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sábado, 7 de diciembre de 2024

GARCILASO DE LA VEGA. ARTÍCULO DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO. Avance de Ágora 30. Nueva Col / ARTÍCULOS LITERARIOS / Homenaje a los Machado. Retrato de una convivencia entre distintos

 

        Estatua en honor a Garcilaso, en Toledo. Plaza de San Román. Fuente: El diario.es

 

 

GARCILASO DE LA VEGA (TOLEDO, ¿1491?, ¿1503?- NIZA, 1536). POESÍA [1]

              

 

 POR JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO          

 

 

 

                      Si Garcilaso volviera

                          yo sería su escudero,

                          que buen caballero era.

 

Describe Alberti en estos versos la potente calidad humana de Garcilaso, y lo hace utilizando un verso del castellanista Castillejo, imprescindible detenernos en este mestizaje:

                          ¡Que buen caballero era,

                           perdónele Dios, amén,

                           dejando tal heredera!

 

Acierta a casar la poesía, tanto la italianizante como la castellana, porque no importa el origen, sino su originalidad.

¿Quién es Garcilaso? Acerquémonos a este recién llegado, joven caballero, procedente de Valladolid, que se ha detenido bajo la sombra de una morera y escucha el continuo rumor del agua, junto al molino, entre las cañas, mientras contempla el azud donde saltan las carpas del Segura. Va camino de Cartagena para tomar el barco que le llevará a Italia. ¡Italia! La patria del maestro Petrarca y la belleza.   

Garcilaso es de “hermosura verdaderamente varonil”. “gentil músico de arpa”, conoce la lengua latina, compone poemitas triviales al modo de los cancioneros del XV. Ingenioso, galante con las damas, diestro en el ejercicio de las armas, fiel al emperador, ha participado en la guerra de las Comunidades, y, como más tarde conoceremos, también será fiel a su familia.

Sabe que, tras pasar este valle, le aguarda una jornada, por tierras sin agua. Aunque muy pronto verá el mar, esa mancha azul donde acaban confundidos el cielo y la tierra. Comprende por qué Grecia es el país de los mitos, hay tantas islas que todos los hombres pueden ver el mar.

Aún no se ha casado por conveniencia de Corte con doña Elena Zúñiga, ni está enamorado de Isabel Freire, ni conoce la amargura del destierro en Ratisbona, sin embargo, ya percibe la vida como constante contradicción y, persigue incansable el equilibrio. ¿Lo encontrará? Quizá en sus versos, allí donde coinciden sentido y sonido, ritmo por el que alcanzará la paz.

Ahora, cuando camina, curvada ligeramente su espalda, descubrimos que, en su gallardía, andar reposado, silencios, encarna la figura del cortesano. Más tarde, una vez que se ha alejado, intentamos penetrar en el misterio de su presencia. Hay en su rostro un velo oscuro que tiñe la realidad de melancolía, como si conociera el secreto que está vedado a los mortales.

 

La historia de nuestra literatura se conmueve puntualmente por fechas que fatalmente acuden a la cita. Así ocurre cada siglo con la década de los veinte. La más próxima a nosotros recibe el nombre de Generación del Veintisiete, que confirmó la poesía del XX. El otro Veintisiete procede de la aparición de Larra y Espronceda, más el veintisiete con la muerte de Góngora, pero es la década 20-30 del siglo XVI, la que renueva definitivamente la savia española, sucede que el 1526, Navagero, Jardines del Generalife, Granada, insta a que Boscán escriba a la manera italiana, y se produce el milagro.

Aún no han cristalizado los versos de este otro 20-30 en donde vivimos. ¿Dónde iremos? ¿De qué estarán hechos? A la segunda ya podemos responder, son palabras. Hoy más que nunca la palabra oculta y revela. Textos que parece van a decir y luego desaparecen como el agua sobre la arena. ¿Qué les interesa?  ¿El amor, la venganza, los clásicos, la elegía, el silencio, la fe? Quizá el tema no sea definitivo, entonces, ¿la verdad? Demasiado ingenuo este propósito. ¿El miedo? Es posible, nada está escrito. De África siguen llegando pateras…

Recuerdo como en los sesenta del pasado siglo, cuando todo parecía dicho, y nuestra lengua había alcanzado una rigidez cadavérica, aparece el boom de la novela hispanoamericana, la realidad se hace mágica, también por esos años, la explosión de los Beatles, voces agudas y melenas, frente a la cansina canción española, la realidad se hace mediodía. Así de ese modo he querido ver la aparición de esta poesía, pues así lo vieron, mejor, oyeron, sus contemporáneos. Leamos esta “Represión contra los poetas españoles que escriben en verso italiano” de Cristóbal Castillejo:

    Y juzgando primero por el traje

    paresciéronles ser españoles, como debía,                

    gentiles españoles caballeros;

    y oyéndoles hablar nuevo lenguaje

    mezclado de estranjera poesía,

    con ojos los miraban de estranjeros.

 

 

El tedio comporta la necesidad del cambio, la irrupción del metro italiano y las nuevas estrofas, es posible porque existiendo la necesidad, se produce su descubrimiento.  Se trata de una élite, vanguardia en la que destacan como primeros Boscán y Garcilaso. Será en 1543, cuando Ana Girón publique sus obras, el lector es femenino. Garcilaso es ya de todos, y lo hace en Barcelona. Será la periferia quien marque el rumbo de la modernidad.

Porque moderno es Garcilaso cuando descubre para la lengua española este otro ritmo, y un nuevo contenido, que transformarán la claridad poética, se hace la luz del Renacimiento.

Azorín destaca en Garcilaso tres notas: europeísmo, laicismo absoluto y un amor intenso a la naturaleza.

El pie sobre el que ha caminado la literatura española es el octosílabo, y lo ha hecho maravillosamente, pero a comienzos del XVI, unos pocos, opinan que había alcanzado cierto inmovilismo, se había convertido en una lengua sentenciosa, repetitiva, lengua para ir al grano, incapaz para la nueva sensibilidad y su complejidad. El octosílabo, será destronado por el endecasílabo, suavidad, dulzura, afeminamiento, le llamaron algunos. Ahora se impone el gusto por el camino, esto es, el proceso amoroso, el paisaje, la psicología.

Con el octosílabo se describe, se cuenta, en suma, se muestra al mundo; con el endecasílabo se amplía. Se pueden nombrar las cosas en todas las lenguas, pero ahora se trata de aludirla, asistimos a su aparición, como descubrimiento.

Hay un cambio de actitud; no es la palabra el clavo donde colgamos el objeto, sino que la palabra misma se hace objeto poético.

¿Qué diferencia existe entre ocho y once? ¿Un contenido impreciso? No, otro contenido, por otra parte, el verso impar parece que no termina, contrastemos:

                        “Nuestras vidas son los ríos”

                                      Frente a

                     “En tanto que de rosa y azucena”

 

 

                                                                 Joan o Juan Boscán, barcelonés de cuna.
 

Boscán apunta una posibilidad y descubre la manera de llevarla a cabo, pues la ofrece al que es más potente, y acierta. La composición con este metro no es una traducción, no hay incapacidad alguna para producir endecasílabos, ya han sido utilizados en el XV, lo que se busca es introducir aquí el alma misma. Claro que para eso hay que conocerla. Tanto Boscán[2], como Garcilaso, están preparados. Boscán traducirá el “Cortesano”, Garcilaso está plenamente identificado con la cultura italiana. Las damas, la cortesía, la música, el acento, la filosofía, son otros que en España. Aquí el rigor, la sobriedad, el ascetismo constituyen un valladar impenetrable. Recordemos el dicho famoso:

España mi natura, Italia mi ventura y Flandes mi sepultura.

 

   
        Dicho atribuido a los Tercios: "España mi natura..."

 

El soneto es una forma cerrada, frente al romance que técnicamente tiende al infinito, queda en suspenso, siempre admite continuación. El soneto es la obra completa, solo tiene catorce posibilidades y, si no ha concluido, el texto acaba, aunque el poema no esté logrado. De ahí la dificultar de lograr un buen soneto, como es fácil lo contrario. Fernando de Herrera en sus “Comentarios”, 1580, dice del soneto:

“Es el soneto la más hermosa composición, y de mayor artificio y gracia de cuantas tiene la poesía italiana y española. Sirve en lugar de los epigramas y odas griegas y latinas, y responde a las elegías antiguas en algún modo, pero es tan extendida y capaz de todo argumento que recoge en sí sola todo lo que pueden abrazar estas partes de la poesía, sin hacer violencia alguna a los preceptos y religión de las artes porque resplandece en ella con maravillosa  claridad y lumbre de figuras y exornaciones poéticas la cultura y propiedad, la festividad y agudeza, la magnificencia y espíritu, la dulzura y jocundidad, la aspereza y vehemencia, la conmiseración y afectos, y la eficacia y representación de todas.”  

El verso de once, a veces, es una unidad completa, constituye un aforismo, de ahí que pase a ser parte de la memoria colectiva:

                   “Cuando me paro a contemplar mi estado”

En España, lo nuevo suele tener un valor funcional. Aquí, las lenguas clásicas, el arte renacentista se paladean, como quien gusta un nuevo plato y exclama: ¡Exquisito!, pero sigue apegado a sus hábitos gastronómicos, y vuelve a los garbanzos. Con Garcilaso todos los días son festivos.

El amor o la amistad, el paisaje y la mitología constituyen tres líneas fundamentales cuya raíz es el autoanálisis. Lo que su poesía nos deja ver no es el melancólico fluir de la vida, sino la mirada que contempla esa fuga que es el tiempo, “por no hacer mudanza en su costumbre”.

Garcilaso es dueño de recursos expresivos como demuestra con espontaneidad y humor:

        Mas ¿dónde me llevó la pluma mía?

          que a sátira me voy mi paso a paso,

          y aquesta que os escribo es elegía.

 

Considera a la poesía como vía de conocimiento, así dice en el comienzo de la “Epístola a Boscán”:

        Señor Boscán, quien tanto gusto tiene

         de daros cuenta de los pensamientos,

         hasta las cosas que no tienen nombre,

         no le podrá faltar con vos materia.

 

Hasta su aparición, la poesía parece que tratara desde fuera el amor, que planteara su existencia como una cosa más, y que sólo con ingenio pudiera ser tratado. Con el petrarquismo, o con esta manera italiana, surge del poema mismo, se nos revela ahí, ocurre así porque temporaliza:

         En tanto que de rosa y azucena

         se muestra la color en vuestro gesto

         y que vuestro mirar ardiente, honesto,

         con clara luz la tempestad serena.

 

Porque nace dentro y, en juego platónico, concuerdan realidades:

       Yo no nací sino para quereros

        mi alma os ha cortado a su medida;

        por hábito del alma misma os quiero.

 

O bien ya que el mito se nos ofrece como proceso asistimos a su nacimiento:

      A Dafne ya los brazos le crecían

       y en luengos ramos vueltos se mostraban

       en verdes hojas vi que se tronaban

       los cabellos qu´el oro escurecían:

       de áspera corteza se cubrían

       los tiernos miembros que aun bullendo ´staban

       y en torcidas raíces se volvían. 

 

Cierto que el paisaje y el sentimiento se nos dan unidos, el objeto y la reacción que produce, la que origina en mí, el sujeto poético, por tanto, se individualiza:     

     ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,

      cuando en aqueste valle al fresco viento

      andábamos cogiendo tiernas flores,

     que había de ver, con largo apartamiento

      venir el triste y solitario día

      que diese amargo fin a mis amores? 

 

           O bien:

     Cerca del agua, en un lugar florido,

      estaba entre las hierbas degollada

      cual queda el blanco cisne cuando pierde

      la dulce vida entre la hierba verde

 

Puede ocurrir que la palabra se despilfarre por el uso, se empobrezca, pierda sus colores originales. ¿Cómo volver al principio? Quizá un camino sea la sintaxis, otro orden, posición que, por ser novedosa, sorprende. Aquí la palabra y la arquitectura son fundamentales en el poema. Ahora, la naturaleza, recupera su ser, el agua será fresca y transparente, era necesario volver a la idea para dar con la realidad. El verde es más verde sobre la página, el poema se convierte en la casa original, donde habitan las primeras realidades:

            Corrientes aguas, puras, cristalinas,

            árboles que os estáis mirando en ellas,

            verde prado de fresca sombra lleno.

            aves que aquí sembráis vuestras querellas,

            hiedra que por los árboles caminas,

            torciendo el paso por su verde seno.

               Yo me vi tan ajeno

               del grave mal que siento

               que de puro contento

            con vuestra soledad me recreaba,

            donde con dulce sueño reposaba

            o con el pensamiento discurría

                por donde no hallaba

           sino memorias llenas d´alegría.

 

Garcilaso, hombre de armas y letras, por fin alcanza el sosiego, la paz en el ritmo, la música suave, el sonido donde cesa el sentido. “Salid sin duelo, lágrimas corriendo”. Pues, “En el silencio sólo se escuchaba/ un susurro de abejas que sonaba”.

Antonio Gallego Morell en su obra Garcilaso y sus comentaristas (Gredos, Madrid, 1972), reúne los textos íntegros de Francisco Sánchez de las Brozas, también conocido como El Brocense, (1574); Fernando de Herrera, (1580); Tomas Tamayo de Vargas, (1622); y José Nicolás de Azara (1765). Cuando apenas han pasado unos años de la publicación de su escasa obra, suceden los comentarios como si se tratase de un clásico.

Entre tanto, otros poetas, desde la orilla contemplan su existencia. Quizá vivan el amor, pero aún no han logrado mostrarlo en sus poemas. Digamos que se pierden en gramatiquerías. Lo que aporta Garcilaso es la palabra y, la palabra, en el Renacimiento, será la claridad del hombre.   

 

 

                                                                                                         

 

José Luis Martínez Valero es catedrático emérito de Lengua y Literatura españolas. Autor de libros de poesía, ensayo, narrativa, historia literaria. Es también un notable aguafuertista, pintor y dibujante. Ha publicado en 2024 Antología del Veintisiete en Murcia (Ed. La Fea Burguesía).   

 


 


NOTAS DEL E.   

[1]  Antonio Gallego Morell, quien también aparece citado al final del artículo de José L. Martínez Valero, comparó el destierro de Garcilaso con el encierro en Baeza de Antonio Machado tras la muerte de Leonor. Véase “Baeza, el rincón de Machado”, en el libro Antonio Machado. Baeza, publicado por la Univ. de Granada. “¿Le gustaba a Garcilaso la isla del Danubio desde la que escribe…? Desde y donde mejor escriben los grandes poetas es en tierra impuesta. La isla del Danubio fue un destierro para Garcilaso; Baeza tuvo carácter de destierro para quien vino a olvidar su primer amor tras dejarlo enterrado en el cementerio de Soria…”. Cita recogida en el libro de Enrique Baltanás:  Antonio Machado, poeta de todas las Españas (Ed. Rialp, Madrid, 2023).

[2] Soneto de Boscán dedicado a su amigo Garcilaso:

Garcilaso, que al bien siempre aspiraste
y siempre con tal fuerza le seguiste,
que a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente le alcanzaste,

dime: ¿por qué tras ti no me llevaste
cuando de esta mortal tierra partiste?,
¿por qué, al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza me dejaste?

Bien pienso yo que, si poder tuvieras
de mudar algo lo que está ordenado,
en tal caso de mí no te olvidaras:

que o quisieras honrarme con tu lado
o a lo menos de mí te despidieras;
o, si esto no, después por mí tornaras.

 

 

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