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jueves, 13 de junio de 2013

UNA FIRMA EN LA FERIA DEL LIBRO. DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE F. M, donde se habla de lo divino y de lo humano /48



UNA FIRMA EN LA FERIA DEL LIBRO


El pasado fin de semana anduvo un servidor por la capi. Bajo un aire frío de sierra, con lluvia intermitente, los madrileños copaban el Paseo de Coches del Parque del Buen Retiro, donde se instalaron las casetas de la Feria del Libro.

Los vecinos de Madrid merecen una loa, y, porque la merecen, la voy a hacer, ahora que nadie puede acusarme de adulación para publicitar mi libro. Madrileños lo son tanto los que han nacido o residen en Madrid como lo que están de paso por esta ciudad, "rompeolas de todas las Españas". No conozco una metrópolis más cosmopolita -perdonen mi ignorancia de los idiomas, pero no puedo comparar Madrid con Berlín o Nueva York, porque nunca he estado en esas urbes modernas. Madrid retiene una cualidad de barrio en cualquiera de sus calles; todo Madrid es como el Trastévere (ese barrio aparte, vecinal, dentro de la bulliciosa Roma), pero con la diferencia de que Madrid todo es un barrio aparte dentro de Madrid: lo cual no deja de ser paradójico y hasta imposible, si no fuera cierto que, en esa Villa no hay apenas Corte ni separación entre lo oficial y lo cotidiano. A pesar de su título de Corte (el título lo tiene para presumir en un chotis), Madrid es la antítesis de la Corte; Madrid es pueblo en todas sus manifestaciones. Lo notas cuando te dejas llevar a la Plaza Mayor, a una terraza de la Castellana; cuando zozobras en las cuestas de Lavapiés o te paras en la Plaza de Bilbao y entras en la umbría del Café Comercial donde se sentaba el poeta para escribir versos como estos: "Caminante, no hay camino / se hace camino al andar". Sentado ante una mesa de uno de los cafés literarios de Madrid, el Comercial o el Gijón, uno puede distanciarse, un momento, de sus asuntos y sentir pasar la vida como un cuento chino, que hasta tiene gracia no entender su complicación.

Sábado por la tarde: firmaba a las siete y media en la caseta 222. Este piernas tuvo que acelerar Alcalá arriba después de apurar su meditación tántrica y la siesta en el café del paseo de Recoletos. Manuel Vicent, desde una mesa vecina, me había dado permiso para marcharme a mis obligaciones de escritor. Llegué en dos saltos a mi puesto de caza dispuesto a firmar mi libro a algún incauto.

Lo que hace sentir las alas de la vocación. "Nada es tan necesario al hombre como un par de alas abiertas en el capítulo primero de la carne", dijo Blas de Otero, y me repetía yo todavía cuando ya era llegada la hora de la suerte o la muerte, la hora de ser César o nada, la hora del éxito o el fracaso; es decir, la hora de mi primera firma.

Porque esa primera es la que se tuerce y se hace esperar. Ya se sabe que, después de esa primera, vienen bandadas de estorninos deseosos de que le firmes tu libro. Tratas de no espantar al primer comprador, ni de parecerle indiferente cuando se acerca a tu puesto de caza; finges dialogar con el que manosea tus poemas sin decidirse; les desbrozas tus secretos de forma animada y como quien no da importancia al momento trascendental que está a punto de suceder: tu primera firma.

Transcurridos unos segundos te lanzas a elogiar tu obra, ya sin pudores. Defender un libro tuyo ante un posible comprador requiere talento, tanto como el que se precisaba para defender cien tesis heréticas ante los maestros de la Facultad de Teología de la Sorbona.

"Una vez conseguida la primera firma, todo va sobre ruedas": se suele decir. Ya. Pero si no hay prensa, televisión o paparazzi que la inmortalice, de qué vale la hazaña.

Mi editor, finalmente, me dio un consejo para la próxima Feria: "házte consejero de tu Comunidad, publica un libro de renglones cortos o versos, como tu paisano Pedro Alberto Cruz, y convoca a toda la prensa, radio y televisión de Murcia para que te escolten cuando vengas a firmar, pero a los periodistas no les pagues ni mucho ni poco, que te arruinan". "¡Que les pague Luis de Vargas!, pensé yo.


Fulgencio Martínez
Profesor de Filosofía y escritor cansado

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