A ANTONIO MARTIZ, IN MEMORIAM
(De La Ñora)
Con mis
agradecimientos a doña Celia Casado, profesora de Dialectología
en la UNED, a quien le debo una matrícula y mucho más, y a
José Muñoz Garrigós, filólogo
oriolano y murciano, autor de Las hablas murcianas (Editum,
2008), quien ha colaborado, con D. Manuel Alvar, en libros como Manual
de Dialectología hispánica
(Ed. Ariel). Para conocer más sobre Muñoz Garrigós consúltese la Biografía
en el blog de Ramón Palmeral:"Poesíapalmeriana". http://poesapalmeriana.blogspot.com.es/2012/09/biografia-de-jose- munoz-garrigos.html
1
INTRODUCCIÓN
Podemos leer esta
entrada en una página de Internet de un Diccionario de etimologías:
"NORIA. La noria es una de muchas máquinas que trajeron
los árabes a Europa, durante los más de siete siglos que estuvieron
en España (711-1492), antes de ser expulsados por los Reyes Católicos. La noria es un aparato que sirve para sacar agua de los
pozos. Consiste en una rueda grande con muchos baldes alrededor. Cada
vez que da una vuelta la rueda, saca agua debajo del pozo y lo
deposita a un acueducto a mayor altura. La palabra "noria"
viene del árabe (transliteramos a escritura latina) /na'urah/
= crujir, por el ruido que hace este aparato. La i de noria
se le agregó por
influjo del término "aceña" (as-seniya =
elevadora, => la aceña), la cual es una máquina similar, pero
que sirve de molino". (http://etimologias.dechile.net/?noria)
En mi infancia, he llegado
a convivir con el burro que giraba haciendo mover "la aceña"
y he triscado cerca de los "cangilones" o arcaduces de una
rueda o noria (la de Alcantarilla). Algún domingo también, con los
otros niños del "equipo" de "La
Puebla" (Puebla de Soto es una pedanía de Murcia) iba a
jugar a La Ñora, en los desmontes frente al Monasterio de Los
Gerónimos (hoy, Universidad Católica de San Antonio), muy cerca de
otra rueda, la rueda por antonomasia: la de la Ñora. Decir La Ñora
es decir su rueda, por tanto.
Mi curiosidad filológica
me lleva a barloventear en estos temas, histórico-lingüísticos.
Para mi suerte, mis estudios de Filología Hispánica y, en concreto,
en materia de Dialectología, me abren de pronto algo de luz, me traen a mi
Virgilio, a mi guía: el lexicólogo José Muñoz Garrigós.
Invito a leer, conmigo, su
artículo "A PROPÓSITO DE "NORIA" Y "ÑORA"
(el cual podéis encontrar en la internet - ¡ah maravilla de la
Ilustración, con buen uso y cuidado!-; publicado por DIGITUM: José Muñoz
Garrigós. "A propósito de Noria y Ñora". Enlace:http://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/15253/1/01%20A%20proposito%20de%20Noria%20y%20Nora.pdf
Y aunque nuestros
propósitos no son solo lingüísticos ni nuestras metas
lexicográficas, nos vamos a empapar, un poco, del viejo libro de la
historia, que siempre nos trae sorpresas y nuevas, y que, casi siempre,
nos permite sacar conclusiones para nuestro uso, con las que poder
ubicarnos.
2
EN BUSCA DEL ORIGEN DE UN TOPÓNIMO
José Muñoz Garrigós inicia su artículo indicando que le mueve hacer
solo unas "precisiones" a la entrada NORIA del Diccionario
Crítico Etimológico de la Lengua Castellana,
de Corominas.
Joan Corominas, en una nota en dicha entrada, entra en asuntos históricos y levanta la liebre de otros. La etimología puede ser tan apasionante como un viaje a Marte. Se pregunta el gran etimólogo "por qué razón la ñora se cultiva cerca de las norias" y especialmente en la localidad murciana de La Ñora (topónimo, sabemos ya, célebre por la rueda de La Ñora). Debió ser la necesidad de aprovechar el agua cercana a la noria para el cultivo del "ñoro": pimiento rojo o gundilla de la que sale el famoso pimentón murciano. "Ñoro" se dice del pimiento verde; "ñora", en murciano, es ese mismo fruto del pimiento cuando se deja secar y, sobre todo, ya seco se usa para cocinar y para obtener pimentón. En Murcia, en las proximidades del río, florecieron los molinos de pimentos, una pequeña artesanía familiar de la cual aún yo recuerdo el "molino de pimentón" de los Ballesta, la familia de mi abuela paterna, en La Puebla de Soto.
Pero
ese tipo de explicación meramente etnográfica, pintoresca hoy en
día, no satisface a J. Muñoz Garrigós. Hay que indagar "una
razón histórica por la cual se cultiva en esta zona de Murcia, de
la vega del Segura, el ñoro o la ñora".
Estas
tierras de La Ñora eran feudo del monasterio de los Jerónimos.
Muñoz Garrigós aporta datos históricos que explican por qué ese pimiento
pequeño (el ñoro, o ñora) se cultivó en la zona de La Ñora, y
por qué el nombre de este pueblo murciano está asociado,
doblemente, al nombre de ese pimiento, de su cultivo, y al de la
rueda, noria o Ñora árabe.
Según Pedro Díaz Cassou, un escritor e historiador murciano de finales del
siglo XIX: "Jerónimos cultivaron, los primeros, el pimentón,
que ha venido a ser nuestra más pingüe cosecha (todavía se suelen
llamar ñoros
a los pimientos, porque se extendió a toda la huerta este cultivo,
irradiándose desde las tierras de los Jerónimos de la Ñora)".
Los
avispados frailes "gerónimos" vieron negocio en este
cultivo. Así concluye J.Muñoz Garrigós: "En el lugar de La
Ñora fue donde se inició el nuevo cultivo y de este pueblo salieron
los primeros arrieros con sus recuas cargadas de pimentón, de bolas
y de cáscara, paseando los zaragüelles murcianos por toda la
península, para establecer el uso de la nueva especia".
Las
bolas
de pimiento, los ñoros verdes, aún los cultiva mi padre en su
pequeña huerta, y viene orgulloso, algún día, a traernos ese
presente. La cáscara, una vez seca y molida, da el mejor pimentón
rojo. Pimentonero es apodo de murciano. Antonio
Martiz debió ser
llamado "pimentonero" alguna vez, lejos de su pueblo, y
esa voz le haría sentirse como en casa.
Las
siguientes aportaciones históricas que revela Muñoz Garrigós nos
meten, de bruces, en una novela histórica, de esas -pocas- buenas
novelas históricas. Pero lo histórico, enseguida, si lo seguimos en
su verdadero ser y meollo, nos embebe en lo político y en la
sustancia cultural:
"Algunos
(arrieros de La Ñora), dice Garrigós, llevaron su comercio hasta
las costas del Cantábrico y en los pueblos vascos de Eibar y
Elgóibar adquirían armas de fuego para importarlas
clandestinamente. La mayor parte de los trabucos y pistolones de
chispa que camparon por sus respetos, en las tierras de Murcia, a
fines del siglo XVIII y a principios del XIX, cuando el bandolerismo
llegó a su mayor desarrollo, procedían de los arrieros de La Ñora,
debiendo atribuirse a esta causa la mala fama que disfrutaron los
ñorenses en aquella época".
Pero
los arrieros de La Ñora fueron también impulsores de la economía
monetaria, agentes de la sociedad de consumo de su época y motores
indirectos del progreso y el lujo en aquella pobre sociedad
mercantil, precapitalista y todavía tan lejana (y cercana) a la
nuestra.
"Los
arrieros de La Ñora regresaban de sus largas expediciones en
vísperas de Navidad, con los bolsillos repletos de onzas de oro,
porque entonces se lograban ventas muy lucrativas, o con sus bestias
cargadas de matalauva de Andalucía o de garbanzos y piñones de
Castilla, que despachaban con pingües beneficios en las abacerías y
mercados de la ciudad."
Esa
ruta comercial y de progreso e intercambio suscitó, pronto, la idea
del cultivo a gran escala del pimiento. Detrás de cualquier buena
idea económica hay que buscar siempre a un monje listo.
"Después
se extendió el cultivo de los pimientos por toda la huerta hasta
convertirse en una de las más ricas producciones; las líneas de
ferrocarriles dieron al traste con la antigua institución de los
arrieros y el pueblo de La Ñora, que había conseguido que en toda
España se conociesen los pimientos con el nombre de ñoros y ñoras,
perdió su influencia comercial pimentonera, sobre
cuyas ruinas se levantaron las primeras casas exportadoras de Murcia
y Espinardo, dando origen después al importante Gremio que abastece
en nuestros días todos los mercados del mundo".
J.
Muñoz Garrigós sigue, en este punto a Luis Orts González (Cf. Vida
Huérfana.—1ª
serie. Murcia, 1908).
El
avance del progreso devoró a sus primeros propulsores. La primera
revolución industrial, con el ferrocarril, llegaría tarde a España,
y a Murcia; pero vino a tiempo para hundir el vergel económico de
La Ñora, y, por ende, el antiguo oficio del arriero pasó a los
cromos.
Nosotros
hemos de seguir nuestras pesquisas, sin detenernos en la nostalgia. Un
pueblecito de Murcia, de compleja toponimia, nos espera como la
"cuestión palpitante".
Según
Consuelo Hernando Carrasco (Cf. Toponimia
de la provincia de Murcia. Tesis
doctoral leída en la Universidad de Murcia en 1976): "La noria que da origen al topónimo (La
Ñora) y consecuentemente al fruto que allí se obtiene,
fue construida "en la primera mitad del siglo XV, a petición de
la familia de D. Lope Pérez de Dávalos".
Antes de construirse dicha máquina de riego, consta que el lugar actual de La Ñora se conocía como el Tomillate, o el Tomillajo, nombre que conservó en la época de los Reyes Católicos.
Por
tanto, concluye Muñoz Garrigós, "el cultivo del pimiento debe
ser posterior a esta fecha, si, como hemos visto anteriormente, y
parece bastante claro que así es, procede inicialmente de ese lugar,
pues de lo contrario el nombré hubiese sido otro".
Y
el filólogo oriolano nos da estos datos sabrosos, para apoyar su
deducción: "En
efecto, entre los cultivos de la huerta primitiva no sólo no aparece
referencia alguna a éste (el cultivo del pimiento "ñoro"),
sino que tampoco, cuando se citan expresamente uno a uno, aparece;
así en las ordenaciones de precios y tasas llevadas a cabo por el
concejo de Murcia en 1429, 1442, ni durante el reinado de los Reyes
Católicos aparece el pimiento".
Tampoco
en las reglamentaciones de los diezmos, del siglo XVI, aparece
nombrado el cultivo pimentonero; a pesar de que las relaciones de la
época dan cuenta minuciosa de los diezmos de otros productos como
nueces, zahína, carbón, de uso cotidiano, los cuales (como ocurre hoy con el pan,
las medicinas, la cultura, el aire mismo) sufrían la voracidad del
colmillo del poderoso.
Pero
nos detenemos a asentar ahora esta línea de causalidad histórica:
que "los culpables" de "enredar" la toponimia de La Ñora
fueron los monjes "gerónimos" está archiprobado; sin
embargo... Un panorama vital más complejo se nos abre, siguiendo la
compleja cuestión etimológica.
"La
orden de San Jerónimo se instala en la diputación murciana de La Ñora,
al hacerse cargo del legado testamentario de D. Alonso de Vozmediano y
Arróniz, el 19 de febrero de 1579, llegando los primeros
monjes al lugar el 3 de agosto del mismo año". (Cita Muñoz Garrigós
a Blanco Trías: "El monasterio de S. Pedro de La Ñora",
Revista del Centro de
Estudios Históricos de Granada y su Reino; Tomo VII).
Un
primitivo monasterio, llamado de san Pedro, como la iglesia del
lugar, se ubicó en La Ñora, al parecer desde 1574, y fundado por S.
Alonso de Vozmediano. El blasón de don Alonso ostentaba una media
luna africana como distinción por haber servido al emperador Carlos
V en la campaña de África. En ningún momento pensó don Alonso, al
fundar el monasterio, verse implicado en estas lides de etimologías,
sino en un lugar donde reposar eternamente.
¿Qué
se encontraron al llegar allí (aquí) esos monjes de san Jerónimo
que
se hicieron cargo de la herencia de don Alonso? (¿Por qué será,
pensamos, que hay en este asunto, aún no dilucidado, un cierto
tufillo de prolepsis histórica, de encontrar una teledirección a lo
histórico que sirva de legitimidad de bienes demasiado terrenales? Muñoz Garrigós no resalta que
el primitivo monasterio de don Alonso, luego jerónimo, fue
desplazado a un lugar más alto, a las fueras de la parroquia e
iglesia de san Pedro de La Ñora, tomando como pretexto las riadas,
pero, en realidad, por ampliación del dominio de los jerónimos. El
monasterio quizá se empezaría a trasladar a partir de la riada de
1648 a su nueva ubicación, una planicie y nido de águilas en
comparación con la baja y dominada vega del río. Oficialmente el 1
de febrero de 1678 se inauguró por el obispo Tomás de Montes el
nuevo y definitivo emplazamiento: en realidad, este sí ya el Monasterio
"de" los frailes gerónimos. Cómo las instituciones
religiosas y a la vez económicas escriben la historia, que es
siempre la historia de sus propiedades, esa es otra cuestión.)
¿Qué se encontraron al llegar allí (aquí) aquellos monjes de san Jerónimo? Responde, tentativamente -¿inducidamente?- nuestro querido etimólogo:
¿Qué se encontraron al llegar allí (aquí) aquellos monjes de san Jerónimo? Responde, tentativamente -¿inducidamente?- nuestro querido etimólogo:
"Inicialmente
al menos, los terrenos no debieron ser demasiado fértiles, pues en
la época de Felipe III se autoriza la construcción de un molino de
pólvora, complementario del que ya existía en Cartagena, para
aprovechar la proximidad de terrenos ricos en salitre; es a partir de
1690 cuando los Jerónimos deciden poner en cultivo tres mil
tahúllas de terreno que, hasta entonces, eran pastos comunes,
armarjales, yermos y lugares llenos de maleza, para ello expulsan a
los ganaderos, sacan las aguas muertas y dan riegos, lo que les
origina un gasto de cuarenta mil reales, dejándolas a los
agricultores a censo durante ocho vidas. Como consecuencia de ello,
los vecinos pasan de 280 en 1587, a 1.412 en 1768."
En
el minifundio murciano tradicional, en la huerta de mi padre, se
continúa midiendo la propiedad por "tahúllas". Media
tahúlla, una tahúlla, o tahúlla y media eran (y son) medidas de la
progresión de una casa, en la economía de una familia huertana. Ocho vidas casi llegan a la mía. Los usureros malos quitaron dos vidas con la de Antonio Martiz, la suya y la de su mujer, y doscientas por detrás en la memoria. Aquel molino de pólvora sería después "fábrica de la pólvora", a cuyo pito, a las seis menos cuarto o siete menos cuarto, me despertaba yo, o para estudiar y leer en la cama o para levantarme y desayunar antes de hacer el camino al instituto de Alcantarilla.
La
acumulación de tahúllas, el latifundio feudal en manos de un sector
de la Iglesia activo económicamente, fue la condición del
progreso entonces, en los primeros tiempos de la Modernidad aún rezagada en la
España de los Austrias que reviraba al Medievo. Y el precio, lo
ven, lo pagaron los pequeños "ganaderos", y hay que pensar
que también los pequeños propietarios, moriscos, castellanos,
aragoneses y moriscos que vivían en las márgenes del río
Segura, en la baja Murcia. En cambio, estos otros usureros solo siegan vida y roban las casas y la hacienda.
Es,
así, que volvemos a lo que, en un principio, nos interesó a
nosotros: a la cuestión de saber de dónde procede el topónimo La
Ñora: ¿acaso de una doble
fuente o causa? ¿De una antigua rueda o Añora árabe morisca, y/o
del cultivo del pimiento ñora que introdujeron los jerónimos, los
cuales vieron la oportunidad comercial del mismo y supieron sacarle
rendimiento a unos terrenos regados por el agua de aquella rueda o
ñora de La Ñora? ¿Fue el ingenio de un monje jerónimo el que
inventó esa "marca", para un tipo de pimiento, y es la
cualidad de "marca" lo que complica la etimología que
buscamos? Las "marcas", registradas en los diccionarios
léxicos actuales como palabras comunes, son algo de lo que estamos
hoy ya al cabo de la calle; pero imaginemos qué raro era antaño
asentar una marca nueva en el idioma. Lugares como Toledo, Albacete,
Vizcaya, que tenían una arraigada y célebre producción artesanal
-espadas, cuchillos, navajas, hierro ("El hierro es vizcaíno",
se decía y se nombra en Quijote, I)-
no lograron imponer al habla popular de esos siglos, tan ricos en
poder de lenguaje, una marca definitiva, concisa, y de nueva planta,
para sus productos. Se decía por metonimia la toledana (por espada);
el poder rico de las metáforas y metonimias cortaba el paso a las
nuevas invenciones de marcas. Hasta que un "gerónimo"
pensaría ñora.
Pero,
dejemos esta imaginativa lexicografía, y sigamos, no obstante,
planteándonos: ¿el topónimo La Ñora procede de la rueda
construida "en la primera mitad del siglo XV" por encargo
de la familia Perez Dávalos, y tal ingenio mecánico fue conocido
por la población con el nombre sustrato árabe de
"añora" que, quizá, recordaría a una antigua
construcción técnica de riego de los árabes? Todo indica que la
población de La Ñora seguía siendo, en su mayoría, morisca, o que
conservaba los usos lingüísticos heredados. De modo que, cuando en
los siglos XVI y XVII, la cuestión "morisca" seguía hacia
su trámite final, en el Levante y en las zonas próximas de
Andalucía oriental se vocalizaba en morisco.
Consta
que los últimos moriscos murcianos fueron expulsados de un valle más
interior a La Ñora, el valle de Ricote; a los que hace referencia,
en el siglo XVII, aun
Miguel de Cervantes en su Quijote, donde
el pasaje del morisco "Ricote" de camino a su exilio
forzoso, tras decretarse la definitiva expulsión de aquellos
moriscos que cultivaban los regadíos murcianos. Cervantes se deshace
indirectamente en elogios del bueno de Ricote y desvela una ácida
crítica de la inoportuna medida de expulsión.
Los
moriscos al servicio de los "gerónimos" seguían llamando
a la ñora y al pueblo con su nombre conocido en árabe, porque
-quizá- la ñora seca cruje, igual que cruje el cangilón
cargado de agua en la rueda de riego.
3
CONEXIONES INTERREGIONALES
Los
monjes que llegaron a las tierras moriscas de La Ñora y refundaron el
monasterio de San Pedro, tenían conexiones con Extremadura, o sea,
con el monasterio de los Gerónimos de La Vera. De Gerónimos, pues,
eran las regiones murciana y extremeña. En aquella España, donde
dominaba una casa real austriaca, era muy normal que el mapa real
económico y político no coincidiera con el geográfico, sino con
las "marcas" de las órdenes religiosas. Recordemos que se
vivía, por esos siglos, con normalidad, en la metáfora. Todo lo que
era tenía un nombre que remitía a otro nombre. La rueda por
metonimia lleva al molino, el agua nos lleva al molino; y los
señores del agua y la agricultura, a la España real de aquella
época.
"Estos
datos (dice Muñoz Garrigós) nos demuestran que fue la orden
jerónima quien puso buena parte de la zona en condiciones de ser
cultivada, y nos permiten suponer que, dadas las vinculaciones que estos monjes tenían con la comarca extremeña de la Vera,
pudieron traer de allá un cultivo muy característico e importante
en aquellos lugares, consiguiendo su adaptación al nuevo clima,
hasta el punto de ser una gran fuente de riqueza, tanto agrícola
como industrial. Posteriormente el cultivo se fue extendiendo a otros
lugares de la huerta segureña, pero llevando como nombre el del
lugar del que procedía, y en el que, presumiblemente, fue el primer
aprovechamiento agrícola de interés. Seguimos careciendo (...) de
una prueba documental directa y concluyente, pero los datos que hemos
expuesto aquí no
contradicen los asertos que hemos tomado como hipótesis; antes al
contrario, crean un marco histórico, económico y humano en el que
tienen perfecta y lógica cabida. Ello nos induce a concluir que el
"ñoro" se llama así porque procede de La Ñora, y se
cultiva allí porque fue introducido por los Jerónimos del
monasterio de San Pedro, en las tierras aledañas al convento,
puestas en cultivo a sus expensas".
Es
"un suponer" tan interesante y necesario, en cuanto el
historiador ha de explicar la vida de la historia, no solo aportar documentos.
Garrigós
termina, en su artículo filológico-histórico, indagando el proceso
evolutivo que dio como resultado las palabras "noria" y
"ñora". Admite su procedencia del étimo árabe al-nâ`ûra; lo que cuestiona es que evolucionara esa forma no tanto por un paso fonético normal del murciano medieval sino por influencia catalana. "No hay inconveniente ninguno en admitir la
procedencia arábiga de la voz, el proceso de palatización de la
inicial, aunque en el ámbito del dialecto murciano no son
desconocidas formas como "nublo"
o "ñúo",
por "nublo" y "nudo", respectivamente,
previa la aglutinación del
artículo árabe" (al).
Julio
Caro Baroja fue el primero que llamó la atención sobre la posible
influencia de
"acenia" y "acequia" en la presencia de la -i-
en la sílaba final
de "noria"; recordemos aquella etimología que consultamos
en una página de internet. El sobrino de don Pío Baroja fue quien puso el punto etimológico sobre la "i" de "noria"
por asimilación popular a voces como aceña, o "zenia"
(topónimo de Alicante).
Y
remitiéndose a su propósito inicial, concluye Muñoz Garrigós este
artículo, por el que hemos viajado, con estas palabras: "Tal vez la única
afirmación de Corominas que pensamos que
debía ser matizada es la siguiente: "En cuanto al
proceso fonético de
la forma castellana, desde luego hay que desechar la idea de G.
Soriano y
de Steiger de una metátesis * aniorazanoria,
pues *aniora:
anyora es caso de
la grafía catalana ny =
ñ, cuyos elementos no eran disociables"; a partir de
esta afirmación, acepta la teoría de Neuvonén sobre la
contaminación con "acequia"
y "aceña", toda vez que la metátesis en árabe le parece
demasiado hipotética".
Es decir que Joan Corominas quita importancia al elemento vivo o acaso sustrato fonético árabe, en la palabra castellana "ñora",
y explica esta forma por un proceso de palatización (quizá por
estímulo del bajo catalán hablado por los emigrados de Aragón o
Cataluña a Levante) que ya se daba en otras adaptaciones procedentes de
étimos árabes, como "aceña", artilugio que recordaba,
por otra parte, al molino árabe (روات).
Muñoz Garrigós
encuentra ya en el siglo XIII variantes de esa palabra
registradas en el dialecto murciano: "añoras",
(en 1271), "annora"
(en 1278), "annora"
y "annoria",
en 1286. Y, poco después, en el siglo XIV, "ñora"
"anyora" y "annora"
(en 1311).
Hemos
de coincidir con Muñoz Garrigós, aunque solo sea por la sabia y
modesta belleza de esta frase suya: "A la vista de estas formas,
se pueden encontrar algunas razones para, al menos, quitarle
rotundidad a la afirmación de Corominas". Por otra parte, hay
una rara escasez de formas en las que se produzca simultáneamente la palatalización de la consonante inicial
y la epéntesis de yod, como ocurre en el caso de "Ñora" y
"ñora" o "ñoro". En Murcia, sin embargo, es
usual el hipocorístico de Antonio "Ñoño", con el
que me dirigía a mi hermano pequeño.
Por
otra parte, y pese a la supuesta contundencia del influjo catalán en
el dialecto murciano, cita Muñoz Garrigós los topónimos de origen
catalán como "Cabo Roig", que no se pronuncian en la zona
murciana palatizando la -ig final de Roig, no se dice por aquí
"Cabo Roch" sino Cabo Roig. La fonética castellana sigue
intacta pese a la ortografía catalana de dichos topónimos
habituales en la costa levantina.
"Estos
son algunos de los datos que, desde una perspectiva quizás demasiado local
y simplista, como puede ser la de un dialecto de ámbito más bien restringido,
se pueden aportar para un mejor conocimiento de la realidad lingüística
del español de todos los tiempos". Así termina Muñoz Garrigós, con esta declaración de modestia científica, a la par
que que llena de grandeza, como toda verdad modesta que encierra mucha altura en su
estela.
Por
nuestra parte, nosotros hemos viajado con nuestro Virgilio
etimológico y hemos constatado dudas, y hemos hecho, al azar,
nuestras suposiciones, más que modestas, nimias.
Finalmente,
quedémonos con esta pasión por la vida, por la historia, por el
lenguaje, la casa del ser de cada uno de nosotros.
FULGENCIO MARTÍNEZ
Murcia, a 15 de Mayo 2013
ÁGORA DIGITAL MAYO 2013
Murcia, a 15 de Mayo 2013
ÁGORA DIGITAL MAYO 2013
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