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martes, 17 de diciembre de 2024

EL ÉXODO INTERMINABLE DE UN POETA. Por Pedro Felipe Granados. Avance de Ágora N. 30. Nueva Col. Homenaje a los Machado. Retrato de una convivencia entre distintos



                                Pedro Felipe Granados ante la tumba de Antonio Machado en Collioure

 

 

EL ÉXODO INTERMINABLE DE UN POETA

 

 

        por Pedro Felipe Granados

 

 

 

De manera recurrente saltan a la opinión pública los flecos de la vieja polémica sobre el traslado de los restos del poeta Antonio Machado desde el cementerio francés de Collioure a España. Estos días, en coincidencia con la celebración del centenario del nacimiento de Leonor -somos un pueblo con una incontenible tendencia a la necrofilia, que contrasta, paradójicamente con el abandono en que solemos tener a los vivos- vuelve a subir a la palestra la diatriba entre los partidarios de enterrar las cenizas del poeta en España y quienes prefieren no turbar el reposo de sus restos, aunque sea a costa de que permanezcan allende nuestras fronteras.

Soy uno de los muchos que se han acercado a visitar en el recoleto cementerio de Collioure la tumba en la que descansan el poeta y su madre, doña Ana Ruiz. Allí, en el silencio de un recinto hoy prácticamente absorbido por el pueblecito francés, puede sentirse la admiración y el respeto que aún despierta la memoria del escritor entre los habitantes del lugar que una lluviosa tarde de Febrero de 1939 lo acogió sin reservas cuando era uno de los miles de arrojados al exilio por la barbarie de la guerra civil.

Sobre la losa de la tumba, presidida por un retrato del poeta, siempre hay flores depositadas por algún desconocido visitante; en ella hay dibujados con grava mensajes, corazones, signos, como tributo de admiración de sus devotos, y testimonio constante de quienes allí acuden en homenaje a un hombre que supo permanecer mesurado y justo en mitad de los excesos de una época violenta y desgarrada. En un lateral de la tumba, un pequeño buzón, valija de escrituras sin destino, rebosante de cartas y poemas en hojas manuscritas -abundan las de estudiantes de colegios e institutos que llevan su nombre- recoge los testimonios de un fervor indeleble, acrecentado en el tiempo, por su obra y su figura.

Pero, sobre todo, esta tumba muestra, en su cuidado externo, en el mimo con que es protegida de los estragos del tiempo, la labor callada de personas anónimas de Collioure, que han asumido el legado poético y humano del escritor como algo propio. Allí, entre estas gentes del Sur francés, ha nacido una suerte de tácito acuerdo para cultivar fielmente su memoria más allá de la muerte y las ideologías.

Y, a propósito de devociones póstumas, los ejemplos que en nuestro país tenemos de la incuria en que naufragan, repartidas por los cementerios nacionales, otras figuras de estirpe literaria no menos célebre que la del poeta sevillano, hacen temer que el traslado de los restos de Machado a tierra española sirva para hundirlo en un terco olvido que condene, esta vez al destierro interior, las huellas de su paso. Y he aquí que, tras infructuosos esfuerzos anteriores, y fieles a la vieja tradición de utilizar lo más sagrado, incluso el respetable descanso de los muertos, como estandarte de diversas banderías, surge de nuevo en la mala conciencia de algunos españoles, herederos de quienes no supieron arreglar pacíficamente sus diferencias sociales y políticas, el deseo de remover las cenizas del poeta. Las noticias apuntan a que donde con mayor énfasis las reclaman es en Soria, lugar simbólico de su estancia en Castilla, pero, por razones equivalentes, podrían hacerlo Madrid, Baeza, Segovia o Sevilla, ciudad esta última que lo vio nacer.

A poco que se enconen los sentimientos de la propiedad sentimental, tendremos de nuevo la remozada edición de uno de los conflictos de ideas tan frecuentes en la historia de España. Los restos de Antonio Machado, convertido en santo de una causa laica, en la que no estarían ausentes, como viene siendo de rigor en los últimos años, las repetidas pero inadmisibles intromisiones de la política -recuérdese a este respecto cómo diferentes tendencias pugnan por adscribir a su ideario la significativa figura de Azaña- pasarían a ser un objeto de disputa y controversia que no excluiría soluciones salomónicas como dividir los restos y repartirlos por las ciudades vinculadas con su vida, como ya ha ocurrido en más de una ocasión con herencias de tipo religioso o cultural.

Permanezca Machado en donde está, con la seguridad, para quienes dudan, de que sus restos están suficientemente protegidos por manos amorosas que le dispensan el cuido y el cariño que merece su alto ejemplo cívico y su admirable, por tantas razones, obra literaria. Vayan a visitarlo quienes sienten veneración por él, crucen la raya de Francia, reflexionen sobre los excesos que depara el enfrentamiento fratricida, el encono en las ideas, la tentación autoritaria, la represión de la palabra y las creencias. A Antonio Machado la nave del último viaje lo dejó, desamparado y lejos de su tierra, en las costas de Collioure, y allí debe permanecer, en el reposo de la paz definitiva, como una llama encendida que recuerde el estrago y la injusticia a los que conduce la intransigencia. (1)

                           

El artículo de Pedro Felipe Granados fue publicado en el periódico La Verdad, de Murcia, el 25 de Agosto de 1994. Lo reproducimos por gentileza de su autor.

 

 

 

 


 

 

Pedro Felipe Granados nació en Albox (Almería). Catedrático emérito de Literatura. Autor de libros de poesía, relatos, artículos y ensayos. Reside en Lorca, donde se dedica asimismo a la gestión cultural. Colabora en prensa con artículos, crítica literaria y ensayos: Diario La Verdad y Revistas como Cuadernos del Lazarillo, Scripta Nova, Ágora, Axarquía y Caxitán, entre otras. Dirige la colección literaria Hojas de la Quimera sobre temas lorquinos. Académico correspondiente de la de Alfonso X el Sabio, de Murcia, posee distinciones relativas a la enseñanza y la cultura, otorgadas por el Ministerio de Educación y la Consejería de Educación, así como premios literarios, entre ellos el Dionisia García y el Emma Egea.

 

 

 

(1) NOTA DEL EDITOR

Ágora publica dos artículos sobre los restos de Antonio Machado en Collioure. Este, de Pedro Felipe Granados, escrito en 1994, y otro, reciente, del doctor José Gálvez (“Memoria de un pequeño viaje”). Como opinión de la revista, no terciamos en la polémica sobre si los restos del segundo hijo de Antonio Machado Álvarez y Ana Ruiz deben volver a su país o continuar en el pueblecito francés de Collioure, como símbolo del exilio republicano. Lo que sí denunciaríamos, a estas alturas del siglo XXI y en las circunstancias de nuestro país en el que de nuevo se han sembrado la intolerancia y la confrontación entre españoles, es asentir a que don Antonio Machado siga siendo rehén de alguno de los bandos. Personalmente, este que escribe preferiría que Antonio Machado descansara definitivamente en una España democrática, armónica y sensible a lo que significan sus poetas como símbolo de toda la nación, de la transmisión de su cultura más allá de cualquier bandería o secta ideológica. Recordando, por cierto, que los dirigentes de la II República huyeron con tiempo a lugares seguros y le dejaron morir en Collioure. Hacemos nuestras las palabras de Enrique Baltanás, en su libro Antonio Machado. Poeta de todas las Españas (2023), pp. 135-6:

    Esta apropiación de Antonio Machado (se refiere el autor a su “patrimonialización” por la izquierda para la lucha antifranquista) llega a un punto caricaturesco cuando se pretende monopolizar también su propia tumba en Collioure. Es, por citar un caso, lo que hace el escritor Álex Chico cuando afirma que “en España se está intentando desde hace un tiempo repatriar los restos de Machado. Yo creo que eso es un error: si tenemos a Antonio Machado en un cementerio de Sevilla cuando estemos en su tumba recordaremos a uno de los mejores poetas de la literatura española, sí, pero si permanece enterrado en Collioure recordaremos también su condición de exiliado republicano, los sucesos trágicos que le llevaron a marcharse de su propio país. En Collioure te das cuenta de que no sólo ha muerto un gran escritor, sino también alguien que estaba huyendo del fascismo. Y si lo traemos aquí puede que esa parte histórica, dramática, se diluya.”.

 

(Fulgencio Martínez, autor de la Nota, 17-12-2024)

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