EL CAZADERO DE LOS LIBROS.
CUADERNO DE CRÍTICA LITERARIA /1
Sábado, 15 de Diciembre 2012
1. La
Lengua de los dioses comienza
como en el principio del
mundo, con una teoría del lenguaje, primer poema del libro de
Maximiliano Hernández Marcos: "Para todo lo que es más veraz/ oblicuo
o de perfil en los fotogramas/ que en la gramática/ pido el alma y
la palabra".
Los dioses comenzaron así, con una "theoria"
o contemplación de los nombres, que eran sonidos, surcos de su
respiración divina, y brotaban sobre la lámina móvil del tiempo,
sobre las imágenes sucesivas y recurrentes de los astros, los
elementos eternos, las futuras historias, las cosas, entes o enseres
cotidianos decididamente anodinas. La palabra vivifica "la magia
de la imagen", siendo, no obstante, ella, la palabra, otra forma
de imagen, más pregnante, ya no tan apta para someterse al "canje"
-como dice el poeta- de imágenes "ligeras",
intercambiables, que trasiegan por el insomnio del ojo, acaso hacia
un destino trivial. El "ojo" en trance de ser "ojal",
abertura de la palabra sobre el abismo del mundo, se reencuentra a sí
mismo en ese trance, también por esa feliz y, mejor, si fortuita
asociación que provoca la aliteración de ambos sonidos, ojo
y ojal; aliteración
que es maravilloso armónico donde la semejanza de algunos fonemas
-uno, o varios bastan- y a la vez la diferencia o suplemento (como
diría Jacques Derrida) que propicia la sorpresa, siempre, en el
fondo anhelada (y eso es la poesía: sorpresa que surge para un alma
que la anhela y espera. "Quien no espera no hallará lo
inesperado" dijo el maestro heraclitano). Saben que la poesía
épica, oral, especialmente la germánica y luego la antigua poesía
inglesa, basaba su cadencia no en la rima, sino en la aliteración.
Pero, segunda maravilla, más perceptible en las literaturas
neolatinas, donde coinciden más la letra y el sonido, un segundo
armónico se produce en el alma al reconocer en la escritura la cifra
de la aliteración: el ojo, entonces, ve lo que ha creado en su
asociación, el ojo es ojal, es pozo, jarra, rayo, y por
diseminación, todo. La cadena de asociaciones tiene una primera y
última radiación: "el alma y la palabra"; como el poeta
nos lo recuerda previamente a ese ejemplo-vehículo con que la modula
después: "el ojo y el ojal".
Estamos,
por tanto, con este nuevo poemario de Maximiliano Hernández Marcos,
ante una metapoesía que, ab initio,
muestra sus cartas y prefigura su territorio de investigación. No se
trata, a continuación, de exponer lo encontrado, de narrar una
"experiencia" (ni siquiera del lenguaje o de ser) sino de
tratar de alcanzar un sitio de ojeo, como en una batida de caza, y a
la vez de prevenirnos a los lectores, de invitarnos a mirar y de paso
a admirarnos del rico y profundo cazadero que el poeta descubre.
(Desde el principio el poeta nos invita a ensayar su búsqueda).
Ahí
pasan cosas admirables, animales extraños, fugaces, desvividos o en
trance de resignación a la muerte, pasan también ríos y águilas
imperiales, corzos hermosos, lluvias, corbatas, historias humanas:
igualmente pueblan la garganta del cazadero.
Oigamos
su lección, lo que van diciendo en la sombra todas esas criaturas.
Sus ecos, cuando no sus mismas voces, las hacen cercanas. Ese ahí
(para los dioses) es aquí: nuestro aquí cotidiano.
No
olvidemos, en nuestra escucha, el juego de asociaciones, esas lianas
o vasos comunicantes que envuelven tanto las semejanzas como las
diferencias en una "lengua" única, que se busca con el
pálpito del alma y "dice" a la vez que suena, o sea, que
crea un sentido en su misma emisión.
¿No
es ésta la lengua de la poesía, a la que todo poeta que se precie
trata de seguir? (Rilke, Machado, Aleixandre, Valente: valgan solo
estas cuatro menciones. No por casualidad, estos cuatro poetas
citados presiden -creemos- las respectivas direcciones espaciales que
ensaya Maximiliano Hernández en su obra).
2.
La lengua de los dioses es,
desde su proyecto, la sacralización de un espacio -compartido, el de
la naturaleza y el hombre. Sacralización del espacio, que equivale a
su construcción poético-fáctica. La primera parte del libro se
intitula "Magistral", aludiendo al magisterium
del sacer, de
lo sagrado y, por metonimia, de su vaso comunicante, el sacerdote:
aquí, el poeta o registro vivo de la lengua primaveral, iniciática,
de los dioses.
Tan
flamígero comienzo, prometido en el libro, vendría, por tanto, a
ocuparse con su discurso de aquella tarea poético-fáctica (no
olvidemos que el poeta habla siempre en serio, o sea, dice para que
pase algo en el mundo). Pero... ¡decepción!, el discurso toma un
curso irónico, en sordina crítico, incluso a veces agudamente
crítico, como un bocinazo repentino en mitad de la siesta.
Irónicamente la "lección" comienza a las nueve en punto.
La precisión horaria y su nula o bien
limitada atención de escucha, triturado su misterio en pequeñas
dosis, la vuelve fantasmal: la lección "pontifica",
entonces; se oye a sí misma, se consuela con su eco, con su
permanencia -hasta la "próxima lección", después que
suenen "los timbres"- sin haber dado lugar a un
estremecimiento en su audiencia: a tener efecto de voz en el mundo.
Comienza,
por tanto, aquí un doble reflejo crítico que este poemario asume
como pocos libros de poesía actuales, que caminan como auténticos
autómatas. Ese doble reflejo abarca un lado, el más externo y
aparente, de crítica al mundo trivial que condena a la esterilidad
el esfuerzo del lenguaje y con ello la tarea del poeta; y otro, más
punzante y metafísico, que señala a la propia sospecha de oquedad
del mismo lenguaje, a su despedida total de su antigua fuerza y
poder, y por tanto a su pervivencia o supervivencia fantasmal y, lo
que es peor, vestida de alharaca y fantoche. La duda de sí del
propio poeta, al fondo.
Recuerden
que la poesía no solo trató de describirnos las cosas sino de
hacerlas. No fue solo evocación o nostalgia de conocimiento, sino
primer conocimiento y realidad de algo. El poeta construyó la cabaña
del ser. Del mismo modo el filósofo fue, un día, el legislador del
ser.
¿Acaso
nos hemos acostumbrado ya a vivir en la intemperie? ¿O, acaso,
estamos condenados a la intemperie desde ahora hasta quién sabe
cuándo?
Poeta
en tiempo de miseria: Rilke, y más atrás, Hölderlin, tuvieron esta
premonición de la intempestividad del poeta y de la abundancia
espectral de las realidades vacías del canto sagrado; Maximiliano
Hernandez "deconstruye" ese tema nihilista y profundamente
elegíaco, en los poemas de esta primera parte de La lengua
de los dioses.
Aporta
él la figura del sermón del profesor, del erudito anticuario, del
docto elocuente, para canalizar una veta sarcástica que -no hay que
olvidar- se dirige al doble reflejo apuntado.
Si
esa poesía autómata que "mima" la cultura fuese toda la
poesía, ¡íbamos apañados! Sería como seguir vistiendo un palo
con un traje regio, que se deshilacha al rozarlo. "Mejor la
destrucción, el fuego", diría Cernuda, y con él Octavio Paz,
y por fin José Ángel Valente. (Con lo que tocamos otro palo del
poemario: la voz irritada, crítica, desde la contención y el
clasicismo sereno del poeta de mi querida escuela salmantina, como es
Maximiliano; también en la línea de la mejor poesía
reflexivo-crítica española, la de los más grandes Meléndez
Valdés, Moratín (hijo) y también la del acaso no menor poeta que
estos, Jovellanos, pese a su breve obra interesante. Una línea, por
tanto, desde estos poetas neoclásicos y prerrománticos, pasa por
Unamuno, el segundo Machado, Cernuda y Valente y llega a la poesía
filosófica de Maximiliano Hernández. (¿Alguno hay todavía ciego
que se ha perdido esa línea de poesía excelente, lo mejor de lo
mejor de la poesía española?).
"Lección
de autoescuela", "La Academia de Platón" son poemas,
entre otros, destacables en esa primera ruta del libro.
En
la segunda parte, "Digital", se persiguen más en su
entraña el mundo vacío de la imagen: pero ahora, advertimos que se
trata no de las imágenes-cosas del mundo, sino de la misma
imagen-del-mundo (no diré el palabro alemán, que todo profesor
diría aquí).
En
efecto, la crítica se supera, se levanta a una "profecía
terrible": se ha decantado y vacíado la cosmovisión, la imagen
del mundo en que vivimos actuales. Es tanto, como anunciar que
vivimos sin casa mental; desahuciados, o en trance de serlo, moral,
psicológica, vitalmente. Quizá los desahuciados reales, que podemos
ya hoy serlo todos, víctimas de la usura y del maldito gobierno de
la usura, sean solo símbolos, poetas del porvenir.
"Piratas
en la mente" reescribe esa realidad fantasmal que somos. Descubrimos una poesía simbolista de la realidad social y cultural
que acecha y de la que muchos ya vamos siendo conscientes. La poesía,
por tanto, de La lengua de los dioses ensaya
un camino nuevo, simbólico, de aproximación a los problemas del
mundo real. No hemos de perder este norte.
Otro
poema de esta parte, "Los cuatro puntos digitales de la
felicidad", divididos en ocho entregas con igual extensión de
verso que el soneto, juega -en su sustitución y asociación fónica
del adjetivo "cardinales" por "digitales") con la
total ocupación del espacio sagrado y del aquí presente por la
imagen. La asociación fónica produce -en el plano poético- una
asimiliación de significados, algo ocupa el lugar de otro, sin que
se produzca ninguna ruptura de sentido, con normalidad. He ahí la
trampa. La visca del lenguaje manipulado, sustraído hoy a su esencia
divina. En esa normalidad enfermiza, que ni siquiera brota síntoma,
insiste la ironía del poeta. Tiene el libro su asunto capital y su
justificación expresiva.
Y,
por otra parte, la felicidad ¡qué gran invento! Vayan pronto a
comprar su oferta al súper, acomódense en sus conciencias como en
su salón de estar. Vuela a ser feliz, te lo mereces, es tu deber y
tu meta. Pero, antes, lea su "horóscopo" del día; hay
días en que mejor ni proponérselo, según reze la información
astrológica especialmente escrita para su guía de felicidad. No se
acompleje, ni se perpleje, si no es hoy feliz: no se puede ir contra
el destino. Espere. Mañana, con mejores astros.... Siempre me
acuerdo en este punto de aquella frase leída en Umberto Eco:
"Nacemos todos con el signo fatal equivocado, y vivir con
dignidad consiste en rectificar cada día el propio horóscopo".
Maximiliano
Hernández no sólo hace ironía de la "teomaquia" supersticiosa, esa
"teogonía" de papel que hace cada vez más arrastrarnos a
la inseguridad; conecta, en su libro, con una situación humana
actual: de vacío de certezas, de refugio en el juego de azar y la
manipulación económica del miedo.
Hemos
de leer su poemario a esa doble luz, simbólica y crítica, para que
cobre su pleno sentido.
"Crédito
y consumo": ese solo titulo anuncia la novedad del lenguaje
poético que introduce La lengua de los dioses.
¿No nos iba a hablar el poeta de la belleza de la amistad, o de los
bucles del cabello de su novia?
"Egometraje
del poder en cuatro figuras", socava la erótica verminal del
poder, denuncia con cuatro lanzas ese cuadro tan bonito que nos
pintan, tiranos lo mismo que sedicentes demócratas; en el fondo,
señores prepotentes
de la grey, políticos que se reúnen detrás de sus máscaras con
los secuaces del "afán perverso de la usura" y, juntos,
rezan y se reparten las ganancias.
¿Qué
quedó de la justicia? Reparemos en esto: justicia
es el verdadero nombre de poesía.
¡Cuántos escribidores hoy van del ala sin haber siquiera sospechado
esto!
La
lengua de los dioses no inventa,
pues, un nuevo tema: nos avisa de un olvido, de una minorización y
pequeñez de la poesía que olvidó los grandes temas poéticos
originarios. (¡Si, al menos, se mantuviera la nostalgia de la
armonía, como en la poesía de Vicente Aleixandre: otro de los
puntales de este libro, leído desde el recuerdo de la bondad).
¿Qué
sentido tiene, pues, hablar de poesía cívica refiriéndonos a
La lengua de los dioses?
Quizá,
por un lado, sea una redundancia o pleonasmo llamarla así: poesía
cívica. Es poesía a secas, tout court.
Si le llamásemos poesía cívica, por otro lado, sería poner un
toque de atención; una flecha llamativa hacia el lugar originario (y
de paso, un señuelo al distraído visitador de librerías). No,
pensado así, no está mal. Por tanto, La lengua de los
dioses "tiene
lugar" como poesía cívica.
Una
vez atraído el lector a la red, no lo soltaremos hasta que encuentre
algo más en el libro.