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jueves, 21 de julio de 2016

No en el nombre de Miguel Hernández. Por Fulgencio Martínez


Publicado en La Crónica del Pajarito. DOMINGO 24-7-2016

http://www.lacronicadelpajarito.es/blog/fulgenciom/2016/07/no-nombre-miguel-hernandez


NO EN EL NOMBRE DE MIGUEL HERNÁNDEZ


No en el nombre de Miguel Hernández se puede amparar cualquier comportamiento violento. “Tristes armas si no son las palabras”, dejó escrito el poeta. Algunas de las manifestaciones expresadas estos días como justificación de la paliza cobarde que sufrió un concejal de un pueblo de Jaén por parte de un desalmado, un tal Bódalo, entran en el delito de odio. Y, si rigiera en la vida civil un código estético además del código legal, diríamos que serían responsables de un delito de odio a la poesía, y de injurias a la memoria histórica.

Miguel Hernández es el creador de la poesía social, antes, incluso, que Pablo Neruda. Miguel Hernández, en sus libros Viento del pueblo y El hombre acecha, escritos en los años 1937 y 1938, durante la Guerra civil en España, revoluciona la poesía de la Generación del 27 y pone su voz al servicio del pueblo. En la dedicatoria a Vicente Aleixandre dice Miguel “Los poetas somos viento del pueblo”.

La poesía social de Miguel Hernández es una poesía humanista, comprometida con los Derechos Humanos; reivindica la cultura, el valor de la mujer, la dignidad humana, la libertad, la justicia; y denuncia la pobreza, la esclavitud y el sometimiento a la ignorancia y al oscurantismo que ejercen sobre el pueblo los poderes reaccionarios.

A fuerza de ser humanista, esta poesía social es política y revolucionaria. Todos los poetas y cantautores, españoles y americanos, de décadas posteriores tendrán en el autor de “El niño yuntero" su referente.

Pero la poesía de Miguel Hernández no se limita a la defensa de las reivindicaciones de una clase social, como son los trabajadores y, en concreto, los trabajadores de la tierra que él conoció, con sus penalidades y en la situación de servidumbre en que vivían en su época. La poesía de Miguel defiende al ser humano de cualquier época y clase social al que se le priva de su dignidad y derechos. Poemas como “Las manos”, “El sudor” son claros ejemplos de esta poesía social, en la que Miguel Hernández grita, en nombre de los trabajadores: “Ayudadme a ser hombre”.

Su denuncia se podría dirigir no sólo contra la explotación económica y cultural del trabajador, sino contra cualquier régimen social que cosifique y deshumanice al ser humano. El trabajador no es una cosa, no es un instrumento, como un tractor o una fábrica; el hombre, dice Miguel, es “instrumentalista”, no instrumento. De este modo la poesía de Miguel anticipa, en los años 30 del siglo XX, el humanismo marxista, crítico con toda forma social de explotación y alienación del hombre.

Por supuesto, la poesía social de Miguel tiene también un fuerte componente de denuncia del momento, como en los poemas “Alba de hachas” y “Sonreídme -anteriores a los libros citados, y escritos bajo el fervor republicano y dirigidos contra el oscurecimiento de la Iglesia católica y la oligarquía rancia que mantenían a este país en situación deprimente.

Un aspecto inseparable de la poesía social de Miguel es su teatro social, escrito en la guerra, y que solo recientemente se empieza a valorar.



¿Por qué nos interesa tanto el caso Miguel Hernández?  Primero, en el nivel literario: Porque nos exige, con su poesía, con el conjunto de su obra literaria, y con su vida, pensar la literatura, la teoría y la poética literarias más allá de la imagen del mundo de la burguesía: una figura histórica muy concreta que dominó y domina el mundo y que todavía impone su doctrina sobre la función de la literatura y del arte en general.

Y finalmente, en el nivel cívico, porque su poesía nos alecciona contra todo tipo de mistificaciones populistas que, so pretexto de praxis revolucionaria, justifican la violencia totalitaria. Su justificación en unos casos, en los que siempre se encontrarán “razones” para justificar el acto violento, abre la veda a la justificación de la violencia en general. Esa es la falacia de generalización en que incurre el terrorismo al tratar de levantar la prohibición de la violencia por medio de su justificación falsamente verosímil en ciertos casos de injusticia. Sea el pueblo palestino, sea el oprimido pueblo vasco o sean los jornaleros andaluces del campo: son solo pretextos para quien desea tener un poder omnímodo sobre el ejercicio de su violencia.

Miguel Hernández denuncia la injusticia y la explotación capitalista sobre el pueblo trabajador, pero alerta contra la deshumanización que suponía el maquinismo y el colectivismo (según testimonios, entre otros de María Zambrano, Miguel Hernández volvió cambiado y taciturno tras su estancia en Ucrania, en la Unión Soviética, a comienzo del otoño de 1937, cuando había ya publicado Viento del pueblo en el verano de ese año, y posiblemente comenzara a escribir los poemas de El hombre acecha, en otro tono más pesimista y preocupado por los temas del hombre, por la amenaza a la libertad y a su esencia humana en el siglo XX, la época  que en los años 30 estrenaba un nuevo rostro, el de la figura del “trabajador” (como dijo el escritor-filósofo E. Jünger). 

La poesía de Miguel Hernández advierte contra la manipulación y cosificación de este nuevo sujeto dentro del engranaje productivo-económico, y su utilización por cualquier forma de totalitarismo. Versos como “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo” (del poema “El herido”, II) son expresión de un ansia de realización humana que no puede cosificarse en el hombre-instrumento, de su época, como hoy tampoco en el hombre-consumidor, de la nuestra. Miguel Hernández es fiel a un marxismo humanista (como el que desde hace décadas se ha descrito en el “joven Marx”, de los Manuscritos económico-filosóficos).

El mensaje último del poeta nos vacuna contra el odio, que es siempre reaccionario.

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