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miércoles, 23 de febrero de 2022

Paseos con Antonio Machado (Reportaje ilustrado inédito). Texto de José Luis Martínez Valero. Ilustraciones de J.M.E. Revista Ágora digital /Avance de Ágora-papeles de arte gramático n. 11 (Antonio Machado. Dossier El tiempo del 98)



 

PASEOS CON ANTONIO MACHADO

(Reportaje ilustrado inédito)

 

 

Por José Luis Martínez Valero

 

 

                               Nuestro agradecimiento al pintor J.M.E, autor de los dibujos.

 

Probablemente muy pocos sepan que en 1966, veinte de febrero, aniversario de su muerte (22-2-1939, Colliure), se organizó un homenaje a Machado en Baeza, a cuyo instituto, tras la muerte de Leonor, 1912, se trasladó el poeta. Tierra andaluza desde donde completaría sus Campos de Castilla.

El dolor que la ausencia de la amada le produce, la monotonía de la vida en esta pequeña ciudad, el descubrimiento de su paisaje y paisanaje, las clases, los amigos, sus estudios de filosofía, lo tendrán ocupado durante aquellos tristes años, cuando el mundo se convulsionó hasta el extremo terrible de la Primera Guerra Mundial.

La convocatoria estaba encabezada por Dámaso Alonso. Sin embargo, aquel acto se suspendió. Los visitantes, venidos de Madrid, Barcelona, Valencia, Salamanca, Sevilla, Córdoba y otros puntos de España comprobaron que ciertas cosas aún no eran posibles. La policía armada, la guardia civil, la policía secreta, se encargó de hacer visible aquella prohibición. Baeza, tranquila, soñolienta, sintió por un instante que en su interior despertaba aquella agitación espiritual heterodoxa de los iluminados.

 


A menudo recordamos lo que no ha tenido lugar, su vacío: se canta lo que se pierde. Conmemoramos la derrota y no la victoria, quizá porque el triunfo indica lo consumado y como consecuencia, al situarse en el tiempo, forma parte de lo efímero, mientras que, aquello que se pierde, corresponde a la emoción, en donde se anula el tiempo y parece que nunca concluye.

Las calles, las plazas, los caminos se poblaron de jóvenes que, ajenos al rigor de aquellas órdenes, recorrían la ciudad. Hubo gritos, conatos de manifestación con persecuciones, identificaciones, palos, alguna detención y multas.

 


Uno de aquellos jóvenes, J.M.E., pintor escondido, hizo estos dibujos, algunos se realizaron in situ, la mayor parte, sobre el recuerdo inmediato de lo vivido. Hoy constituyen un testimonio de esa celebración que nunca llegó a realizarse. 

La censura de la época apenas si permitió alguna noticia, se había dado cuenta de la convocatoria, también de su suspensión, sin que se informara sobre la causa. España andaba distraída. Era un tiempo en que millones de españoles trabajaban en el entonces lejanísimo extranjero. La distancia se mide por la emoción y por la ignorancia. Francia, Alemania, Bélgica, Suiza…, acogían a miles y miles de aquellos hombres y mujeres que mantenían a sus familias. Claro que también veían otras cosas, descubrían otra libertad.

Aquel homenaje constituiría el primer Paseo con Machado, en el que los asistentes recorrerían los puntos fundamentales de su estancia, el hotel donde vivió las primeras semanas, en ese punto hoy se ha colocado un banco con Machado leyendo, sombrero y bastón, obra de Antonio Pérez Almahán. La casa frente al ayuntamiento, el Instituto, la puerta de la Luna, el paseo por el camino de la muralla árabe desde el que se contempla el río a lo lejos y la colocación de la cabeza en bronce de Antonio Machado, obra de Pablo Serrano, enfrentada a la Sierra de Mágina.

 

 

Pasaron algunos años, llegó la Transición y no fue hasta 1987 cuando dos amigos, en recuerdo de aquel homenaje fallido, volvieron a recorrer ese camino. Aún habrían de pasar más años para que este Paseo fuese incluido en el calendario de actividades culturales de Baeza y hoy, cada curso, se repite lo que, en este primero, no fue posible.

La Universidad Internacional, Antonio Machado, ubicada en el antiguo Seminario y Jabalquinto, constituye el mejor testimonio de su presencia. De algún modo el comportamiento ético y estético del poeta, modelo para muchos, perdura en su obra. 

Este libro, que aún permanece inédito, está concebido como un reportaje con dibujos, casi todos en blanco y negro, más negro que enfatiza el no al ostracismo, que condena a aquellos cuyas ideas disienten del régimen. La tinta incrementa su fuerza expresionista, y tiende al aguafuerte.

Con diversa caligrafía han sido trazados estos textos, su conjunto presenta el relato personal de un testigo. La narración es sencilla y clásica, exposición, nudo y desenlace, o lo que es lo mismo: viaje, llegada, prohibición, sucesos y vuelta al punto de partida. 

Se conservan fotografías de la época, en algunas vemos niños, lo que supone una grata y pacífica excursión familiar, que se verá truncada por las fuerzas del orden. Quizá exista alguna filmación, pero no hay dibujos. Este es el primer testimonio artístico de aquella conmemoración.

¿En qué se diferencian dibujo y fotografía? La cámara es fiel al instante, atrapa el rostro, la sonrisa, el grito, el dolor, mientras que el dibujo es la sombra de las cosas, se compone de memoria. La sombra es más real que el objeto, porque nos lo muestra en esa quietud, esa serenidad donde permanecen estáticos el tiempo y la Historia.

Comienza con el sobrio cartel anunciador de Paseos con Antonio Machado, 20 de febrero de 1966. A ciclostil se adjunta el programa del acto, donde se da cuenta del comité organizador, encabezado por Dámaso Alonso; del propósito así como de la necesidad de este acto; y se agregan indicaciones precisas sobre alojamientos recomendados.

Tras estas primeras páginas, documentos efímeros de aquellos días, pasamos al viaje y llegada a Baeza. Se abre con un cartel, a modo de grafitos sobre un muro, destaca una escritura propia de analfabeto o infantil, supuesto cultural, que aporta una dimensión naíf.

 


El primer dibujo, a plumilla, muestra el perfil de una ciudad lejana que se parece a Baeza, punto de peregrinación, final del viaje y comienzo del acto. Sigue lo que podría ser una carretera entre montes, propia del país subdesarrollado que fuimos, cerros desprovistos de toda vegetación, aguatinta.

Este relato recoge los distintos paisajes que se van atravesando, el punto de partida es Madrid, ahora aparecen campos de cereales y árboles solitarios en la lejanía. Un apunte en el que destaca en primer plano el esqueleto de un árbol sin hojas. Linares, minas, chimeneas, diversas construcciones fabriles, ausencia de vegetación, un río, atmósfera contaminada. A continuación, el mismo paisaje, ahora más oscuro, contemplado desde otro ángulo.

Por fin encontramos olivos en primer plano, para seguir con una panorámica de las tierras de la aceituna. Olivos que contemplados desde arriba parecen cabezas, rebaños, árboles en movimiento.

Estas minas, campos de olivos y alguna otra alusión al mundo del trabajo, por encontrarse al comienzo es fácil pensar que podrían tener un alcance simbólico, la tierra, el árbol y el hombre, elementos emblemáticos en la iconografía machadiana.

Estamos ya en las afueras de Baeza, que se anuncia con el Stop, prohibido el paso, y esos hieráticos tricornios, que impiden la entrada de los autobuses en la ciudad. En la tierra de la luz, aparece la obscuridad.

Los recién llegados, tras andar cientos de metros, se encuentran en la ciudad, vemos a dos parejas que toman un tentempié, hay un cartel que anuncia toros en Baeza, estos personajes iluminan la oscuridad del lugar, que tiene algo de caverna. Los siguientes, enmarcados en el reconocimiento del terreno, cumplimentan la visita turística, tipo de viviendas, balcones y ventanas, el paisaje urbano inmediato, en el que destaca la torre de una iglesia, dos versiones, una realista, otra emocional. El encuentro con Jabalquinto, basta un fragmento para descubrir su identidad, también su dimensión histórica, testimonio del plateresco. Ahora una panorámica de la ciudad, en sepia, más precisa que la primera, destaca la torre de Santa María, que en la siguiente se perfila con más detalle. 

 

 

Inmediatamente, descubrimos la curva de una calle, que podría ser el camino de ronda, de nuevo ventanas y balcones. Vagamos por una ciudad deshabitada, ¿es el miedo? No, es esa tensión que precede al primer momento, sin palabras, la calma que anticipa la tormenta. Paisaje urbano, es invierno, ventanas y balcones permanecen cerrados.

La plaza de España rebosa de gente, como en una de sus fiestas, son los jóvenes, pequeños grupos bajo los soportales, hace frío, se charla y se fuma. Nos acercamos, vemos los rostros pensativos, alerta, preocupados. Frente al bar, figuras femeninas y un barbudo. Estos apuntes los presenta en pequeños corros, cambio de impresiones. Ninguno de ellos conocía la ciudad, sólo los versos de Machado, ahora están inmersos en la historia.

Los jóvenes, gabardinas, abrigos, trencas, agrupados en la plaza de España, donde figura un monolito del XIX, cuya fecha augura otro 68. Poco a poco vamos tomando conciencia de que, este paseo, no es una visita turística, ya lo advertía la guardia civil al impedir el paso a los autobuses. 

Agrupados en la plaza de España, los jóvenes irán al ayuntamiento y a la casa donde vivió Machado, desde 1912 a 1919. Han pasado cincuenta años, casi todo sigue igual. En estas pequeñas ciudades los cambios son lentos, casi geológicos.

Los viajeros contemplan una Baeza conocida como la Salamanca andaluza, que evoca su pasado universitario, sus imprentas, inquietud intelectual, agitación espiritual, San Juan de Ávila, San Juan de la Cruz, descalzos y calzados. La naturaleza y la historia, que aún permanece, dotando a las piedras de una atmósfera calma donde el tiempo parece que no existe.

 



Recorren calles que son caminos, la ciudad clásica, Plaza de Santa María, el renacimiento, la portada de la antigua universidad, después Instituto de la Santísima Trinidad, en el que impartió clase Machado, fragmento de Jabalquinto, la plaza del Pópulo.

Estos jóvenes descubren que la memoria es de todos, por eso reconocen en el poeta la huella esencial de la ética. Pero la memoria nunca es inocente, a veces el orden establecido no permite recordar ciertas cosas. Los versos de don Antonio parece que están hechos para ser vividos en esta ciudad, los campos de olivos, las sierras, el río y la ausencia de Leonor, todo se conjuga entre estas piedras. Ahora Campos de Andalucía frente a Campos de Castilla. 

 

 

La masa de jóvenes parece que comienza a moverse, los primeros pasos son en color. Inmediatamente hay un arco, la escalera y los jóvenes que ahora forman un grupo compacto, quizá se oyen algunos gritos, que resuenan en estas calles estrechas.

Luego, tras atravesar el arco del Barbudo o de Las Escuelas, el Instituto, y en el claustro renacentista, el aula donde impartió clase de francés D. Antonio Machado. Alguien recuerda su lección humilde, su voz cansada, la lluvia fina, la tertulia. Prosigue el paseo, Plaza de Santa María, Puerta de la Luna.

Ahora, el autor nos traslada al campo, camino de tierra, escasos árboles desnudos, la manifestación silenciosa avanza, no sabemos dónde. Este vagabundeo quizá se deba a la prohibición. El siguiente, extramuros, muestra campos de olivos, casas, y muchos, muchos jóvenes, descubrimos un cierto murmullo, algún grito aislado, contemplamos el final de la manifestación. En sepia, los jóvenes.

Nadie destaca en la cabeza de la manifestación, no hay pancarta, todos son el mismo, todos son iguales. Diversos planos de los jóvenes. Hay un dibujo en el que distinguimos el lugar de procedencia: Madrid, Valencia, Sevilla, Salamanca, Málaga y otras que adivinamos diluidas entre la multitud. El tratamiento es diverso, encontramos un dibujo geométrico, en donde los personajes semejan larvas, como si se tratase de un anuncio de la metamorfosis que vendría después, estamos a punto del 68, otros son de tipo expresionista, ahora alguien dirige la palabra a los asistentes, ojos atentos, bocas cerradas.

Estamos en el camino, extramuros, desde el que el Guadalquivir parece un alfanje roto:

 

                                    La luna está subiendo

                                    amoratada, jadeante y llena.

                                    Los caminitos blancos

                                    se cruzan y se alejan,

                                    buscando los dispersos caseríos

                                    del valle y de la sierra.

                                    Caminos de los campos…

                                   ¡Ay, ya no puedo caminar con ella!

 

La multitud no tiene rostro, el primer plano es el resultado de fusionar distintos rasgos, alguien con gorra, alguien maduro, alguien con barba, la barba, triunfo de la imagen, era un signo de identidad ideológica opositora.

Alguien que fuma, alguien con gafas. Estos dibujos documentan aquel encuentro entre las dos Españas.  Rostros que serán tratados con diferentes técnicas, destaca uno con trazos fuertes. Entre los geométricos, paralelo al anterior donde han aparecido los rostros característicos de una multitud, estos mismos rostros distorsionados gritan.

De nuevo en sepia han alcanzado la plaza del Pópulo, la puerta de entrada a la ciudad, que da paso a un cartel paralelo al primero, como si la multitud tuviese más claro cuál ha sido el motivo del viaje, aparece una grafía de trazo grueso, comparable al grito, donde podemos leer: Libertad, viva Machado, Machado con el pueblo, el pueblo con Machado. Tras esa peregrinación por los distintos paisajes machadianos, ciudad y campo, se muestra el grito en una figura con puño en alto. El siguiente es un primer plano de una mujer, toda la plaza se ha llenado de gritos por la libertad, por Machado, por los hombres y mujeres del mundo. Las figuras pierden su estatismo, la multitud se agita, corre, huye, protesta, es golpeada, perseguida, algunos serán apresados.  

Entre tanto el desfile de los jóvenes se ha desviado. En esta tierra de María Santísima, al cabo de los años, se está celebrando la única procesión civil. El canto no es la saeta, sino la libertad. Goya por un momento parece que dibuja sobre el cobre aquella España.

Finalmente, cansados, vuelta al autobús. La memoria es una carga pesada. El relato ha concluido. Y de nuevo, los campos monótonos, la aceituna que produce el aceite.  El olivo, Minerva y su sabiduría.  

 

 

                                                             

 

José Luis Martínez Valero 

Catedrático de literatura. En poesía, ha publicado entre otros libros,  La puerta falsa, La espalda del fotógrafo, Plaza de Belluga y Libro abierto (2010). Y en ensayo, El escritor y su paisaje (2009), Merced, 22 (2013), La isla (2013), Daniel en Auderghem (2015).

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