Santa amistad, que con ligeras alas,
tu apariencia quedándose en el suelo,
entre benditas almas en el cielo
subiste alegre a las empíreas salas,
desde allá, cuando quieres, nos señalas
la justa paz cubierta con un velo,
por quien a veces se trasluce el celo
de buenas obras que a la fin son malas.
Deja el cielo ¡oh amistad!, o no permitas
que el engaño se vista tu librea,
con que destruye a la intención sincera;
que si tus apariencias no le quitas,
presto ha de verse el mundo en la pelea
de la discorde confusión primera.
Miguel de Cervantes
Como el arte la poesía: lo más lejano del berrear del bebé que despierta en medio de la noche, bajo el acicate de un temor o de una necesidad, sea de comer y beber, de seguridad y cariño, o más básicamente, de compañía. La poesía, igual que el arte, busca hacer del ser humano un ser más consciente, más lúcido. Sin el arte y la literatura (aun teniendo técnica y ciencia) estaríamos todavía chupándonos el dedo.
La literatura tiene tres vertientes esenciales: el relato, el poema lírico o satírico y el diálogo. Narrativa, poesía, teatro. Las grandes obras literarias, en cualquier género, aúnan las tres caras del arte gramático y llevan en su seno una dosis abundante y egregia de escritura objetiva de un mundo fuera del yo, intersubjetivo; de expresión del yo íntimo y también de debate con un tú o con los otros, personas o caracteres respecto a los que el yo heroico desvela o confirma el propio carácter o daimon.
O sea, uno: la crónica estable, fija, de un hecho o gestas, más adelante, de un pensamiento o de estados anímicos; el relato. Este no es en absoluto, como hoy se suele usar el término, una invención verbal que encubre la realidad y que, como plastilina, puede ser remoldeada y alterada a gusto por el mismo narrador. El relato nació con una vocación clara de fijeza, de asentar una versión de las cosas admirables o dignas de ser recordadas en tiempos posteriores. Nace con vocación literaria y aunque la "literatura" no se hubiera aún inventado, la épica homérica, a pesar o precisamente a través de las distintas tradiciones orales, buscaba en definitiva la expresión fija, literaria (en principio, literaria, no literal, aunque el término literal no deba entenderse en sentido devaluado o negativo, como tendemos a entender hoy). La poesía en hexámetros de Homero, recitada o escrita, marca un discurso tonal y rítmico que ha de respetarse literalmente. Otra cosa -claro está- es cómo se llega genéticamente hasta la versión óptima, literaria. Es decir, al relato: la versión acuñada, estable. Todo lo contrario, hay que insistir, del término relato devaluado en su acepción actual, sobre todo en el ámbito periodístico y político. ¡Qué más que quisieran esos diputados, miembros de partidos o sectas, los jayanes que se sientan en la mesa del Consejo de Ministros o los Caudillos y Consejeros de taifas que tienen todo el día en su boca la palabra relato-, haber realmente construido un relato de nada! Como si fuera tan hacedero y sencillo construir un mithos, un relato, de algo...
La otra vertiente, la poesía, fundamentalmente la lírica, el poema lírico, que puede ser también una queja o sátira dolorida, irónica: siempre una voz personal que expresa su mundo: es esta cara un auténtico desnudamiento, es la literatura en estado puro, lo más paradójico que haya, pues se trata de mostrarse desnudo, sin máscara (o con la máscara reconocible, en el poema, de un yo lírico). Ya no balbuceo ni berrido, el poema lírico intenta ser un cauce de autognosis. La filosofía es una rama de la poesía.
El teatro, en cualquiera de sus formas, es otra maravilla de la civilización literaria. Su esencia es el diálogo y la inquieta exposición de caracteres humanos. Es cierto que la novela y la poesía lírica, sobre todo, la moderna, a partir de Francesco Petrarca, asumió muchas de las esencias del drama, así, en la novela -como en el cine, otra forma de narración- nos interesa la acción pero sobre todo la presentación de caracteres, de algún modo paradigmáticos de la variedad de formas de ser humanas o ethos individuales. Grandes novelistas que solo "narran" (hechos, acciones) sin crear caracteres, fracasan como artistas totales. En poesía ocurre -mutatis mutandis- algo similar. Cada poeta es una posibilidad de la lengua que emplea, y por extensión, de la gramática universal.
En resumen, relato, poesía y teatro, por expresarlo con palabras contemporáneas, son las tres grandes venas de la literatura, el tesoro de la gramática. La literatura hermana menor del arte, en cualquiera de sus expresiones, y sobre todo, apoyada en la mayor, la música; pero, la literatura no es nada sin un cuarto pie en que se apoya: los destinatarios de la literatura, o sea, nosotros, tú, yo, cada uno de los cambiantes y efímeros receptores que la "reviven", en el transcurso de miles de años (generaciones sucesivas de lectores) o de unas horas (un lector concreto).
Pues bien, desde que existe la literatura (y antes, el arte visual o corporal y la música), esta ha impulsado el crecimiento lúcido, el desarrollo moral y la capacidad de crítica y autocrítica. No tiene la literatura el propósito de engañarnos, o darnos más ocasión de autoengaño y confusión; para eso, están los escritos retóricos de las propagandas, las "artes" o las "letras" al servicio del poder. La literatura, la poesía tiene su propio código.
¿Qué nos proponemos en estos breves apuntes sobre un poema grande? Recordar ese fondo inagotable de la poesía. Auscultar en el cuerpo de un texto rico de expresión, belleza, pensamiento poético y referencia a lo humano...
Oigamos este Soneto a la amistad, de Miguel de Cervantes: un soneto "renacentista", pero donde se advierte de un desengaño, como ya la generación clásica más próxima al Barroco. Las apariencias dominan el mundo, incluso aquellos valores, grandes palabras, profanadas por todos, y en especial por los que se valen de su predicamento social. Amistad, es una de ellas.
Si hay un resto neoplatónico renacentista en el soneto (que recuerda a Luis de León) está en la asociación de la verdad y el Cielo, sede también de la Serenidad y la Paz, y la Justicia.
La Amistad se elevó al Empíreo y aquí en el mundo sublunar y vario quedaron las apariencias. Asombra el uso de este término filosófico, quizá empleado por vez primera en el poema de Parménides, titulado tradicionalmente "Sobre la Naturaleza". La vía de la Opinión, de las apariencias, es lo que queda a los humanos, y por ello hay que llevar siempre a punto la brújula, la mirada atenta y lúcida. Lucidez es lo que nos pide y aun reclama el poema de Cervantes. Pues, incluso engaña "el celo / de buenas obras que a la fin son malas".
La amistad es concordia puramente, latidos en sintonía de dos almas.
El soneto se inscribe en el famoso libro de Cervantes Don Quijote de la Mancha, en el capítulo XXVII de su Primera Parte. Lo dice o canta Cardenio, cortesano y discreto, penitente en lugar montuoso y solitario. Si alguien es capaz de cantar en esos términos tan bellos, se me ocurre que la amistad vive, que ha vuelto a este mundo indigno. El arte, la poesía excelsa, son como un renacimiento de la luz, la belleza y la verdad; aunque efímero, indica que donde había, hay aún.
No me resisto a escucharlo de nuevo, mas ahora, junto a la poesía (el soneto) de Cervantes, la novela, la prosa, y el diálogo, tan bellos como los endecasílabos impresionantes. No en vano "El Quijote" reúne las tres vertientes de la literatura de manera portentosa.
La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causó admiración y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa oían; pero viendo que duraba algún tanto el silencio, determinaron de salir a buscar el músico que con tan buena voz cantaba. Y queriéndolo poner en efeto, hizo la mesma voz que no se moviesen, la cual llegó de nuevo a sus oídos, cantando este soneto:
Santa amistad, que con ligeras alas,
tu apariencia quedándose en el suelo,
entre benditas almas en el cielo
subiste alegre a las empíreas salas:
desde allá, cuando quieres, nos señalas
la justa paz cubierta con un velo,
por quien a veces se trasluce el celo
de buenas obras que a la fin son malas.
Deja el cielo, ¡oh amistad!, o no permitas
que el engaño se vista tu librea,
con que destruye a la intención sincera;
que si tus apariencias no le quitas,
presto ha de verse el mundo en la pelea
de la discorde confusión primera.
El canto se acabó con un profundo suspiro, y los dos con atención volvieron a esperar si más se cantaba; pero, viendo que la música se había vuelto en sollozos y en lastimeros ayes, acordaron de saber quién era el triste tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos, y no anduvieron mucho cuando, al volver de una punta de una peña, vieron a un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les había pintado cuando les contó el cuento de Cardenio; el cual hombre, cuando los vio, sin sobresaltarse estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho, a guisa de hombre pensativo, sin alzar los ojos a mirarlos más de la vez primera, cuando de improviso llegaron.
La amistad, de la que es ejemplo el mismo trato y camaradería entre el buen caballero y su escudero, tanto en la ficción de la ficción caballeresca de ambos, como en el plano ordinario del cotidiano y mundanal oficio de hombres de su tiempo, si bien uno leído y discreto, y el otro rústico y artero; uno rico propietario venido a menos, y el otro trabajador y apenas dueño de su rucio y su casa (pero tan digno como su Rey). Y es que, como decía Mairena, nadie es más que nadie, en Castilla, y en La Mancha.
Fulgencio Martínez
20 de Septiembre, Huesca.
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