DIARIO
POLÍTICO Y LITERARIO
DE
FULGENCIO MARTÍNEZ,
Y
DE LO HUMANO / 17
Septiembre
2012
LA SUBIDA DEL IVA A LA CULTURA
Me
preguntan estos días mi opinión sobre en qué medida va a afectar
la subida del IVA a la cultura, y en general, si va ésta a
sobrevivir a los efectos de la crisis económica. Opino que, en lo
esencial, no se verá afectado el consumo y la industria cultural.
Parece extraña esta afirmación, cuando se habla tanto del efecto
negativo de la subida del IVA y cuando ayer se habló de los
perjuicios económicos de la llamada piratería en Internet.
Sólo se trata de cálculos cuantitativos, de ganancias y pérdidas
mayores o menores, en un campo, la cultura, dominado desde hace mucho
tiempo por la "industria", por sus grandes ejecutivos, sus
ranking
de
beneficios, sus planificaciones, sus masivas redes de publicidad... y
sus obreros especializados (la "sociedad de autores") cuyos
honorarios pueden verse rebajados. La crisis no cambiará ninguna
inercia en la cultura, mientras la "industria cultural"
siga detentando su dominio y planificando las necesidades de ocio,
formación, conocimiento, en alianza con un Estado acomplejado en su
cometido formador. Parece, más bien, que se predispone a la opinión
pública a rebelarse, no ante la hegemonía de esa industria, sino
ante cualquier precio que deba asumir el negocio de la cultura. Se
crea entonces la alarma de que pagarán el pato los consumidores para
que demandemos moderación en la exigencia de su contribución a la
Hacienda de todos.
Ocurre
algo parecido en espectáculos como el fútbol. Igual que en el
deporte de masas se da por sentado que es un lujo y quien quiera
asistir a su espectáculo ha de pagar lo que se le exija aunque sea
un abuso, también en la cultura se parte de la premisa de que los
bienes culturales son lujo que al final ha de pagar el consumidor al
precio que sea. Con lo cual se predispone a la opinión para que
acepte que no es bueno subir, por el ejemplo, el IVA a la cultura;
concluyendo aquello de donde se parte: que la industria cultural
siempre ha de conservar sus márgenes de beneficio; aun en tiempos de
crisis.
Este
sofisma, este círculo vicioso olvida que en Europa cualquier entrada
a un estadio de los grandes tiene un precio popular, mucho menor que
en España, y que son los clubes los que moderan los precios de las
entradas. La misma moderación ocurre en la cultura de países como
Francia, Alemania, donde la asistencia a una buena obra de teatro o
al cine no supone un gasto extraordinario.
Que
no nos cuenten el cuento de que la cultura es un lujo para que, con
esa excusa, los negocios vayan bien, sin más interferencia del
Estado que las necesarias y, en todo caso, jugando de antemano con el
descrédito que tiene el mismo Estado sobre las necesidades
culturales de sus ciudadanos. El Estado se queda impasible ante el
secuestro de la verdadera cultura por la industria cultural, y, por
añadidura, deja inermes a los ciudadanos ante cualquier subida de
los productos de ese mercado. Respecto a esto último, la airada
reacción política que hemos visto estos días contra las propuestas
del señor Monago, en Extramadura, son un índice de un servilismo de
Estado mal entendido. Y, en relación con lo primero, frente al
secuestro de la cultura por la industria cultural, nadie desde lo
público se ocupa hoy de hacer pedagogía o, al menos, de cuestionar
los derechos de explotación sin límites que detentaría esa
industria sobre las necesidades del pueblo, como si el campo de la
cultura fuera una nulla
res,
un esclavo suelto, un bien sin dueño sobre el cual echó el lazo
para siempre la mano de la empresa.
Nadie cuestiona la
"cultura" sometida de la superestructura dominante, la que
sofoca el espacio de cualquier posible cultura que trabaje para dejar
huella en el tiempo. El deseo de consumir rápido que nos prefabrica
la "cultura", se satisface doblegándonos a los reclamos
del consumismo "cultural". Consumimos lo que paga para
promocionarse. Basta oír en un "telediario" la información
cultural
que ha producido ese día correspondiente a la crónica. Estrenos
multinacionales de cine, no mucho mejores que los del peor cine
español de todos los tiempos; de vez en cuando, la promoción de un
best-seller
(se sabe, de antemano, que será "otro éxito de ventas"),
y por supuesto, el eterno Almodóvar que rueda nuevo bodrio.
Qué
buena oportunidad sería esta crisis
para
despaciarnos
de la alienación del reflejo
que
nos ha creado la "cultura" autofagotizante, y revisar las
inercias que encapuzan en la crisis económica la quiebra de la
cultura, que ya se viene produciendo desde décadas atrás -como ha
advertido Mario Vargas LLosa en uno de sus más recientes ensayos. A
espera, por tanto, de la necesaria crítica exhaustiva, este servidor
solo puede testimoniar un panorama continuista de la cultura
en tiempos de crisis, con el añadido autoconservador de haberse
creado un rumor de cambio.
Fulgencio
Martínez