MUERTE DE UN TORERO
CONTINUACIÓN DEL ARTÍCULO
LAS IMÁGENES POÉTICAS, SU CÓDIGO Y SU VARIACIÓN
MUERTE DE UN TORERO
Otro caso de ruptura
trágica y paradigmática de la imagen lírica del “ruiseñor” se encuentra en García Lorca, en su “Llanto por Ignacio
Sánchez Mejías”. “¡Que no quiero verla! // Dile a la luna que venga, / que no
quiero ver la sangre / de Ignacio sobre la arena. // ¡Oh blanco muro de España!
/ ¡Oh negro toro de pena! / ¡Oh sangre dura de Ignacio! / ¡Oh ruiseñor de sus venas!”.
En el poeta granadino ya no encontraremos el matiz ascético del desprecio del mundo con la alternativa de otro eterno y mejor. Sino la pura tragicidad existencialista, la rebelión y el desgarro ante el sinsentido, más que de la muerte, de la vida. Asomarán el dolor y el vacío que quedan cuando la vida humana huye, un vacío que solo puede colmar la sangre viva, pero que seguirá trágicamente velando la sangre dura, el grito absurdo, irracionalmente desatado y más espeso que el propio llanto.
En la imagen petrarquesca el ruiseñor se destinaba a ser, por el canto, un intermediario tierno y consolador del dolor, como en el soneto de Pedro de Quirós: “canta, tú, oh ruiseñor, lo que yo lloro”. En cambio, en la elegía lorquiana, escrita tras la muerte de un torero en la plaza (tema que ha vuelto a la actualidad española), la sangre derramada se rebela en una avalancha trágica, imparable, insaturable, que clama agónicamente en medio de la tragedia del vivir. El poeta en el poema, adopta el punto de vista de la “viuda”, de la herida trágica abierta en el alma de los seres que cargan con el duelo.
El poema está dedicado “a mi querida amiga Encarnación López Júlvez”, o sea, la Argentinita, la gran bailaora hispanoargentina, amante del torero intelectual fallecido, Ignacio; amiga también de la intelectualidad republicana y de la generación del 27, y que tras la Guerra de España marchó al exilio.
En el poeta granadino ya no encontraremos el matiz ascético del desprecio del mundo con la alternativa de otro eterno y mejor. Sino la pura tragicidad existencialista, la rebelión y el desgarro ante el sinsentido, más que de la muerte, de la vida. Asomarán el dolor y el vacío que quedan cuando la vida humana huye, un vacío que solo puede colmar la sangre viva, pero que seguirá trágicamente velando la sangre dura, el grito absurdo, irracionalmente desatado y más espeso que el propio llanto.
En la imagen petrarquesca el ruiseñor se destinaba a ser, por el canto, un intermediario tierno y consolador del dolor, como en el soneto de Pedro de Quirós: “canta, tú, oh ruiseñor, lo que yo lloro”. En cambio, en la elegía lorquiana, escrita tras la muerte de un torero en la plaza (tema que ha vuelto a la actualidad española), la sangre derramada se rebela en una avalancha trágica, imparable, insaturable, que clama agónicamente en medio de la tragedia del vivir. El poeta en el poema, adopta el punto de vista de la “viuda”, de la herida trágica abierta en el alma de los seres que cargan con el duelo.
El poema está dedicado “a mi querida amiga Encarnación López Júlvez”, o sea, la Argentinita, la gran bailaora hispanoargentina, amante del torero intelectual fallecido, Ignacio; amiga también de la intelectualidad republicana y de la generación del 27, y que tras la Guerra de España marchó al exilio.
Que leer y meditar sobre las
imágenes de los grandes poetas nos sirva para revivir nuestra humanidad.
FULGENCIO MARTÍNEZ
12-07-2016
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