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lunes, 19 de febrero de 2024

UNA LECTURA DE FRANZ KAFKA.1883-1924. Por José Luis Martínez Valero (autor del texto y de las ilustraciones). En el centenario de la muerte de Kafka /Avance de Revista Ágora-Papeles de Arte Gramático

 



 

UNA LECTURA DE FRANZ KAFKA

                            1883-1924

                              

 

     por José Luis Martínez Valero

                 (autor del texto y de las ilustraciones)

 

Estuve unos días en Praga, fue antes de la caída del muro, cuando eran muchos los trámites para entrar y también para salir: la puerta se había estrechado. En esos años de rigor comunista, Kafka era acusado de pequeñoburgués contrarrevolucionario, como consecuencia, los checos, sólo disponían de algunos textos expurgados, mientras que en la Alemania del Este, nos comentaron, ya podían ser leídas sus obras completas. Toda aquella censura no era obstáculo para que muchos se acercasen al callejón del Oro, junto al castillo, donde permanecía su minúscula casa estudio, frente a la que todos nos fotografiábamos.

Naturalmente recuerdo la Torre de la pólvora en donde, tras el trabajo, a mediodía, solía quedar con su amigo Max Brod, el puente Carolus sobre el Moldava, por el que paseaban en piragua, el Casino modernista y cómo no, el Cementerio judío; también un mercado de segunda mano que, sin mucho esfuerzo, era comparable a cualquiera de sus textos, sobre todo por su extático silencio.

Ahora, cumplidos los cien años de su muerte, me gusta imaginar que Kafka está al otro lado de una fría pared de cemento, alguien golpea al otro lado y, si aplico el oído, puedo alcanzar un ritmo inestable, a veces es lento, otras, frenético. A menudo creo distinguir el tecleo de una máquina de escribir, otras es la pluma, el lápiz sobre el papel. Luego sucede un gran silencio y cesa mi lectura.

 



Kafka, quizá sin proponérselo, ha relatado la historia del siglo XX. Kafkiano se ha convertido en un calificativo que puede resumir algunos de los episodios absurdos en los que todos, como ciudadanos, nos hemos visto envueltos a lo largo de la vida, y por lo que parece, este XXI, continuará vigente.

 

¿Por qué leerlo? A menudo consideramos que basta situar a los escritores en la categoría de clásicos para que, por ese mismo motivo, debamos dedicarles unas horas a lo largo de nuestra vida. Los clásicos, han de ser leídos, si queremos entender de dónde venimos y adónde vamos. Según este criterio leer a Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Dickens, Hugo, Goethe, y tantos otros, que nos han precedido, son imprescindibles para conocer nuestro mundo, para utilizar con propiedad las palabras, para disponer de imágenes que nos asistan en los días en que damos con el vacío cotidiano, enfrentándonos a este hueco donde hemos sido instalados. Sin embargo, es muy posible que esta apreciación no sea suficiente.

Kafka nos traslada a una mañana de domingo luminoso, espléndido y frágil, que se cierra en negro, cuando encontramos a una señora desorientada, recién salida de una casa, con el rostro marcado por esa lejanía que la pérdida de la memoria concede. Habla de sus padres, cuenta que han muerto, no obstante, es necesario que acuda a su casa, porque, al estar enfermos, la necesitan.  

El escritor está destinado a hacer visible su mundo, nos asoma a algo que, como lluvia caída sobre tierra caliente, se evapora. Por eso Kafka insiste, ha venido a presentar figuras definitivas de la soledad, personajes reflexivos que caminan por ciudades donde son unos desconocidos, interiores donde aguarda lo insólito. Supo que este espacio que habitamos había dejado de ser el lugar del pensamiento para convertirse en su ausencia y piensa: un mundo que tiene por fundamento el interés, está destinado a la tiranía.

Los dioses se han convertido en imágenes para ser exhibidos en fiestas populares, sin embargo, sobre los espejos donde se miran los hombres, aún queda un resto de una llama, a punto de ser ceniza, causa de su imperiosa necesidad de escribir. Porque la palabra que no se escribe, desaparece, es en la escritura donde reside la conciencia.

A veces en un libro, abierto sin un propósito determinado, damos con lo que hemos buscado durante años, por fin el caos deriva hacía el orden. Quizá, cuando Valle-Inclán vislumbró el esperpento, resolvió la posibilidad de formular esas ideas que, como cabras dispersas habían tirado al monte, y era necesario devolver al redil.

 



    ¿Cómo leer a Kafka?  En la tradición judía, la puerta, tiene un valor simbólico, se dice que todo libro se presenta como si fuese una puerta ante la que aparece una llave, llave que no le corresponde. Tras la puerta adivinamos el enigma que ha de ser resuelto.

Hay quien pasea por una ciudad, entra en todas sus casas, deambula por los templos, recorre las bibliotecas y lo hace como si no hubiese puertas, otros, en cambio, cuando llegan a esa misma ciudad, encuentran todas las entradas bloqueadas. Kafka llama a puertas que sabe que no se abrirán, a las que es necesario golpear para nuestra supervivencia. Entonces comprendemos que la escritura es la llave que justifica la existencia de las puertas.

 

En su librito Un médico rural, que dedica a su padre, cuando se lo entrega, contesta sin emoción alguna:

Ponlo sobre la mesilla de noche.

 

Conjunto de relatos, hay uno que titula: “Ante la ley”, donde un campesino de mediana edad pide al guardián que le deje pasar, desconocemos el motivo que le ha llevado a esa puerta, tras impedirle la entrada, le ofrece un taburete, pues la espera va a ser larga. Años después, ya viejo, a punto de morir, tras observar que ningún otro ha intentado atravesar esa puerta, le pregunta al vigilante, por qué si todos aspiran a la ley, por esa puerta no ha acudido nadie. El guardián le asegura que esa puerta era exclusiva para él. Los obstáculos que impiden obtener aquello que deseamos, podrían ser obstáculos que nosotros mismos hemos creado, también que cada uno ha de atravesar su propia puerta, que nuestra existencia está determinada desde el principio. Claro que, si esa puerta es personal, podríamos llegar a pensar que el destino impide conseguir lo que nos hemos propuesto. Este desajuste universal, este desacuerdo entre el lugar y su puerta, convierte la vida en una espera que nunca acaba.

En la familia materna, compuesta por solitarios, tímidos, silenciosos, el hermano mayor, Alfred, llegó a ser director general de los ferrocarriles españoles… Eran sus cualidades: obstinación, impresionabilidad, sentido de la justicia e inquietud.

En la del padre: fuerza, salud, apetito, potencia de voz, talento oratorio, autosatisfacción, superioridad mundana, perseverancia, presencia de ánimo y cierta amplitud de miras.

Más parecido a la madre, Kafka, nombre de origen checo, significa grajo, era uno de los treinta mil judíos de habla alemana en territorio checo que, además se servían del checo y solían conocer el hebreo. Desde muy pronto tuvo voluntad de escribir, en una de las cartas a Milena declaraba: No diga que dos horas de vida valen más que dos páginas escritas, la escritura es más pobre, pero más clara.

Sus estudios de Derecho lo capacitaron para convertirse en un excelente funcionario de seguros. El trabajo lo ocupaba hasta las tres, y le permitía disponer del resto para escribir. No sintió la urgencia de publicar, lo que hará a instancias de su amigo Max Brod, albacea testamentario al que ordenó quemar todos sus manuscritos, es a él a quien debemos la publicación de sus obras póstumas, diarios y cartas. No fue muy afecto a la sinagoga, ni sionista, le gustaba el teatro popular judío, y realiza estudios de hebreo. Las consideraciones que se han hecho sobre si su obra obedece a una relación tormentosa con el padre, y como consecuencia especie de terapia freudiana, sólo las apuntaré.

 

El conflicto queda expuesto en Carta al padre, confesión del fracaso de un hombre, se trata de un detallado estudio sobre la frustración. Si se compara con lo que en otro tiempo hubiesen sido los tratados de educación de príncipes, éste constituiría una distopía, aunque el padre, aparece como representante de la sociedad, creo que viene a ser un resumen de todas las cortapisas, obstáculos, que se han de vencer para vivir en sociedad. La puerta está ahí, también está cerrada.

 

 

Es cierto que, cuando leemos El Proceso, El Castillo, presenta una realidad cuyo orden entra en conflicto con el individuo que los protagoniza, podrían recordar la estructura familiar, controlada por un padre rígido.  

 

La complejidad que presenta se parece a la crisis permanente que descubrimos cuando nos aproximamos al siglo XX. Destacaré algunos fragmentos de El Proceso:

 

Admite que no conoce la ley, y al mismo tiempo afirma que es inocente.

Lo deduzco del hecho de que estoy acusado, pero no puedo encontrar la menor falta de la que me pueda acusar. Pero también es accesorio, la cuestión principal es: ¿quién me acusa? ¿Qué órgano instruye el procedimiento? ¿son ustedes funcionarios?

“¿Cómo voy a ir al banco si estoy detenido?”. “Ah”, dijo el inspector que estaba en la puerta, “me ha entendido mal. Está usted detenido, desde luego, pero eso no debe impedirle ejercer su profesión. Tampoco debe verse estorbado para hacer su vida habitual”. “Entonces estar detenido no es muy grave”, dijo K. acercándose al inspector. “Nunca he dicho otra cosa”, dijo él.

 

He establecido diferentes planos que muestran las dificultades para abordar la complejidad de la novela:

- Razón: J. K. se defiende, argumenta, analiza.

- El poder: obedece a no se sabe bien qué cosa, los trabajadores, el juez, el inspector, los guardias que anuncian su condena.

- Humano: o primario, relaciones sexuales, necesidad de comer, corrupciones.

- Los mirones: ancianos de la habitación de enfrente, empleados.

- La vida normal: que ocurre en un lugar que parece reservado a las clases pudientes. El director del Banco.

 

El protagonista y el lector, no encuentran motivo alguno para que sea declarado culpable, como consecuencia, el vivir mismo se convierte en posible materia de culpa. El delito, como en Calderón, es haber nacido.    

        Las dilaciones de que es objeto el acusado, el no saber absolutamente nada, desconoce por qué se le acusa, ignora los tramites del proceso. Todo apunta a una morosidad semejante a la que sufrirá el personaje de Larra, “Vuelva usted mañana”, quien, por su condición de extranjero, renuncia a unas leyes o normas que no son las suyas.  Sin embargo, a J. K. no le será posible abandonar y, poco a poco, el conflicto externo se convierte en un asunto de conciencia, otra puerta que no se abre.

Todo ocurre en un paisaje gris, suciedad, interiores laberínticos con múltiples escaleras, aire viciado, habitaciones inverosímiles, niños raquíticos, mujeres desvalidas que practican sexo frenéticamente.

Las creencias que sustentaron al mundo se han evaporado, y sólo queda algo parecido a una costra de sal, como una segunda piel que impidiese transpirar al nuevo cuerpo. Dios, Justicia, Caridad, han desaparecido, reina el interés, sin embargo, pervive esa aureola de humedad, a punto de desaparecer, que suele rodear a la sal, el sentido de culpa. No es respuesta, sino pregunta.  Se interroga continuamente por el sentido que late bajo las mil formas con que se disfraza la zozobra, la angustia de existir. Las preguntas nos presentan la realidad como tierra desconocida, recupera su ser agreste y lo cotidiano se vuelve inseguro.  

        Estamos siendo alguien en un mundo en el que somos nadie, se trata por tanto de un ser inútil. El hombre se constituye como sujeto intrascendente, arrojado a la trascendencia, de tal modo que sólo en la caída descubre su autenticidad.

En última instancia, la palabra, dado que no nos pertenece, siempre permanece cerrada, herencia que estamos obligados a administrar, de ahí nuestro irrenunciable deseo de descubrir lo que hay tras la puerta. 

  



La Metamorfosis, también traducida como La Transformación, para evitar el carácter clásico, que inclina a una visión mítica. Escrita en el otoño de 1912, editada en 1915. Es la primera obra de Kafka traducida al español, 1925, un año después de su muerte, Revista de Occidente números 24/25. En la misma revista, 1927, apareció El artista del hambre.

 



El argumento de La Metamorfosis podría ser este: existe una deuda del padre que debe ser saldada. Este compromiso recae sobre el hijo, Gregor, e impide su proyecto vocacional. Se ve obligado a trabajar como viajante de comercio, con una doble responsabilidad, la derivada del trabajo mismo, y la que supone el aplazamiento de la deuda paterna. En cinco años jamás ha faltado, ha sido siempre puntual, mantiene a la familia, les ha proporcionado una vida cómoda, de tal modo que, ni el padre, ni la madre, ni la hermana, ya con diecisiete años, trabajan, asimismo disponen de cocinera y criada, mientras Gregor Samsa viaja continuamente, siempre en habitaciones de hotel, y pendiente de los horarios de trenes. Situación que se ve interrumpida bruscamente el día que despierta convertido en un extraño.

La obra analiza las relaciones familiares desde una perspectiva de extrema lucidez. Es curioso que ocurra al despertar, cuando se supone que finalizan las pesadillas: Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.

Narración breve, dividida en tres partes. Navokof en su Curso de literatura europea, las equipara a tres actos que, divide en escenas. Presta especial importancia al espacio, una casa de la época, y en él, sobre todo, puertas y ventana.

La obra comprende unos meses hasta la próxima primavera. El personaje mantiene cierta capacidad reflexiva y un alto grado de afecto y reconocimiento a la familia. La hipérbole del escarabajo nos propone una inversión causa efecto, no es la realidad de los otros la que vemos distorsionada, sino a nosotros mismos.

Durante más de un mes le duele la manzana que mantiene incrustada y podrida en la espalda. ¿Qué significa? Quizá remite a la manzana de Eva, expulsión del pequeño paraíso que ha sido la casa y la familia. Una manzana si está a la espalda, podría tratarse del pasado y podrida, alude a un tiempo y una sociedad que ha contribuido a la falsificación de la historia. 

En este libro, Kafka, pone de manifiesto la imposibilidad de ser héroe, la cotidianidad arruina los buenos propósitos, la rutina y la costumbre facilitan el olvido. La madre, la hija, el padre se cansan. Gregor, que ha sido hijo y hermano, estorba, es un obstáculo para su existencia e impide el desarrollo económico. No pueden tener huéspedes, no salen, viven sometidos a la tiranía de su presencia, de ahí la liberación que sienten tras su muerte. Progresivamente los lazos de afecto que les unen van cediendo, se trata de algo con quien es imposible toda relación. La familia tradicional se muestra ahora al desnudo, la presenta como institución que conserva una apariencia afectiva armónica, mientras todo marcha bien, pero tan frágil que todo puede derrumbarse. Una vez muerto, Gregor no es sino otro trasto inservible, que la criada puede arrojar a la basura. 

 


 

Kafka elige un fragmento de la realidad y lo analiza minuciosamente, como consecuencia, su presentación, deja de pertenecer al objeto o rincón que muestra y pasa a ser el interior de nosotros mismos, ¿qué descubre? Quizá la ausencia, el hueco, la orfandad en la que sobrevive el hombre.  

 

 


 

José Luis Martínez Valero nació en Águilas, en 1941. Es catedrático emérito de Literatura. Poeta, narrador, ensayista. Ha publicado, entre otros libros: Poemas (1982), La puerta falsa (2002), La espalda del fotógrafo (2003), Tres actores y un escenario (2006), Tres monólogos (2007), Plaza de Belluga (2009), La isla (2013), El escritor y su paisaje (2009), Libro abierto (2010), Merced 22 (2013), Daniel en Auderghem (2015), Puerto de Sombra (2017), Sintaxis (2019) y Otoño en Babel (2022, ed. La fea burguesía, Murcia). Ha sido guionista en los documentales: Miguel Espinosa y Jorge Guillén en Murcia. También es un notable aguafuertista e ilustrador.

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