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sábado, 31 de mayo de 2014

"Lenz", entre el grito y la acusación. Un relato genial del autor alemán Georg Büchner. Crítica de Anna Rossell /Bibliotheca Grammatica/ Revista Ágora digital







LENZ, ENTRE EL GRITO Y LA ACUSACIÓN


Georg Büchner 
Lenz, 
Género: Relato 
Trad. del alemán de Mª Teresa Ruiz Camacho
Nórdica Libros, Madrid, 2010, 83 pp.

                                                                                                              

                                                                          por Anna Rossell


Un pequeño gran tesoro este relato del genial autor alemán Georg Büchner (Goddelau-Hessen, 1813-Zurich, 1837), del que nada tiene desperdicio. Él, cuya trayectoria vital se truncó a la temprana edad de veinticuatro años, nos ha dejado, a pesar de su juventud, un impagable legado literario: Lenz (relato, 1835), La muerte de Danton (teatro,1835), Leonce y Lena (comedia, 1836), Woyzeck (fragmento teatral, 1837), todo ello traducido al español. Pietro Aretino (obra de teatro sobre el autor italiano del mismo nombre) se perdió. Con excepción de Leonce y Lena, una punzante sátira política disimulada bajo el registro de comedia de entretenimiento, sus obras son un compendio de sabiduría, una reflexión filosófica de amplio espectro, muy avanzada a su época. Büchner, médico de formación, se nos presenta a través de sus obras como un personaje muy comprometido con su tiempo, un verdadero vanguardista que trabajaba en sus textos las preguntas cruciales que se hacía a sí mismo y que no acabó de resolver definitivamente antes de morir, pues en pocos años dejó constancia alterna de activismo político revolucionario y de fatalismo histórico. Quien escribiera, en coautoría con Friedrich Ludwig Weidig, el panfleto El mensajero de Hesse (1834), un llamamiento a los campesinos al alzamiento revolucionario, por el que Büchner tuvo que exiliarse a Estrasburgo, suscribió también, muy poco después, la llamada Carta fatalista, dirigida a su prometida Wilhelmine Jaeglé, una página programática en la que el autor expone su idea del ser humano como juguete en manos de la historia, sin posibilidad de incidir en ella, una idea que plasmó en La muerte de Danton y que, si bien retomó después en Woyzeck como propuesta de reflexión, lo hizo paralelamente a otras de signo social, por lo que el fragmento teatral fue muy bien recibido por la crítica marxista del siglo XX. 

Georg Büchner, autor de Lenz

Lenz –publicada póstumamente en 1839 sin que el autor hubiera decidido el título- alude al autor prerromántico alemán Jakob Michael Reinhold Lenz (1751-1792), a partir de cuya biografía Büchner  construyó su relato, basándose en las cartas del propio Lenz, que sufría esquizofrenia paranoide, y en las observaciones del pastor protestante Oberlin, que le acogió en su casa; ello motivó que se acusara a Büchner de plagio. El relato, escrito como si de un informe se tratara, se ha considerado la primera descripción científica de la esquizofrenia, pues el texto retrata la evolución de la patología paranoica en el personaje, las crisis del enfermo y el deterioro de su estado de ánimo. Si bien está escrito en tercera persona, Büchner consigue una asombrosa empatía con el personaje, que se transmite al lector a través del ritmo entrecortado de su prosa, lacónica y enumerativa, que contagia la ansiedad, la desorientación y el delirio de Lenz en su huída de la casa paterna –lo sabremos después- y de sí mismo. Conocemos a Lenz, dado a la fuga de no sabemos qué, corriendo por  una naturaleza amenazadora, un paisaje inquietante que no le da cobijo: “Había oscurecido, cielo y tierra se fundían en uno. Era como si algo le persiguiera, como si algo horrible quisiera alcanzarle, algo que el hombre no puede soportar, como si la locura a caballo le diera caza”.


El texto, precursor del expresionismo y del nihilismo, invita, como Woyzeck, a distintas lecturas de signo opuesto. En Lenz encontramos ya apuntados los elementos que pocos años más tarde desarrollaría en la pieza dramática: al igual que Lenz, Woyzeck corre por un paisaje desafiante oyendo voces; al igual que en Woyzeck, Büchner plantea por boca de su personaje su programa filosófico antiidealista como eje de su texto; como Woyzeck, que desde su humilde condición intuye en el ser humano una doble naturaleza que opone al discurso de la doble razón kantiana, en su momento más lúcido Lenz polemiza con su amigo Kaufmann y rompe una lanza por lo elemental y la naturaleza más pura y sencilla desafiando al etéreo idealismo que “es el más ignominioso desprecio por la naturaleza humana”. En su rechazo del idealismo, Büchner se adelanta al realismo literario y a su crítica: “Los poetas de quienes se dice que reproducen la realidad, ni siquiera la conocen, sin embargo siguen siendo más soportables que aquellos que quieren idealizar la realidad”. Lenz, cuyo final es tan amargo como el de Woyzeck, donde el autor niega claramente la trascendencia, apunta sin duda al nihilismo, pero el grito desgarrado de ambos textos encierra la acusación del Leviatán de Hobbes, y una recóndita esperanza de que el hombre deje de ser un lobo para el hombre. 

Esta cuidada edición de la editorial Nórdica, con ilustraciones a color del genial artista plástico austriaco Alfred Hrdlicka y extractos de la autobiografía de Goethe, Literatura y verdad, sobre Jakob Michael Reinhold Lenz, es especialmente recomendable.

                                                       
                                                                                                                                   © Anna Rossell


                            REVISTA ÁGORA DIGITAL MAYO 2014

viernes, 30 de mayo de 2014

Lo que los poetas deben a Dante, Petrarca y Santo Tomás. (Cómo se fundó la poesía moderna). Ensayo de Fulgencio Martínez. Desde que somos una conversación/ Ágora




LO QUE LOS POETAS DEBEN A DANTE, PETRARCA Y SANTO TOMÁS

 (Cómo se fundó la poesía moderna)

Solo abriendo el cristianismo esa abundancia de la alegoría, pudo columbrarse en la época moderna el significado propio de la literatura, de los textos literarios modernos. Dante robó el fuego de la alegoría espiritual a Santo Tomás, a favor de la poesía, y Petrarca bautizó en el espíritu del fuego poético a la misma teología e incluso a todo lo que en el futuro quiera significar y ser leído más allá de la letra.



                              Por Fulgencio Martínez


I. DOCTRINA HERMENÉUTICA TOMISTA. Los cuatro sentidos de la lectura del texto: literal, alegórico; moral, anagógico.




En Quaestiones quodlibetales una de las cuestiones que se plantea Santo Tomás de Aquino es cómo se deben interpretar los textos sagrados. Síntesis madura de una tradición de exégesis bíblica, que viene de Orígenes, San Clemente de Alejandría y, sobre todo, de San Agustín, llegando a Hugo de San Víctor y la Escuela de Chartres en el siglo XII, Santo Tomás desarrolla la doctrina de los cuatro sentidos de la lectura e interpretación cristianas del Nuevo y el Viejo Testamento. Propone, en síntesis:

1) Un primer sentido (básico, y supuesto irrenunciable de los otros tres): el sentido o significado literal o histórico. El que se refiere a la verdad filológica, racional e histórica –verificable- de las letras (“litterae”) sagradas. Este sentido literal-histórico debe ser el anclaje de los demás. Supone que las palabras de la fe, bíblicas, no son un “simple” relato mítico, sino que refieren a una lengua y a unos personajes y hechos “históricos”.

2) Sentido espiritual o alegórico: Por otro lado, al envés o trasluz de la “letra”, puede leerse otro sentido espiritual o alegórico, en general. Una cosa remite a otra: como dice el significado básico de “alegoría” que ya quedó establecido por los autores paganos. Así Plutarco, que asimiló el término “alegoría” que aún en su tiempo convivía con el de “hyponoia”: sentido oculto.

Ahora, lo alegórico, para Santo Tomás, no se trata tanto de un sentido “secreto” o desconocido –pues se dispone de una clave y de un código finalista para interpretarlo.

El sentido espiritual o alegórico se basa, más bien, en una actitud o “ethos” cristiano, simbólico: en un signo de la caridad y la fe, que remite a la doble personalidad de Cristo como hombre y como Dios; aparente dualidad que se resuelve en una misma Persona divina. Esa doble clave cristológica es la que se usa para distinguir entre sentido de la “letra” y sentido espiritual o alegórico en la lectura de un texto sagrado. Santo Tomás insiste en hacer ver que este segundo sentido “se funda en el literal y lo supone”. No hay una escisión insalvable del sím-bolo.

Por otra parte, el sentido segundo, el  simbólico espiritual o alegórico, lo divide Santo Tomás en tres. Dicha división es, para el teólogo cristiano, un enriquecimiento o aumento del sentido alegórico. Este encierra un sentido tipológico o analógico (a veces, por extensión, se le llama sentido alegórico), que es propio del “tipo” o “figura”, y está basado en la referencia que el Viejo Testamento judaico (“la vieja Ley”) contiene alegóricamente al Nuevo: a la Nueva Ley, al Evangelio, al mensaje y a la doctrina ejemplares de Cristo.

3) Sentido moral o tropológico. Pero el sentido alegórico contiene, además, un sentido moral o tropológico, pues en lo narrado por la letra y la historia sagrada se puede leer una norma moral (un exiemplo, que diría el conde Lucanor), inspiración de la moral católica basada en las enseñanzas de Cristo. (Solo poseyendo, pues, esa clave o código se puede “trasladar” de la letra un sentido moral para la vida cristiana, que tiene su centro en la caridad).

Si el sentido alegórico-analógico es la respuesta a la pregunta ¿qué has de creer? (quid credas?), este tercer sentido, tropológico-moral las escuelas medievales de Teología y  de Artes lo relacionaban con la pregunta ¿qué debes hacer?, ¿cómo debes actuar? (quid agas?). (Era este sentido moral de la alegoría el equivalente –mutatis mutandis- a la Crítica de la Razón Práctica, de Kant, quien en el siglo XVIII se planteó cuestiones semejantes a las del Aquinate; la diferencia es que, para Kant, ya no hay un texto ni una alegoría cuyo código esté previamente fijado por la autoridad del texto; sino que la pregunta kantiana de cómo debo actuar –éticamente- estará en la dirección de buscar principios racionales, finalmente hallados en la ley moral o imperativo categórico de la razón práctica).

4) Sentido anagógico. Seguimos comentando la doctrina hermenéutica tomista. Dentro del sentido alegórico nos encontramos con un cuarto sentido, el anagógico. Este puede ser también llamado sentido místico, universal o global, tal como algunos exégetas lo entienden. Se refiere, en el texto, al significado traslaticio de un pasaje que se hace corresponder con un símbolo de “las cosas de la gloria eterna”.

En la obra Civitas Dei, de San Agustín, este significado anagógico (alegoría mística) sabríamos que se refiere a la Jerusalem triunfante, celeste, al final de la Historia en la cual luchan la voluntad humana (el poder del Hombre) y la Voluntad o Espíritu de la Providencia divina. Pero, en Santo Tomás, el sentido anagógico se refiere a las cosas de la contemplación  de Dios o “beatitudo”, como anticipaciones, o indicios de ese bien inefable y ultraterreno, que se pueden leer impresos en la letra, en la historia y naturaleza del mundo.

Tal sentido anagógico responde a la seña de “¿adónde te diriges?”



II. ALEGORÍA IN FACTIS. ALEGORÍA IN VERBIS

Hay que aclarar varios puntos interesantes para entender la exégesis bíblica medieval que practica Santo Tomás de Aquino,  pero también en relación con la poesía y la hermenéutica del texto literario.

Santo Tomás distingue, como base de la doctrina de los cuatro sentidos, entre dos maneras de “alegorizar”: “alegoría in factis” y “alegoría in verbis”. Esta última es, para Santo Tomás, la propia de la poesía. La alegoría in verbis (en la palabra, no en los hechos; en los signos no en las cosas reales) consiste en aquel sentido (alegórico) imaginativo, simbolizante, que se circunscribe a los términos verbales empleados en el texto. Parafraseando: diríamos que una palabra nos remite a otras palabras o términos, por asociación, evocación o sugerencia poética al modo simbolista-mallarmeano. La cuestión de si la poesía toca o no la realidad, los hechos reales, en su “semiosis”  o deriva alegórica (en cualquiera de sus modos de significar), eso puede o no importar; según qué poéticas. Puede el texto en su alegoría aumentar el campo significativo de lo real. O puede ser la poesía solo un barco de palabras y un viaje meramente por las palabras.

Santo Tomás no niega que la letra histórica de la poesía o del mito pueda referirse a un hecho o realidad. Está lejos el Aquinate de sostener el valor en sí del poema como universo autosuficiente y autorreferente en su significado y cualidad estética;  el poema desprendido, incluso, de su referencia “literal” a lo real, desestimada en cuanto mera anécdota, aun no esencia de lo poético, por los simbolistas.

Lo que niega Santo Tomás es que la poesía pueda en su interpretación alegórica tener acceso a la realidad de cualquier tipo que sea esta, histórica, física o espiritual. El mito y la poesía dan noticia histórica ( y a veces fabulosa) pero fuera de ese sentido literal, cuando se propone tener otro más profundo y simbólico, solo son palabras que remiten a palabras: un juego de lenguaje, diría Wittgenstein.

Pero, en la interpretación de los textos y la literatura de la Biblia, Santo Tomás se cuida bien de dotar a la alegoría de un sentido de referencia a los hechos. Para él, el sentido espiritual (alegórico) en que hay que leer las Escrituras sagradas tiene valor de “alegoría in factis”, alegoría en hechos; es decir, el sentido espiritual se refiere a cosas y se ancla en hechos de tipo, eso sí, simbólico –tanto en los aspectos de analogía, de moral y de salvación, o sea, en los tres sentidos incluidos en el sentido espiritual-alegórico. En el alegórico analógico o tipológico, se reescribe o reformula la historia bíblica del pueblo hebreo bajo una causalidad finalista o código nuevo (se lee el sentido de “cifra” o “anticipo” en la historia del Viejo Testamento, y mediante un paso atrás en la interpretación alegórica de la lectura del nuevo texto testamentario se confirma este por el otro que lo prepara, haciendo lo que podríamos llamar el doble circuito hermenéutico en la lectura). Hay que entender que el cristianismo “descubre” lo histórico como camino a Cristo, bajo el axis de la Venida del Cristo salvador, lo histórico es el espacio que se abre entre la primera y la última, al fin de los Tiempos. Bajo la “corteza” de la Biblia no hay solo “significados”, asociaciones de términos; hay una “historia”; la de la salvación, que tiene mejor expresión por la alegoría. La historia, lo que incube al sentido literal o histórico, nunca es desechado por el intérprete cristiano que es Santo Tomás. Ese sentido literal “lo supone”, como hemos dicho ya, el sentido alegórico en cualquiera de sus tres modos. De forma que la alegoría, el significado profundo y espiritual de un texto, se refiere a hechos literales, verdades históricas, en primer lugar; y en segundo lugar, a verdades y hechos también pero de un tipo más profundo y trascendente para los hombres; no son estos hechos los aparentes de la Historia (si bien siempre se reivindica la condición real de los hechos de la Historia, ya que no son aleatorios, sino marcas o signos cuando se interpretan desde su auténtico sentido, el espiritual-alegórico). En suma, San Tomás enlaza con una misma cadena la letra, lo histórico con lo alegórico-espiritual, con un segundo sentido del texto que descubre por debajo de los hechos históricos otros más significativos (el texto sagrado es alegoría in factis, se mire por donde se mire).



Otras hermenéuticas, como la judaica o la coránica, casi tienden a absorber, anular, o, en términos hegelianos, a hacer la “aufheben” o superación del sentido literal  e histórico por el alegórico. Pero, para Santo Tomás, tanto este como el literal se refieren a hechos, realidades históricas, psicológicas, humanas: realidades simbólicas o espirituales.

Digamos dos cosas, brevemente. Por un lado, respecto a la “hermeneusis” bíblica cristiana: con la doctrina de los cuatro sentidos, pero, sobre todo, con el carácter que da Santo Tomás a la alegoría espiritual, en suma, a la cifra y lectura alegórica como dotada de un referente en hechos, no inmanente a los “verba” o palabras, el cristianismo amplia el campo de la interpretación del texto. Evidentemente, enriquece el campo de la interpretación y la significación a la vez que, con la doctrina de los cuatro sentidos o lecturas (literal, alegórico analógica, alegórico-moral, alegórico-anagógica) acota y pone un  “límite a la interpretación”. Tema este importante hoy, y que sigue preocupando a los teóricos de la interpretación, como Umberto Eco. La plurisignificación o deriva interpretativa infinita destruye el mismo concepto de obra, de significado y de interpretación. La Deconstrucción, de Jacques Derrida, en manos sobre todo de los deconstructivistas norteamericanos ha enseñado la puesta en abismo del texto.

El cristianismo cuida bien de que el sentido básico literal permanezca como ancla. Claro que los otros sentidos espirituales dependen de ser reconocidos mediante un código o llave previamente poseída por el intérprete. Pero, como Hugo de San Víctor, Orígenes y el agustinismo medieval recuerdan, el sentido literal basta a los “sencillos” y simples cristianos. El sentido espiritual comienza a partir de enfrentarse el intérprete a pasajes oscuros –oscuros no en sentido literal o histórico, sino en el moral y teológico, es decir, cuando no se ve una armonía del sentido literal con la “caridad”; de ahí que haya que desvela el segundo sentido: el espiritual. Sin embargo, esos desfases o desacordes solo se presentan a las mentes no sencillas. Es tema para intelectuales o gente culta, y para aquellos espiritualmente más avanzados en la perfección cristiana, a quienes importa descubrir la referencia en el texto sagrado a otros “hechos”, espirituales; a otra realidad distinta a la positiva e histórica, o al significado común, convencional, de los términos. Esa realidad espiritual y realísima es “la historia de la salvación”, leída en clave de analogía hacia atrás-adelante con el Viejo Testamento; en clave, también, de código moral (historia de los méritos y pecados individuales, “la historia del almasensu cristiano), y en clave de recompensa mística, de bienaventuranza o del triunfo de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo.

La historia profana importa, sí; pero está trascendida por esos tres sentidos de la alegoría: que no es otra cosa que la lengua de esas tres historias, o realidades. La hermenéutica tomista da reglas de interpretación y limita la lectura del “texto” de la Historia a los cuatro sentidos en que lee la Biblia. No solo vierte ese texto sagrado sobre la Historia: hace que las mismas claves que constituyen la lectura del texto bíblico sirvan para hacer del acontecer humano un texto. Pero el “hacer de la Historia un texto” solo es posible porque se tiene una lectura, un significado para un continuum de sucesos. Y esta es una de las principales enseñanzas del tomismo, válida no solo para el texto de la Historia sino para cualquier texto. Un texto comienza a serlo cuando hay una lectura, una interpretación. No existen libros ni textos, sino interpretaciones de textos, dirán los críticos modernos más radicales.



III. LA ALEGORÍA PUEDE DESCUBRIR SENTIDOS PROFUNDOS Y REALES DEL TEXTO SAGRADO PERO NO ASÍ DEL TEXTO LITERARIO. (Santo Tomás)



Por otro lado, mirando a otros aspectos interesantes que sugiere la hermenéutica tomista, se aprecia un tratamiento de la “alegoría” distinto al uso del mismo concepto en los intérpretes greco-romanos, quienes en general la usaron como un subterfugio o instrumento para defender la “autoridad” pedagógica de Homero (“el educador de los griegos”, como le llamó Nietzsche). La poesía homérica, frente al ataque de los primeros filósofos (Jenófanes, Heráclito, Pitágoras) y luego de Platón y de los epicúreos, se defiende con la “alegoría”. Homero, en realidad, bajo sus dioses, nombra a los elementos naturales o da un mensaje moral. Comienza así la prosificación racionalizadora de lo poético. Los filósofos se tomaban más en serio la poesía, veían en ella mayor peligro para la Ciudad: se trataba de un encantamiento que había que contener o rechazar; era una verdad mentirosa o una mentira verdadera.

Frente al uso de la alegoría por los intérpretes de Homero (que intentan urbanizar la poesía), el cristianismo asume un valor positivo de la misma. La alegoría no consiste, para el cristiano, en traducir a los dioses a fuerzas físicas o morales, históricas o psicológicas. Eso es algo así como un “induccionismo” hermenéutico. (La alegoría nació para adecentar ética y racionalmente a Homero y a los poetas griegos; solo tras su paso por las manos del cristianismo, podrá comenzar a significar un sentido nuevo y más profundo; como veremos, a partir de Dante; y desde la poética de prehumanismo italiano, ese sentido fundará la poesía moderna).




En suma, el cristianismo - la exégesis bíblica, desde los Padres apologetas hasta Santo Tomás en el siglo XIII- refuerza y explota significados nuevos de la “alegoresis” -cuadriforma el alegorizar-, siempre bajo el presupuesto de la clave cristiana y la aplicación  a los textos sagrados –pragmática del texto con miras a la utilidad cristiana.



IV.  DANTE SE IMPONDRÁ A LA AUTORIDAD DE SANTO TOMÁS AMPLIANDO ESE VALOR DE LA ALEGORÍA TAMBIÉN A LA POESÍA; POR LO QUE EL TEXTO LITERARIO TENDRÁ UN NUEVO VALOR EN SÍ MISMO, MÁS HONDO QUE EL LITERAL, Y SIN QUE EL TEXTO LITERARIO NECESITE SER TRADUCIDO A UN CÓDIGO RACIONAL Y SOMETERSE A SER DESVIRTUADO POÉTICAMENTE



Lo que importa ahora destacar para la teoría literaria, es que solo abriendo el cristianismo esa abundancia –digamos, sin complejos- de la alegoría, pudo columbrarse en la época moderna el significado propio de la literatura, de los textos literarios modernos.

Homero era valioso en cuanto algo más que poesía, como autoridad didáctica y centro de la “paideia” griega. Lo “literario” como tal, en nuestro sentido moderno, solo surge cuando dos genios. medievales aún, Dante y Petrarca, reclaman para la poesía el mismo valor que la “alegoría in factis” que tenía la alegoría bíblica para Santo Tomás.

Así, lo manifiesta en la Epístola XIII, al Can della Scala, el poeta florentino. La Divina Comedia puede ser leída en términos literales o históricos, “in factis”, como el relato de un viaje “real” (aunque hoy leamos “real” como ilusión artística, válida como en el cine o la novela de ficción, para que se dé el efecto poético, la recepción del lector apropiada al género de la obra. Ya que si no tomamos como “real” histórico el viaje de Dante a los Infiernos, al Cielo y al Purgatorio, no nos podemos en clave de sintonía con la intención del texto, su género, su historia, etc).

Pero, por otro lado, también puede ser leída la obra de Dante como una historia de hechos que tienen que ver con los méritos, virtudes y defectos del alma individual –de ahí su sentido alegórico in factis, ya no solo in verbis. Esto es, precisamente, lo que reclama Dante para su poema, y con él para la poesía moderna que abre.



Mas aún, Francesco Petrarca (en Carta a su hermano Gerardo), llega a decir que “la teología es poesía de Dios”; es decir, llega a permutar teología y poesía, reclamando, ya no solo una nueva valoración de la poesía como lengua de lo espiritual, donde los hechos significativos del mundo, la naturaleza y la historia (y también el amor y la biografía y lo personal más íntimo) se expresan, sino otorgando a la poesía la primacía de lo espiritual.

REVISTA ÁGORA DIGITAL MAYO 2014


miércoles, 28 de mayo de 2014

Podemos, ¡claro que sí! Diario político y literario de F.M / 43/T2


Publicado en LA OPINIÓN. 29-5-2014

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2014/05/29/claro/562790.html


PODEMOS, ¡CLARO QUE SÍ!





El éxito de Podemos en las elecciones europeas demuestra que no es necesario que los partidos gasten mucha pasta en sus campañas. Eso pedimos en un anterior artículo, de ahí que nos alegremos por los resultados obtenidos por Pablo Iglesias.    

Aunque ahora  los partidos de la ”casta” extiendan su manaza para exprimir un poco más al ciudadano a cuenta de los votos que han obtenido y que ellos deciden que vale tal o cual cantidad de euros, el botín que obtengan será menos. ¡Hay motivo, pues, para estar algo alegres con los resultados!

Es el cobro por voto una extorsión legal, consentida, que se aviene mal con la práctica de subir impuestos y recortar salarios. No es que esté mal que haya elecciones, no se confunda; lo que está mal es la ley de subvención al voto que los partidos se otorgan para seguir forrándose a costa del erario público. Tal cantidad de dinero por voto supone menos inversión en educación y en sanidad, más apretar el cinturón a los que pagan impuestos. Aparte de ser una falta de coherencia es también un pecado de integridad personal y de responsabilidad política. Se deberían repartir entre todos los aspirantes una cantidad pequeña de dinero para sus campañas y no desangrar al Estado a manos llenas; ¿esto le parece demagógico? ¿No sería  más económico y más coherente con el principio de igualdad de oportunidades? 

Tras las elecciones últimas el bipartido (PP-PSOE) se rasga las vestiduras por el inesperado  éxito de Podemos. Tildan a su líder de mediático, cuando la verdad es que los medios están más tiempo ocupados con los líderes y afines de los partidos de la casta.  Incluso, algún trasto en comunicación (como aquí en Murcia, Francisco Bernabé) ha llamado “populista y demagógico” a Pablo Iglesias.  Se le acusa a este de proponer que no paguemos nuestras deudas.  Pero no es verdad. Las deudas de España las deben pagar los que son los culpables de la deuda: lo contrario es lo demagógico y lo antidemocrático, señor  Bernabé.   

La púa del aeropuerto inhábil de Corvera, por ejemplo, ¿quién ha de pagarla?  A. Valcárcel de su sueldo de eurodiputado.   B. Válcárcel y todo el Gobierno Regional.   C. Los afiliados y socios del  PP.   D. Todos los murcianos sin distinción de renta, y especialmente los funcionarios de la Comunidad.   E. Otros.  

Pruebe usted, lector, a acertar cuál de las cinco opciones elegiría el señor Bernabé como la mejor, más responsable y menos populista y demagógica. (Le doy una pista: ese señor es responsable de Comunicación del Partido que dice que gobierna la Región de Murcia). 

Y si no le ha quedado claro el concepto, hágase de nuevo el test anterior: ahora respóndase qué elegiría usted, siendo  lógico y ético, procurando ser objetivo y honesto.  

En suma, llevemos cuidado con lo que llamamos demagógico porque puede resultar que algún día sea lo más lógico y ético la opinión mayoritaria de este país… a menos que, entretanto, nos hayamos vuelto todos idiotas.
 

                                FULGENCIO MARTÍNEZ
                                Profesor de Filosofía y escritor

ÁGORA MAYO 2014