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lunes, 1 de mayo de 2023

Las torpezas de un libro excepcional: "El infinito en un junco", de Irene Vallejo. Por Fulgencio Martínez /Artículos/ Ágora-Papeles de Arte Gramático

 


 LAS TORPEZAS DE UN LIBRO EXCEPCIONAL: EL INFINITO EN UN JUNCO, DE IRENE VALLEJO

 

Entono el mea culpa como profesor de filosofía. Pero qué poco ha calado la reflexión filosófica, el espíritu griego en la enseñanza, en España (y no solo en España, me temo). Durante generaciones y generaciones, en el siglo XX y en lo que llevamos de este siglo XXI, se han invertido fondos, dedicado impuestos que pagamos los trabajadores de cada país, para que en las Universidades hubiera -haya- educación filosófica, investigación, pedagogía, focos de amor a la filosofía y extensiones de su espíritu crítico y autocrítico. En muy loable ensayo, desde los ochenta el Gobierno de Felipe González y su ministro de Educación, Maravall, asistido entonces por un inteligente secretario de Estado, Rubalcaba, se ha impulsado en España la creación de plazas de profesor de filosofía. Todo ese impulso se echaría por tierra con el Ministro Ignacio Wert, del Partido Popular, y luego con Ínigo Méndez de Vigo, auténticos sayones del dolce far niente (en educación y cultura) de Mariano Rajoy, presidente por descarte. Mientras regiones, "históricas" comunidades, reinos de taifa de hecho, proseguían haciendo su cultura, poniéndole empalizadas para que no entrara la cultura intrusa española (por ejemplo, un detalle, creando repositorios como RACO, de la Generalidad catalana, que solo acoge artículos en catalán y sobre asuntos de Catalunya), la educación ha ido decreciendo. Donde no cala la filosofía (y con ella el espíritu crítico y las virtudes dianoéticas de la ciencia y del amor a la verdad) no hay educación, en general; ni en el nivel de Bachillerato ni en el de la Universidad.

Pero, si todo ese défícit institucional es un peso hoy triste, no depende de mi responsabilidad, al menos directa. Tampoco sería responsable este profesor del poco o nulo interés, o flaca capacidad, de la mayoría de los españoles (incluso aquellos que tienen altos estudios) para el pensamiento crítico filosófico. Pero no estoy seguro. Puede que sí. Puede que no sea tanto cuestión del alumno falto de motivación o de curiosidad, o de aptitud filosófica, o de las tres cosas, como del profesor (hablo de mí). Tal vez nuestra preparación como profesores desde la Universidad nos predisponía a la melancolía. Salvo en los dos primeros cursos, la Universidad que conocí (y estuve en cuatro, Murcia, Comillas, Autónoma y Complutense de Madrid, hasta concluir en una quinta, la UNED, donde obtuve un doble máster en Filosofía y Filología Hispánica), los alumnos, en su mayoría (salvo excepciones, aquellos tutelados por determinados profesores, o enviados a las Universidad pública desde el Opus, hoy supongo que los enchufados por los partidos políticos) deambulábamos como pollos sin cabeza por los pasillos, hall, cafeterías y aulas universitarias. No tuvimos un estímulo y una mano que guiara por parte de los profesores (muchos de ellos, los mayores, se habían ya entronizado, y los jóvenes, antiguos penenes, se habían vuelto más deseosos de medrar en la prensa, en la política, también en la propia escala académica, y habían ya dado la espalda a los alumnos)

La filosofía es un espíritu crítico, incómodo, incluso para el que lo tiene. Debería ser también incómodo para aquellos que son objeto de la crítica. Y esto es lo que, por desgracia, cada vez ocurre menos en el mundo. El espíritu filosófico no ha desaparecido, sí su poder de lacerar, incomodar, agredir dialécticamente, ridiculizar y hacerse temer ante los nuevos dueños del poder y de la palabra: ante las llamadas fakes, los llamados activistas, que son otros tantos exhibicionistas que usan las causas que supuestamente defienden para exhibirse en sus selfies y sus happenings; ante los políticos, que han aprendido a  diluir la política en la propaganda más que los dos Joseph, Goebbels y Stalin juntos, y a sustituir hechos e ideas por palabras que tergiversan aquellos y estas, y lo envuelven todo en un magma de emociones básicas.

La ausencia de espíritu filosófico ha caracterizado a algunas épocas de la Historia. Pero quizá sean estos años de la primera parte del siglo XXI en los que la ausencia nombrada puede decirse total, o casi total. Mucho me temo que por tal nos conocerán a los coetáneos en épocas venideras, pero, allá, en épocas remotas; porque esta época quizá ha venido a multiplicarse.

Incluso en publicistas y comunicadores brillantes la ausencia de sentido crítico es abismal. Se nota, nada más empezar, en esto: no tienen sentido filológico. Usan el lenguaje tal como viene manido, en clisé. Si tratan, en televisión o en prensa, el problema de los asaltos a la propiedad de la vivienda, echan mano de términos al uso: okupas, okupación (que son creaciones de parte, tomados del "teletipo" acrítico, o supuestamente tal, pues ya definen con esos términos la cosa y el campo de discusión; como si los periodistas fueran abogados defensores de los okupas, en realidad allanadores de domicilios). La ley del sólo sí es sí que ha dado beneficios a más de mil violadores, en su mayoría pederastas, solo ha tenido un debate en relación con los derechos de la mujer, cuando los más afectados son niñas y niños, menores de edad, a los que la ley dice hipócritamente proteger en grado máximo. El caso de Mónica Oltra protegiendo a su exmarido, en contra de la protección a una menor, no es aquí significativo. Toda persona en su integridad moral piensa que el respeto a la infancia es lo prioritario, el valor de los valores, como dice en un artículo Anna Rossell, pidiendo mejorar los protocolos contra la pederastia en los centros de educación, en especial, en los religiosos, y en concreto, en los colegios salesianos (que, por otra parte, son centros de prestigio académico).

Más aún, incluso en escritores la formación crítica filosófica es un barniz leve. Es el caso de la autora de un libro que he leído hace poco y que es tan excelente en cuanto a su estilo, narratividad y contenido cultural. Me refiero a Irene Vallejo y a su libro El infinito en un junco.

En un pasaje, al hablar de la Ilíada, comenta el consejo de los aristócratas en el que intenta intervenir Tersites, el "demócrata". Ese comentario sobre la Ilíada lo presenta ya previniendo a los lectores contra la "ideología opresiva"1 a la que Homero ha de servir. Son temas que se prestan al fácil comentario desde el presente, y de nuestra superioridad moral progresista (entrecomillo las cuatro últimas palabras: nuestra, superioridad, moral, progresista).

El presentismo (si me permiten el término) es una falacia que nos impide pensar en nuestra época porque pensamos todo desde nuestra época. Encierra una paradoja la cosa: pensar desde nuestra época, en nuestra época, supondría renunciar a pensar desde nuestra época. De esa paradoja solo se sale con espíritu filosófico, asumiendo, como hace la hermenéutica de Hans-Georg Gadamer, que toda tradición implica prejuicios pero que estos no siempre son negativos, obstáculos o malas hierbas que ha de arrancar el investigador, sino casi siempre ocurre lo contrario, es en ellos donde está la verdad de un texto antiguo, de una época o pensador.

Si supieran hoy los Homero, Aquiles, Patroclo, Agamenón, Héctor, que ellos eran detentadores de una "ideología opresiva", se reirían, claro. Hasta qué punto dos clases mal dadas de marxismo y todos los prejuicios de nuestro tiempo presente pueden ser elementos de un buen chiste que solace, en el descanso de sus armas, a aquellos troyanos y aqueos.

 

 Fedro (Platón) | Devaneos: Diario de lecturas (2006-2023)

 

En otro pasaje, la autora citada comenta el diálogo Fedro, de Platón. El comentario de Irene Vallejo no es nada trivial, es atinado: denota conocimiento del tema y de la bibliografía secundaria sobre el mismo. Ha leído mucho y tiene capacidad de hacer interesar a los lectores por los puntos conflictivos, y aun hoy, incluso hoy en especial, rabiosamente vigentes en el diálogo. La escritura, ese fármaco (medicina, remedio) de la memoria, dice Platón; es obvio que se necesita un fármacos cuando hay enfermedad, si no, sería ocioso; a no ser que fármacos, como los antropólogos sobre Grecia nos dicen, también pueda aludir a droga y a "farmacón" víctima propiciatoria. Irene Vallejo solo alude a la primera acepción de fármacos como remedio, ayuda mnemotécnica. También, pues Memoria, Mnemosine, es Madre de las Musas, los libros, en tanto fármacos de la memoria, pueden ayudar a la inspiracíón de nuevos libros: la cultura escrita y el saber del saber y el comentario se inicia ahí. Pero también, en un sentido más creativo, lo escrito, los libros inspiran, no solo nuevos libros, sino todas las artes. La musa de la escritura se convertirá en la nueva madre de las ocho restantes musas e incluso arrinconará a la madre. Toda una revolución, sin duda; de la cual venimos.

Aunque es cosa de egipcios el relato que narra Sócrates (en "Fedro") y son egipcios los dos protagonistas del mismo, el dios Teuth inventor de la escritura y el faraón Tamus, que juzga tal invención, es Sócrates en realidad como el narrador de dicho relato o mito egipcio quien está al habla en el diálogo. Sócrates y tras él Platón. Claro que no solo anuncia el mito los cambios y crisis que sucederán al paso de la oralidad a la cultura escrita (hoy llevada esta a su máximum en la sociedad digital), sino que Sócrates enuncia también dos aguijones críticos (como buen tábano que era, según sus paisanos contemporáneos y sufridos objetos de sus conversaciones filosóficas en el ágora). Esos dos aguijones no tienen respuesta aún, en nuestra época ni son sentidos: uno, los libros nos dan una apariencia de saber, pero no responden con razones cuando se les pregunta, y solo preguntando y oyendo las respuestas, en diálogo, se llega a un poco de conocimiento. Y dos, el saber o, mejor información, libresco no está incorporado a uno mismo: el conocimiento es alimento personal, nos prepara para el cuidado ético (Sócrates fue el inventor de la ética, un invento no menos importante que el libro; la ética dice tú eres tu propio guardián y responsable de ti mismo, tú y nadie más, haya o no dioses, hayas sufrido o gozado de una infancia feliz o infeliz, seas esclavo, amo o señor, víctima o verdugo: nada de eso importa, solo estás tú ante ti, ante tu conciencia, solo tú eres responsable de tu salud, de tu cuerpo, de tu alma. La filosofía te puede ayudar al cuidado de esta, la medicina a cuidar de tu cuerpo, pero tú tienes una primera responsabilidad sobre todas tus otras ocupaciones: cuidar de ti. ¿Por qué de ti?  El destino quizá lo sepa. Hay, acaso, una misión encomendada para ti: tú).

Con Sócrates comienza, en efecto, la ética y el individuo.

Sorprende que la autora de El infinito en un junco se permita, primero, la gracieta tópica de meterse con los alumnos de Sócrates, que le parecen convidados de piedra. No sabe que esa era la misión del iniciado, aprender, escuchar atentamente (no había nada de pasividad en seguir las complejas argumentaciones de Sócrates) y preguntar, o prepararse para preguntar. La filosofía no es escuela de sofistas que discuten sin haberse formado antes en la escucha del logos razonador del maestro. Los conformes de los alumnos equivaldrían a sí, te estoy siguiendo, vale, hasta ahí te comprendo, sigue, sigue por favor, razonando y ampliando mi mente.

En otra alusión final a Sócrates la autora acaba descargando sobre este un cierto desprecio que es hijo de nuestra época, supuestamente muy sensible. Sócrates, el supuesto despreciador de los libros, que harán olvidar la memoria, dice Irene Vallejo, qué hubiera pensado de aquellos niños de una isla griega que estando en la escuela fueron asesinados por un bruto frustrado, antiguo boxeador, quien derribó por rabia la columna que sostenía el edificio donde los niños y no sabemos si también las niñas griegas aprendían en esos libros que Sócrates critica. El racional, el crítico Sócrates, y ahora el insensible, el casi moralmente cómplice de un psicópata y asesino de niños y odiador de los libros. La historia se repite, dicen, y la fama de Sócrates acumula puntos para la cancelación del personaje.

En un libro como este que comento, y que ha recibido tan merecidos elogios, y al que no dudo en llamar extraordinario tanto en su aliento como en su escritura, me produce una mezcla de tristeza y sorpresa el tratamiento que en él se dedica a la filosofía y a los filósofos como Sócrates y Platón. Contrasta esa mirada superficial a los filósofos con las líneas, hermosas, sugerentes, que dedica Irene Vallejo a Esquilo, Safo, Heródoto, los bibliotecarios de Alejandría... Cada autor es muy libre de expresar simpatías y antipatías; sólo me llama la atención la incomprensión.

Sócrates sonreiría si le pusieran ante la disyuntiva de elegir entre la cultura viva y los libros, o entre la filosofía y los escritos. No tendría, para el ateniense, ningún sentido esa simple polaridad. Sócrates amaba leer los discursos de los sofistas y había leído a los filósofos como Anaxágoras y a los poetas... para criticarlos. Amaba tanto la conferencia de un sofista célebre como su discurso escrito. De hecho, sin libro no habría crítica de libros y fueron, precisamente, los filósofos atenienses, Sócrates, Platón y a partir de ellos, Aristóteles quienes iniciaron la crítica filosófica de los libros, y de paso la crítica cultural y la historia de las ideas. Detrás vendría la filología, y ambas perspectivas, filosófica y filológica, que arrancan de Sócrates-Platón-Aristóteles y llegan hasta Nietzsche, en la segunda parte del siglo XIX, son necesarias para entender la historia cultural del libro. 

Platón, anterior a su discípulo Aristóteles, fue el mayor literato griego, no solo por la cantidad de escritos (diálogos y cartas) sino por la profundidad, belleza y recepción culta y popular que tuvieron sus obras; algunas como Banquete, Apología, Fedón y República auténticos bestsellers antiguos. (No de un año, sino de casi un milenio). Platón creó, de hecho, la literatura occidental que vendría tras de él, consciente, en su época, de la crisis e inminente transformación de la polis. Creó el mito fundacional de nuestra cultura occidental: el mito de la caverna y en él situaría las conversaciones y los escritos en la misma pantalla que los ecos y las imágenes, y daría, así, oficio a la crítica filosófica, filológica y cultural del futuro. No todo es oro en lo escrito, ni todo lo escrito es oro, y a veces el oro está escondido en la plata y en otros materiales aparentemente viles. Desde entonces la filosofía (la occidental, al menos) no ha renunciado a ser un logos crítico, en primer lugar, de las palabras de la tribu, incluidas las de la propia filosofía.

Si el trato con Sócrates le causa a Irene Vallejo la necesidad de oponerlo a la bondad de los libros, sin entender que ser crítico de los libros significa un alto grado de amor a ellos, en el caso de Platón minimiza su papel de una forma ridícula (siendo amables con la autora del libro que comento).

Impulsada por la mirada de moda hacia la sensibilidad femenina, y en busca de mujeres significativas, encuentra a Aspasia. Esta mujer milesia, que fue una belleza en su juventud y una filósofa, también hetaira en Atenas y amante y amada por Pericles, tiene en los diálogos de Platón un trato excelso. Prácticamente, fue Platón, el escritor de la filosofía, quien la convirtió en un personaje mítico. Como bien recuerda Irene Vallejo, el poeta alemán Hölderlin le dedicó unos hermosísimos versos, junto a Sócrates, Platón, los héroes de Maratón, el Iliso, río cercano a Atenas, en un friso que expresa la nostalgia de Grecia y donde lo histórico, la naturaleza, los personajes de momentos distintos conviven en un concentrado tiempo histórico, idílico, como en la Escuela de Atenas de Rafael de Sanzio. Quiero pensar, siendo amable con la autora, que fue esa representación lo que le inspira a Irene Vallejo a "imaginar" (como dice, literalmente) que Aspasia influyó en Platón de manera que "aquel individuo, a quien leemos que nacer mujer es una condena y una expiación, escribiera estas líneas asombrosas en su República: "Ninguna ocupación en el gobierno del Estado corresponde a la mujer por ser mujer ni al hombre en cuanto hombre, sino que las dotes naturales están similarmente distribuidas entre ambos, y la mujer participa, por naturaleza, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre"". 2

Difícilmente podía Platón recibir la influencia de Aspasia en ese punto. Aspasia vivió entre el 470 y 400 a.C., Platón nació en el 427 a.C., y abandonó Atenas tras la muerte de Sócrates en 399 a.C.  Pericles había muerto en el 429 a.C. El filósofo pudo haber recibido alguna influencia de Aspasia cuando era adolescente y seguía a Sócrates pero resulta difícil pensar que tuviera acceso a los cenáculos intelectuales de los grandes personajes de esa generación anterior a la suya, entre los que se contaban el gran sofista Protágoras, Pericles, Fidias, Aspasia, Sócrates, el viejo filósofo Anaxágoras.

La necesidad de reivindicar influencias femeninas es loable si no desatina la mirada crítica e histórica. Platón es una rara avis, en efecto, y un problema aún no resuelto en estos primeros estadios del estudio feminista intensivo. Posiblemente, la igualdad de roles y capacidades entre hombre y mujer en República se deba al modelo de la mujer espartana, más que a las grandes figuras de la democracia ateniense y a la influencia de mujeres provenientes del oriente jónico.

Los regímenes como el espartano y el cretense, que inspiraron a Platón su alternativa a la manipulada democracia ateniense que sucedió a la Tiranía de los Treinta (la democracia decadente y suicida que "asesinó a Sócrates"), como han señalado Jean-Pierre Vernant y otros estudiosos de la economía y la cultura de esa época, presentaban unas condiciones de propiedad de las tierras y de estrechamiento demográfico y voluntario aislamiento, que tuvieron que ver en que las espartanas fueron dueñas de sus haciendas al morir maridos o padres; de ahí estas propietarias fueron libres y tuvieron una proyección más pública. Los atenienses, que volvían de los juegos olímpicos, se asombraban de haber presenciado una carrera de atletas espartanas, desnudas y embadurnados sus hermosos cuerpos del oloroso aceite, como sus compañeros los varones atletas. Corrían como los caballos en el sueño, dice con temblor un poeta, y no sería para menos soñarlas así.


Notas:

1 Cf. Irene Vallejo. El infinito en un junco. Penguin Random House, 2022, Barcelona p. 131. Edición de Bolsillo. (1ª ed. 2019): “Entre las enseñanzas heredadas encontramos valiosas dosis de sabiduría antigua, pero también expresiones de ideología opresiva”. No dice “fascista”, pero se entiende que ella está en el lado bueno.

 2. Op. cit. El infinito... p. 226


Fulgencio Martínez López

1-Mayo, día del Trabajo gustoso, 2023

 

ESTE ARTÍCULO SE CONTINÚA EN LA ENTRADA: "Crítica del crítico. Crítica de Platón. Fedro y La farmacia de Platón".

 https://diariopoliticoyliterario.blogspot.com/2023/05/critica-del-critico-critica-de-platon.html

 

REVISTA ÁGORA-PAPELES DE ARTE GRAMÁTICO / MAYO 2023 / ARTÍCULOS

1 comentario:

  1. La Filosofía siempre es necesaria. Esperemos que no desaparezca de la enseñanza.

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