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martes, 15 de febrero de 2022

LA SEGUNDA PERSONA. COMENTARIO DE JOSÉ LUIS MARTÍNEZ VALERO. REVISTA ÁGORA DIGITAL/ Avance de ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO N. 11 / febrero 2022/ Bibliotheca Grammatica

 

                                                               El autor de La segunda persona, en un parque de Huesca



LA SEGUNDA PERSONA*

 

 

                            Comentario de José Luis Martínez Valero

 

 

Querido Fulgencio:

Voy a tratar de La segunda persona. Me acuerdo de tus anteriores máscaras, cuando llamarse Andrés Acedo era un ejercicio literario, sin embargo, el tú me parece otra cosa, más comprometido, otra verdad. Quizá se deba a los datos autobiográficos.

Tu barco naufragado es una alegoría de la infancia. El día que descubrimos que, quienes enjuician nuestros actos, aunque irónicos o sarcásticos, llevan razón. Sin duda, es cuando empezamos a ser tú, que no yo, y se dice que somos responsables. ¿O era al revés? 

Todo el libro es un homenaje a tus padres, hermosamente triste, trascendente. La mirilla por la que aspiras a comunicarte, permite ver el otro lado. Te acercas al silencio, ese otro lenguaje que alcanza el nivel supremo de la música. La música de las esferas.

 

                              Tiendo los brazos

                              hacia donde mi vista

                              no llega, y allí toco

                              un pedazo de tu alma.

 

Eres más lírico, aunque nunca abandonas el pensamiento, diría un distraído. ¿Cómo si pudiesen vivir separados?, como si el pescado seco fuese comparable al pez que vive bajo el agua y a veces se para a contemplar a los distraídos paseantes.

 

                      Son los muertos, ciegos

                      que necesitan de nuestro recuerdo

                      para cruzar ante la esfinge.

 

A modo de cuento: imaginemos que alguien descubre a través de la mirilla, el otro lado. Supongamos también que eso puede ser verdad. Lo que encuentra es algo de lo que no es posible dar noticia alguna. Sobre todo porque no tiene palabras o bien no existen. Y como se ve obligado a reflexionar sobre lo visto, tendrá que recurrir a la poesía, esa Gracia mayor, donde las palabras dicen más.

 

Hasta aquí el cuento, ahora vamos con el poema: Gracia Mayor**, al que llamas exvoto y consuelo de los días ágrafos. ¿Por qué?, leamos verso a verso. Cada uno de ellos supone algo así como esas piedras que arrojamos a un pozo. A veces el poema se convierte en pozo, pozo de luz. Se trata de un texto complejo, engañoso, difícil, paradójico.

Por una parte, pensamos el hacer del poeta que compone sus versos, que obtienen poemas, que tendrán como resultado la obra. Por otra, nos situamos ante los días, esa planicie monótona que se confunde con el tiempo, espacio ajeno en el que aparecemos como figurantes confusos.

Dice el poeta: A los días comunes y grises, gracias. Personifica esos días que señala en el calendario y agradece su existencia. Se refiere a días en los que no escribe, por tanto sin resultado aparente. Si consideramos que los días comunes pueden ser casi todos, cuando agrega grises, significa que sólo convoca a los que aparecen teñidos por este color, que intensifica su normalidad, cuando es consciente de que su oficio de poeta ha quedado suspendido, días que contagian nuestro espíritu y producen esa pereza que nos hace conscientes de la repetición. No sólo estamos, sino que nos vemos siendo en un territorio anodino y rutinario.

El verso segundo: Esos días en que no habito la escritura. Si el paisaje es un estado de ánimo, el paisaje descrito en  el primero, es el resultado del vacío, la nada, el desierto, ya que si el poeta no escribe, no existe el poeta. Sin embargo ha dicho habito, es decir, me encuentro en la casa de la escritura, el lugar propio del escritor, lo que supone una primera contradicción. El autor echa de menos la luminosidad que aportan las palabras, pues son ellas, las que lo rescatan de lo oscuro, las que van a borrar el tono gris.

Tercer y cuarto verso dicen:

 

                           y me arrastro como una informe ruina,                  

                           donde, otrora, allá, estuvo el poema.

 

Me arrastro se corresponde con la imagen del caracol que describe Venancio Iglesias en el prólogo de este libro. Arrastro contiene una valoración moral, el poeta, que podría ser aquel mítico albatros, rey de los cielos, ahora es la víctima de los marineros. Añade María Zambrano que poesía es todo aquello que tiene ala, el arrastrarse indica que las ha perdido, en esos días no hay vuelo posible. El que carezca de forma revela la inexistencia del verso. La forma se me vuelve salvavidas, confiesa Jorge Guillén. Aquí esa falta, conduce a un sujeto informe. El cuarto verso confirma esta apreciación, el alejamiento respecto al poema es doble, se define en el tiempo y en el espacio, “otrora y allá”, que intensifica ese pretérito perfecto absoluto que convoca “estuvo”, algo pasado en un tiempo también pasado.

Segunda estrofa:

 

                No quieren abandonar su costumbre

                de perros fieles apaleados por sus dueños

                los días indiferentes,

                esos días en que deshabito la escritura

                y me arrastro en una informe ruina.

 

Al comparar esos días anodinos con perros fieles, los sitúa como acompañantes que no renuncian, están ahí tanto para los buenos como para los malos tiempos. El poeta, vive en plena contradicción. La escritura misma es otra contradicción, ahora convierte en tema esencial esos días en los que el poeta es expulsado del paraíso de la escritura. ¿El hecho de no alcanzar el poema durante ese tiempo, se convierte en poesía? El poeta nunca deja de serlo, son las palabras, el ritmo, las formas que interrumpen la corriente fluida en la que transcurren los días. Insisto, pero es verdad; si el poeta está ahí, continúa en su empeño, entonces se descubre  informe ruina. Claro que también se podría pensar que los “perros fieles” fuesen las palabras, que son maltratadas esos días indiferentes y, como no logra el poema, el poeta queda fuera, expuesto a la intemperie, definitivamente excluido.

La estrofa siguiente amplía esta misma disposición, hasta que leemos: como pequeñas motas de nieve. Sobrevuelan en la pantalla o sobre el  papel, son como palabras que caen desde lo alto, pero el poeta no tiene acceso, no las conoce, así que, inútiles, se amontonan en el suelo de la calle, expuestas a todas las pisadas, incomprendidas por quienes sólo pasan, nadie se detiene. De este modo lo que era copo casi transparente, palabra que al poeta le parecía apropiada, exacta, pierde esa certeza y se transforma en barro.

Veamos qué dice en la próxima:

 

                        Por mucho que abra las manos y las estire

                       hasta dolerme en un ladrido anacrónico

                       o quizá, en estas líneas, ucrónico

                       y perfectamente irrelevante,

                       solo añado más pulgadas al escenario.

                       Más dimensión a la trampa.

 

Las manos imprescindibles, metonimia, para la composición. Las manos, asociadas a esos perros-palabras, se resisten hasta el ladrido, lo más parecido a la escritura, pero sería algo anacrónico, incapaz para resolver, contar o cantar este tiempo. O, por el contrario, ucrónico, algo que suponemos en otro tiempo, aunque sea falso, manera de derivar la realidad presente de acontecimientos que jamás tuvieron lugar, también de alterarla sobre falsos supuestos.

¿Qué significan esos dos últimos versos?, ¿esa trampa? El poeta se expone, ¿aparece en un escenario? Quizá es presuntuoso pensar que tiene público, ¿o se dirige a una sala vacía? El poeta habla a esa oscuridad, desconoce, si hay o no, público, de vez en cuando se oye una voz, un quejido, pero será algo ajeno, alguien que pasaba por allí y ha resbalado. El poeta que no alcanza el poema, al no ser autor se convierte en actor, en máscara, pieza necesaria sobre el escenario.

Sin embargo, si pensamos que hay sala y está repleta de ansiosos espectadores, puede que sea una trampa. Aunque así fuese, el acto no sería poético. Alguien que declama, reclama atención, porque nos va a contar sus penas o sus alegrías, pero ha dejado en el camerino su alma de poeta, el papel de los días grises, pese a todo, la sala aplaude. Entonces el escenario se convierte en una trampa.

Hay en la siguiente estrofa un verso que quiero destacar: No sería justo despreciar la gracia mayor.  ¿A qué llama el poeta gracia mayor? Para contestar debo recurrir a una definición de poesía. Ese momento en donde la palabra se sitúa entre el misterio y la exactitud, ocurre sin plena conciencia, entonces el poeta es mero testigo capaz de transcribir, depositar en la página lo que ha intuido, advertido, adivinado. El autor, aunque ha tenido ocasión de asistir a este encuentro, tiene la sensación de quedar excluido, nada tiene que aportar. El poema estaba ya ahí, dentro o fuera, él sólo es su depositario, posee la llave. Una manifestación que tiene algo de sagrada, aunque no sepamos a qué dioses atribuirlo.

Esta gracia mayor, dado que pertenece al poema, objeto, y no al proceso, búsqueda, gracia menor que reside en los días ágrafos y grises, confirma esa paradoja a la que pertenece el mundo de la creación. 

La gracia mayor se opone a la menor, sin embargo, ambas no son contradictorias, aunque pertenecen a concepciones, grados diferentes. Sólo son distintas, incluso podrían ser complementarias. Razón por la que afirma:

 

                          Y no sería justo, sin embargo,

                         serles desagradecido…

 

 Cerraré esta lectura con los dos versos últimos, donde tiempo y poeta celebran el suceso. Benditos días ágrafos, porque mantienen la esperanza en toda su plenitud. No corregimos, no ordenamos, vemos el curso del tiempo y sus palabras como el que contempla un río sereno, o el ir y venir del agua sobre la arena. Por tanto, verso último: seguid dándome el agua de salud. Sobre el poema de estos días grises cae el agua mansa de la lluvia que riega los campos, que alguien contempla tras los cristales, que el paseante disfruta, porque es dulce, fina y calma, suspende el tiempo, cesa la angustia. 

 

 

José Luis Martínez Valero 

Catedrático de literatura. En poesía, ha publicado entre otros libros,  La puerta falsa, La espalda del fotógrafo, Plaza de Belluga y Libro abierto (2010). Y en ensayo, El escritor y su paisaje (2009), Merced, 22 (2013), La isla (2013), Daniel en Auderghem (2015).

 

 *La segunda persona, de Fulgencio Martínez (Ed. Sapere Aude, diciembre de 2021).

 https://editorialsapereaude.com/libro/la-segunda-persona_135980/


** Ver poema citado: Enlace permanente

https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2022/02/tres-poemas-del-libro-la-segunda.html

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