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viernes, 12 de agosto de 2016

"El escarmiento", de Francisco de Quevedo, uno de los poemas mayores de la escritura poética. Nuestros maestros

Demos un espacio al asombro estético, ante  la silva XVIII, titulada “El escarmiento” (uno de los poemas mayores de Quevedo) donde se aprecia toda la elaboración personal del motivo ovidiano de la transformación del ruiseñor en símbolo órfico de la escritura y el canto.
 
Nos encontramos de pleno con una Ascética del canto. El poema se engrandece por el Silencio. Por ese espacio que deja abierto y que no trata de ser habitado por la armonía. La escritura es el lugar privilegiado de la ascética.

Subrayamos en tan rico poema solamente algunos lugares. En la estrofa segunda, comparece de nuevo el asunto de Itis y su sepulcro en el vientre de su padre y asesino inconsciente. Con una alusión casi literal al pasaje de Ovidio, Quevedo transforma el crimen mítico, la comida del hijo, es una lectura espiritual con doble significado: cristológico y existencial: lo humano como sepulcro y cárcel de Cristo, y el cuerpo como cárcel del alma: pero de ambos sentidos, el teológico y el órfico-pitagórico, se desprende una impresionante lectura ascética. El poema es una “advertencia”, frente al hombre “divertido” apuesta por el hombre advertido. La conciencia ascética dota de un estado autoconsciente preferible al mundanal y extrovertido; se deja entrever que es un estado preparatorio de la gracia (sentido teológico) o de la aceptación de la muerte (sentido estoico existencial). Este poema podría situarse como ejemplo de lo que Deleuze denominó el pliegue como categoría de la expresión del mundo del Barroco. Contiene, en efecto, un plexo de significados que remiten a complejos universos simbólicos, superpuestos y llevados a su extrema oposición para finalmente anularse en una visión nihilizante del mundo.
 
 
EL ESCARMIENTO

¡Oh tú, que inadvertido peregrinas
de osado monte cumbres desdeñosas,
que igualmente vecinas
tienen a las estrellas sospechosas,
o ya confuso vayas
buscando el Cielo, que robustas hayas
te esconden en las hojas,
o la alma aprisionada de congojas
alivies y consueles,
o con el vario pensamiento vueles
delante de esta peña tosca y dura,
que de naturaleza aborrecida
envidia de aquel prado la hermosura:
detén el paso y tu camino olvida,
y el duro intento, que te arrastra, deja,
mientras vivo escarmiento te aconseja!
 


En la que oscura ves, cueva espantosa,
sepulcro de los tiempos que han pasado,
mi espíritu reposa,
dentro en mi propio cuerpo sepultado,
pues mis bienes perdidos
sólo han dejado en mí fuego y gemidos,
victorias de aquel ceño
que, con la muerte, me libró del sueño
de bienes de la tierra,
y gozo blanda paz tras dura guerra,
hurtado para siempre a la grandeza,
al envidioso polvo Cortesano,
al inicuo poder de la riqueza,
al lisonjero adulador tirano.
¡Dichoso yo, que fuera de este abismo,
vivo me soy sepulcro de mí mismo!
 


Estas mojadas, nunca enjutas ropas,
estas no escarmentadas y deshechas
velas, proas y popas,
estos hierros molestos, estas flechas,
estos lazos y redes
que me visten de miedo las paredes,
lamentables despojos,
desprecio del naufragio de mis ojos,
recuerdos despreciados,
son, para más dolor bienes pasados. 


Fue tiempo que me vio, quien hoy me llora,
burlar de la verdad y de escarmiento,
y ya, quiérelo Dios, llegó la hora,
que debo mi discurso a mi tormento:
ved cómo y cuán en breve el gusto acaba,
pues suspira por mí quien me envidiaba.
 


Aun a la muerte vine por rodeos,
que se hace de rogar, o da sus veces
a mis propios deseos;
mas ya que son mis desengaños jueces,
aquí solo conmigo
la angosta senda de los sabios sigo,
donde gloriosamente
desprecio la ambición de lo presente. 


No lloro lo pasado,
ni lo que ha de venir me da cuidado,
y mi loca esperanza siempre verde,
que sobre el pensamiento voló ufana,
de puro vieja aquí su color pierde,
y blanca puede estar de puro cana. 


Aquí, del primer hombre despojado,
descanso ya de andar de mí cargado.

Estos que han de beber, fresnos hojosos,
la roja sangre de la dura guerra;
estos olmos hermosos,
a quien esposa vid abraza y cierra
de la sed de los días,
guardan con sombras las corrientes frías;
y en esta dura sierra,
los agradecimientos de la tierra,
con mi labor cansada,
me entretienen la vida fatigada.  


Orfeo del aire el Ruiseñor parece,
y ramillete músico el jilguero;
consuelo aquél en su dolor me ofrece;
éste, a mi mal, se muestra lisonjero
;
duermo, por cama, en este suelo duro,
si menos blando sueño, más seguro.
 


No solicito el mar con remo y vela,
ni temo al Turco la ambición armada;
no en larga centinela,
al sueño inobediente, con pagada
sangre y salud vendida,
soy, por un pobre sueldo, mi homicida;
ni a fortuna me entrego,
con la codicia y la esperanza ciego,
por acabar diligente,
los peligros precisos del Oriente;
no de mi gula amenazada vive
la Fénix en Arabia temerosa,
ni a ultraje de mis leños apercibe
el mar su inobediencia peligrosa:
vivo como hombre, que viviendo muero
por desembarazar el día postrero.
 


Llenos de paz serena mis sentidos,
y la Corte del alma sosegada,
sujetos y vencidos
apetitos de la ley desordenada,
por límite a mis penas
aguardo que desate de mis venas
la muerte, prevenida
la alma que anudada está en la vida
,
disimulando horrores
a esta prisión de miedos y dolores,
a este polvo soberbio y presumido,
ambiciosa ceniza, sepultura
portátil que conmigo la he traído,
sin dejarme contra hora segura. 


Nací muriendo, y he vivido ciego,
y nunca al cabo de mi muerte llego.
 


Tú, pues, oh caminante que me escuchas,
si pretendes salir con la victoria
del monstruo con quien luchas,
harás que se adelante tu memoria
a recibir la muerte,
que oscura y muda viene a deshacerte. 


No hagas de otro caso,
pues se huye la vida paso a paso;
y en mentidos placeres
muriendo naces, y viviendo mueres.
 

Cánsate ya, oh mortal, de fatigarte
en adquirir riquezas y tesoro,
que últimamente el tiempo ha de heredarte,
y al fin te dejarán la plata y oro:
vive para ti solo, si pudieres,
pues sólo para ti, si mueres, mueres
.

2 comentarios:

  1. ¡Excelente comentario del poema de Quevedo! Y especialmente la calificación de 'nihilista' del texto. Personalmente, no me "convence" tanto como otros de Quevedo; quiero decir, que me llega con poca intensidad. Pero, en fin, ya se sabe que, sobre todo en el caso de la poesía, la emoción depende mucho del momento y del estado en que leemos el poema. Un abrazo.

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  2. Gracias por tu comentario, Aurora. Un saludo cordial, poeta.

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