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sábado, 10 de noviembre de 2012

CUANTO MÁS SE HABLE DE UNA COSA

DIARIO POLÍTICO Y LITERARIO DE FULGENCIO MARTÍNEZ, DONDE SE HABLA DE LO DIVINO Y DE LO HUMANO / 21







CUANTO MÁS SE HABLE DE UNA COSA




Cuanto más se hable de una cosa, más existe” –dice el filósofo Agustín García Calvo, en una entrevista publicada en el último número de la revista Filosofía Hoy, muy recomendable por su sano escepticismo. Yo he seguido esa máxima, antes de conocerla, y he guardado silencio frente a cualquier nadería que se afirme meramente en la estrategia retórica de repetición, proliferación, diseminación del mensaje, de retroalimentación o bucle- como ahora se conoce, por la herramienta para el envío masivo de correos electrónicos, una técnica tan vieja como la publicidad. Creía estar ya al cabo de la calle sobre la falta de consistencia de la generación de políticos que nos gobiernan, y no necesitar más pruebas de su general irresponsabilidad y levedad. Pero, a pesar de lo que dicen las encuestas sociológicas, de la baja estima en que se tiene a los políticos, estos pueden seguir mejorando sus marcas y seguir sorprendiéndonos. Entre unos y otros han armado, en las últimas semanas, el quilombo de la cuestión catalanista, han reflotado el fantasma del padre muerto de Hamlet, del cual lo menos que se puede decir es que es inoportuno, en estos momentos en que urge solucionar la crisis económica, el paro, la deuda, y la deuda generada por la mala administración de los políticos; y en que muchos españoles comienzan a emigrar, ya no solo jóvenes, y no solo a Alemania, sino a Ecuador y Brasil, no queriendo resignarse a la falta de futuro y al paro en nuestro país. El señor Mas ha sacado ese estafermo del independentismo para desviar la atención de las medidas injustas y regresivas que su gobierno ha impuesto en Cataluña a las clases medias y trabajadoras; y para ocultar el pequeño detalle de que la Comunidad catalana debe más de cinco mil millones de euros; ¡que se dice pronto! ¿Cómo? Ustedes no pedían agua, como en Murcia, ¡ustedes, catalanes, pedían güisqui de 20 años, güiki per tutti, Montañés, y que pague Luis de Vargas!

El debate que se ha generado es un sinsentido donde se confunden los conceptos de Estado, de Nación, de sentimientos, por ambos contendientes: el nacionalista catalán y el nacionalista español del PP. Los estados democráticos modernos se fundamentan en la ley, en la ciudadanía: esto lo saben hasta los chiquillos del colegio, que cursan la asignatura de Ciudadanía; claro que por poco tiempo más lo sabrán, y lógico que los que siguen el curriculum oculto del PP lo ignoren y entren en esos trapos nacionalistas: ¿ves, papi, para qué sirve la asignatura de Ciudadanía? Para saber que yo vivo en un estado moderno, un estado llamado España, como se podría llamar Hispania o Iberia, que ya Estrabón, en su Geografía, dijo que se denominaba así a este país desde el Ródano para abajo, o, según otros, desde los Pirineos hasta la Bética. Afortunanadamente soy un ciudadano de un estado democrático, es decir, un sujeto libre y responsable, que tengo deberes y derechos amparados por una Constitución y solidarios con los Derechos Universales del Hombre, es decir, que mi condición de ciudadano español no se contradice sino que al contrario afirma mi condición de ciudadano del mundo. Son los estados los que firmaron esa Declaración universal de derechos pero yo lo asumo al firmar mi pacto como ciudadano de un estado, y tengo que pensarme hipotéticamente también como miembro de la comunidad humana global. Papito: Mis derechos y deberes puedo y debo ejercitarlos en los dos ámbitos: exigiendo que se cumplan para mí y para todos los seres humanos, y exigiendo y cumpliendo también mi compromiso con las leyes de mi país. Un ejemplo concreto bastará: he de pagar impuestos (cuando sea mayor), a la vez que tendré derecho a subsidios y a otros aportaciones del estado, que no son dádivas ni limosnas, ni cosas que pueden ser recortadas o minimizadas o conceptualizadas como flotantes "derechos sociales" cuya realidad dependa de las políticas del estado de bienestar, no, son la razón de ser del pacto social: yo pago impuestos, yo cumplo para que el estado cumpla (si no, sobra el estado, el rey, los ministros, el gobierno, todo, y apaga y vámonos. En cuanto se toca un derecho social se está invocando el apaga y vámonos. Porque pagamos impuestos no para mantener un rey ni un ministro, sino para que el rey o el ministro sean los que protejan nuestros derechos. Si usted no los puede proteger, váyase, ya está tardando… Eso debió hacer Zapatero en el último año de su gobernación, y eso debió hacer tu Rajoy tres meses después de acceder al gobierno). Pero mi obligación ciudadana no cesa en pagar impuestos: he de exigir que se tribute como dice la ley, proporcionalmente, y por tanto denunciar en cuanto ilegal, acívica, la actitud tributaria proteccionista del Gobierno hacia los ricos. Aquí no paga más el que más tiene, sino al contrario. No solo en impuestos directos, sino en indirectos, que no tienen en cuenta la renta personal, la clase media, trabajadora, funcionaria, es la pagana. Mientras que los empresarios y los muy ricos evaden, con el perdón del Gobierno. Eso es ilegal, inmoral, y quizá hasta engorda, y le engorde al señor Rajoy. Mi deber ciudadano es pagar impuestos y denunciar si no se cumple la equidad. Me gustaría que hubiera un Estado justo mundial, yo sería ciudadano del mundo, papi. Mientras tanto, soy un Ciudadano de la ley. A mí, no me exige el estado en que vivo (ni a nadie que tenga el DNI español) tener ningún sentimiento españolista, nacionalista, al extremo ni siquiera apreciar o poseer la cultura ni el idioma español o castellano. Más aún: se podría pensar que un estado como español decidiera, por ley, que la educación se diera en inglés por ser ésta lingua franca actual y ofrecer más oportunidades. Entendamos que el estado no se puede identificar con cultura, idioma, nación (ni mucho menos ese anacronismo y ese autogol que el estado español se metió en su Constitución: con nacionalidades históricas.. ¡en el estado moderno!).

Aristóteles, en su libro Politica, ya hablabla de cómo se fundó el Estado (la Polis), como una superación de otras formas de sociedad prepolíticas: la horda, la familia, la tribu, la etnia o nación. Estos son estadios preestatales, no en el sentido de ser una fase en la evolución hacia el Estado, sino un camino diferente a éste. El hombre, evidentemente, para el Filósofo, solo puede serlo en el Estado; en las otras formas sociales no tiene suficiente aire ni libertad. 
 
El Estado moderno (y el Estado teórico que fundó la Política aristotélica) no se identifica tampoco con ninguna cultura. La cultura, el cultivo de nuestra sensibilidad, enseña Schiller que ha de ser tomada como un juego estético, no como una actividad seria. Lo serio es la ley, la economía, el trabajo, el derecho, la igualdad entre los ciudadanos. La cultura, el deporte, el arte, son formas de cultivar nuestra sensibilidad (junto con nuestro físico y nuestro carácter) pero de una forma lúdica, sin entrar en una neurosis identitaria y mistificadora de los sentimientos. Tampoco el Estado moderno se identifica con la religión, ni con esa otra forma de religión que es la Nación. Vemos actualmente la dificultad en el mundo musulmán de construcción de un Estado moderno, al no haber allí superado las limitaciones de tribu, cultura, religión, etc. Y, por otro lado, toda forma de nacionalismos, desde lo más pacíficos hasta los fascismos y nazismos, se basan en cierto fanatismo nacional y en promover la exclusividad del sentimiento. En España, una ideología retro, ultraliberal y a la vez neoconservadora, sacrifica, por un lado, el Estado (mínimo de Estado, máximo de mercado y competencia) y por otro, se agarra al nacionalismo del sentimiento españolista (véase Wert).
Su antagonista y réplica Artur Mas es de la misma ideología liberal y catalanista. Mas, zorro astuto, oculta lo primero; Wert, también. No sabemos si con sus simétricos nacionalismos nos quieren sacar de la modernidad y volver a la caverna-nación. En los Estados modernos hemos de "soportar" solo el formalismo del número, de las mayorías. La fuerza del número, que es la superstición democrática, sólo me obliga en lo formal, en la ley, en el respeto a la forma y al derecho, pero no en mi contenido cultural, personal, psicológico, humano. Todo esa libertad que es negada por el Estado tribal y nacional o religioso. Vean ustedes, catalanes de izquierda, si les conviene seguir en la Modernidad o ir a la caverna.

                                                              Fulgencio Martinez

                                                       Profesor de Filosofía y escritor