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lunes, 25 de mayo de 2015

Manual del taxidermista, crítica del libro de Ferran Fernández. Por José Luis Martínez Valero

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                      MANUAL DEL TAXIDERMISTA 
                De FERRAN FERNÁNDEZ
                           
                                                           
                                              Por   José Luis Martínez Valero


 Ferran Fernández
Manual del taxidermista 
Luces de Gálibo, poesía 24,
mínima 1, Girona, Málaga, 2015

El siglo XIX culminó la pasión por el coleccionismo. Se multiplicaron los museos de Ciencias Naturales, anexos a los centros de enseñanza o exentos, en ellos se exhibieron, disecados, animales salvajes, peces y los más variados pájaros, con nombre científico y vulgar, a veces conservaron datos que indicaban lugar y fecha en que fueron capturados, por supuesto, también, fósiles, minerales y meteoritos. 

Los animales, salvajes o no, aunque agrupados en extraño concierto,  presentaban un plácido aspecto que les unificaba como piezas de estudio, con un fondo de selva, sobre rocas, sobre agua de espejos, evocando los parajes en que vivieron. El museo, les aseguraba un espacio en  el reino del silencio. 

Cualquier experto taxidermista los había reducido a estáticas figuras, que el tiempo ha ido arruinando. No obstante, aunque parecían vivir, estaban bien muertos, sin embargo, sin ser del todo cadáveres,  rellenos de estopa, aparentaban una prolongación de la vida casi eterna por su rigidez. 

El taxidermista no hace milagros, coloca a las piezas en la frontera, entre la vida y la muerte, emparentadas con aquellas momias sacralizadas que han gozado de tanto prestigio. 

Ferran Fernández ha publicado: Manual del taxidermista, en Luces de Gálibo, poesía 24, mínima 1, Girona, Málaga, 2015. 

El libro, 9,5 por 15 cms., en papel verjurado y cubierta de cartulina beis, es ya un objeto de diseño atractivo, cuyo manejo tienta como un libro de oraciones o la enciclopedia Pulga. 

Se trata de un hermoso texto, donde pensamiento y vida  van de la mano. A veces, el amor, otras el desamor, se cruzan en el camino, y se aceptan con estoicismo. Un camino siempre es largo, si se sabe cantar.     

¿Qué encontramos en él? El lector, no debe esperar un conjunto de instrucciones sobre el perfecto taxidermista, aunque quizá, si leyese al revés, cuando previamente se han desmontado todas las reflexiones que, el sujeto ha expuesto, puede que exista la posibilidad de volver al tópico rígido en que yacía la palabra, entonces sería el momento de comprender que, pese a todo, es extremadamente difícil, si no imposible, combatir esa lengua fósil, momificada que el escritor “taxidermista” se esfuerza por mantener y que, naturalmente, Ferran revitaliza. 

Los lugares comunes son semejantes a esos museos del XIX, se diría que son palabras que, a primera vista, están vivas, sin embargo, basta acercarnos para descubrir que sólo son muertos vivientes, como esas pinturas de género que fueron rechazadas en los primeros veinte del siglo XX. 

Leamos sus primeros versos: tras un feroz combate/ contra la memoria/ y olvidado ya de todo/ me siento libre como un pájaro/ en manos del taxidermista.    

Ferran propone la palabra por su valor de uso. La memoria es como un depósito que está lleno por el recuerdo, lo aprendido, normas, historia e historias, eso que Kant u Ortega llamaban el país de los antepasados. El poeta, tras un duro combate se ha desprendido por fin del peso del pasado, la ha vaciado, ha alcanzado la nada, el olvido, ese hueco que podría suponer el principio, de ahí que por primera vez se sienta libre, y desde esa libertad irá mostrando el nuevo camino. Sin embargo, consciente, avisa: la lengua, que manejamos o nos maneja, es equiparable a un taxidermista. El escritor, lucha continuamente por liberarla de esa rigidez en la que yace en el museo de los diccionarios, de los tópicos, de las frases hechas, de la rutina.   

¿Cuáles son sus instrumentos? Sin duda, la ironía, la paradoja, y esa brevedad aforística, desarraigada, volátil, que el juego y el humor dan a la  escritura para que no se confunda con el rigor mortis, que el poeta taxidermista ofrece en versos rellenos de estopa. Viejos conocidos, pero hay algo más, algo fundamental y cervantino, el sentido de que la derrota y su reconocimiento, nos hará libres, por eso no es un libro pesimista, tampoco optimista.  

Esta consideración confirma que el hombre es fragmento, de ahí que el poeta  renuncie así a la totalidad, que el coleccionismo de museo, quizá sin saberlo, pretendía. 

Recuerda el librito, 1931, que compuso aquel malagueño impresor, Altolaguirre, en Paris con el titulo Un verso para una amiga, cuyo texto: “Escucha mi silencio con tu boca”, distribuyó disponiendo cada palabra en una página. Traducido al francés se vendió mucho.  

Para  conseguir que las palabras despierten, conviene encenderlas con una chispa, porque no ardan del todo y se reduzcan a cenizas. Dice Ferran:  hay quienes desde muy jóvenes/ se van labrando un futuro/ yo debí de entenderlo mal/ y me lo fui cavando. 

Observaréis que a menudo gusta de la paronomasia, y que ella puede ser el camino de la poesía: aunque viva en la sombra/ no soy un hombre sombrío/ ¡qué culpa tengo yo de este eterno/ eclipse! 

El yo no cesa, busca, interroga, trata de alcanzar la cima donde la poesía reposa, ahora la poesía o el amor: apagado me exaspera/ encendido me quema/ prefiero el amor intermitente. 

Este libro, como se diría en los artículos taxonómicos al uso, se divide en  cuatro secciones, la primera, Desguace. La segunda, Como pez en el agua. Tercera, Temblor de azogue y cuarta, Cambio de sentido, que, claro está, orientan al lector. 

Así en la tercera sección tiene versos como estos: todo lo que recuerdo de mi infancia/ lo leí en un tebeo.  

Significa que es el humor quien preside estas palabras. No, es cierto que la primera lectura de un niño es el tebeo, pero quizá no sea el objeto, sino el entusiasmo, lo que refiere. En los tebeos hemos aprendido a deletrear el mundo.    

Frecuentemente la intuición preside este libro, escamotea la relación entre efecto y causa, sin embargo, descubrimos la pirueta que el ingenio traza en el aire, como aquellas greguerías de nuestra infancia, cuando ser lector se premiaba con un libro: Los espejos/ sin memoria/ son transparentes. 

La duda es nuestra única certeza. 

Cierro esta mi lectura, para que vosotros abráis, ahora la vuestra, que espero multiplique vuestras dudas: donde arraiga la certeza/ se agosta el pensamiento. 
 


José Luis Martínez Valero es Catedrático de Literatura y poeta.

 Revista Ágora digital Mayo 2015/ Bibliotheca Grammatica

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