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lunes, 4 de abril de 2022

LA VIDA ES SUEÑO. Sobre la novela "La guarida iluminada (Diario de sanatorio)", de Max Blecher. Por ALICIA RODRÍGUEZ SÁNCHEZ / Avance de la revista Ágora-papeles de arte gramático n. 11/ Bibliotheca Grammatica/ Literatura rumana

 


 La guarida iluminada 

Max Blecher

Disponible en Amazon

Traducción de Joaquín Garrigós

 https://www.amazon.es/guarida-iluminada-Diario-sanatorio-ebook/dp/B09D4217SN

 

 

LA VIDA ES SUEÑO

      por Alicia Rodríguez Sánchez

 

En la novela La guarida iluminada (Diario de sanatorio) del autor rumano Max Blecher podemos observar que la realidad y la ficción se conciben como dos mundos que intentan unirse cual el fresco pintado en la Capilla Sixtina, titulado La creación de Adán, donde Dios crea a imagen y semejanza al hombre a través del pensamiento, sin ni siquiera llegar a tocarlo.  En este sentido, Blecher sería el omnipotente que crea con su propia imaginación todo un universo paralelo en su novela e insufla de vida al protagonista principal.

            Asimismo, el lector queda prendado de una obra de gran calado y belleza en la que semeja una parálisis del sueño, donde no podemos despertarnos de dicho trance, pero somos conscientes de lo que el narrador nos está trasladando a través de sus escritos.

            La incógnita acerca de si se trata de un sueño o la pura realidad nos asalta a lo largo de prácticamente todas las páginas del libro, ya que nos implica como lectores intentar reconocer dicha dicotomía: Quizá tendría que dudar de la realidad de esos hechos y considerarlos producto de un sueño, quizá tendría que dudar de su certeza porque su desarrollo me parece sumamente lógico (página 37). Incluso nos provoca la duda con una frase lapidaria: Todo lo que ocurre es lógico desde el momento en que sucede y es visible, aunque ocurra en los sueños, como todo lo que es inédito y nuevo es ilógico por más que suceda en la realidad (página 38).

            Dicha duda existencial nos acerca a la cuestión de si lo vivido es un sueño o si el sueño es la realidad misma y nos trae a la memoria la obra de uno de los máximos exponentes del Barroco del Siglo de Oro español, Pedro Calderón de la Barca, en el soliloquio final de Segismundo en La vida es sueño

                 que toda la vida es sueño

      y los sueños, sueños son.

 

            Al igual que Calderón Blecher confunde al lector con expresiones del tipo: Me ha pasado a menudo ver, ver con los ojos abiertos de par en par, cosas extrañas que solo pueden suceder en los sueños (página 30) o Creo que vivir un suceso o soñarlo es lo mismo, y que la vida real, la de todos los días es tan alucinante y extraña como la de un sueño. Tales expresiones llevan aparejadas la idea de que las ilusiones, las preocupaciones del ser humano son fugaces y que la persona que alberga anhelos es un ingenio llamado al desengaño, que no es más que la vida.

            Continuamos con la idea a lo largo de toda la novela de que soñar y vivir son la misma cosa (página 59), dos realidades paralelas que en pocas ocasiones logramos desgranar como dos entidades independientes.

Los propios hechos externos confunden a menudo los temas y las luces que es menester encender para iluminar el escenario, al igual que yerran a la hora de distribuir los papeles de los personajes (página 60) lleva a mi memoria otro de los tópicos literarios, empleado también por Calderón en su auto sacramental El gran teatro del mundo, como es el theatrum mundi en el cual concebimos la vida como un teatro cuyos protagonistas son los seres humanos en donde su papel está predestinado;  pero a diferencia del gran dramaturgo del teatro áureo Blecher concibe que en muchas ocasiones la vida nos concede un papel equivocado que no podemos representar de manera adecuada.

El ser humano se concibe como insignificante cada momento de mi vida, cada movimiento que hago […] solo es un átomo perdido en el inmenso océano de sucesos del mundo entero (página 71) como si el mundo en el que vivimos fuese ese mar y nosotros una única gota del mismo en cuya inmensidad nos llegamos a perder.

            Aparece cierta reminiscencia de la obra Rebelión en la granja de George Orwell donde al igual que en la novela del escritor inglés se constituye una revuelta pero con perros policía: Desde hace unos años, nuestra ciudad cuenta con una dotación de perros policía […] un día estalló la revuelta […] antes de caer la tarde, los canes fueron dueños y señores de la policía (páginas 32-36). A diferencia de la obra de Orwell, los canes introducen a los policías en las celdas para adueñarse de la comisaría, situación que es diferente en Rebelión en la granja donde al señor Jones lo expulsan del lugar, pero en ningún momento lo toman preso. El autor cuenta dicha historia y realiza una alusión a la publicación en un periódico con una noticia, que todos conocían como la “rebelión de los perros”.

A lo largo de toda la novela es recurrente el uso de imágenes surrealistas como ceniza sobre el fondo de ceniza del cielo, huyendo como pájaros de humo tierra adentro (página 48) como si el cielo fuese una chimenea de cuyo humo saliesen las aves, que sería realmente la leña o el carbón que se va quemando cuyo humo se difumina y se va perdiendo a lo largo del horizonte conforme avanza dicha embarcación.

El surrealismo provoca en el lector la risa tras la burla de ciertas imágenes que traen a la memoria momentos cómicos: gambas rosáceas como si fuesen capullos tiernos de rosas, bogavantes con antenas que provocan una burla del bigote de la pescadera, algas bailarinas comparadas con bellezas ahogadas.  Si seguimos la relación con el fondo submarino, el escaparate en el cual se fija el narrador en uno de sus paseos se asemeja a dichas profundidades con los escaparates bañados en aguas de luces de colores como extraños acuarios donde vivían dormidos espléndidos y pálidos maniquíes de cera con sus suntuosos vestidos.

Asimismo, también lo observamos en la cotidianidad me detenía en la salida del metro para mirar a las gentes con cara cansada […] que salían o se metían bajo tierra como los topos, con el rostro adusto y terroso, como amasado de una pasta gris (página 93) como si se tratase de la novela Momo, de Michael Ende, donde los hombres de gris comienzan a ocupar un papel destacado en el mundo y prometen que lo mejor que pueden hacer los habitantes es no perder el tiempo, de tal manera que ni tan siquiera pueden jugar con sus propios hijos. Quería citar un fragmento del libro del autor alemán que realiza una mención explícita al tipo de “enfermedad” a la que se encuentra actualmente sometida la humanidad, que no es otra la desidia, Un día, ya no se tienen ganas de hacer nada. Nada le interesa a uno, se aburre. Y esa desgana no desaparece, sino que aumenta lentamente.  Ya no hay ira ni entusiasmo, uno ya no puede alegrarse ni entristecerse, se olvida de reír y llorar. Entonces se ha hecho el frío dentro de uno y ya no se puede querer a nadie. Cuando se ha llegado a este punto, la enfermedad es incurable. Ya no hay retorno. Se corre de un lado a otro con la cara vacía, gris, y se ha vuelto uno igual que los propios hombres grises. Se es uno de ellos. Esta enfermedad se llama aburrimiento mortal.

Por el contrario, también encontramos en el otro extremo el surrealismo relacionado con La Parca parecía que hubiesen situado un catafalco allí en medio y que toda aquella gente hubiese acudido a darle el pésame a la familia (página 91).

La vida y la muerte quedan en todo momento unidas cual alma que imperiosamente necesita buscar a su gemela por el resto de la eternidad: Cuando se apagaba la luz, […] los velos de claridad difusa […] de sarcófagos abiertos con cadáveres embalsamados sacados de sabe Dios qué museo (página 64), imagen un tanto tétrica donde los enfermos se asemejan a dichas momias por las sábanas que les cubren en cuyo lugar, el cine, unido a  la oscuridad que les rodea, hacen de éste una suerte de túmulo funerario. Las lágrimas le mojaban […] dos regueros negros […] como ese extraño tatuaje funerario que les practican a los muertos untándoles la cara con yeso sobre el que hacen trazos a carbón (página 64) cual día de difuntos donde la Muerte aparece maquillada para celebrar dicha efeméride.

El dolor lo concibe como una parte de su ser, unido a él como si fuese una prolongación más de su cuerpo, por ej.: para eludir el dolor uno no tiene que intentar escapar de él, sino justamente lo contrario, ocuparse de él y con la mayor atención posible y lo más cerca posible (página 77), como si estuviese en un trance durante la meditación cuyo objetivo es el de calmar la mente primero, para luego realizar una atenta contemplación de la experiencia dolorosa, transformando su percepción y significación.

Dicha unión de dolor y enfermedad, como dos entes inseparables, es también la unión de un ser unido a él cual melodía a una canción.  La música se entiende como un elemento más que, junto a la meditación, puede conseguir que el enfermo evite el dolor que le produce la enfermedad: conocía el perfil del dolor […] con los ojos cerrados, como una pieza musical y escuchar […] durante el concierto.

No debemos obviar tampoco la alusión de varios tópicos literarios como el ubi sunt, propio del Renacimiento: Encontraba esa nostalgia de los sueños producida por la tristeza al despertar (páginas 45-46) donde el autor concibe que el sueño es el mejor momento que posee en el cual puede liberarse de las ataduras de su cuerpo, entendido este como una cárcel que le aprisiona y no le deja escapar de su propia enfermedad.

Asimismo, a lo largo de esta novela no debemos dejar de lado ciertas figuras retóricas como las metáforas, chimenea de una fábrica de la que salía humo y el edificio del hotel…listo para zarpar (página 48) como si se tratase de un barco en una bahía dispuesto a llevar a sus pasajeros a un lugar paradisíaco; o la comparación con una sala de torturas: de suerte que me daba la sensación de hallarme en un lugar de atroces torturas donde se atormentaba sistemáticamente a los condenados, en habitaciones antisépticas (páginas 51-52) cual prisión donde el carcelero infunde dolor al reo; pero a diferencia de lo que concebimos como el penal, al tratarse de un sanatorio, la higiene debe primar por encima de todo.

La frase solo sé que no sé nada, atribuida al filósofo Sócrates, la podemos encontrar en precisamente la lucidez de mis juicios internos es lo que se ha derrumbado en mi interior y me ha dejado reducido a lo que soy ahora, es decir a un hombre que vive y no entiende nada de lo que le rodea (página 74), lo que nos sugiere que no existe la verdad absoluta, que somos conscientes de nuestra propia ignorancia.

Aparecen ciertas reminiscencias de su novela Corazones cicatrizados, en cuanto al mito del Ave Fénix, ese ser mitológico de fuego que presenta la capacidad de renacer y de resurgir de sus propias cenizas, que simboliza también el poder de la resiliencia, esa capacidad inigualable mediante la cual uno puede renovarse en un ser más fuerte, valiente y, sin lugar a dudas, luminoso: y cuando la enfermera […] era, ciertamente, como si yo hubiese venido por segunda vez al mundo […] más limpio y más higiénico (página 96).

El título del libro, La guarida iluminada (Diario de sanatorio), presenta una explicación lógica que el mismo autor reafirma al escribir Algunas veces sí que me vienen deseos de poner por escrito todas mis ensoñaciones y mis sueños nocturnos para mostrar la auténtica imagen de mi guarida iluminada, sumergida en mi oscuridad más familiar y más íntima (página 109), donde queda patente la relación con el mito de la caverna del filósofo Platón, en el cual el mundo que nos rodea no es más que un lugar en el que se nos muestra una única visión pero que debemos ser nosotros quienes aportemos nuestro punto de vista crítico y sepamos ahondar en el verdadero conocimiento, que es aquel que tenemos dentro de nosotros mismos.

La prosa está plagada de vocablos referentes al mundo de la ensoñación y del surrealismo propiamente dicho, en el cual la vis cómica aparece de manera reseñable a lo largo de toda la novela, y donde el lector se transporta al universo paralelo creado por Blecher para intentar conocer su interior con mayor profundidad.

La fugacidad de la vida se observa por medio de otro de los tópicos literarios, memento mori, empleado éste como colofón final: todo lo que rodea la vida del hombre es para los gusanos y la basura, exactamente igual que su cuerpo; el hombre acaba en hedor con todo el cortejo de objetos delicados que lo han acompañado en vida […] Todo se pudrirá y luego será absorbido por la oscuridad, por siempre jamás (página 130); que unido a la narración de su propia muerte también lo habían invadido los ratones y roían con gran contento su carnaza, roían el sanatorio pútrido, lleno de pus y carnes podridas […] Yo estaba en el suelo, tiritando de frío y sin saber lo que hacer (página 148) llevan al lector a una apoteosis final en la cual todo se concibe como una destrucción del ser humano que se refleja en el propio edificio.

Una obra en la que el sueño y la realidad se confunden como si se tratasen de dos entidades totalmente unidas, tales como el símil de amor-odio, debería ser lectura indiscutible, no únicamente entre entendidos en la materia sino para todos aquellos que quieran profundizar y dar un mayor énfasis en la obra de este autor rumano de corta existencia.

 


ALICIA RODRÍGUEZ SÁNCHEZ es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante.  Actualmente, ejerce como profesora de carrera en el Centro Integrado de Formación Profesional (CIPFP) Canastell de la localidad alicantina de San Vicente del Raspeig.  En este centro, imparte la materia de Lengua castellana y literatura. Su primera incursión en el mundo de la literatura para adultos fue con la recopilación medieval de cuentos titulada Las mil y una noches a los que le siguieron otras obras clásicas españolas de autores como Mariano José de Larra, Gustavo Adolfo Bécquer o Lope de Vega, entre otros grandes de la literatura.

 


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