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miércoles, 14 de diciembre de 2022

Cartas desde Tarazona (De Tarazona a Murcia, Cuaderno de impresiones, 2). Por Fulgencio Martínez Ágora N. 14.

 

                                                                                             El autor junto a la Cruz negra, Monasterio de Veruela..  Foto de Soledad Inglés

 

Cartas desde Tarazona

                             

 Homenajes al Moncayo, sus pueblos y sus gentes; y a G.A. Bécquer y a Antonio Machado

 

                                  a José Luis Martínez Valero y a Jesús Cánovas Martínez

 

CARTA 1


Amigos: saludos desde esta Toledo abscóndita, humilde, antaño y aún hogaño ciudad episcopal, Tarazona, la Turiaso en la Hispania tarraconensis; de modo que me encuentro entre turiasonenses (no entre jienenses ni cretenses, aclaro).

    En esta localidad hemos encontrado una modesta vivienda, con vistas al Moncayo "azul y rosa", y cerca del Instituto de Bachillerato Tubalcaín héroe, al parecer, de no sé qué mitología autóctona, quien se anticipó al propio Hércules en la fundación de la ciudad. Esto, si no es verdad, merece serlo, cuando ves la altura a la que se encarama la judería y morería de Tarazona, el antiguo convento y sede del obispo de la ciudad (que gobernaba también sobre Soria, Tudela y otras tierras navarras y castellanas), y las casas colgantes, talladas, como en Cuenca, sobre lienzo de acantilado.

    Releo las Cartas desde mi celda, de Bécquer, en el mismo librito de Austral que adquirí a los catorce años (entonces yo era ordenado no como ahora, y ponía a cada libro que compraba una pegatina con fecha de entrada y mi nombre y el de mi hermano). Especialmente la 1 y la 5, tratan de Tarazona ciudad. Una joya. Todo, os aseguro, parece igual que lo descrito, en cuanto a la parte histórica de la ciudad. O lo descrito lo puedo encajar fácilmente en los sitios que he visto.

 

                                                                          *

 


                                             

Veo el Moncayo, desde mi habitación de trabajo, donde escribo. Con nubes y sereno (negro, gris, azul y blanco... luego, rosa al atardecer. Machado lo veía del otro lado, azul y blanco, o azul y rosa, o blanco y rosa, hacia Aragón, desde la zona moncaína soriana…)

 

el Moncayo blanco y rosa

Aún transcurrido mucho tiempo, fuera de Soria y desde la lejana y revivida nostalgia, evoca el poeta con emoción “la sierra de Moncayo, blanca y rosa…” en un bellísimo soneto de “Los sueños dialogados”, que pertenece a su libro Nuevas canciones, de 1924.

 

¡Como en el alto llano tu figura
se me aparece!... Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca.

Y el recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al río;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón de la ciudad: el mío,

el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa...
Mira el incendio de esa nube grana,

y aquella estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en la tarde silenciosa.

 

    Pero, antes en Campos de Castilla, (primera edición, 1912; segunda, 1917) en el célebre poema en forma de carta, “A José María Palacio”, el poeta recuerda el Moncayo con los mismos epítetos: “¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa, / allá, en el cielo de Aragón, tan bella!”. El poeta ha dejado Soria tras morir su esposa Leonor, y casi está reciente su regreso a Andalucía, y su instalación en Baeza. Como en una carta, en efecto, el poema se despide con la fórmula que testimonia el lugar y fecha de composición: “Baeza, 29 abril, 1913”.

 

 

A JOSÉ MARÍA PALACIO

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.
¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas
entre las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?
Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.
Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?
Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,
¿tienen ya ruiseñores las riberas?
Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...

Baeza, 29 abril, 1913

 

 

el Moncayo azul y blanco

De nuevo, evoca Machado un Moncayo “blanco”, invernal, pero ahora “azul”, en un poema del ciclo de la nostalgia de Leonor, quizá de los primeros en que vuelca su pena, aliviada por un pasajero autoengaño producto de la ilusión del ensueño. El poema está escrito también en Baeza, se incluye en Campos de Castilla (segunda edición, 1917, donde se incorporan a la primera edición los poemas escritos tras la muerte de Leonor).

  Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero 
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
  ¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo

                                         (1914)

Y en otro poema, unos años anterior, en "Recuerdos", donde el poeta se despide de Soria, como expresa el pie final:  "En el tren, abril de 1912", le dedica el verso: "¡Moncayo blanco, al cielo aragonés erguido!—".

Volviendo al libro Nuevas canciones, de 1924, Machado siempre recuerda un Moncayo nevado, blanco, definitivamente blanco, como corresponde a un tiempo congelado. Sin embargo, hay notas en estas canciones de alegría saltarina, solo que pasada y contenida por dentro, bullendo como una nostalgia buena y dulce de una tierra y de una mujer amadas. El tono y la forma de canción popular favorecen esa expresión sutil de tristeza y alegría nostálgica, comunicadas de una manera musical. (Este libro Nuevas canciones, que contiene desde sonetos y proverbios a canciones de lírica popular, es otra obra de poesía extraordinaria del poeta sevillano).

 

CANCIONES DE TIERRAS ALTAS

 

         (FRAGMENTOS)

 

         I

   Por la sierra blanca...
La nieve menuda
y el viento de cara.

   Por entre los pinos...
por la blanca nieve
se borra el camino.

   Recio viento sopla
de Urbión a Moncayo.
¡Páramos de Soria!



            II

   Ya habrá cigüeñas al sol,
mirando la tarde roja,
entre Moncayo y Urbión.



            
 III

  
Se abrió la puerta que tiene
goznes en mi corazón,
y otra vez la galería
de mi historia apareció.


   Otra vez la plazoleta
de las acacias en flor,
y otra vez la fuente clara
cuenta un romance de amor.



             IV

   Es la parda encina
y el yermo de piedra.
Cuando el sol tramonta,
el río despierta.


   ¡Oh montes lejanos
de malva y violeta!
En el aire en sombra
sólo el río suena.


   ¡Luna amoratada
de una tarde vieja,
en un campo frío,
más luna que tierra!



            V

   Soria de montes azules
y de yermos de violeta,
¡cuántas veces te he soñado
en esta florida vega
   por donde se va,
entre naranjos de oro,
Guadalquivir a la mar!



           VI

   ¡Cuántas veces me borraste,
tierra de ceniza,
estos limonares verdes
con sombras de tus encinas!


   ¡Oh campos de Dios,
entre Urbión el de Castilla
y Moncayo el de Aragón!



           VII

   En Córdoba la serrana,
en Sevilla, marinera
y labradora, que tiene
hinchada, hacia el mar, la vela;
   y en el ancho llano
por donde la arena sorbe
la baba del mar amargo,
   hacia la fuente del Duero
mi corazón -¡Soria pura!-
se tornaba... ¡Oh fronteriza
entre la tierra y la luna!


   ¡Alta paramera
donde corre el Duero niño,
tierra donde está su tierra!


           VIII

   El río despierta.
En el aire oscuro,
sólo el río suena.


   ¡Oh canción amarga
del agua en la piedra!
...Hacia el alto Espino,
bajo las estrellas.


   Sólo suena el río
al fondo del valle,
bajo el alto Espino.

 

 

CARTA 2

 

Amigos: Un saludo de nuevo desde la becqueriana Tarazona, donde te llueven las tortas y los torreznos, que diría Galdós. (Os decía ayer que hemos tenido suerte en encontrar casa, con mirador al Moncayo).

                                                 *

Aquí, sí, ya va entonándose algo de aire fresco, por la mañana; también se agradece el solecito, y ver el Moncayo azul y rosa, por la tarde, al ir o volver de pasear por la antigua ruta del tren Tarazonica, que iba a Tudela. He descubierto (mágicamente) junto a esta ruta verde, que parte cerquita de la casa que hemos tomado, un cartelón con un mapa de España; y en él la publicidad de la antigua CAM (CAJA DE AHORROS DE MEDITERRÁNEO), señalando el itinerario Caravaca-Tarazona, de la ruta de la Vera Cruz. Casualmente, el otro día, en uno de mis paseos, me detuve ante un convento de Anas, mandado construir por el antiguo obispo de Tarazona por orden de santa Teresa de Ávila. (Esta ciudad tuvo sede arzobispal, que mandaba sobre Soria, Tudela y otras tierras navarras y castellanas). Así que la huella carmelitana, veracruz y de algún modo murcianica está por aquí.  Bueno, esto es una encrucijada de varias Comunidades (estamos a diez kilómetros de Navarra, y a poquito de Ágreda, ya en Soria, que cito en un cuento mío "soriano y becqueriano", “La llamada de la cigarra. Variación sobre una leyenda de Bécquer”), y claro que cerca de Borja y Cariñena, buenos vinos, que se apoderan de ti, dijo el otro; y de la Rioja de los monasterios del castellano. Tengo mucho por ver. Aún no he podido subir a Veruela. Vi, camino a Cariñena, por la carretera de Zaragoza, lo que a mediados del pasado Agosto quemó el incendio, que se quedó a las puertas del Monasterio de Veruela pero afectó a tierras de Vera de Moncayo, y Añón, donde surgió, en lo más intricado del Moncayo, pueblo que enamoró a Bécquer, por las añoneras, buenas mozas (la verdad que son racialmente muy atractivas las mujeres de Tarazona y sus pueblos, bellezas impresionantes, un poco recuerdan a las mujeres de Murcia).

    Bécquer escribió, en Cartas desde mi celda (1871): “En mi corta visita a este lugar [Añón], me expliqué perfectamente por qué en el aire y en la fisonomía de las añoneras hay algo de extraordinario”. 

    Bécquer, en su estancia en 1864, no solo se admira de la física (tanto en resistencia como en belleza) de esas mujeres de Añón, sino también de su moral. La carta quinta acaba con una de las meditaciones más estremecedoras que se han escrito en defensa de la dignidad de estas mujeres y el valor del trabajo. Parece que estamos leyendo un poema de Miguel Hernández, de El hombre acecha, con más de setenta años de anticipación. ("Dios, aunque invisible, tiene siempre una mano tendida para levantar por un extremo la carga que abruma al pobre. Si no, ¿quién subiría la áspera cumbre de la vida con el pesado fardo de la miseria al hombro?". Bécquer. Cartas desde mi celda).

 

César González Ruano | Javier Barreiro


    En Tarazona también nació Raquel Meller, la célebre vedette, que no pudo conocer Bécquer. Singular belleza. No fue la primera que cantó “La violetera”, pero sí la que popularizó ese cuplé de José Padilla con letra de Eduardo Montesinos: “Como aves precursoras de primavera / en Madrid aparecen las violeteras / que pregonando parecen golondrinas / que van piando, que van piando.” Chaplin, sin tener los derechos de la canción, se la robó al maestro Padilla en la película Luces de bohemia; quizá pensó Chaplin que era ese el mejor modo de seguir la costumbre de su nación.

    Antes de que nos viniera Dios a ver y encontrar casa, dormimos unos días en el Hostal Santa Águeda, un auténtico museo dedicado a Raquel Meller, con fotografías y recuerdos de la cantante nacida en el barrio alto de Tarazona, el barrio de san Atiliano, o El Cinto.

    En fin, espero que la literatura me deje dormir.

 

 Raquel Meller

 Venus de la poesía. Julio Romero de Torres 

 

 

CARTA 3

 

                                                                 - Seguramente -díjole el rey desde lejos y cuando ya iba a doblar una de las vueltas del monte-; pero con la condición de que esta noche levantarás el castillo y mañana irás a Tarazona a entregarme las llaves.  (Bécquer, op. cit. Carta séptima).

 

Amigos: Os tengo que contar de prisa, porque el tiempo huye y nos pasa, mi excursión al Monasterio de Santa María de Veruela. Yo buscaba a Bécquer allí, y me encontré, una vez en el interior amurallado del castillo-monasterio, una catedral, no una pequeña o gran iglesia, sino una catedral abscondita. Tras dejar atrás un claustro gótico, cuyas columnas muestran los monstruos que describe Bécquer en una de sus Cartas desde mi celda; un refectorio y una sala capitular donde se encuentran las tumbas de los priores y benefactores nobles de los monjes benedictinos que parecen seguir por aquí, rezando sus horas canónicas, meditando o trabajando, con indiferencia a los visitantes curiosos, aparece de repente el sueño de Ramiro el Monje: de la catedral llamada a ser el oratorio y mausoleo de la familia real aragonesa. Estamos en otoño. Ya como las estaciones giran locas... solo el Moncayo es fiel a la nieve y a la niebla. Tiempo de setas, para los que sepan o se atrevan a ir a cogerlas. Tiempo de ver un bosque en otoño.... yo no sé si tengo ganas de andar la montaña, solo por si me sale una serrana no de la Finojosa, sino de Añón, a lo mejor, por eso.

La celda donde vivió nueve meses Bécquer en el Monasterio no está visitable, hasta que la inversión privada en forma de parador venga a sacar rendimiento económico a esa parte de la historia, la literaria, que para algunos como yo, que amamos la literatura sobre todas las cosas, es la historia prima, la sustancial.  

Hicimos una breve excursión, de noche, a Trasmoz. Vimos su plaza de la iglesia, tan pequeña como la describió Bécquer en su última Carta desde mi celda, donde las mozas y los mozos bailaban alrededor de la hoguera; no estaban los bardales de heno que guardaban los patios de las casas, tal como los vio Bécquer; vimos el cementerio chico camino del castillo que se yergue como un barco encallado, esquelético, sombrío, aún inquietante – tan poderosa sigue siendo su fascinante leyenda maldita. La clave de que se vale el demonio es, como en otros casos fascinantes, la inocencia vanidosa de una moza aldeana, convertida en agente diabólica y la inocencia crédula del pueblo que busca justificación de sus males en la bruja. Así revivimos la carta-leyenda de Bécquer. Y en el cementerio chico, desde la altura del camino al castillo, a la pálida oscuridad del cielo (o, en llana prosa: a la luz de la linterna de un móvil), yo creí ver algunas sombras que vagaban.

 

Fulgencio Martínez

 Tarazona, Otoño, 2022

 

REVISTA ÁGORA DIGITAL/ DICIEMBRE 2022 

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