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Comentario de "El sueño de Leteo", de Vicente Cervera Salinas. Artículo de Fulgencio Martínez. Avance de Ágora N. 30. Nueva Col. / Bibliotheca Grammatica / Poesía
El sueño de Leteo, de Vicente Cervera Salinas
Vicente Cervera publicó en 2023 El sueño de Leteo (ed. Renacimiento, col. Calle del Aire). El libro no ha pasado desapercibido a los lectores de poesía. Sin embargo, este lector lento que ahora reclama vuestra atención ha conocido el poemario hace unas pocas semanas y, como suele, ha necesitado otro lapsus de tiempo para escribir este comentario.
Un día, quizá, hablemos de los ritmos de recepción de un libro; tratándose de un libro de poemas, suele ser el propio poeta quien ha de mover su criatura. Por donde ocurre que las fechas que indican la novedad son, en poesía, muy amplias. Ya comenté, en otro de mis artículos, mi modo habitual de doble lectura: una, primera, con las luces largas, de continuidad; y otra, con la luz de proximidad, parando en los poemas y en los versos que me han gustado sobre el conjunto.
El sueño de Leteo es una obra cumbre en la trayectoria poética de su autor, quien antes nos había dado ya El alma oblicua (2003), un libro tan personal como valiente, hermético a veces, de corte simbolista introspectivo; con el que, sin duda, debemos comparar el que ahora comentamos, para poder apreciar la singularidad de este.
De aurigas inmortales (1993, reeditado en 2018), La partitura (2001), y Escalada y otros poemas (2010), componen hasta hoy la bibliografía poética de Cervera Salinas (Albacete, 1961). El ritmo de publicación y la cantidad de publicaciones es indicativo del taller exigente de este poeta. (El cual ha publicado, sí, muchos más títulos de investigación -fue Premio Anthropos de ensayo por La poesía y la idea: fragmentos de una vieja querella- y especialmente estudios relacionados con su cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Murcia).
El ritmo es lo que nos obsesiona. Ya dejando al margen el asunto del ritmo de escritura y el de publicación de libros, que en cada poeta se concreta en un historial diferente; está el ritmo que llega al "acmé", a la madurez de una voz poética, o que la precede y preludia, o, a veces, simplemente, el ritmo que continúa una palabra ya hecha. El ritmo es sustantivo.
El lector o los lectores nos perdonarán si ponemos aquí estos cuentos nuestros; queremos respondernos a la pregunta de por qué nos parece este libro, El sueño de Leteo, una obra lograda y destacable sobre las anteriores de Cervera Salinas; sumándonos a la opinión del profesor, poeta y crítico Luis Bagué Quílez: "el mejor libro hasta la fecha" de su autor.
Casi todo el secreto de la perfección artística está en el ritmo. Empezando por el ritmo del fraseo. Nada más difícil que escribir un libro de pretendida prosa literaria sin el don del ritmo —bueno, sí, hay algo más difícil aún, leer un libro de pretendida prosa literaria sin la gracia del ritmo—; una frase o un periodo cualquiera de la última novela (sin acabar, según dicen) de García Márquez (En agosto nos vemos, 2024) justifica mi prevención ante la lectura de novedades de prosa. Tengo la manía de leer degustando lo leído, y por fragmentos leo con los labios o en voz alta. En cualquier caso (y no importan los decibelios) leo sabiendo que leo, consciente de mi acto de leer y de lo que está pasando por mi mente y mis sentidos con ocasión de la lectura. Así sólo, entiendo el disfrute de la misma. Esto no me ocurre en la mayoría de las novelas, donde sí, el ritmo está en otras partes, en la resta y en la suma de la acción o en la evolución de las personas dramáticas, etc; no en cada frase, en cada período; y muy pocas veces cada capítulo es una unidad de ritmo, como en las novelas y folletines clásicos. Salvo unas pocas, pero para llegar a ellas no hay tiempo suficiente, has de guiarte por la apuesta personal.
En un libro de poemas, en cambio, la lectura se toma a sí misma sorbo a sorbo, el ritmo se hace valer en cada poema, de forma, primeramente, musical. El ritmo se compone también de destellos que deslumbran al inicio (ab initio, expresión divina: es decir, que siguen deslumbrando); o que surgen en una de las secuencias versales intermedias, aislables en sí, aun insertas en el discurso poemático; y, sobre todo (de esto me he ido convenciendo), en el final de la composición.
Me refiero al ritmo de la idea, que en poesía va o debe ir en paño de emoción (aquí sí importa mucho el paño donde se presenta la joya). Antonio Machado no resolvió el problema, en su intento de definir qué es poesía, pero puso en guardia a los poetas contra la pirotecnia de los virtuosos que casi siempre lo son de un solo instrumento: el concepto, la idea o la imagen, o la intuición vívida. O la experiencia o el conocimiento, la indagación metafísica o metapoética. En el recientemente publicado diario de la poeta Dionisia García (Ecos. Diario de 1999), hemos leído singulares reflexiones autocríticas donde la escritora se autoexige dar un paso adelante hacia la gran poesía. Esta suele encontrar al poeta en alguna cumbre, y esa cumbre es la destinada a cada voz de poeta que aspira hacia ella y que desde la provisional plenitud alcanzada anhela ascender a otra.
En El sueño del Leteo hay un ritmo que regala claridad y un decir sencillo y hondo, que vienen después del autoexamen expuesto en El alma oblicua. Sus tres partes se diferencian por la perspectiva desde la cual nos comunica el poeta su intimidad. Como en todo fragmento de gran lírica, es la intimidad de una persona concreta, que canta y se cuenta.
La primera parte del libro contiene algunos de los mejores poemas, elegías románticas que traen el recuerdo de la poesía de Friedrich Hölderlin. El poeta, hábil, sabe hacernos revivir esas formas y fórmulas elegíacas, y enseguida transgredirlas. No es casual en esa operación el ritmo rápido, dislocado de los versos, frente a la lentitud o morosidad habitual en las elegías; las referencias al contexto urbano, el uso de lo anecdótico, incluso de la parodia "seria" de lo grotesco, como en el poema "Halloween", donde, más allá del relato de una separación amorosa (digo, amorosa, como calificativo, y como creo que, de manera natural, suele ocurrir en casi todas las separaciones, al menos en alguna fase, donde el amor continúa residiendo en los miembros separados); fijémonos en la expresión "filosos / chillidos", lo original de la adjetivación se supera por la disposición rítmica, la separación del sintagma en dos versos diferentes; el hiato versal entre adjetivo y núcleo sustantivo, hace que, en efecto, el lector sienta filosos (desagradables hasta el dolor) los chillidos pero a la vez tan lejos, infinitamente lejos del mundo personal que narra interiormente el poema (la historia de amor caída a la indiferente arena mundana). La parodia es seria porque, al fin y al cabo, lo exterior y ridículo es símbolo de un desajuste de los amantes, "sus pasos torpes", "sus desligados corazones"; la representación de la muerte lo es de la muerte del amor y, como suele también ser natural, lo exterior más grotesco es espejo de lo interior más sentido, como si tuviera intención la realidad de disfrazarse de esperpento para vengarse o castigar alguna falta.
Halloween
Caminaban confundidos entre arboledas urbanas
mientras la noche de las brujas inventaba pueriles
sones a su alrededor. Sabían que los esqueletos
no estaban en los disfraces ni en los filosos
chillidos, sino en sus pasos torpes y en sus desligados
corazones. La espectral hilaridad de la guadaña
no brillaba en las voces, sino en el inviolable
recuerdo de la rota madrugada, que proyectó
las cuatro y media en un jirón irrestañable. Ateridos
por la inconfesa claridad de la amargura, regresan
sumergidos gravemente y se separan para llegar
al mismo sitio y se acomodan para abortar la compañía
y declararse herejes de aquel credo que elevaron
cuando el amor era su cueva y no su prisión.
(p. 29)
De esta primera parte del libro destacaría "El filo" (pág. 27). Es un poema alegórico, que recuerda el simbolismo de Baudelaire, la fuerza trágica expresada a través de animales salvajes, emblemáticos de las pasiones dantescas del alma, pero donde finalmente se alude al felino doméstico, testigo y confidente de la desolación. Tanto el tono, la expresión simbólica, el uso de términos, como "orco", del vocabulario romántico alemán ("Ante las mismas puertas del Orco canté a la alegría / y a la sombras enseñé la embriaguez", dice la extraordinaria belleza de la voz de Hölderlin, quien, como ya hemos indicado, está presente en el libro, junto a otros poetas y espíritus del Sturm und Drang -"Tormenta y Ansia"). Lo cotidiano, de nuevo, recompone a su modo la escena. Valoraremos luego las elegías anteriores a esta estampa desolada, que compone el poema "El filo", pero queremos señalar ese "plus" de belleza objetiva, a su modo, que contiene y que, en nuestra opinión, supera incluso la hermosa secuencia a la que pone el broche.
Dicha secuencia está formada por un conjunto de poemas, donde en un primer movimiento el poeta evoca la amistad del filósofo Hegel y del poeta Hölderlin, quienes junto al otro gran filósofo romántico Schelling estudiaron en el Seminario de Tubinga y plantaron el árbol de la libertad en homenaje a la Revolución. Esa amistad (metáfora o metonimia del amor) da el tono de un tiempo feliz, al presente también caído, dañado. Los poemas hablan en tiempo presente, aunque evoquen un pasado. "Unidos en Eleusis", "Tübingen", "O groβe Liebe!".
Pero es el segundo tiempo el más personal y destacable en esta secuencia. Lo forma una especie de cuarteto: "Del absurdo", "Despiertas", "De tripas, corazón", "Del sueño", que conduce al poema ya destacado "El filo", la estampa casi alucinada de lo que, por otra parte, es natural, cotidiano en una separación: la extrañeza ante la realidad irreconocible de pronto, cuando ha vuelto la soledad.
Se podría llamar quinteto a este tiempo del libro, si añadimos "El filo", del que citamos el inicio, como se ha dicho, deslumbrante ab initio, como debe ser todo poema:
El alma se debate entre el vuelo
de la lechuza y la calle del orco,
desconcertado cruce entre la paz
y el soliloquio acusatorio. Puja
la pena por saberse en las espaldas
del desconsuelo. (...)
p. 27. Fragmento.
El segundo capítulo de libro presenta un conjunto de elegías serenas, de tono moderado, donde el poeta alcanza un dominio magistral de la expresión personal en confidencia con una especie de recuerdo de su yo anterior. Algunos poemas remiten a una experiencia de viajero ("Bremen"), tema del viajero que es también un lugar predilecto de la poesía romántica, y de la pintura, claro es. Especialmente, destacaría el poema "Clamor", que comienza así:
"Deseo respirar la luz del tiempo
en la compañía de algunos libros" (...)
p. 39. Fragm.
Predomina también en este segunda sección o capítulo la serie monoestrófica, típica del poema elegíaco, que expresa un discurrir latiente y el ritmo de un tema o idea es llevado así hasta el fin, sin espacios intermedios entre estancias o estrofas que lo compliquen con otros desarrollos. Hemos indicado ya que a este modelo Cervera Salinas da su forma personal con la introducción de distintos ingredientes. La perspectiva elegida en esta segunda sección está distante del desgarro cantado en las elegías trágicas del quinteto de la primera parte, la cual acaba con un poema trivial, quizá de forma intencionada por parte de su autor: "Cielo naranja".
Por último, la tercera vuelta del libro nos reserva una joya, el poema "El pañuelo", una serie de ocho "haikus". Así
estos dos de inicio:
Tras los cristales
unos ojos contemplan
el juego
amado.
Alguien eleva
un pañuelo de seda
bajo su mano.
p. 53. Fragm.
Leídos con la memoria reciente de los poemas de la primera parte que hemos consignado, este distanciamiento logrado en "El pañuelo" es casi del teatro de sombras japonés, Kabuki, una representación maravillosa como poesía. La forma haikú le viene pintiparada al juego del poema.
El hermosísimo poema final, "Rosas y apotegmas", que Cervera Salinas dedica a su padre, contiene deslumbres como estos versos, tras una pausa rítmica:
Así, invisibles, hablaremos
mudos, y elocuentes callaremos.
Sus versos postreros, de tono, serenidad y elegancia renacentistas, nos recuerdan el comienzo de la Carta a Arias Montano, del genial poeta Francisco de Aldana.
Y entonces, solo entonces, regresar
habiendo comprendido lo que otrora
fue intuición fugaz, estremeciéndose
mi estrella al renacer de tu semilla.
pp. 56-57. Fragm.
En suma, pese a algún poema menor, el dominio
maravilloso de la palabra y de los ritmos y metros clásicos, adaptados a un
sentir moderno, urbano, pictórico como en el poema en ocho haikus "El pañuelo", convierten a El sueño de Leteo en un libro de poemas extraordinario. A quien aún no lo haya encontrado, le habrá merecido la espera hasta descubrirlo; como a Basho le mereció la pena esperar cierta noche: "Desde la luna / creciente estuve / esperando esta noche".
Fulgencio Martínez
editor de Ágora, autor de varios libros de poemas y de un ensayo sobre la filosofía de Antonio Machado.
12/12/2024
Información en la página editorial Renacimiento, El sueño de Leteo:
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