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sábado, 9 de febrero de 2013

Texto de José Luis Martínez Valero. Presentación del libro León busca gacela

 

Recuperamos este texto de José Luis Martínez Valero, poeta y lector de poesía, que tiene el acierto de introducirnos con sabiduría y humor en el libro de Fulgencio Martínez. (Gracias, José Luis: "un ángulo, un libro, un amigo...").

    

 

LEÓN BUSCA GACELA 

Por José Luis Martínez Valero

 


                                         No confundir las moscas con las estrellas:
                                        oh la vieja victrola de de los sofistas.
                                        Maten, maten poetas para estudiarlos.
                                        Coman, sigan comiendo bibliografía.
                                                 (Gonzalo Rojas: Victrola vieja)

Conocí a Fulgencio en la plaza de los poetas de Murcia, es decir, en el Malecón. Era primavera, porque recuerdo a un joven de camisa blanca y sonriente, creo que desde el principio nos caímos bien. Ocurrió en una exposición de cartelones con poemas donde habíamos participado, fue sobre la guerra de la antigua Yugoslavia. Acto reivindicativo organizado por Andrés Salom
 
En esos años, Fulgencio, solía visitar algunos bares a los que convencía de que lo importante no era hacer negocio, ni servir bebidas, eso era un tópico del oficio, lo fundamental, sin duda alguna, era generar actos poéticos, lecturas o revistas. Ignoro qué argumentos utilizaba, pero lo cierto es que, entre tanto inventaba talleres, el que más le ha durado ha sido el de arte gramático, que, naturalmente, casi todos han confundido con arte dramático. 
 
De aquel taller, con rigurosa tertulia, surgió la revista Ágora. En la primera, minúscula, pero con talante profético, aparecía Woody Allen anunciando su todavía lejanísima ViKi Cristina Barcelona. Después lentamente fue creciendo hasta alcanzar el formato que hace ya años la distingue, como comprobaremos muy pronto con el próximo, a punto de aparecer, número 15. 
 
Por aquellos años, Fulgencio, publicaba poemarios, algunos con carácter artesanal: La baraja de Andrés Acedo, Octubre, obra de Jesús Bellón, o el Libro del Esplendor, atribuido también a Acedo, autor que sus críticos han confundido con Alfeo, y, según me consta, tanto uno como otro, son eternos aspirantes al anonimato, estado último de los grandes poetas. 
 
Entre sus libros recientes, recordemos, 2006: Cosas que quedaron en la sombra, excelente libro aún en la sombra, de ahí que haya tenido que pasar a: León busca gacela, publicado por Renacimiento, 2009. Sin duda, tocado por la luz. Para celebrar la aparición de este libro nos hemos reunido aquí. Toda celebración nos lleva al gozo de estar juntos. 
 
Cómo advertir a los paseantes que este libro es imprescindible para la supervivencia de ciertas inquietudes, y también que es necesario, que es urgente leerlo, porque, León busca gacela, no ha venido a traernos la paz, sino la poesía, zozobra que nos mantiene vivos. El poeta se lanza a la caza de ese lector huidizo, como una gacela, que siendo el otro, se convierte en el amigo, y, porque es distinto, desea cosas diferentes de los gustos oficiales, y experimenta. Un libro es una caja de sorpresas y no me refiero sólo a la novedad formal que aporta, sino a su desnudo. 
 
Pero, ¿por qué hemos de leer estos versos? Hay una poesía transparente, dueña del mundo, que explica todo, que adelanta su interpretación, y determina el clima emocional, una poesía que cuenta historias en las que el protagonista siempre es el mismo paladín, dueño de experiencias únicas. Hay otra, que parece elaborada a oscuras, fragmentaria, que no renuncia a dejar a medias aquello que sólo ha visto a medias, porque no hay más que decir.
Este libro, pertenece a la segunda, reúne momentos de luz y momentos oscuros, en el que todo es necesario para mostrar una existencia completa: belleza, reflexión y experiencia. 
 
Con frecuencia el poeta nos ofrece su testimonio, dice Fulgencio en Vida escrita:

    Qué fría a menudo/ qué fría la piel/ de esa voces leves/ 
    que dejamos// como signos/ de nuestro paso. 
 
Otras enumera los componentes que debe tener el poema: 
 
    Los poemas que me gustan/ tienen hielo y fuego/ abajo en sus bodegas/ y encima de sus sílabas/ entretejido el tiempo.
Un soplo de vida cotidiana/ junto a un aire metafísico/ que seca la boca después/ de sonreír la inteligencia.
Tienen ecos invisibles, inauditos/ pasillos en la oscuridad,/ encienden lo que estaba, / para el ojo, fuera del campo.
  
Con el El vaso nos acerca al contenido y a la forma. Se trata de un texto místico, ese decir no diciendo de Rumi y de Juan de la Cruz.
León busca gacela comienza con un alegato contra la crítica. Como se dice en la entradilla, cuidado con el hombre, el único animal capaz de memorizar inútiles propuestas, siempre movido por intereses. 
 
Y así, avisados, amigos lectores, entramos en esta casa que es el libro. Recordaré ese sueño en el sueño, en el que aparecen el león, la gacela, Venus y la Esfinge. O lo que es lo mismo, el ansia del conocimiento, la belleza escondida y huidiza, la otra, sublimada, allá en lo alto, y por último, ese misterio por desentrañar al que llamamos esfinge. Entre tanto el invierno, el ruido, la presunta victoria, entretienen los días, pero, qué ocurre cuando al poeta pierde la posibilidad de interpretar lo que ve, cae en la angustia, y de águila real pasa a torpe albatros con pipa en el pico, burlado por todos los que le acompañan. 
 
Ahora me detendré en este texto: Las preguntas aporrean el cristal. Sucede que se está poniendo en duda la realidad. Entre tanto, el poeta, permanece en su beato sillón, quizá el mismo en el que, gozoso y reflexivo, Jorge Guillén, compuso su particular oda a la vida retirada, alejado de la angustia de la convivencia. ¿Pero, qué hacer cuando las preguntas insisten? El poeta confirma: no tenemos excusa
 
Todo libro es una exploración, el poeta regresa al recuerdo. Vemos ahora los niños y el colegio, el fin de curso y el eterno verano por fin. El ansia del conocimiento se ha transformado en el vuelo mágico de la cometa que nos lleva a la belleza. Pero hay un viento negro, esa mitad oscura, que encierra el poema.

El adolescente, descubre al otro, y vuelve a preguntarse: ¿se aprende de nuestro dolor? Recordaréis aquel 98 que predicaba: a mayor dolor, mayor conocimiento; pero descubre que la experiencia es quincalla, lo que de veras le angustia es la experiencia misma, el peso de esa pedagogía inútil. 
 
¿Qué fue del teatro del mundo? ¿Por qué o para qué existimos? Recoge los restos de este espectáculo, los coloca en una bolsa de basura, y como Sísifo se aplica a representar sobre las tablas una y otra vez la misma comedia sin sentido. 
 
León busca gacela está estructurado como el relato de un proceso, proceso de búsqueda, de ahí que dé cuenta del instante en el que se alcanza el primer verso logrado, negro sobre blanco, homenaje a César Vallejo, con sabor a Quevedo, o a poema recién hecho de Gonzalo Rojas.

Si es verdad, que todo libro comienza por el final, en éste, aunque se abre con la belleza, acaba por la llegada al infierno de lo cotidiano, que cobra un tono profético, ahora de modo directo se refiere a los que vienen en cayucos, a los tibios impasibles, a los centros comerciales, catedrales sin culto y al exterminio. Porque el poeta no escribe para liberarse de sus fantasmas, sino para que sus fantasmas pueblen el mundo. 
 
Y ya que, doscientos años después, escribir en Europa no es llorar, sino dar patadas a un bote, como un niño, para llamar la atención, lo que confirma sarcásticamente la misma escasa audiencia. Si escribir es ordenar las ideas, leer es un ejercicio aun más peligroso, porque el lector se compromete. 
 
Hasta aquí la misión del presentador, que debe consistir en no decir, llegar al silencio, para que asistamos a las palabras de Fulgencio, porque sólo el poeta está en sus poemas. Gracias a Acedo, a Alfeo, a Fulgencio, por este libro, que todos, sin duda, vamos a disfrutar. Que empiece su lectura, Amigos, embriagaos de poesía.


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