CAMINANTE, NO HAY
CAMINO...
Mercè Amat Ballester
Al recer de les ventades (Al abrigo de los vientos)[1]
Ediciones Xandri, 2015, 63 pp.
Al recer de les ventades (Al abrigo de los vientos)[1]
Ediciones Xandri, 2015, 63 pp.
por Anna Rossell
Dividido en tres partes: Deriva,
En medio de las pequeñas cosas y Al abrigo de los vientos, este poemario,
en catalán, de Mercè Amat Ballester da fe de una vocación que ya se trasluce del
recorrido intelectual de la autora. Licenciada en filosofía, ciencias
religiosas y poeta, Mercedes Abad compone un poemario intimista, reflexivo e
introspectivo, que rezuma espiritualidad en el sentido más amplio de la
palabra. Al abrigo de los vientos es
un recorrido por las estaciones anímicamente bien diferenciadas de una
trayectoria vital, en sus inicios confusa y sin norte, que encuentra
gradualmente abrigo En medio de las
pequeñas cosas, para llegar a la calma que da una madurez que ha sabido
sacar fruto de la maestría de la vida. Amat nos lo anuncia desde el principio:
"Se han abierto las ventanas y las puertas de los años./Y, ahora, sé muy
bien que ya no me ronda el infortunio", nos dice la presentación del
poemario, e inmediatamente, a continuación, como prosiguiendo una frase
inacabada, abre la primera parte del libro poniéndonos en antecedentes:
"Pero hubo un primer tiempo de Deriva",
remarcando en negrita el nombre con el que inicia su travesía poética.
El sujeto poético inicia el ciclo con una mirada retrospectiva desde el momento actual hacia el pasado, haciendo balance de una fase existencial dolorosa de desencanto, que, si bien lacerante aún, parece haberse cerrado. Ya en este primer momento la palabra, el nombre de las cosas -un campo semántico que recorre como un leitmotiv todo el poemario- se nos presenta como el crisol de la (in)consciencia, como espejo del espíritu y esencia de la vida. El logos estructura el pensamiento, pero juega también un papel crucial en la cristalización de la emoción y del sentimiento. Así, este primer poema gira en torno a la palabra y de su poder emocional, sea pronunciada o sólo pensada -no dicha-: "Hubo palabras no pronunciadas. / Se deslizan por el fango de un subsuelo inefable. / Aquellas otras, erráticas, que fueron dichas, / violentan el silencio haciendo un estropicio: / [...]". O bien cuando escribe, dirigiéndose a una segunda persona: "No nos ha hecho falta decir muchas palabras. / Bastó con lo que los rostros expresaban / para saber qué prevalece entre los dos: / lo irreductible de un vínculo imperceptible / que nunca nos deja ser proscritos"(Raíz). Incluso el gesto no verbal, la caricia, deviene logos: "Son tantos los nombres de ayer que fueron dichos / las caricias, [...]" (Cielo caído). Y configura la materia prima del amor o el desamor: "Debería dejarte atrás /[...]/ Dejarte atrás y a distancia, / donde las palabras no te busquen, no te añoren y ni siquiera / sepan llamarte nuevamente"(Grito adentro), o bien: "Tus palabras me deshabitan, / al desfavorecer los celos de unos afectos / que permanecen enredados / a la quimera de un amor que, hoy mismo, / hemos creído recomenzado. / Vapor recluido de unas palabras, / que suben de la tierra bajo olvidos, / [...] "(Devuélveme).
Cierra este ciclo de desencanto un poema extremo que alcanza el clímax de la deriva, del que sólo se puede salir reafirmado o dejando de existir: "Nada detiene, cuando todo parece desierto, / lo que la piel inscribe espíritu adentro" (Nihilismo), pero la voz poética sabe que sólo el duelo profundo de la pérdida puede redimir de la fatalidad cuando concluye: "Pero resurgimos de entre la debilidad / y las cenizas, donde parece que el desasosiego / se ha aferrado en un continuo estado de alerta /[...]/ cuando se incendian / las ganancias irrevocables de las vidas./ (Nos harán falta ahondadas inmersiones / en la laguna de la ausencia y del dolor / para poder ahuyentar tanta impostura)".
Este proceso de duelo se revela como necesario en el camino
hacia la madurez, otorga al yo poético una extrema sensibilidad que le permite regocijarse
en el gesto sencillo, en el matiz, en "la cata que hacemos de un mundo que
desconocemos. / Cosas sencillas que conviven /[...]// La voz, el tacto y la
caricia en un paisaje. / Un gesto amable. / El beso preciso. / El despertar de
los ojos, la mente inquieta / y una sonrisa asentada en la mirada / [...]”,
como dice el primer poema del segundo ciclo. Y a partir del detalle minúsculo el
sujeto poético crece, construye a partir de las cenizas, que aún guardan una
brizna de positividad, y aprende hasta renacer: "Ponle aún más nombres a
las viejas imágenes / y repite para ti tantas palabras / que casi desaprendido,
casi" (Aprender).
Otro de los leitmotivs que transporta el poemario es el
campo semántico en torno a la danza, al juego, a veces envuelto en la metáfora
del vaivén de las olas, como sugiriendo el movimiento de avance y retroceso que
nos lleva por la vida "como el mar que recomienza siempre / y se inclina
sobre la arena"(La danza), una
lección que nos da la naturaleza, la observación del mar, ya a la tierna edad
de la infancia: "[...] / el agua del mar te espera con olas abatidas
/[...]/ El chasquido continuo de una espuma fresca / y juguetona que se mezcla
/ con saltos y risas de una vida confiada "(Niño). O bien cuando ese movimiento es “en nuestro interior, un
balanceo que nos vela / y se afana por abrirnos puertas / [...]" (Encuentro).
La palabra, el nombre, que en el primer ciclo de poemas
estremecían el alma angustiada, ahora devienen amables y provechosos:
"[...] / Y en las manos, palabras empeñadas en nombrar / otros mundos
posibles. /[...]/Miradas despiertas y encendidas, / tras puertas que pueden
abrirse./ [...]"(Rambla abajo).
O bien: "A punto para la revuelta / que haces contra un mundo que rechazas
hace tiempo. / A punto e insatisfecho / para una lucha que nombra con otras
palabras / lo que todavía nos interpela / y puede ser vivido sin trastornos /
[...]"(Sin extrañarte).
El leitmotiv del vaivén está presente aún en el tercer
ciclo, que, con el título que la autora escoge para todo el poemario, da a
entender que la voz poética ha llegado a buen puerto en su lucha contra los
embates de la travesía. El sujeto poético se presenta ahora como un espíritu
inquieto, pero ya no afligido ni angustiado, sino ansioso de saber y de
aprender siempre más hasta encontrar el reposo, un reposo que metafóricamente
queda recogido en el hogar: "Es
agradable la cadencia / de las olas cuando rugen / y espumean al atardecer, /
bajo la mirada atenta de una luna / que quiere saber quién es / aquél que, en
medio de tinieblas y ruidos, / busca constantemente .//[...]/ Y contra las
rocas, gritos / de unas olas que luchan / para encontrar su hogar / [...]",
leemos en el primer poema del último ciclo. Y la lenta y persistente caída de
la lluvia sugiere a la voz poética la creación de mundos nuevos a partir de la
palabra, que ya se ha convertido definitivamente en una herramienta de
demiurgo: "[...] / Cae plácidamente; / y, poco a poco, una danza la empuja
al movimiento / una danza que del aire con sonidos reverberados /[...]/ el
rumor de creación y el continuo nacimiento / de los primeros nombres en una
mente / que no descansa y descubre / [ ...] / dando a conocer cuáles son los
caracteres / expresados en las palabras, tan expectantes / de una sabiduría
que, en nosotros, despunta irrenunciable, / [...]"(Expectación).
Ya no hay grietas en este último tramo de la vía, que sigue con decisión hacia su objetivo porque "vamos presintiendo cuál es el último camino / que otorga nombre a todo y, al fin, nos libera" (El caminar de la conciencia). Hasta puede llegar a reencontrar la luz y el calor amoroso "Si tus manos se deslizan con deseo todavía / y buscan profundamente los faros; / si inquieto atraviesas las aguas del olvido, / ante quien, en la distancia, / te habla de muy cerca, / verás como el amor nos ha crecido / al abrigo de los vientos" (Canto primaveral). Y el poema, como la propia voz que habla en primera persona, evoluciona y hace camino, sin estancarse nunca, en un recorrido edificante y restaurador. Y, en el poema, las palabras: "El poema nunca se cierra ni se abandona / en el suelo, mudo, inerte y solitario! // [...] // Y así, son también las voces de la palabra: / líneas alargadas reversibles / que pueblan el fondo del alma / y la relatan, irrepetible! "(Voces de poema).
Ya no hay grietas en este último tramo de la vía, que sigue con decisión hacia su objetivo porque "vamos presintiendo cuál es el último camino / que otorga nombre a todo y, al fin, nos libera" (El caminar de la conciencia). Hasta puede llegar a reencontrar la luz y el calor amoroso "Si tus manos se deslizan con deseo todavía / y buscan profundamente los faros; / si inquieto atraviesas las aguas del olvido, / ante quien, en la distancia, / te habla de muy cerca, / verás como el amor nos ha crecido / al abrigo de los vientos" (Canto primaveral). Y el poema, como la propia voz que habla en primera persona, evoluciona y hace camino, sin estancarse nunca, en un recorrido edificante y restaurador. Y, en el poema, las palabras: "El poema nunca se cierra ni se abandona / en el suelo, mudo, inerte y solitario! // [...] // Y así, son también las voces de la palabra: / líneas alargadas reversibles / que pueblan el fondo del alma / y la relatan, irrepetible! "(Voces de poema).
El poemario se cierra haciendo inventario positivo de lo
vivido: "ahora que la mirada no cierra ninguna puerta / a un pasado que
volteo las voces con quien razona; / ahora, sobre todo, que el gesto es de
medida breve / porque ya nada no es de más, sepas amigo, / que hay propósitos
esperándonos en mosaicos nuevos, / hechos de palabras nobles "(Ahora).
Al abrigo de los
vientos, el primer poemario de Mercè Amat Ballester, publicado por
ediciones Xandri, un nuevo sello editorial nacido en octubre de 2014, se
incorpora a las letras catalanas con la fuerza de la buena poesía. Sería
recomendable su traducción al español.
[1] Todos los títulos y las citas son traducción
del catalán al español de la autora de la reseña
REVISTA ÁGORA DIGITAL AGOSTO 2015/ bibliotheca grammatica/ crítica de Anna Rossell
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