EL DESENLACE CÓSMICO IMAGINADO
Una reflexión sobre el Eureka de Poe
por José María Piñeiro Gutiérrez
Sabemos que el tiempo modifica el significado de los textos. Tanto los géneros en los que fueron escritos como la recepción de tales textos, varían a través de las décadas y los siglos. Los paradigmas que pretenden articular el saber se diluyen y trastocan, experimentan desplazamientos de sus ubicaciones conceptuales, provocando el juego de las interpretaciones en el seno de las sociedades. Las mentalidades, los baremos valoradores son elementos que influyen pendularmente sobre lo que se supone, expone y contiene el texto en cuestión, creándose prioridades interpretativas sobre sus signos. Teniendo en cuenta estos aspectos, podríamos preguntarnos si Eureka resulta hoy, legible. Una sociedad ajena a la poesía, no entendería su mensaje. Por otro lado, en lo que a la exposición de su discurso respecta y a lo que concéntricamente, motiva sus hipótesis, sí hay algo que resulta evidente.
En las primeras páginas de Eureka, apenas iniciada su exposición, Poe privilegia el poder teorizante y especulativo de la imaginación ante las inercias de la tradición y la acumulación del saber académico. Pone el ejemplo de Kepler, de cómo en su tiempo fue despreciado por ser sólo un “teórico”, y cómo, después el conocimiento experimental fue corroborando sus intuiciones. Kepler se atrevió a especular, es decir, imaginó relaciones y consecuencias, y el resultado final fue la ratificación de la ley de lo que en realidad no habían sido, en principio, sino teorizaciones.
Poe nos demuestra con su Eureka que la imaginación no es, en lo relativo al pensar, un efecto retórico aislante, un mero auxiliar del discurso, sino algo más que un recurso: la potenciación de la razón, incluso la mayor capacidad del intelecto para combinar presupuestos científicos conocidos y ficción teórica, adelantando y vislumbrando una imagen de las cosas, susceptible de ser corroborada después por el conocimiento positivo.
Imaginar implica prever reacciones y consecuencias de tales reacciones en el estado de la materia y de las cosas; desplazarse, mentalmente, en el tiempo y en el espacio; reconstruir itinerarios y transiciones, colocarse en el lugar de los protagonistas de la reflexión, en este caso, la masa vertiginosa de los átomos; proyectar una ficción como modelo efectivo de lo real.
Poe insiste en ello, en imaginar. Hay que imaginar no para fantasear erráticamente, sino para producir conjeturas, para sondear problemas, para multiplicar las perspectivas desde las que analizamos algo. En este sentido, Poe se asemeja a un Deleuze, para quien filosofar era justamente esto. No basta, pues, con calcular o cuantificar. Hay que imaginar, sobre las bases de lo ya conocido, precisamente para lograr superar nuestras posiciones actuales y lograr instalarnos en una ubicación que nos facilite una visión integral, general, original, del problema. Imaginando, somos capaces de trascender lo meramente computado, vislumbrando la dirección de futuras circunstancias.
Esta exaltación del poder de la imaginación está en acorde con la importancia que para Kant tenía la misma en el proceso lógico del pensar, o con el papel fundamental como generadora tanto de problemas como de nuevos conceptos –es decir, la solución a tales problemas– , que destacaba el mencionado pensador francés, Gilles Deleuze; o lo que para un autor como Lezama Lima, significaba como fecundadora de épocas y mundos, ya que la imaginación recrea, anticipa o simula conocer las concurrencias del azar; del mismo modo que importante puesto tiene la imaginación en aquella observación famosa- nada despreciativa - de Borges, al conceptuar las grandes obras filosóficas como obras literarias.
La imaginación añade un aura de iluminación profética a lo meramente constatado o sabido. En Eureka es gracias a la imaginación como Poe, basándose fundamentalmente en la ley de gravedad newtoniana, y teniendo en cuenta, auxiliarmente, el resultado de las últimas investigaciones astronómicas de la época, desarrolla, a través de una ágil demiurgia verbal, la prolija descripción del entramado cósmico partiendo de un punto, el centro originario, el Big Bang, diríamos hoy, un centro sin lugar ni tiempo, el umbral de la eternidad, el principio del principio, que a través de la irradiación crearía y expandiría la multiplicidad de los cuerpos, y tras haber llegado a su expansión total, iniciaría el proceso regresivo hacia el origen, el Final.
Es notable la ambición de Poe. Lo que quiere es llevar a cabo una descripción del universo “espiritual, material e individual”. ¿Individual? ¿Cómo preservar al individuo frente a la totalidad indistinta que supone la masa cósmica? Poe lleva a cabo una diferenciación simple entre fuerzas de orden antagónico. Nuestro conocimiento, dice, del funcionamiento de la materia se basa en la acción de dos tendencias opuestas: la repulsión y la atracción. Gracias a estas fuerzas opuestas, la materia se distribuye y ordena, y no existe otro modo de concebir la disposición de las cosas que de esta forma.
Es interesante observar que cuando afirma esto, reducir la dinámica universal a la acción de fuerzas contrarias, asignando a tales fuerzas significados de orden moral –la electricidad representaría la repulsión, la fuerza vital del pensamiento, en contraste necesario con la gravedad, que sería la expresión del instinto común de la materia, su tendencia a la unión harmonizante y reconciliadora, - descubrimos, de nuevo, al poeta que es Poe, afiliado a restos contemporáneos de aquel pensamiento renacentista de índole animista, según Cassirer, que dotaba a “las fuerzas” de misiones y operaciones determinadas.
Poe piensa como un poeta cuando contempla un destino común en la complejidad universal, cuando afirma que la heterogeneidad de la vida y de la materia participa de un ritmo que las integrará en la totalidad; cuando subraya la interdependencia de lo diverso en el seno de la totalidad viviente. Aquí resuena, aplicado al mundo sideral, el bosque de símbolos baudeleriano. Las correspondencias poéticas que el romanticismo y el simbolismo señalarían como el funcionamiento poético del mundo que el poeta descifra y canta, equivalen en la teoría poeiana a la dependencia entre sí de las leyes que configuran el universo. El universo es, por consiguiente, una trama, un tejido de cuerpos individuales, como las casillas bancas y negras que se alternan sin confundirse y que configuran, en su conjunto, el tablero de ajedrez o de damas.
Cuando Poe señala que aunque podamos cuantificarlos e integrarlos a un sistema, no sabemos lo que son en realidad la electricidad, ni el magnetismo, ni la gravedad; cuando dice que no somos capaces de abarcar las distancias galácticas, aunque pretendamos que queden consignadas en un cálculo matemático; cuando destaca que en vez de caos, en vez de extensiones sin sentido, la naturaleza se organiza y se basa a través de una geometría innegable, Poe está obrando como un poeta que se sorprende ante la naturaleza, nos está llamando a que contemplemos el universo como si fuera la primera vez, que asistamos ante el misterio de la primera impresión y admitamos la acción admirable de una voluntad – singular coincidencia con Schopenhauer –configuradora de toda esa complejidad, perfectamente ensamblada y de origen misterioso.
También es cierto que cuando Poe insiste en que el universo es prioritariamente geométrico y sólo comparable a una gran esfera de cristal, delata las embriagueces del esteta ensimismado en la idea, pero aun así, ello no es un obstáculo para que arrostre cálculos, analice teorías y defienda hipótesis. Paul Valery hablaba del dolor del intelecto. Poe hace ese esfuerzo, pone a funcionar su talento e imagina el universo, inventando para él un fin: volver a la nada, al punto infinitesimal, a la superpartícula de la que partió. Las propias hipótesis que pretende exponer son frutos deductivos de la imaginación. No hay una dilucidación “imaginaria” de las hipótesis, sino que estas son productos terminados, previsiblemente, de la imaginación, las formulaciones teóricas de lo que ha imaginado y desarrollado previamente,
A través de un pluralismo más evocado que explicitado, Poe intenta preservar la independencia y soberanía de cada ser individual; con el monopluralismo, hace que cada uno de esos seres y de lo que están compuestos, físicamente, compartan un origen común. Esto tiene una repercusión moral e integradora, pues en el ámbito de la dicha en que las almas serán esclarecidas, la ley de un origen común y la autonomía de cada existencia, impedirán que un ser sea mejor que otro. Todos compartirán un mismo fulgor. A ojos de la Divinidad, todo ser tendrá la misma importancia. La vívida especulación de Poe, la heterodoxia que le brinda su capacidad de escritor, han permitido que lectores actuales de su Eureka crean descubrir en esta obra vislumbramientos de la Energía Oscura, del Big Bang o del universo cuatridimensional. Lo que sí es cierto es que su hipótesis es un sofisticado poema en el que lo que importa no es tanto el destino del universo como nuestras percepciones del mismo, y cuyo texto tiene un memorable final para quien lo haya leído con devoción.
Nosotros, ahítos de información, pletóricos de tecnología y medios, que conocemos un universo presuntamente más complejo que el de Poe, el universo desprendido de la teoría de la relatividad, de la mecánica cuántica, el mundo subatómico y fractal, un universo abierto y no cerrado, en expansión indeterminada, ¿somos capaces de ver, de dar el salto de Poe, somos capaces de tener una visión unitaria de la complejidad, o de esbozar, al menos, ese sueño futuro del fulgor convergente de las almas que el poeta describiera como culminación de su idea de universo?
José María Piñeiro Gutiérrez (Orihuela, Alicante, 1963). Ensayista, crítico literario y poeta.
ÁGORA DIGITAL /DICIEMBRE 2022/ ENSAYO PENSAMIENTO
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