asunto del canto, es también, y principalmente, esas gotas de agua fresca del habla esparcidas aquí y allá en el libro de Miguel d'Ors.
Una Antología (no muy lejana en el tiempo) de los libros de poesía de Miguel d'Ors se titulaba: El misterio de la felicidad (selección de Ana Eire, Renacimiento, Sevilla, 2009). En la poesía de Miguel d'Ors la busca de la felicidad y el hallazgo de su misteriosa sencillez es un tema recurrente.
Quisiéramos cerrar esta crónica viajera de Átomos y galaxias dejándole al lector, en sus oídos, este soneto mágico, que dedica el poeta a ese árbol mitológico y real, fabuloso y a la vez tan doméstico y cercano para un niño gallego, como es el roble, el "carballo", el robusto Quercus casi como un antepasado autóctono de los gallegos, que protege aún a sus paisanos -mientras lo dejen tranquilo vivir- separando y reuniendo la espesura y el claro, la vida y la muerte, átomos y galaxias.
CARBALLO
"Auprès
de mon arbre
je vivais heureux"
(Georges
Brassens)
Te
debo unas palabras, compañero,
viejo
carballo que cada mañana
me
saludas detrás de la ventana
en
tu idioma silvestre y pajarero.
Por
esa especie de felicidad
que
acompaña y anima mi labor
diaria,
por el cálido rumor
con que me asistes en mi soledad,
que
te visiten lluvias oportunas,
que
el favor de los soles y las lunas
prolongue
muchas décadas tu edad,
que
cada renovada primavera
traiga
a la intimidad de tu madera
algo
así como la felicidad.
23-X-2012
ÁGORA DIGITAL MAYO 2013
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