JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO, EN TRES TIEMPOS
por José Manuel Vidal Ortuño
Y los tiempos son tres fechas distintas y muy distantes entre sí: 1982, 2004 y 2018. De entonces a acá, han pasado veloces 40 años.
Conocí a Martínez Valero a principios de los años ochenta del siglo pasado, a través de un amigo que había sido alumno suyo en el instituto de Molina de Segura. Estábamos estudiando segundo de Filología Hispánica en la Universidad de Murcia. José Luis nos recibió amablemente en su casa y nos convidó a un té. Vivía entonces -y sigue viviendo ahora- en un alto piso de la Avenida Río Segura, desde cuyo balcón se contempla una de las más bellas vistas de Murcia: la Glorieta, el Instituto, pasando por el Palacio Episcopal, con la torre de la Catedral destacando en segundo plano. En aquel despacho, me acuerdo, había muchos libros, muchos papeles y siempre que íbamos me daba la impresión de que sorprendíamos a José Luis trabajando. Allí, nos preguntaba por nuestros casi recién comenzados estudios y nos recomendaba libros. A él le debo, por ejemplo, el que tenga entre los míos una amanosa Historia de la literatura española de Ángel del Río, que por aquellas fechas se reeditaba en bolsillo.
Aquel año de 1982, José Luis publicó un libro de poemas que se tituló precisamente así, Poemas. Era su primer libro publicado y a mí ya me parecía un privilegio conocer a un escritor vivo. Guardo con gran cariño aquel volumen, amarilleado por el tiempo, en el cual el autor tuvo la gentileza de poner una dedicatoria y escribir, de puño y letra, un poema adicional, lo que convierte ese volumen, el mío, en ejemplar único. De las poesías que contiene, hubo una muy breve que me llamó poderosamente la atención –“Esa línea, al fondo, / de azul indiferente / es el mar”, decía-, el cual, no sé muy bien por qué, me sonó a un verso de Vicente Aleixandre: “Heme aquí frente a ti, mar, todavía”, de Sombra del Paraíso. Era yo, por aquellas fechas, un joven aprendiz del 27.
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Demos un salto en el tiempo y situémonos en 2004. Han pasado 20 años. En aquel entonces, me llamaron para formar parte del jurado que había de elegir el Libro Murciano del Año, con Francisco Javier Díez de Revenga y José Belmonte Serrano, entre otros. Pueden imaginarse lo orgulloso que me llegué sentir. Hacía tiempo ya que era profesor de Lengua y Literatura de enseñanza media y venía nada menos que desde la lejana Yecla. Entre los libros que debía leer se encontraba uno de José Luis Martínez Valero, que se titulaba La espalda del fotógrafo, publicado un año antes, en 2003. Se trata de un poemario, donde todo el protagonismo se lo llevan el mar y la memoria. El mar de Águilas, tierra natal del autor, y todos los otros mares que le han acompañado, a modo de copia o trasunto de aquel. Mar que significa infancia y de ahí que el poeta, en una de sus composiciones, “Floridablanca, 13”, revisite la calle y la casa de su niñez; calle que ve “más pequeña” y puerta de su casa de la cual nos dice “y no la he encontrado”. En el poema titulado “Playa de poniente”, José Luis mira una vieja postal donde por fin aparece su casa. Seguidamente, piensa en el fotógrafo que la captó y “tras el fotógrafo / el misterio del mar y su memoria”.
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En el año 2018, volví a Murcia para vivir allí. Iba a dar clases en un instituto de la capital. Quise entonces visitar de nuevo a José Luis. En su casa, en aquella casa que frecuenté de joven, seguían viviendo José Luis y Caty, su mujer. Y desde el balcón aquel, convertido más que nunca en privilegiado mirador, podían contemplarse todavía fachadas dieciochescas -la del Palacio Episcopal, la del Instituto- y la torre de la Catedral, desafiando al tiempo. Por el cauce, seguía discurriendo, tranquilo, sereno, el río Segura.
José Luis y yo volvimos a hablar de literatura. Me regaló varios libros suyos, que yo no conocía. Uno de ellos, encantador, de pequeño formato -mide 4 cm de ancho x 5,8 de alto-, lleva por título La plaza de Belluga y es de 2008. Se trata de una edición no venal de 200 ejemplares y el mío es el 180; va numerado a mano y firmado por el propio autor. La protagonista del poemario es la bellísima plaza murciana que le da título y las gentes que la cruzan a diario. Y, por supuesto, la Historia, esto es, “el tiempo sobre piedras posado”. Plaza que, muy azorinianamente, es una y varia según las distintas horas del día.
Poco tiempo después de esta visita, José Luis publicaría un curioso libro llamado Sintaxis (2019). “Te va a gustar”, me dijo. Se trata de una obra difícil de clasificar, porque es a la vez colección de paisajes y estampas, libro de memorias, ensayo sobre literatura y, en definitiva, un hermosísimo homenaje a Murcia. Recuerdo que, entusiasmado, escribí una reseña del mismo que se publicó en El Ababol, el suplemento literario de La Verdad. La titulé La belleza de vivir, porque creo que esa es la lección que se extrae después de su lectura. Decía en ella: “Amamos estas obras que poseen una incertidumbre genérica, porque en ellas, sobre todo, se ve al autor” (El Ababol, 11.1.2020, pág. 7). En ellas se ve al propio José Luis Martínez Valero a través de ese alter ego que se llama Amancio.
Y llegamos así a Otoño en Babel, la última obra de José Luis Martínez Valero.
Otoño en Babel, Murcia, La Fea Burguesía, 2022
Se publicó Otoño en Babel, según reza el colofón, en junio de 2022. El ejemplar que yo tengo -con dedicatoria y dibujo de la mano de José Luis, lo que lo vuelve a convertir en un ejemplar único- es del 4 de julio de 2022. Por esas fechas me llegó a Alicante, ciudad en la que pasaba el verano, diciéndome que le gustaría que lo presentase yo, lo cual acepté encantado. Antes, en tiempos aún de pandemia, José Luis me había mandado por correo electrónico el manuscrito de la obra -el mecanoscrito, siendo más exactos-, para ver si yo lo consideraba apto para su publicación. Le dije que por supuesto que sí.
Le comenté entonces, mediante una respuesta apresurada, que Otoño en Babel no se podía adscribir a ningún género literario en concreto, puesto que mezcla, con total maestría, la prosa y el verso; unas veces parece un ensayo y las más, un libro de memorias, pero no solo de Martínez Valero, sino de toda una generación: la de los que vivieron siendo jóvenes los años 60 en España. Dicha heterogeneidad nos lleva a pensar en Sintaxis (de 2019), libro con el que en muchos aspectos, sobre todo formales, queda emparentado. En cuanto a la permeabilidad de géneros literarios, algo tan en boga hoy en día, habría que añadir también que este libro nació de un poema con el mismo título, Otoño en Babel, que se reproduce en el libro y que fue escrito, según el propio autor, entre 2005 y 2010.
La modernidad de Otoño en Babel es el resultado, por un lado, de esta mezcla de géneros y, por otro, del discurrir por esa senda tan transitada últimamente como es la de la autoficción. Sin embargo, José Luis, al contar, busca algo tan viejo como entretener mediante la variedad y por eso pasa con facilidad del verso a la prosa, de la primera persona a la segunda, esto es, utiliza un yo que recuerda y un tú que acude a veces en auxilio del recuerdo (algo que, dicho sea de paso, también utilizó José Luis Castillo-Puche en aquella alabada Trilogía de la liberación, escrita entre los últimos 70 y primeros 80 del siglo pasado). Segunda persona, desdoblamiento del yo, tú autorreflexivo -o como quiera llamarse- que tanto tiene de ciertos poemas de Luis Cernuda, uno de los poetas dilectos de Martínez Valero. Incluso, el tú llega a tal grado en su desdoblamiento que se transforma en entrevistador y el capítulo semeja entonces una entrevista. Esta multiplicidad de voces narrativas es heredera directa de la novelística española de los años 60, corriente que, como todos sabemos, arrancó con Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos.
En cuanto al contenido, cuatro son los escenarios principales de esta obra, unidos al devenir del poeta, aunque no todos cuentan con la misma importancia: de Águilas a Lorca, de Lorca a Babel (el popular barrio de Alicante) y de Alicante a Murcia. Águilas es una especie de paraíso perdido de la niñez, frente a la severidad de Lorca; nos dice: “dejaba el mar, la pesca, los amigos, los libros subrayados por el profesor, para pasar al secano, la lucha por el agua, el instituto, las clases sociales ancladas en una historia, donde la pertenencia a determinadas familias marcaba las diferencias”. El sentimiento de desterrado del mar nos llevaría hasta el Alberti de Marinero en tierra. Y aparece, asimismo, el contraste entre las ciudades nuevas y las ciudades viejas que vemos, por ejemplo, en La voluntad, de Azorín, una de las novelas más innovadoras del siglo XX. Aquel contraste entre las ciudades con pujanza (Pinoso) y aquellas otras dormidas en el tiempo (Yecla). Lo mismo plantearía Baroja en el comienzo de El mayorazgo de Labraz (1903).
El barrio de Babel y la ciudad de Alicante significan de nuevo la presencia del mar, que ya no es solo paraíso de la infancia, sino ansias de libertad. La descripción del mar de Alicante alcanza uno de los momentos más líricos y de nuevo más azorinianos de Otoño en Babel, cuando nuestro libro se torna, como en las mejores páginas del 98, libro de paisajes:
Si me preguntasen qué es el mar, diría que es el lugar del misterio. En la superficie a veces es azul, en todas sus variedades, también es verde, transparente, marrón, gris, plateado, blanco, mercurio, rosa. El mar puede cambiar continuamente de color, a veces las corrientes marcan distintos tonos. El mar es algo que se mueve, es una criatura viva, golpea continuamente sobre la roca, salpica, respira, la cubre, la despeja.
He dicho que Otoño en Babel es un libro de recuerdos de José Luis Martínez Valero y, en cierto modo, una obra que es memoria colectiva de toda una generación: la de los jóvenes que vivieron e hicieron posible los cambios que se operaron en España en los años 60. En él, se rinde homenaje a los poetas que quedaron marcados por la guerra civil española, representados en el lorquino Eliodoro Puche, que con toda amabilidad recibía en su casa y en su exilio interior al artista adolescente que entonces era Martínez Valero. Artista que se va formando con lecturas españolas (el tantas veces nombrado Azorín, Gabriel Miró, Jorge Guillén) y lecturas extranjeras, especialmente provenientes de la vecina y siempre avanzada Francia (desde André Gide al Nouveau roman), Vemos a un José Luis joven, como otros tantos jóvenes de aquellos años, que sale fuera de España, viviendo en Alemania, visitando Países Bajos. Y un estudiante universitario que, al igual que todos los jóvenes de antaño, fuese cual fuese su extracción social, debía cumplir con el servicio militar obligatorio, la llamada mili, que en José Luis no dejará el poso de amargura que observamos por ejemplo en un Muñoz Molina -véase su Ardor guerrero-, sino que, mezclando lo dulce con lo amargo, le permitirá conocer mejor ciertas ciudades y paisajes del sur de España: Córdoba, Málaga, Ronda…
José Luis Martínez Valero nos cuenta, además, con cierta ironía, cómo era aquella Universidad de Murcia a principios de los 60. No da nombres -me consta que tuvo excelentes maestros-, pero clasifica a los profesores en dos grades grupos: “a unos los llamaremos clásicos, a otros innovadores”. Los primeros tenían “unos apuntes que leían enfatizando para darles cierto tono oral”; los otros, “no sostenidos por la columna vertebral de aquellos textos, a menudo, en determinados casos eran considerados como una subclase, que sembraban más confusión de lo debido”. Concluye afirmando que “se decía de unos que sabían y de otros que no” y, para mejor conocer esa realidad, recomienda una lectura o relectura de Escuela de Mandarines, del también murciano Miguel Espinosa.
Y califica a la Murcia de entonces, con ese aire provinciano, de “ciudad levítica”, donde destaca la torre de la catedral, “la torre aquella, dedo de dios, [que] había marcado la vida de sus vecinos”. Habrá que esperar a que pasen años y que con ellos lleguen otros libros para observar imágenes más benignas de esta ciudad del sur. Hemos ido aludiendo antes de ellos.
Termina Otoño en Babel en el emblemático año de 1968, el del Mayo francés, cuando José Luis Martínez Valero ganó las oposiciones a cátedras de instituto. Empezaba otra etapa de su vida.
Cabría desear que Otoño en Babel se convirtiera en uno de esos libros llamados a permanecer, ocupando un lugar entrañable en nuestras bibliotecas -ahora que las bibliotecas personales están en peligro de extinción-. Y demos la enhorabuena a José Luis Martínez Valero, escritor y amigo, por haberlo escrito y habernos brindado la oportunidad de tenerlo entre las manos. Una parte significativa de la historia de España queda apresada entre sus páginas.
José Manuel Vidal Ortuño. Doctor por la Universidad de Murcia, con una tesis sobre la narrativa breve de Azorín, dirigida por Ana L. Baquero Escudero, catedrática de Literatura Española. Como azorinista, ha publicado los siguientes trabajos: Los cuentos de José Martínez Ruiz (Azorín) - Universidad de Murcia, 2007- y ediciones críticas de obras azorinianas como El buen Sancho (2004) y España (2010), ambas en la prestigiosa editorial Biblioteca Nueva. Asimismo, ha participado en los coloquios que habitualmente organiza la Universidad de Pau sobre el autor de La voluntad, y en congresos de la Universidad de Alicante, apareciendo sus trabajos en las respectivas actas.
Durante años, fue colaborador habitual de Montearabí, la revista del Ateneo Literario de Yecla, donde publicó ensayos y cuentos. Además, ha escrito artículos de varia lección para Monteagudo, Archipiélago, Anales Azorinianos, Murgetana, Rilce, Razón y Fe, Anales de Literatura de la Universidad de Alicante. Ha editado, asimismo, una antología de relatos, de distintos autores, titulada Los mejores amigos (Cuentos sobre perros), en el Ateneo Literario de Yecla con el patrocinio del Ayuntamiento.
Es profesor agregado de Bachillerato desde 1989 y, en la actualidad, da clases de Lengua y Literatura Españolas en el instituto “Floridablanca”, de Murcia.
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