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sábado, 14 de junio de 2014

Ángel Gónzalez, el tratamiento de la realidad del tiempo histórico. Estudios de poesía española. Por Fulgencio Martínez /Ensayo literario/ revista Ágora digital




ÁNGEL GONZÁLEZ, EL TRATAMIENTO POÉTICO DE LA REALIDAD DEL TIEMPO HISTÓRICO



Vamos a tratar el tema de la realidad del tiempo histórico en la poesía de Ángel González, remitiéndonos a poemas de los libros Grado elemental (1962) y Tratado de urbanismo (1967).[1] Antes de abordar el comentario hemos de aclarar a qué tiempo histórico se refiere Ángel González y cuál es su propósito estético.

1. Evidentemente la realidad histórica de los poemas no se refiere solo a la década de los sesenta en que fueron publicados. En palabras del propio autor,[2] “la situación histórica en que mis poemas fueron escritos (…) empieza a ser justamente valorada. La recuerdo porque fue importante”. Las tensiones de los años de la segunda república, la revolución de octubre del 34 en Asturias, la guerra civil “fueron los acontecimientos más sobresalientes que jalonaron mi infancia. La posguerra fue el escenario de mi adolescencia y juventud. Vivir todos esos acontecimientos en el seno de una familia politizada, y del lado de los que perdieron todas las batallas, determina ciertas actitudes ante la vida (y, por tanto, ante el arte).”

 Afirma Ángel González, a continuación, que dadas esas circunstancias históricas y familiares, nunca hubiese podido recluirse en una torre de marfil. Las lecturas que frecuentó en su juventud (la poesía intimista de Juan Ramón Jiménez, Machado, el esteticismo de los primeros libros de la generación del 27) le hicieron creer que literatura y vida eran compartimentos estanco. Solo después se dará cuenta de que la poesía puede hablar de la vida y que “la palabra poética no tenía por qué referirse solo a  la irrealidad”. Ese momento se sitúa a finales de los 40 y principios de los 50, y coincide con el momento en que Ángel González piensa publicar sus primeros poemas. Gabriel Celaya, Blas de Otero, Eugenio de Nora, José Hierro, o sea, los llamados poetas sociales, junto con César Vallejo y Pablo Neruda, serán sus referencias desde entonces, sin abandonar el gusto por la palabra bien hecha, la belleza literaria y la precisión, que aprendió de sus lecturas adolescentes de los poetas de las generaciones anteriores a la guerra.

Dos serán las constantes, según reconoce Ángel González, de su poesía: la inclinación de aproximarse a la realidad y el gusto por la obra bien hecha.

Ángel González no tendrá el optimismo de Celaya, quien entiende la poesía como herramienta para cambiar el mundo; pensará que, a lo sumo, la poesía puede “clarificar el caos, desvelar o denunciar las imperfecciones de la Historia, de testimoniar el horror en que me sentía inmerso". La poesía como testimonio nace unida, pues, al afán de clarificación personal, incluso biográfica: es un medio de defender la lucidez y cierta coherencia personal. De ahí que “cuando mis poemas se refieren a la Historia, en el fondo también se refieren a mí mismo”.

La poesía tiene una “función clarificadora” a la vez dirigida a la historia y al individuo. En algunos de los poemas de su primer libro Áspero mundo hay huella de la poesía social, en cuanto habla ahí un yo poético que se siente unido a los otros, desde el primer poema: “Para que yo me llame Ángel González”. También hay, a semejanza de la poesía social, un empeño por reflejar en los poemas el “aquí” y “ahora”, es decir, el dato del contexto social de la escritura, no solo en sentido testimonial (dar constancia del momento y el lugar social en que se inscribe), sino algo también importante, que ese dato cuenta en la conciencia de la escritura, como hace Blas de Otero; de modo que el dato debería incidir en lo que se escribe, o sea, no ser neutral, ni meramente historiadora la escritura, sino comprometida. La diferencia respecto a estos presupuestos estéticos de la poesía social la encuentra Ángel González en el tono de pesimismo con que él escribe. Un pesimismo teñido de desperanza y decepción, que contrasta con el optimismo de la poesía social respecto a la función de la poesía y de la transformación social.

La decepción de su poesía no es tanto, piensa Ángel González, fruto de unas decepciones personales, sino de una “decepción colectiva”. A partir de ahí su poesía asume la condición de testimonial pero a la vez indagadora de ese clima, se vuelve historia en sentido de investigación, no solo de reflejo y testimonio de los hechos evidentes.

La guerra civil y sus heridas será reconocible como una de las causas ocultas de decepción histórica, en algunos poemas, dice Ángel González, de su siguiente libro Sin esperanza, con convencimiento, de 1961, que ya nos pone en puertas de los poemas que vamos a estudiar, pertenecientes a los libros inmediatos.

Un aspecto a tener en cuenta, antes de hablar del testimonio histórico, es el de la necesidad de burlar la censura de la época, para poder aludir a temas de la historia española y del presente en que se escriben los textos de Ángel González. “Símbolos, alegorías y otros procedimientos alusivos”, reconoce el poeta, que usados como procedimientos antirrealistas, pero obligados por la censura. Sin embargo, pueden enriquecer literariamente el testimonio. Pero será quizá la ironía, más empleada por González, después, el recurso elusivo más importante. La parodia de un discurso didáctico puede leer al trasluz en clave de crítica histórica y burlar la censura. También el tono seriamente objetivo, junto con el uso de esos discursos didácticos, confluyen en la forma irónica de la poesía de Ángel González.

Pero, además, la ironía “facilita un tono de distanciamiento que aligera la peligrosa carga sentimental de ciertas actitudes”. Evitar el sentimentalismo y la ceguera pasional –pues se trata de cumplir la función de clarificación que tiene la poesía-, a la vez que controlar el tono, rechazando el tremendismo y el narcisismo romántico, y sobre todo, sentar un principio de relativismo, de huída de las verdades absolutas y dogmáticas, serán los frutos de la estética ironista de Ángel González.

La Historia es uno de los grandes temas de Ángel González, junto con el amor, el sentido de la vida, la esperanza y la desesperanza, el paso del tiempo. “En Grado elemental aplico las fórmulas irónicas al entorno político y social con predominio de las intenciones críticas sobre las testimoniales, y con cierta ambición didáctica y –en lo que a tono y lenguaje se refiere – paródica, como el título indica. (…) Y en Trato de urbanismo se funden otra vez la Historia y mi historia, los recuerdos y vivencias personales y la contemplación crítica del panorama social en el que se produjeron. (…) El título del libro responde a ciertas intenciones (…) hacer poesía a partir de la experiencia de lo cotidiano, que en mi caso estaba configurada por la vida en la ciudad.” 

Tratado de urbanismo, escrito en la segunda mitad de los 60, supone el fin de una etapa de la poesía como crítica y testimonio; la decepción aumenta a finales de esa década al comprobar el inmovilismo de la realidad y la inutilidad de las palabras para producir actos.  Pero ya en ese libro se encuentra la desconfianza ante el intento de “incidir verbalmente en la realidad”. La poesía posterior de Ángel González se orientará hacia dar entrada a la imaginación y a la reflexión metaliteraria.

En conclusión, esta introducción nos ha servido para definir la poesía testimonial de la etapa de la poesía de Á. González a la que pertenece el marco de los poemas que analizaremos. También vemos que la realidad histórica aquí reflejada se ciñe a los años de la posguerra, pero que esta es un continuum de la historia española que remontándose a la guerra civil, a las causas anteriores a ella y a sus consecuencias, va desde los años 40 hasta casi finales de la década de los sesenta, justo cuando aparece la última promoción de la dictadura, los “novísimos”, que anuncian una ruptura formal renunciando a cualquier compromiso de la escritura con la situación histórica. La poesía que escribe la generación literaria en la que nace Ángel González se encuentra entre dos “escollos” o condiciones de posibilidad: una histórica, la dictadura (con su censura, estrechez cultural, ausencia de libertades, etc) y por otro, el límite que puso la estética social (que se cifra, sobre todo, en el compromiso desde el poema mismo con el dato histórico y social, o como dice muy lúcidamente, Ángel González, que “el dato social debe incidir en la poesía”, o sea, en el acto mismo de escribir). Caído ese último escollo (no el primero), los “novísimos” saltarán a otro territorio, donde será el propio texto, la cultura o la literatura el referente, ya no el contexto social.
 


       2. Abordamos, ahora, el comentario de algunos poemas.
Bajo una presentación objetiva, como si fuera una nota de un autor de guía turística, “Camposanto en Collioure” (Grado elemental) nos presenta una visita al pueblo francés donde está enterrado Antonio Machado. Esta visita a la tumba de Machado tuvo lugar con ocasión de un homenaje a Machado, reivindicado por entonces como símbolo del compromiso social a la vez que de la reconciliación entre los españoles. A dicha celebración acudiría únicamente Blas de Otero como representante de la poesía social, la mayoría de los poetas eran de la generación siguiente, Gil de Biedma, José Ángel Valente, José Agustín Goytisolo, Barral, Costafreda, Caballero Bonald y, entre ellos, Ángel González. Corría el año 1959. La fotografía que inmortalizó el encuentro quiso reflejar a los poetas “de la resistencia interior”, [3] que escribían desde dentro de la dictadura franquista pero en oposición crítica a ella. El poema critica irónicamente, bajo el tono objetivo, la realidad española: “Esa curiosa España de las ganaderías /de reses bravas y de juegas sórdidas” (v. 8). “Una patria sombría e inclemente” (v. 20). Todo parece ser en el poema utilizado como una crítica del slogan de los 25 años de paz con Franco, que a la sazón se difundía oficialmente.

El poema refleja el testimonio de la historia triste de un país, ejemplicada en la tumba de Machado en el exilio, y el punto de vista amargo y dolorido del yo poético respecto al presente de su país, presentado alusivamente mediante los carteles de toros y flamenco en el sur de Francia (“en donde Cataluña no muere todavía / y prolonga de carteles de “Toros à Ceret”/ y de “Flamenco´Show”; v.5-7, que llevan a evocar la realidad sórdida de España, y la alusión a los trenes de la emigración a Europa, que ya a finales de los 50 y principios de los 60 será el único medio de eludir la miseria económica para muchos españoles. (“pasan trenes nocturnos, subrepticios/ rebosantes de humana mercancía” (vs. 24-25). Esa España oficial somete a la sociedad al silencio político, a la pobreza mental  y estimula la fiesta y la juega, el aquí paz y después gloria. Ese falseamiento de la realidad, de la España real, era potenciado por los medios culturales o literarios, que o bien eran del “régimen”, o bien se evadían por obediencia, o tenían que amoldarse a los testimonios de la realidad manipulados por la propaganda ideológica del poder. El poema adopta la distancia que le otorga el  parecer que está escrito en Francia, distancia también ideológica, para encontrar un resquicio y presentar un testimonio diferente.

El siguiente poema que comentamos, “Nota necrológica”, también del libro Grado elemental, presenta un componente fuertemente crítico bajo la apariencia de nota fúnebre de un funcionario típico del “régimen”. Tiene quizá como alusión literaria el funcionario “comme il faut”, de la novela Ivan Ilich de L. Tolstói. Es la biografía de un “teórico ser civil y humano”, dice con extrema acidez paródica un verso del poema, que cierra el recuerdo del finado. Como Machado en el verso: “Esa España inferior que ora y bosteza”, que critica dos de los componentes de la España del retraso histórico en el mismo sintagma “ora y bosteza”, el beato-religioso y apático, González señala con los adjetivos “civil y humano” dirigidos al mismo ser de “existencia inexistente”, la crítica a la alienación tanto de la sociedad (y del régimen político) como del hombre. El poema, por tanto, no presenta solo una crítica o parodia del funcionario del régimen. Hay un procedimiento de distanciamiento, primero el poema es una nota necrológica, luego una parodia de la burocratización de la vida del funcionario, y finalmente, es una fotografía de la España sometida a la ideología dominante (La actitud de no querer saber nada más, y de evasión, es compartida por otras profesiones y por muchos españoles, por razones de educación en el franquismo y de autocensura y supervivencia.)

En “Ciudad cero”, de Tratado de urbanismo, se percibe el desconsuelo y la tristeza de una generación, la de los niños de la guerra, que en esos años 60 hace repaso de su vida y toma conciencia del fracaso de una historia colectiva. Como señala el propio poeta, en la Introducción a  sus Poemas, por entonces se había apoderado de él el sentimiento de fracaso de la esperanza de poder cambiar las cosas con la palabra. Lógicamente –no solo por razones biográficas, que también- el hombre maduro se vuelve hacia el recuerdo de su niñez –en el cual se mezcla la historia personal con la historia de España, con el matiz de la inocencia y el tono de juego del recuerdo vivido infantil respecto al texto de la realidad histórica que conocemos, y los hechos dramáticos de la guerra; también es lógico que el sentimiento de fracaso provoque un arranque de llanto, reprimido pudorosamente por el yo poético. En este poema el tono sincero e intimista contrasta con el mayor distanciamiento de otros poemas de González, pero el testimonio histórico de la tristeza de una generación de hombres está presente con nitidez. Es otra forma de presentar la historia: a través de la vivencia psicológica, historia del “alma” de una generación. El término “alma” tiene en el poema un brillo especial. Las reacciones de los adultos ante una explosión, presenciadas por el niño, no serán recordadas (quedan en un lugar remoto de la memoria, vivas), esos terrores adultos, dice el yo poético, “entraban en mi alma, para desvanecerse luego, pronto,/ ante uno de los muchos /prodigios cotidianos: el hallazgo /de una bala aun caliente,/ el incendio/ de un edificio próximo (…)”.

Toda esa carga de espanto volvería luego: “resurgió en mi interior, ya para siempre:”.

Un poeta compañero de la misma generación de González, como José Agustín Goytisolo refleja en algunos de sus poemas los mismos traumas infantiles, que vuelven como regresiones neuróticas o son causas de un dolor profundo en la madurez. Goytisolo ante el bombardeo de Barcelona durante la guerra, en el cual murió su madre.

    Vivir con un dolor en el alma tan pesado, con esos recuerdos, debió ser una experiencia personal -así en los poetas González y Goytisolo- pero también colectiva. De modo que el poema refleja bien un documento interior de las mujeres y hombres españoles que alcanzaron su madurez a finales de los 50 o en los 60: los niños o adolescentes de la guerra.

     El poema “Primera evocación” es uno de los mejores poemas de González y uno de los mejores, en nuestra opinión, de la poesía española del siglo XX. Es un poema de evocación de la madre, pero sobre ese recordatorio intimista, hay (como en el poema anteriormente comentado) una vuelta del dolor infantil, que explica la tristeza y el desconsuelo del hombre maduro, su vaciamiento interior, su condición de hombre desarraigado (sin ancla metafísica ni temporal, como el desarraigo de la generación de los 40), pero aun más, deshabitado, vacío por dentro (como el niño que fue y que aun no tuvo tiempo de formarse un árbol).

    Ese sentirse deshabitado por dentro y como sin cerne interiormente mueve constantemente, tras la evocación, a la inestabilidad psíquica, emocional, y  a las lágrimas, reprimidas por una emoción estética oscura.

     En este poema la vuelta de lo reprimido emocionalmente, al tomar como pretexto la madre (ya no escenas de la calle y de vecinos de la infancia), o sea de un símbolo fundamental de la psique individual, tiene como una doble vuelta. Se puede decir que en el poema hay una segunda vuelta de tuerca de la regresión que produce una profunda inseguridad psicológica en el yo poético. La madre no es, aquí, símbolo de seguridad, sino como otra víctima de la guerra, en la cual se han fijado heridas que regresan luego y le provocan neurosis de miedo ante el  viento, por ejemplo, que puede presagiar la tempestad, el trueno, y por este desencadenarse la inundación, la catástrofe; de la misma forma que le alarman las noticias, cualquier desavenencia puede ser el origen de un conflicto bélico: la madre presagia la guerra como tras la primavera viene el verano, como algo que sucede en el orden natural después de otros signos naturales.

    Esa neurosis de la madre está transmitida al hijo. De ahí la otra vuelta de tuerca, que decíamos.

   En la segunda parte del poema -“Por eso (…)"-, que habla del yo poético desde el presente, el yo asume toda esa carga transmitida de dolor y neurosis.

El poema es un magnífico y conmovedor testimonio del interior del hombre español de la generación española de los años 50. Es, en conclusión, un documento sociológico y psicológico de la historia de este país, ya no sólo de los sujetos que vivieron experiencias análogos al yo poético, sino de las generaciones posteriores que pueden entenderse mejor en conocimiento de sus antecedentes.


                                                                             Fulgencio Martínez





[1] Todas las referencias a los poemas se refieren a la edición Poemas, Ángel González (edición del autor), 14ªedición 2008, Madrid, Cátedra, Col. Letras Universales. También las referencias a las propias palabras del autor se hallan en la “Introducción” de dicho libro.
[2] Cf. p. 16. op. cit.
[3] Cf. Artículo de Araceli Iravedra. Cuando de aquello también hacía veinte años.  Revista Ínsula, núm. 745. Enero/febrero 2009. http://www.revistasculturales.com/articulos/37/insula/1002/1/cuando-de-aquello-tambien-hacia-veinte-a-os.html

REVISTA ÁGORA DIGITAL JUNIO 2014

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