MANUAL DEL TAXIDERMISTA
De FERRAN FERNÁNDEZ
De FERRAN FERNÁNDEZ
Por José
Luis Martínez Valero
Ferran
Fernández
Manual del
taxidermista
Luces de Gálibo, poesía 24,
mínima 1, Girona, Málaga,
2015
El
siglo XIX culminó la pasión por el coleccionismo. Se multiplicaron los museos
de Ciencias Naturales, anexos a los centros de enseñanza o exentos, en ellos se
exhibieron, disecados, animales salvajes, peces y los más variados pájaros, con nombre científico y vulgar, a
veces conservaron datos que indicaban lugar y fecha en que fueron capturados,
por supuesto, también, fósiles, minerales y meteoritos.
Los
animales, salvajes o no, aunque agrupados en extraño concierto, presentaban un plácido aspecto que les
unificaba como piezas de estudio, con un fondo de selva, sobre rocas, sobre agua
de espejos, evocando los parajes en que vivieron. El museo, les aseguraba un
espacio en el reino del silencio.
Cualquier
experto taxidermista los había reducido a estáticas figuras, que el tiempo ha
ido arruinando. No obstante, aunque parecían vivir, estaban bien muertos, sin
embargo, sin ser del todo cadáveres,
rellenos de estopa, aparentaban una prolongación de la vida casi eterna
por su rigidez.
El
taxidermista no hace milagros, coloca a las piezas en la frontera, entre la
vida y la muerte, emparentadas con aquellas momias sacralizadas que han gozado
de tanto prestigio.
Ferran
Fernández ha publicado: Manual del
taxidermista, en Luces de Gálibo, poesía 24, mínima 1, Girona, Málaga,
2015.
El
libro, 9,5 por 15 cms., en papel verjurado y cubierta de cartulina beis, es ya
un objeto de diseño atractivo, cuyo manejo tienta como un libro de oraciones o
la enciclopedia Pulga.
¿Qué
encontramos en él? El lector, no debe esperar un conjunto de instrucciones
sobre el perfecto taxidermista, aunque quizá, si leyese al revés, cuando
previamente se han desmontado todas las reflexiones que, el sujeto ha expuesto,
puede que exista la posibilidad de volver al tópico rígido en que yacía la
palabra, entonces sería el momento de comprender que, pese a todo, es
extremadamente difícil, si no imposible, combatir esa lengua fósil, momificada
que el escritor “taxidermista” se esfuerza por mantener y que, naturalmente,
Ferran revitaliza.
Los
lugares comunes son semejantes a esos museos del XIX, se diría que son palabras
que, a primera vista, están vivas, sin embargo, basta acercarnos para descubrir
que sólo son muertos vivientes, como esas pinturas de género que fueron
rechazadas en los primeros veinte del siglo XX.
Leamos
sus primeros versos: tras un feroz
combate/ contra la memoria/ y olvidado ya de todo/ me siento libre como un
pájaro/ en manos del taxidermista.
Ferran
propone la palabra por su valor de uso. La memoria es como un depósito que está
lleno por el recuerdo, lo aprendido, normas, historia e historias, eso que Kant
u Ortega llamaban el país de los antepasados. El poeta, tras un duro combate se
ha desprendido por fin del peso del pasado, la ha vaciado, ha alcanzado la nada,
el olvido, ese hueco que podría suponer el principio, de ahí que por primera
vez se sienta libre, y desde esa libertad irá mostrando el nuevo camino. Sin
embargo, consciente, avisa: la lengua, que manejamos o nos maneja, es
equiparable a un taxidermista. El escritor, lucha continuamente por liberarla
de esa rigidez en la que yace en el museo de los diccionarios, de los tópicos,
de las frases hechas, de la rutina.
¿Cuáles
son sus instrumentos? Sin duda, la ironía, la paradoja, y esa brevedad
aforística, desarraigada, volátil, que el juego y el humor dan a la escritura para que no se confunda con el rigor
mortis, que el poeta taxidermista ofrece en versos rellenos de estopa. Viejos
conocidos, pero hay algo más, algo fundamental y cervantino, el sentido de que
la derrota y su reconocimiento, nos hará libres, por eso no es un libro
pesimista, tampoco optimista.
Esta
consideración confirma que el hombre es fragmento, de ahí que el poeta renuncie así a la totalidad, que el
coleccionismo de museo, quizá sin saberlo, pretendía.
Recuerda
el librito, 1931, que compuso aquel malagueño impresor, Altolaguirre, en Paris
con el titulo Un verso para una amiga,
cuyo texto: “Escucha mi silencio con tu
boca”, distribuyó disponiendo cada palabra en una página. Traducido al
francés se vendió mucho.
Para conseguir que las palabras despierten,
conviene encenderlas con una chispa, porque no ardan del todo y se reduzcan a
cenizas. Dice Ferran: hay quienes desde muy jóvenes/ se van
labrando un futuro/ yo debí de entenderlo mal/ y me lo fui cavando.
Observaréis
que a menudo gusta de la paronomasia, y que ella puede ser el camino de la
poesía: aunque viva en la sombra/ no soy
un hombre sombrío/ ¡qué culpa tengo yo de este eterno/ eclipse!
El
yo no cesa, busca, interroga, trata de alcanzar la cima donde la poesía reposa,
ahora la poesía o el amor: apagado me
exaspera/ encendido me quema/ prefiero el amor intermitente.
Este
libro, como se diría en los artículos taxonómicos al uso, se divide en cuatro secciones, la primera, Desguace. La
segunda, Como pez en el agua. Tercera, Temblor de azogue y cuarta, Cambio de
sentido, que, claro está, orientan al lector.
Así
en la tercera sección tiene versos como estos: todo lo que recuerdo de mi infancia/ lo leí en un tebeo.
Significa
que es el humor quien preside estas palabras. No, es cierto que la primera
lectura de un niño es el tebeo, pero quizá no sea el objeto, sino el entusiasmo,
lo que refiere. En los tebeos hemos aprendido a deletrear el mundo.
Frecuentemente
la intuición preside este libro, escamotea la relación entre efecto y causa,
sin embargo, descubrimos la pirueta que el ingenio traza en el aire, como
aquellas greguerías de nuestra infancia, cuando ser lector se premiaba con un
libro: Los espejos/ sin memoria/ son
transparentes.
La
duda es nuestra única certeza.
Cierro
esta mi lectura, para que vosotros abráis, ahora la vuestra, que espero
multiplique vuestras dudas: donde arraiga
la certeza/ se agosta el pensamiento.
José Luis Martínez Valero es Catedrático de Literatura y poeta.
Revista Ágora digital Mayo 2015/ Bibliotheca Grammatica
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