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sábado, 21 de marzo de 2015

COMENTARIO AL TEMA DE DIOS EN LAS CARTAS DE ISAAC NEWTON AL TEÓLOGO RICHARD BENTLEY: sobre la naturaleza de la acción a distancia o si hay una causa divina tras la Gravitación. Por Fulgencio Martínez/ Revista Ágora




COMENTARIO AL TEMA DE DIOS EN LAS CARTAS DE NEWTON A BENTLEY


Estado de la cuestión: El antiguo problema: si es necesario Dios en la explicación científica del mundo, puede volver a plantearse. Y de nuevo, el punto de comparación (la teoría cosmológica de referencia) afectará al papel posible que juege dicho Dios. Un universo racional o irracional, donde reine el orden o el desorden, puede plantearnos o bien la no necesidad de una causa divina (Dios), al poderse explicar el orden de forma inmanente a la materia; o el absurdo de un Autor, bueno e inteligente, del Mundo. Solo la mezcla de racional e irracional, orden/desorden, hace algo plausible, como en el Timeo de Platón, la hipótesis de un Demiurgo inteligente ordenador de unas posibilidades caóticas.
Pero, para ello, la ciencia tendría que renunciar a la visión completamente racionalista (o en su defecto, irracionalista) del mundo. Desde los presupuestos de la ciencia moderna hasta hoy (la posición máxima de la razón) la cuestión de encontrarle un papel a Dios en la cosmología se vuelve inviable.
La segunda Carta de Newton a Bentley vuelve a cobrar actualidad, al plantearnos la cuestión en sus términos mecanicistas y a la vez escépticos (es decir, no máximos respecto a una sola explicación inmanente del Universo); aunque se puede leer cautela en el escepticismo de Newton o, al menos,  en su negativa a un absolutismo racionalista  y cientista.

         Carta de I. Newton a Richard Bentley, respuesta a su carta del 18 de febrero de 1693

"La última frase de su segunda tesis me gusta muchísimo: "Es inconcebible que materia bruta inanimada actúe sobre y afecte otra materia sin contacto mutuo, como tendrá que hacerlo si la gravitación (en el sentido de Epicuro) es esencial e inherente en ella." Y esto es una razón por la que le expresé mi deseo de que no me adscribiese a mí la gravedad innata. El que la gravedad sea innata, inherente y esencial a la materia, de forma que un cuerpo pueda actuar sobre otro a distancia a través del vacío, sin la mediación de ninguna otra cosa por y a través de la cual pueda transmitirse de uno a otro la acción o fuerza de ellos, es para mí un absurdo tan grande que no creo que pueda caer nunca en él ninguna persona que tenga alguna competencia para pensar en materias filosóficas. La gravedad tiene que ser causada por un agente que actúe constantemente según ciertas leyes, pero si ese agente es material o inmaterial es una cuestión que he dejado a la consideración de mis lectores" (Fragmento. Isaac Newton)                            

                               
 



                                         1
EL ASUNTO EN CUESTIÓN: ¿Hay un orden del Mundo y un Dios causante de dicho orden?    

Este fragmento de la correspondencia entre Newton y el teólogo Richard Bentley, se produce en una fecha, 1693, en la cual había sido ya publicada la primera edición de la obra magna de Newton  Philosophiae naturalis Principia mathematica en 1687, y antes de la segunda edición de esta obra, en 1713. Pertenece a la segunda carta (de las cuatro) que le envía Newton al teólogo. 
El texto se centra en la naturaleza de la acción a distancia, que, según una interpretación vitalista y neoplatónica del Cosmos, era una de las manifestaciones físicas de la red de simpatías y analogías que tejía el espíritu del mundo en la materia creada por Dios; para otros, el resultado de la acción o "influjo" de Dios sobre el mundo, como le escribe el religioso Bentley a Newton en la carta a que da respuesta esta que comentamos. 
1.1. La gravedad como fuerza física mecánica que explica el movimiento sin la intervención en el mundo de un agente o poder oculto, explicaba la acción a distancia desde parámetros alejados de la física aristotélica (el contacto, el espacio finito y cualitativo) pero también, lo que interesa aquí sobre todo, lejos de un universo de causas ocultas inteligentes y, por tanto, fuera de cualquier huella teleológica divina. A finales del siglo XVII, y aun llegando a Kant (ver Dialéctica Trascendental. En Crítica de la Razón Pura, 1781) la llamada prueba "cosmológica", basada en el orden y finalidad del Universo, al cual estaban sometidos todos los cambios o movimientos, aportaba evidencias racionales sobre un agente divino del cosmos. Era esta prueba, en el fondo, la razón del deísmo que profesaron algunos importantes filósofos y científicos de la centuria ilustrada.
Kant, gran admirador de la física newtoniana, sometió a destrucción dicho argumento teleológico sobre la existencia de Dios. No sin antes decir que de las pruebas "a posteriori" (referidas al orden del mundo) era la más consistente. (Quede constancia aquí de esta implicación filosófica para referirnos al pasaje de la carta en el que Newton alude a "la competencia para pensar en materia filosófica".) 
El "asunto" o problema de la carta, planteado por Benthley, trata, en el fondo, de la compatibilidad entre el Dios ordenador del mundo (cuyos poderes agentes "milagrosos" bastarían para explicar la "acción a distancia" en un espacio infinito, como es el de la nueva física) y el poder explicativo último de los principios "matemáticos" físicos que, en la explicación del mundo, introduce la ciencia desde Galileo, Descartes hasta Newton.
Podría ser que la "ley" y el poder de la teoría física no alcanzará en lo ontológico, en lo real, más que hasta un grado de penetración. Entonces, hasta cierto punto sería permisible -desde una concepción religiosa o teológica-  que la ciencia se tomara en serio, reconociendo que no es la última palabra. Esta idea -o pacto entre los caballeros Newton y Bentley- es lo más importante de la carta, que se refleja en las líneas finales en las que, tras haber dicho Newton en los primeros párrafos del texto, que la gravedad no es innata a la materia, como sostendría el atomismo ateo de Epicuro, dice Newton que hay que suponer en esa fuerza un agente, "pero si ese agente es material o inmaterial" es un asunto sobre el que no se pronuncia: en su libro -dice- lo deja a la consideración de los lectores; en su libro, es decir, en su "ciencia", deja que sean éstos los que decidan si es compatible aún su ciencia ("filosofía natural") con la religión y la teología.
 


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 ¿Qué tiene que decir la nueva ciencia, la física o ciencia natural sobre este tema?

La expresión "filosofía natural", curiosamente unida en el sintagma del título de la gran obra newtoniana, a "principios matemáticos" nos da un pie para contextualizar la carta. Esa expresión provenía de una corriente filosófica, el neoplatonismo, que rebrotó en el siglo XVI y XVII: en Italia, la representó Giordano Bruno, quien trabajó muchos años en Inglaterra (allí escribió La cena de las cenizas). Pues bien ese neoplatonismo estuvo vigente entre los científicos (y teólogos también) ingleses del entorno de Newton. (Se unía a un interés por la alquimia, por la filosofía natural de Telesio, Paracelso, Campanella, etc). Tanto Newton y como el teólogo corresponsal tienen ese territorio común del neoplatonismo en el cual ponerse de acuerdo en ciertos puntos.
Por la época en que fue escrita la carta (y en la que se desarrolla, en general, la correspondencia entre Newton y Bentley), el autor de los Principia atravesaría por una fase de fuerte neoplatonismo, influido por el neoplatonismo de Cambridge, de Isaac Barrow y de Henry More.
(1)

El neoplatonismo impulsaba a Newton a entender el movimiento como derivado de agentes espirituales, en que se manifestaba el orden divino; sin embargo, su condición de científico exacto ("hipótesis no finjo" fue el lema de su método) se debatía con su religiosidad y sus creencias de tipo neoplatónico. Por otra parte, el avance del peligro social del ateísmo, que venía a ampararse en la ciencia del universo infinito y mecánico, preocupa a Bentley y, posiblemente, también a Newton, quien, a pesar de no querer usar en la teoría científica el expediente de las hipótesis últimas, ontológicas y científicas, dejaría abierta la consideración sobre la posible naturaleza inmaterial del agente que actúa como causa en los efectos descritos por las leyes físicas.
Para Alexander Koyré (cf. Del universo cerrado al universo infinito), el diálogo epistolar entre Newton y Bentley refleja un magnífico testimonio de las dificultades que recorrió la nueva imagen del mundo y del espacio para imponerse. Como aquí, en este texto, también el propio científico era consciente de la "gravedad" de las consecuencias de sus teorías. En todos los órdenes, filosóficos, teológicos, religiosos; pero entre los cuales no era el último el orden social y político.
En realidad, la nueva ciencia echaba por tierra, o lanzaba a los aires (cualquiera de las dos metáforas valdría) el cosmos mismo, tal como se había pensado, casi sin interrupción, desde Platón, Aristóteles, pasando por la Edad Media, y el Renacimiento: con sus variantes, evidentemente. Un  mundo de orden, racional (en sí mismo o gracias a la providencia divina en la naturaleza y en la creación). Ese universo dio su primer signo de retirada con  Descartes: los Principios de filosofía, Meditaciones metafísicas, y sobre todo, el censurado y oculto Tratado del Mundo. El papel de Dios aparecía en el preámbulo de la obra, como una causa primera del movimiento del mundo, que se retiraba después de la creación y daba paso a los principios físicos mecánicos que rigen en adelante la gran maquinaria del Universo. Este tipo de explicación fue, después, en física, causa del atomismo mecanicista, que se impondrá en la ciencia de finales del siglo XVII, como una corriente dominante en Europa pero enfrentada al neoplatonismo resistente en Inglaterra, en el contexto de Newton.
Volviendo a ese contexto inmediato, y a las cartas de Newton y Bentley, recordemos que su motivación responde al encargo recibido por el reverendo Bentley para pronunciar ocho sermones de teología contra ateísmo: ocho pruebas, nada menos, de demostración (o de convicción) para probar la verdad de la "religión cristiana contra infieles bien conocidos, es decir, ateos, deístas, paganos, judíos y mahometanos, aunque sin rebajarse a las controversias entre cristianos".
Curiosamente, el encargo fue establecido por el mecanicista Henry Boyle (este científico fue quien, instituyó, en su testamento, un legado para que se dictaran conferencias de teología en polémica con el mecanicismo ateo que se extendía desde una interpretación fuerte -ontológica- de la nueva física, legado que sirvió para que Bentley preparara una defensa de la teología desde las mismas filas del "enemigo" y por ello, se dirige al mayor de los científicos -Isaac Newton-de la época. Hay que decir de Boyle, también como de Newton, que estaba muy interesado en la teología natural -en su versión neoplatónica, no en la deísta que triunfaría en Francia, aliada con el mecanicismo cartesiano y el atomismo. Estamos ante una apasionante historia de la ciencia, donde hay "dobles" e incluso triples "agentes" secretos dentro de las filas científicas. La otra cara del gran pope de la ciencia, como se le ha llamado a Newton, y la lucha por el control de la institución científica son aspectos interesantes en esta época, y, sobre todo, el control religioso y político del discurso oficial de la ciencia, pronto establecida como un gran mecanismo de control y poder.
Pero, ahora, volviendo a Bentley, la motivación es más "humana" si cabe. Tras ofrecer en 1682 sus primeros sermones en la iglesia de St Martin-in-the-Fields de Londres ("Una refutación del ateísmo a partir del origen y estructura del mundo"), pide a Newton su aprobación científica antes de publicarlos, de modo que se asegura su coherencia científica y evite cualquier contradicción con los Principia mathematica.

2.1. Hay varios temas que pide aclarar Bentley. Pero el más afín a esta carta es el que trata sobre cómo entender la explicación de la fuerza de gravitación universal, la cual parece una forma de actuación a distancia. Por tanto, la cuestión esencial que se dirime, en este texto, es la relación entre la relación a distancia y la fuerza de la gravedad. ¿Cómo entender el "reino" de esta fuerza", su naturaleza y causa última? Newton no se pronunciara si esa ley se imprime en lo ontológico y su poder es autónomo o depende de una causa oculta material o inmaterial. Pero, si le despeja pronto la duda de Bentley, o acusación, de filósofo atomista (que ve toda causa como material y la materia automoviente y autosuficiente): protesta Newton, en los primeros párrafos de la carta, de que se le atribuye la idea de que la gravedad es esencial, inherente y propia de la materia, como piensan los seguidores de Epicuro (aquí sinónimo de atomista, por basar este filósofo su ética en la filosofía de los átomos de Leucipo y Demócrito, desvinculando el orden del mundo de los dioses). 
Existen varias interpretaciones sobre la cuestión teórica en sí que plantea el texto (y que afecta también a la postura de Newton ante la relación ciencia y teología). Brevemente: para Koyré, la acción a distancia fue un expediente del que pronto se deshizó Newton, que sustituyó por el éter (el quinto elemento aristotélico, desechado por la física mecánica pero reservado en la dinámica y utilizado, sobre todo, cuando los físicos hablaban del "cielo"; ya para Aristóteles era materia sutil, casi inmaterial, de la que estaban hechos los cuerpos divinos de las estrellas fijas, y el medio también de los astros). El neoplatonismo y la alquimia le dieron "virtudes" explicativas de lo celestial, acorde con las naturalezas vivas y ocultas que explicaban lo terrestre y el mundo; Newton se vería atraído por este recurso del éter, pero desconfiaban de su "naturaleza oculta" no medible ni demostrable. Cuando pudo contar con experimentos o posibilidades de medición física sobre efectos que demostrarían esa causa del éter, y sobre todo, teniendo en cuenta el vacío teórico para explicar otra fuerza, la eléctrica, que intuía Newton como un principio que actúaban en la acción e interacción de las partículas, su interés por el éter se convirtió en tema científico dentro del momento hipotético del método.
Otros intérpretes, como John Henry (2), piensan que Newton sí creía coherentemente en la acción a distancia, y que se mantuvo en esta idea -que, por un lado, sería la señal de los poderes extraordinarios - milagrosos, al parecer; ontológicos- a la gran ley que descubrió: la gravitación universal.
Hasta que se mantuvo vigente en la ciencia el espacio geométrico euclideano, esta ley -condensada en una formulación matemática- daba explicación de todo, unificaba el orbe sublunar y el supralunar con el terrestre, y hacía racional un universo infinito, abierto, aunque "dominado" (diría Aristóteles) sometido al principio ordenador de la gravitación. En ese universo, la acción a distancia (aunque Newton tardó en ver su efecto entre las estrellas distantes y el sistema solar) se mantendría.
En cambio, con la Relatividad, de Einstein, en un espacio no euclideano, donde actúan fuerzas nuevas y aun desconocidas, se sale de orden el sentido del reino absoluto de esta fuerza de gravedad y de esta clase de movimiento a distancia. Pero, hay otro problema de fondo: la centralidad (o racionalidad anexa a centro y límite) del Universo, que vuelve a plantear el tema de Dios; ese problema se percibe en la correspondencia de Newton y el teólogo.(3)

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El antiguo problema de si es necesario Dios en la explicación científica del mundo puede volver a plantearse. Y de nuevo, el punto de comparación (la teoría cosmológica de referencia) afectará al papel posible que juegue dicho Dios. Un universo racional o irracional, donde reine el orden o el desorden, puede plantearnos o bien la no necesidad de una causa divina (Dios), al poderse explicar el orden de forma inmanente a la materia; o el absurdo de un Autor, bueno e inteligente, del Mundo. Solo la mezcla de racional e irracional, orden/desorden, hace más plausible, como en el Timeo de Platón, la hipótesis de un Demiurgo inteligente ordenador de unas posibilidades caóticas. 
Pero, para ello, la ciencia tendría que renunciar a la visión completamente racionalista (o en su defecto, irracionalista) del mundo. Desde los presupuestos de la ciencia moderna hasta hoy (la posición máxima de la razón) la cuestión de encontrarle un papel a Dios en la cosmología se vuelve inviable.





NOTAS
1) Henry More. Filósofo neoplatónico de Cambridge y teósofo. Autor de Divine Dialogue (1688). Acuñó el término Spissitude para referirse a una cuarta dimensión espacial donde se extiende lo espiritual. El término ha sido usado como medida de la longitud de un objeto, para referirse a su proyección en la cuarta dimensión, además de su extensión tridimensional. Por tanto, igual que los términos arriba/abajo, norte/sur, este/oeste se aplican a las direcciones cardinales de las otras tres dimensiones, los términos ana/kata (acuñados por Charles Howard Hinton) se refieren a la dirección en la spissitude de H.More.
2) John Henry: "Isaac Newton y el problema de la acción a distancia". Muy recomendable este texto del profesor John Henry, por su claridad expositiva, como introducción al tema en cuestión.
3) Hubble: 1929. Donde quiera que uno mire, las galaxias están alejándose (de nosotros)

Newton razonó ya en sus cartas a Bentley que, si en vez de que hubiera un número finito de estrellas distribuidas en una región finita del espacio, existiera un número infinito de estrellas, distribuidas más o menos uniformemente sobre un espacio infinito, no habría ningún punto central donde aglutinarse.

¿Es posible plantear el tema de la centralidad desde otra idea del espacio, más compleja, no extensional, sino intensional o con centro en una doble plano vertical, o n planos verticales, desde una fuerza profunda o n fuerzas profundas centrípetas? ¿El distanciamiento es siempre respecto al observador, que asume el principio de relatividad de toda observación?


Revista ÁGORA DIGITAL MARZO 2015

                                 

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