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miércoles, 5 de agosto de 2020

"Las raíces del velo", nuevo poemario de José María Piñeiro. Artículo crítico de José Luis Zerón Huget: "La carencia y la plenitud". Reproducido de la web Las nueve musas. Revista Ágora digital/ Cuaderno de verano 2020/ Bibliotheca grammatica/crítica de libros

Las raíces del velo

Las raíces del velo, de José María Piñero, en Editorial Celesta


LA CARENCIA Y LA PLENITUD


Reproducimos el artículo de José Luis Zerón publicado en la página Las nueve musas.

José María Piñeiro Gutiérrez es un escritor oriolano dotado de una gran versatilidad. Destaca como articulista, ensayista, narrador y autor de aforismos.


También practica la fotografía y la pintura, y desde hace años mantiene el blog, empireuma. Blogspot,com. Pero ante todo es un auténtico poeta, si bien creo que como autor lírico no ha obtenido el reconocimiento que merece, eso que se da en llamar justicia poética. Su último poemario, Las raíces del velo (Editorial Celesta, Madrid, 2019), repleto de imágenes y destellos imaginativos, está escrito con una dicción reflexiva, intensa y envolvente que no rehúye la emotividad.

En todo el poemario se fusionan intuición y pensamiento en una constante basculación entre el pasado y el presente, el himno y la elegía. El autor ahonda en asuntos metafísicos esenciales sin renunciar a un lenguaje matérico y carnal. La poeta y crítica literaria Esther Abellán ha escrito con acierto en la revista cultural LOBLANC que «desde el propio título, Las Raíces del velo trae la confrontación de lo etéreo y lo sólido; la fragilidad, la sutileza y el tacto apenas perceptible de la vida frente a la fuerza y la consistencia de las experiencias y de todo aquello que constituye la memoria».

Las raíces del velo está sustentado formalmente en el hábil manejo del versículo, el empleo de figuras retóricas como el encadenamiento de imágenes (José María Piñeiro es un maestro consumado en el empleo de la imagen poética), la anáfora, la sinestesia o la aliteración y una riqueza semántica apabullante, si bien el poeta no se estanca en díscolos ensimismamientos expresivos, ni se solaza en la mera voluptuosidad retórica; lima y pule sin someterse a las restricciones de las normas convencionales de versificación, de tal modo que la lectura de sus poemas constituye una gratificante y enriquecedora experiencia.

En cuanto al inspirado título del libro que nos ocupa, el propio autor ha explicado en varias ocasiones, y esto mismo queda reflejado en la contraportada, que Las raíces del velo «simboliza la fragilidad, la fugitiva esencia de la vida; las raíces, por oposición, serían los episodios más determinantes de lo vivido».

El poemario está dividido en tres partes permeadas por un manifiesto autobiografismo. Cada una de ellas podría haber originado un libro por sí mismas. No estamos hablando, sin embargo, de tres poemarios incompletos agrupados en un solo volumen, pues las tres secciones, perfectamente ensambladas, constituyen una estructura unitaria y coherente. José Manuel Ramón, uno de los mejores amigos del autor, definió con tino la estructura tripartita del libro durante su intervención en la presentación del mismo en la librería Códex de Orihuela en mayo del año pasado: «son tres partes íntimamente relacionadas entre sí y vehiculadas en pos de una búsqueda del Amor absoluto que el autor ha emprendido, y que todos íntimamente ansiamos o deberíamos ansiar, según infiero. Amor absoluto representado por la verdad y la belleza, también por la carnalidad y su crudo relato del deseo, en definitiva, por el ser humano que desbroza su esencia con esa carga de profundidad que es el arte, dirigido a estimularnos hacia otros niveles de conciencia diferentes al nuestro».

El poemario está encabezado con esta dedicatoria general: «A mi madre, que soñaba con jardines y bodas» Y es que Lolín Gutiérrez murió poco antes de la impresión del mismo. De modo que este libro es también un sentido homenaje a la madre ausente.

El título mismo de la primera parte, “biografemas”, es otro ejemplo de la coherencia intelectual de nuestro autor, gran conocedor de la obra de Roland Barthes, sobre la cual ha escrito numerosos textos. Biografema es el neologismo acuñado por al filósofo francés para definir escenas, imágenes o pinceladas biográficas concretas que aunque no pueden abarcar una biografía en toda su extensión sí logran ilustrarla.

En el primer capítulo de Las raíces del velo encontramos los recuerdos de la infancia y adolescencia del autor que dejaron una huella indeleble en su memoria y forjaron su conducta psicológica hipersensible e indagatoria. También nos habla el poeta de su capacidad ensoñadora y su querencia por el arte, la poesía, la filosofía y los enigmas de la vida. En estos nueve “biografemas” también se percibe, la obsesión por el paso del tiempo, el asombro y el fervor ante la vida presente.

Me parece relevante que el primer poema del libro Se titule “El descubrimiento de la poesía” y esté dedicado a los amigos de la infancia (entre los cuales me incluyo) con los que nuestro autor compartió experiencias vitales iniciáticas y hallazgos literarios y artísticos. Y también lo es que le siga el que lleva por título “Santa Ana del Monte, Jumilla, 1981”, pues evoca la estancia juvenil de José María durante un año en este monasterio franciscano. Dos poemas de apertura, hermosos y sabiamente construidos, que cuentan la etapa mágica en que el poeta empezó a percibir el mundo con todas sus maravillas, misterios y aristas. Fue entonces cuando la vocación de escritor se le reveló como destino.

Otro acontecimiento iniciático en la vida del poeta, y que queda fijado en esta sección, son los veraneos con sus padres en las afueras de la ciudad de Torrevieja, en un lugar hoy lleno de urbanizaciones interminables pero que en los años setenta y comienzos de los ochenta era todavía una amplia extensión de matorral con unos pocos chalés y edificios (en uno de ellos tenían su piso veraniego los padres del poeta) diseminados frente a calas y promontorios agrestes.

La segunda parte es la más confesional y discursiva de las tres y el título de la misma, “Confieso que aún no he vivido”. parafrasea irónicamente el célebre libro que recoge las memorias de Pablo Neruda. Está encabezada por una cita del Libro de los pasajes de Walter Benjamin: «Vivía en la muerte…». Si en el primer apartado destaca la evocación maravillada, el recuerdo auroral, vitalista y celebratorio, en este el poeta da testimonio de su vida presente y manifiesta su desasosiego y sus deseos más acuciantes. Como dice el escritor Javier Puig en una reseña publicada en el blog ilicitano Frutos del tiempo «si antes, la retrospección era meramente contemplativa, si la mirada se situaba apartada de un responsable protagonismo, ahora la encontramos atrapada en una valoración severa, implacable, sometida a una estricta regla que no perdona la visión de las carencias, sino que las amplifica; sobre todo, la de un indefinible ser íntimo capaz de acompañar, de compartir, de mullir los propios pasos».


José María Piñeiro


Estamos ante una confesión valiente y equilibrada, sin asomo de patetismo. El poeta nos habla de pérdidas, ausencias y desamores con un lenguaje elevado que en ningún momento rasea o se instala en la planicie. Su voz nos emociona sin ambages, con la sincera expresión de sus extravíos. En “Confieso” se lamenta: «Olvidé entregarme/ cuando las cosas, fascinantemente, se estaban cumpliendo/y yo admiraba la precisión de esa relojería misteriosa/ Otros van muriendo o deviniendo./ Yo ando en las periferias del nombre y del acontecimiento,/peregrino extasiado que olvidó su destino prodigioso.». Pero también es capaz de sublimar el momento presente y de trascender la evocación misma. Escribe en “Principio final”: «Ahora que el futuro ya pasó,/ y sé que la casa frente al mar se derruyó antes de construirse/ y que la mujer de mis sueños en estos, perdida, flota,/no me queda sino la invitación precisa del ahora,/ seguir soñando para potenciar el instante/ y a mi propia imaginación,/ dialogar con los libros/ y agradecer este sol y esta tierra edénica/ en donde disfruto de la hierba y de la blandas tardes./ Todavía todo está ahí,/y quizá deba confiarme al azar de alguna divinidad/aunque no tenga fe suficiente».

Si la primera parte se cimenta en la intensidad de las evocaciones y en la presencia constante de la naturaleza, la segunda aborda el confinamiento voluntario del poeta, con un protagonismo destacado de la habitación donde este experimenta, especialmente a la hora de la siesta y del crepúsculo, sus ensoñaciones. En “Ensayos de pureza” José María manifiesta, tal vez dialogando consigo mismo en un efecto de desdoblamiento que no es infrecuente en su obra poética, o quizá dirigiéndose al lector: «Tú no puedes saber/ qué laboriosamente me entregué/ a no hacer nada y soñar furibundamente».

Pese a las continuas especulaciones imaginativas, el poeta no deja de transitar por la solidez perceptiva de la realidad. Por eso en todo el libro, y especialmente en esta segunda parte, se entrecruza lo real y lo ficticio con frecuentes y atinados tropos, un lenguaje vigoroso y admirables imágenes sensoriales. Pero también hay sitio para la ironía (a veces llegando hasta la parodia), pues no hay que olvidar que José María Piñeiro suele emplear en toda su obra creativa esta figura retórica. Valga como ejemplo un poema tan breve y escueto (solo dos versos) como “Desolación exquisita”: «Esta tarde me he comparado un libro:/ el acto erótico supremo del día».

En estos poemas confesionales, a veces luminosos, pero en su conjunto amargos e incluso desolados, la única tabla de salvación es la práctica del arte y la escritura (no siempre experiencias reconfortantes). El autor no es indulgente consigo mismo, pero se no se entrega a la mitificación del fracaso o del dolor y lucha con pericia contra sus propios demonios y los que acechan en la realidad exterior.

La tercera parte, “El flâneur enardecido”, es la más extensa del libro y contrasta con la anterior porque los poemas están escritos en su mayoría al aire libre, en la calle, a ritmo de caminata. Aquí destaca un tema recurrente en la obra de nuestro autor, la flânerie, el callejeo embriagado por las calles de Orihuela y ciudades cercanas como Alicante y Murcia, especialmente esta última (“Callejeando por Murcia” es un poema significativo). En una entrevista con la poeta Ada Soriano publicada en Mundiario y posteriormente en el volumen No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas (Polibea, 2019), José María habló con absoluta franqueza de su fascinación por Murcia y de su preferencia por el sexto día de la semana, expresada en el poema ”Continuidad del sábado”: «He convertido a Murcia en mi pequeño París. Pero ha sido una elección de urgencia. En Murcia oxigeno mi soledad. Para mí, el sábado es un día muy especial y me resulta imposible pasarlo en Orihuela porque no tengo con quien festejarlo. He aceptado mi soledad como un destino, pero también como una condenación. En Murcia ejerzo de flâneur, como diría Walter Benjamin, me transmuto en un modesto Baudelaire y me pierdo por sus calles, admirando la belleza de la gente que vive la vida, el compás de la gente pasando. En Murcia, un sábado por la tarde, asisto in situ, a la eclosión de la imagen poética, llego a sentirme dichoso sentado en el rincón más modesto, andurreo por el tiempo. Paseando, simplemente, por Murcia, he tenido muchas intuiciones que luego, al regresar he anotado y desarrollado. Paseando por Murcia he llegado a imaginar que podría ser feliz… Todo esto puede parecer muy provinciano y cándido, y la especificidad de este sentir en la ciudad de Murcia, ridículo, incluso; pero yo lo vivo con intensidad porque el éxtasis poético también se produce en los lugares más humildes y menos espectaculares».

Si la segunda parte del libro se abre con las palabras de un gran paseante como fue Walter Benjamín, la tercera empieza con esta cita de Baudelaire, el flâneur por excelencia: «El paseante perfecto, el observador apasionado/halla un goce inmenso en lo numeroso, en lo ondulante,/en el movimiento, en lo fugitivo y en lo infinito». Aquí la asombrada mirada de José María Piñeiro rinde tributo a la literatura y las artes, especialmente la música. Sin recuentos pedantes ni culturalismos al uso, homenajea a autores a los que admira y con los que se siente identificado: Piranesi, Lizst, Emily Dickinson, Erik Satie, Monet, Trakl, María Zambrano, Lezama Lima, Alejandra Pizarnik, Ana Cristina César, entre otros. Écfrasis, lecturas, audiciones musicales, encuentros inesperados, hallazgos mágicos en la grisura cotidiana, todo ello explica el amplio y flexible bagaje intelectual y artístico del autor, capaz de admirar la representación de una ruina romana, un vaso íbero, un daguerrotipo o una exposición de arte conceptual y de gozar escuchando a autores tan disímiles como Mozart, Hindemith o Steve Reich.

En todo el poemario, pero sobre todo en la última parte, se reivindica sin complejos el concepto de belleza, prácticamente repudiado en la poesía contemporánea. Para José María Piñeiro la belleza es el principio de esa harmonía que él tanto anhela y a la que se refiere constantemente en su escritura. En este sentido es muy elocuente el poema “Vermont counterpoint (Steve Reich)”, cuyos dos primeros versos («Una tarde la belleza me hizo llorar/ al convertirse en esperanza…») rebaten la célebre confesión de Rimbaud en Una temporada en el infierno: «Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. -Y la encontré amarga-.Y la injurié», que tanto ha influido en la escritura y el arte contemporáneos.

En la última parte del poemario el tracto poético es ancho y poroso, ecléctico diría, pero resulta unitario, coherente y en ningún momento el contenido se dispersa o deviene en pastiche. Quizá sería pertinente relacionar el discurso poético de José María Piñeiro con un palimpsesto, pues la idea de pertenecer a una tradición, de entender el concepto del palimpsesto borgeano está ligado estrechamente a su proyecto de escritura. En la poesía de nuestro poeta convive una doble naturaleza, la que atiende a un fondo imaginario constituido en torno a la experiencia propia, con todas sus aristas, y la que se explaya en los encantos del lenguaje y su propia autonomía. Sus poemas, en ocasiones, constituyen una logomaquia con la que reencantar el mundo, por decirlo con palabras del poeta Eduardo García.

En mi opinión, el apartado medular de la última sección de este poemario está resumido en el poema “Desasosiego del logos”, cuya primera estrofa reproduzco: «Somos escritura en expansión/ y perversa taxonomía de esa escritura, /intelectiva invención/y repetitiva moratoria del confín vislumbrado;/animal y amanuense,/transmisores y destructores de mundos,/sibaritas del verbo/ y especuladores de la calígine humana».

En este capítulo hay una conciencia de la transitorio como condición de la existencia. Desde la observación periférica, desde la perspectiva de quien se siente desplazado o diferente y busca en la memoria un punto de apoyo, el poeta también destaca el encanto de la presencia fugaz, la aventura presentida en el instante pasajero que la escritura es capaz de eternizar. “El sistema de lo posible depende del parpadeo oportuno”.

El imaginario lírico de José María Piñeiro no solo se sustenta en su experiencia estética, en su búsqueda y encuentro con la belleza, en la fidelidad rigurosa a un estado de elevación permanente, también se supedita al ámbito de la cotidianeidad, a la previsible rutina, a la fenomenología de la costumbre y la repetición, en suma, a la realidad más innegable y prosaica, caladero donde también el autor puede hallar, si permanece atento en su rebusca, súbitos alumbramientos que reconcilien sueño y realidad.

Cierra el libro “Poéticas”, conjunto de breves poemas que basculan entre la rotundidad aforística, la especulación ensayística y el fogonazo lírico. Y qué mejor colofón que estos cinco versos: «Cantar el triste final de todo/es un modo de protestar por ello, /saber, en el fondo, que el bien nos engloba/ es un proceso/ que resiste hasta su hallazgo».

Solo quiero añadir, para terminar, que los poemas de este libro no buscan la concordia del lector con reducciones simples, sumas seriales o sistemas lineales de sentimientos comunes. Por el contrario, refieren a temas complejos con un lenguaje admirable en su vastedad y, por tanto, cabría la tentación de considerarlos irracionalistas o herméticos, términos que no me parecen adecuados para definirlos, pues su autor tiene los pies muy bien puestos sobre la tierra, aunque sus versos nos desdeñen el vuelo y no dejen de enfatizar la ocasión única de la poesía para alcanzar mundos que están es este, utopías y sueños posibles. El lenguaje de Las raíces del velo es rico, sonoro, fulgurante…, pero ni oscuro ni difícil. Tampoco lejano. Es complejo, pero resulta accesible porque está abierto a la naturalidad de la gran polisemia. Lejos de estereotipos, miradas convencionales e imperativos sociales, José María Piñeiro cree que la poesía forma parte de la condición humana esencial siendo ajena a cualquier simplificación. Cree en ella como un medio de acceso a la realidad y de comunicación con el mundo, pero también de indagación interior y moral y de atenta escucha a lo numinoso, aquello que antaño solía llamarse Espíritu y que los poetas actuales han olvidado. Por eso propone, con rigurosa exigencia, un lenguaje matinal que es como un ojo panóptico totalizador que también alcanza la dimensión desconocida de lo real presente en todos nosotros. De ahí que la primera parte del poemario esté encabezado por una cita de Juan Ramón Jiménez: «La poesía nace del pueblo.»

En estos poemas hay mucha introspección, pero la zambullida interior no excluye un reconocimiento a la vida misma (tan inhóspita como acogedora) con sus contradicciones, sus gritos heridos, su fuerza escandalosa, sus recompensas caprichosas.

José María Piñeiro no es uno de esos poetas atormentados por la insuficiencia expresiva, es decir por la incapacidad del lenguaje para abarcar la realidad, sino que tiene fe, una fe inquebrantable en las palabras y en su naturaleza demiúrgica, por eso sus poemas trascienden las vicisitudes biográficas para emocionar y contagiar al lector con una voz propia de raíz órfica.

 José Luis Zerón Huguet


Las raíces del velo

Celesta (colección piel de Sal), 2919, 116 páginas.

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