LA EXTENSIÓN POLÍTICA DE LA CULTURA
Uno de los grandes olvidos de los partidos políticos en España ha sido,
justamente, la no consideración de la extensión política de la cultura.
Se ha dejado esta extensión a las minorías políticas nacionalistas que
han usado, abusado y campado a sus anchas en dicho territorio abandonado
por el Estado. Incluso la educación, que salvo en su componente de
instrucción en conocimientos técnicos y teóricos, entra de lleno en la
dimensión política cultural en que se proyecta un Estado en cuanto
acopio de valores comunes, ha sido por unos y otros minimizada.
Respecto a qué es cultura,
materia donde siempre hay opiniones según la posición que uno juegue, es
difícil ponerse de acuerdo. Asentiría si alguien dice: es cultura todo aquello
que nos hace detenernos -a pensar, admirar, compartir con los demás. Todo lo
que contribuye a construir una identidad compartida por el mayor número posible
de seres humanos: entendiendo dicha identidad no de una forma dogmática y
monolítica -ni, por otra parte, nacionalista y discriminadora- sino crítica,
autocuestionable, democrática y también tensa hacia la excelencia y la
superación. Es por esto que contribuir a aquella identidad consista, casi
siempre, de parte de la cultura, en custionar lo dado, en estimulación del
cuerpo social para que no se amodorre en una parcela trillada. Las vanguardias
artísticas y, de vez en cuando, el látigo de un genio han despertado las aguas
dormidas de la cultura y, por tanto, enriquecido la huella que una determinada
humanidad histórica deja, al pasar, sobre el tiempo.
Pues no otra cosa sino una huella es la identidad para la que trabaja la cultura. Tres momentos presenta la estructura de esa huella: su enlace con una tradición (momento del pasado); su barrunto y apertura a lo nuevo (momento futuro) y su morfología y carácter propio, de impronta de un presente histórico, del cual recoge sus necesidades de expresión y los medios que le ofrece el momento actual, y al cual se opone dialécticamente, si no quiere ser su simple huella mecánica, fotográfica...y trivial.
Pues bien, la huella que imprime la cultura de nuestro momento actual es la de "consumidores" de "cultura". Una huella que no deja espacio para el distanciamiento crítico, sino que impone mecánicamente sus patrones. Aceptamos casi sin coerción ni reacción que la cultura sea el campo de poderes locales y globales. Con la cultura, los poderes globales nos domestican en esta nueva fase de proletarización generalizada y de miedo al futuro- los consumidores devenimos ejército de la industria cultural. En efecto, confinada a cálculos cuantitativos, de ganancias y pérdidas mayores o menores, la cultura es un campo dominado desde hace mucho tiempo por la "industria", por sus grandes ejecutivos, sus ranking de beneficios, sus planificaciones, sus masivas redes de publicidad... y sus obreros especializados (la "sociedad de autores"). La crisis no ha cambiado ninguna inercia y los debates de los partidos políticos, sobre reducir el IVA a la cultura, por ejemplo, no pasan de ser un canto al sol, paralizados como están ante las mismas premisas que deberían superar si hubieran hecho una reflexión sobre la extensión política de la cultura.
Pues no otra cosa sino una huella es la identidad para la que trabaja la cultura. Tres momentos presenta la estructura de esa huella: su enlace con una tradición (momento del pasado); su barrunto y apertura a lo nuevo (momento futuro) y su morfología y carácter propio, de impronta de un presente histórico, del cual recoge sus necesidades de expresión y los medios que le ofrece el momento actual, y al cual se opone dialécticamente, si no quiere ser su simple huella mecánica, fotográfica...y trivial.
Pues bien, la huella que imprime la cultura de nuestro momento actual es la de "consumidores" de "cultura". Una huella que no deja espacio para el distanciamiento crítico, sino que impone mecánicamente sus patrones. Aceptamos casi sin coerción ni reacción que la cultura sea el campo de poderes locales y globales. Con la cultura, los poderes globales nos domestican en esta nueva fase de proletarización generalizada y de miedo al futuro- los consumidores devenimos ejército de la industria cultural. En efecto, confinada a cálculos cuantitativos, de ganancias y pérdidas mayores o menores, la cultura es un campo dominado desde hace mucho tiempo por la "industria", por sus grandes ejecutivos, sus ranking de beneficios, sus planificaciones, sus masivas redes de publicidad... y sus obreros especializados (la "sociedad de autores"). La crisis no ha cambiado ninguna inercia y los debates de los partidos políticos, sobre reducir el IVA a la cultura, por ejemplo, no pasan de ser un canto al sol, paralizados como están ante las mismas premisas que deberían superar si hubieran hecho una reflexión sobre la extensión política de la cultura.
Por otro lado, los poderes locales, las nuevas castas, amueblan belicosamente el imaginario simbólico de sus huestes, un público disputado a los poderes multinacionales, al cual retienen por la mera condición territorial. La cultura, entre tanto, está secuestrada en esas autopistas globales y en estas vías muertas locales.
Aquella expresión que hemos utilizado, la extensión política de la cultura, es la antítesis de la manipulación política de la cultura, significa lo opuesto a la idea de que la cultura sea un mero reflejo pasivo de lo político. Al contrario, la cultura debería ser la palanca de la política cuando esta se entiende generosa y racionalmente, de forma tridimensional, con amplitud en el tiempo, no sólo en lo más inmediato y coyuntural. Ya que la huella cultural juega en aquellas tres dimensiones señaladas: la tradición de un pasado vivo, lo nuevo y abierto del futuro, y el presente histórico, del cual somos capaces de distanciarnos críticamente gracias a la cultura así como de implicarnos en él mediante la apuesta por los valores compartidos debajo de la superficie.
Fulgencio Martínez
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